Muerte de Pío IX. II.

Ceremonial por el fallecimiento del Papa Pío IX.

Guía de Protocolo Diplomático.

 

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Muerte de Pío IX.

Los Cardenales que iban en el cortejo, marchaban de dos en dos, con cirios encendidos y recitando oraciones. Detrás del Sacro Colegio iban los Príncipes Asistentes al Solio, el Príncipe Mariscal perpetuo del Cónclave, el Maestro del Sagrado Hospicio, el Senador de Roma, casi todos los miembros de la aristocracia romana afecta a la Santa Sede, los Camareros Secretos; y cerraba la marcha un destacamento de la Guardia Palatina.

Colocado el cuerpo en la Capilla del Sacramento rodeado de blandones encendidos y custodiado por cuatro Guardias Nobles, los Cardenales, recitaron las preces de rito, en unión de los Canónigos del Capítulo de San Pedro, uno de los cuales dio la absolución, al concluir los rezos, terminando así aquella triste ceremonia.

A las seis de la mañana siguiente, se permitió al público la entrada en San Pedro. El cadáver, como hemos dicho, revestido con los hábitos pontificales, la Mitra de oro en la cabeza, un Crucifijo en las manos, que tenía cruzadas sobre el pecho, y los pies, que pasaban a través de la verja, para que pudieran besarlos los fieles, estaba siempre custodiado por cuatro Guardias Nobles.

En la parte exterior, es decir, en las naves de San Pedro, el servicio para mantener el orden lo prestaban los criados de la Basílica, llamados "Sampietrini", y los guardias de orden público del Gobierno italiano, que ofreció enviar tropa para ayudarlos; pero el Capítulo de San Pedro no quiso permitirlo, hasta que a las diez de la mañana el gentío que se apiñaba en el estrecho pasadizo, formado con bancos en la parte de la Basílica correspondiente a la Capilla del Sacramento, creció de tal modo, que los empujones, las apreturas y las angustias empezaron a causar tumulto y escándalo; se desmayaron varias señoras, y aunque los guardias de orden público del Gobierno italiano, con una delicadísima previsión, que honra a la Questura romana, llevaban a prevención frasquitos de amoniaco y hasta botellas de vinagre para socorrerlas; se temieron mayores y más graves accidentes, y se volvió a preguntar al Capítulo si quería permitir que la tropa italiana prestase ayuda a los guardias y carabineros que no podían mantener el orden. En vista de la gravedad de las circunstancias, el Capítulo dio su consentimiento, y a las diez y media de la mañana una compañía de infantería vino a reforzar el cordón de guardias que a duras penas podía contener el desbordamiento de la muchedumbre.

¡Por primera vez entraba la tropa italiana, armada, en la Basílica Vaticana!

El 14 de Febrero, a las siete de la noche, se procedió a depositar provisionalmente, en el sepulcro que está encima de la puerta de la Tribuna de la Capilla del Coro, el cadáver de Pío IX.

El grandioso Templo estaba sumido en la más densa oscuridad; sólo de trecho en trecho, un gran candelero, con un inmenso blandón encendido, iluminaba lo bastante para que las personas invitadas a la triste ceremonia, pudieran llegar al espacio comprendido entre la Capilla del Sacramento y la del Coro, que están precisamente enfrente una de otra.

El Cuerpo Diplomático, que asistió de frac y corbata blanca, ocupaba la Tribuna del Coro, sobre cuya puerta estaba precisamente el nicho donde se había de depositar el féretro.

La concurrencia que, a parte de las personas que debían asistir por su carácter oficial, se componía de unas quinientas personas que habían podido obtener un permiso especial del Cardenal Camarlengo, se agrupaba detrás de una doble fila de "sediari" con cirios encendidos y de guardias suizos, que estaban formados desde la capilla del Sacramento a la del Coro.

Los Canónigos de San Pedro pasaron procesionalmente delante de la verja de la Capilla, besaron los pies del Pontífice, y fueron a ocupar los escaños del Coro. Poco después fueron llegando los Cardenales, que bajaban a San Pedro por la escalera del Vaticano que conduce a la capilla del Sacramento, se arrodillaban delante del cadáver, besándole los pies, y se iban a sentar en la Capilla del Coro.

A las siete y algunos minutos se oyó cantar el Miserere, y el Capítulo de San Pedro, con cien cantores de las capillas pontificias, salió de la Sacristía en procesión, y se dirigió a la Capilla mortuoria; seis individuos de la Cofradía de San Miguel de Borgo, vestidos con sotanas encarnadas, levantaron, ayudados por algunos Guardias Nobles, las andas donde reposaba el Pontífice, y precedidos de los Seminaristas del Vaticano, del Capítulo, con el Cardenal Arcipreste de la Basílica; rodeados de Guardias Nobles, de Gendarmes Pontificios y de Guardias Suizos; seguidos de los Camareros Secretos, de los Caballeros de Capa y Espada, y de un destacamento de Guardia Palatina, salieron de la Capilla, y volviendo a la derecha se dirigieron, dando la vuelta por detrás de la Confesión, a la Capilla del Coro donde entraron, colocando las andas de manera que entrase en ella primero, la cabeza del cadáver, según el ceremonial romano.

Después do la absolución, un Notario del Capítulo de San Pedro leyó el acta de sepelio, redactada en latin, lectura que duró unos cincuenta minutos, durante los cuales el cadáver fue depositado en un féretro de madera, forrado de seda carmesí; a los pies, Monseñor Mayordomo de S.S. colocó tres bolsas de seda, con 32 medallas cada una, tantas como los años del Pontificado de Pío IX; estas medallas eran de oro, de plata y de cobre; también colocó, encerrado en un tubo de lata, un pergamino con el elogio fúnebre del Papa, y cerrado el ataúd con tornillos y algunos clavos, se le puso en otro de plomo.

En la tapa de éste, que soldaron en la misma Capilla, se veía una cruz, de relieve, y el escudo de la familia Mastai, con la Tiara sin las llaves; a los pies de la cruz, grabada en una plancha, también de plomo, se leía esta inscripción:

"Corpus.
Pii IX. P.M.
Vixit AN. LXXXV. M. VIII. D. XXVI.
ECCLES. UNIVER. PRAEFUIT.
AN. XXXI M. VII D. XXIII
OBIIT. DIE. VII. FEBR.
AN. MDCCCLXXVIII".

Debajo de esta inscripción había una calavera y dos tibias enlazadas.

Este féretro se colocó dentro de una caja de madera oscura, y en seguida, llevada al pie del nicho provisional, la liaron con unas cuerdas, y por medio de una polea, la izaron hasta la boca del sepulcro, que se cerró con un tabique, sobre el cual pusieron una tabla pintada, imitando una urna de mármol, en la que estaba escrito con letras de oro:

Pío IX.

P.O.M.

Allí quedaron descansando los restos de Pío IX, hasta su traslación al modesto monumento que se le ha erigido en San Lorenzo extramuros.