Necesidad de la diplomacia. Su historia y su misión. Parte 3.
España, que ha marchado siempre a la cabeza de los pueblos emancipados; siendo la primera que reunió Cortes, donde tomaron por primera vez asiento diputados del estado llano (León 1188).
Necesidad de la diplomacia. Su historia y su misión.
Y si no falta quien supone que un pueblo puede vivir completamente encerrado dentro de sus fronteras, alejado por completo de todo comercio político exterior, fiando su seguridad e independencia en las ventajas que le conceda su posición geográfica y sin más horizontes políticos que las luchas que fomenten en su seno las discordias y ambiciones de los partidos, bastaría dar una ojeada a la historia de cada nación para convencerse de cuan absurda es esta idea, que no puede apoyarse más que en el error, algo general por desgracia, de creer que los Estados no mueren, cuando precisamente todos los que, por el orgullo y la loca vanidad que les había infundido una ciega confianza en sí propios, fueron aislándose de los demás, o han desaparecido por completo o han perdido totalmente su antiguo prestigio y preponderancia. La decadencia y ruina del Imperio Romano, la desaparición de Grecia y del Imperio bizantino, la división de los Estados de Flandes y de la Polonia, y hasta al peligro que en 1871 ha amenazado a Bélgica, demuestran bien claramente que los Estados se aniquilan y mueren, y cuando no desaparece totalmente la nacionalidad y logra reconstituirse, como en Italia, no reconquista nunca, ni la fuerza, ni el rango que ocupó en el pasado.
España, que ha marchado siempre a la cabeza de los pueblos emancipados; siendo la primera que reunió Cortes, donde tomaron por primera vez asiento diputados del estado llano (León 1188); siendo la que inauguró los grandes descubrimientos allende los mares; de las primeras que adoptaron el sistema constitucional; España, que ha sido fatal a los conquistadores; que ha visto a César pelear para defender su vida, y a José Bonaparte escaparse a caballo como un correo cualquiera, después de la derrota de Vitoria, no tiene ni ha tenido más aspiración ni más ideal que la independencia, a la que ha consagrado un culto fanático; por la independencia ha peleado ocho siglos y por la independencia lo ha sacrificado todo, pues como dice, con razón Chateaubriand en su obra "El Congreso de Verona", en España la independencia ahoga siempre a la libertad, añadiendo que los españoles no han desplegado sus admirables cualidades más que cuando han estado unidos a los extranjeros, a pesar de que los detestan, y que si algún día formaran un solo pueblo con la Borgoña y los Países Bajos, llegarían a imponer el yugo de su dominación a Europa entera.
"Los Estados se aniquilan y mueren, y cuando no desaparece totalmente la nacionalidad y logra reconstituirse, no reconquista nunca, ni la fuerza, ni el rango que ocupó en el pasado"
Después de su brillante historia de preponderancia universal, después de haber ofrecido a sus reyes unos dominios en los que no se ponía el sol jamás, España se ha dormido sobre sus laureles, sin ocuparse de las variaciones que el tiempo imprime a la vida de los pueblos, y arrullada por sus glorias pasadas, no se ha dedicado más que al estudio de la Teología, en la que siempre sobresalieron sus hijos; así que mientras los franceses se dedicaban al estudio de las leyes, los ingleses y alemanes a la filosofía y los italianos a las ciencias y artes, estudios que abren más amplios horizontes, los españoles han descuidado cuanto no se relacionaba directamente con su independencia y su religión, que han constituido siempre sus únicos ideales. Por esta razón, y gracias a este aislamiento, que nos ha hecho incurrir en muchísimos errores y que nos ha proporcionado mil desgracias, hemos llegado solos, sin el menor apoyo ni defensa, a los momentos críticos de la decadencia. Por eso, cuando en el Congreso de Verona se discutió el reconocimiento de la emancipación de nuestras colonias americanas y se reconoció su independencia en contra de nuestros derechos, tal vez porque Inglaterra había obtenido ventajosísimos tratados de comercio estipulados con aquellos gobiernos, a la sazón rebeldes, por lo que se apresuró a adoptar en su favor la doctrina de Monroe (que era realmente en este caso una intervención) reconociendo los Gobiernos de hecho, nosotros hubiéramos podido muy bien, con algún auxilio, volver en nuestro favor esta teoría, toda vez que allí lo que se discutía eran nuestros derechos; y si las ventajas comerciales concedidas a la Gran Bretaña las hubiéramos concedido nosotros, es seguro que no se habría desconocido nuestra autoridad.
En el mismo Congreso tampoco supimos impedir que la Restauración francesa quisiera adquirir fuerza y prestigio (a nuestras expensas) con la expedición del Duque de Angulema, y aceptada ésta, no pudimos sacar ningún partido de ella ni supimos aprovecharla en lo más mínimo, por encontrarnos completamente solos en el mundo.
Sin embargo, no son pocos los autores españoles que han tratado las cuestiones internacionales en obras que han sido y son aún reputadas de texto, ni han sido tampoco de los últimos; porque después de Machiavelli, Francisco Suárez con su libro "De legibus et Deo legislatore", Francisco Victoria con sus "Praelectiones teológicae", y Baltasar de Avala con su "De jure et officiis belli", en el siglo XVI, fueron los primeros que se ocuparon de estas complicadas cuestiones: D. Cristóbal Benavente y Benavides, con sus "Advertencias a Principes y Embajadores" (1643); D. Antonio de Vera, con su obra "El Perfecto Embajador", traducida al francés por Lancelot (1709), y Abreu, en 1746, con su "Tratado jurídico-político sobre las presas marítimas" y su Colección de tratados de paz, no menos completa que la publicada en 1740 por Bertodano, y D. José de Olmeda con sus "Elementos del Derecho público de la paz y de la guerra" (1771), abrieron el camino por donde les han seguido en 1800: Marín, con su "Derecho natural y de gentes", en 1802; R. L. de Don y de Bassols, con "Las Instituciones del Derecho público general", en 1849; Antonio Riquelme con "Los Elementos de Derecho político internacional", etc., hasta nuestros días, en que D. Pedro López Sánchez, D. Ignacio Negrín y D. Nicasio de Landa, han publicado respectivamente "Elementos de Derecho internacional público", "Estudios sobre el Derecho internacional marítimo" y "El Derecho de guerra conforme a la moral". Pero siempre dedicados a los estudios teológicos, siempre preocupados de nuestra independencia, aborreciendo instintivamente cuanto podía venir de fuera, hemos tomado una parte bastante limitada en los grandes debates de Derecho internacional, en que las doctrinas de los alemanes y de los ingleses han ido echando las bases para la gran codificación del Derecho de gentes.
Necesidad de la diplomacia. Su historia y su misión.