El primer destino.
La humildad profunda, la santa indiferencia y la obediencia rendida al Prelado son las mejores disposiciones para obrar cortésmente.
1. Disposición de ánimo.
Aunque la Urbanidad Eclesiástica no pretende entrometerse en los campos propios de ia Pastoral y de la Ascética, tiene forzosamente que coincidir con ellas en el estudio de los distintos actos de la vida sacerdotal, si bien enfocándolos bajo diverso aspecto: así en lo tocante al primer destino, la Pastoral se preocupará de disponerlo todo del modo que redunde en mayor provecho de los fieles; la Ascética en darle normas para el propio aprovechamiento espiritual; y a nosotros nos incumbe ahora indicar la manera de hacer todo eso con los más finos y corteses modos.
Mas esta cortesía externa, para que no resulte mera ficción, debe basarse en la disposición de ánimo, tanto del nuevo Sacerdote, como de su familia.
Cuando se trate de uno de esos individuos que, como decía en cierta conferencia que dio a los Seminaristas vallisoletanos un Misionero de China, "parece que no se desean ordenar más que para decir Misa a su madre en el altar que se le antoje y a la hora que mejor le venga", claro está que por su semblante, modales y conversaciones no dejarán de traslucirse agrios y groseros afectos de contrariedad, cualquiera que fuere el campo de acción que le señale la Divina Providencia, por medio de su Prelado, para ejercer las primicias de su Sacerdocio. En cambio, una expresión de alegre y confiada placidez se reflejará en el ánimo y palabras del que humilde y confiadamente sepa decir con el Salmista: "Dominus regit me, et nihil mihi deerit: in loco pascuae, ibi me collocavit!" (Ps. XXII-1). La humildad profunda, la santa indiferencia y la obediencia rendida al Prelado son las mejores disposiciones para obrar cortésmente en tales circunstancias; sin recurrir a influencias, ni amaños, para lograr las propias aspiraciones, a veces presuntuosas y descabelladas. Es muy natural que se despierte la curiosidad por conocer cuanto antes el primer destino; empero deben ser reprimidas esas inquietudes pueriles, sin permitirse la libertad de hacer preguntas indiscretas y poner en compromiso a personas respetables.
También ha de procurar el novel Ministro de Dios inculcar estos mismos afectos en las personas de su familia, evitando que las indiscreciones de sus allegados redunden en propio desdoro. Aunque el primer destino del hijo sea la ilusión rosada de los padres y demás parientes, sería muy candido y poco delicado hacer de esta materia el tema de las conversaciones con los amigos y conocidos, sobre todo si las charlas toman dejos de lamento y descortés murmuración. De modo muy diferente se suelen portar las familias sólidamente piadosas y bien educadas: después de la primera Misa que celebró San Juan Bosco en su pueblo natal, cuando los numerosos convidados a este acontecimiento le dejaron solo con su madre Margarita Occhiena, ésta le dijo toda conmovida: "Eres Sacerdote, dices Misa; desde ahora en adelante estás más cerca de Jesucristo. Recuerda, sin embargo, que comenzar a decir Misa quiere decir comenzar a padecer. No lo comprenderás por de pronto; mas poco a poco verás que tu madre te ha dicho la verdad. Estoy segura de que todos los días rogarás por mí, esté viva o muerta; esto me basta. Tú, desde ahora en adelante, piensa solamente en la salvación de las almas y no te preocupes de mí".
Hermosa lección que al actual Prelado de Málaga hizo exclamar: ¡Oh santa y generosa madre, que así hablaba después de haber hecho milagros de sacrificios, de privaciones, de paciencia y de humillación para ayudar a su hijo a hacerse Sacerdote!... Mas así debieran hablar todas las madres y familias.
2. El primer nombramiento.
Por regla general no es lo más corriente que antes de la Primera Misa sepan ya los nuevos Sacerdotes cuál ha de ser su primer destino. Salvo casos de previo concurso u oposiciones, es lo más común que, transcurrido un plazo más o menos largo desde aquel venturoso día, llegue por fin una carta con el primer nombramiento o un aviso para que pase por Palacio a recogerlo. ¿De qué se tratará? ¡Quién puede precisarlo! Tan sólo es posible ahora dar unas normas para los casos más comunes.
¿Qué debe hacer el nuevo Sacerdote tan pronto como reciba su primer nombramiento? Yo le aconsejaría que se encaminase cuanto antes a una iglesia, y allí, de hinojos ante Jesús Sacramentado, con este Divino Amigo compartiese en primer término sus penas o alegrías, entregándose a Él por completo para toda empresa de la divina gloria y salvación de las almas: "Jacta super Dominum curam tuam et ipse te enutríet". (Ps. LIV-23).
Después, como es natural, los primeros en saber la noticia han de ser los propios padres y familia, pero cuidando de presentársela del modo que les pueda ser más grata y haciéndoles ver el propio contento, o al menos la resignación con que ha sido recibida la orden superior, contra la cual no deben tolerarse murmuraciones ni desplantes.
Si el lugar del destino no es muy conocido, conviene informarse cuánto antes de su situación geográfica, población, clima, vida parroquial y demás datos que sean precisos para librarse de hacer mal papel en las conversaciones y poder ir tomando las medidas que dicte la prudencia; para esto puede acudirse a cualquiera biblioteca pública y consultar en algún diccionario geográfico o enciclopédico.
Será también muy correcto y conveniente, cuando fuere posible, hacer una visita al Reverendísimo Prelado para darle las gracias por el nombramiento y pedirle instrucciones a fin de desempeñar el cargo con acierto y provecho espiritual de todos. Al mismo tiempo puede hacerse extensiva esta visita de gratitud y ofrecimiento a los señores Provisor, Secretario de Cámara y demás personal de la Curia, con quien hayan de mantenerse después forzosas relaciones.
Asimismo, cuanto antes, debe dirigirse por carta a su antecesor en el cargo y al Arcipreste, si es Coadjutor a su Párroco, y si Capellán al que antes lo fuera y a la Comunidad, ofreciéndose en el nuevo cargo, poniéndose a sus órdenes y pidiéndoles toda clase de instrucciones para el viaje y toma de posesión.
3. Toma de posesión del nuevo Cura.
Preciso será, para poder concretar un poco más estas instrucciones, ir exponiendo uno por uno los diversos aspectos que puede ofrecer la toma de posesión, según los distintos cargos eclesiásticos que ordinariamente suelen confiarse a los nuevos Sacerdotes.
Supongamos, en primer lugar, que el recién ordenado recibe el nombramiento de Cura Párroco o Ecónomo de algún pueblecito, y por ende con cura de almas y demás cargas pastorales. Como esto implica, entre otros deberes, el de residencia, debe ante todo informarse de si hay o no casa rectoral y las condiciones de ésta, y en caso negativo, tratará de buscar conveniente habitación o alojamiento. Si se decidiese a abrir casa, no debe descuidar el problema del traslado o adquisición de muebles, correspondientes a su posición o circunstancias locales, como también de la familia o servidumbre que habrá de llevar consigo.
Sobre todos estos temas hay mucho que pensar y que decir, pero lo dejaremos para tratarlo largamente en su propio lugar. Baste, por ahora, hacérselo notar e insinuar la idea de que tal vez sea lo más prudente buscarse en primer término un alojamiento provisional o hacer un viaje exprofeso para conocer sobre el terreno las ventajas y dificultades que habrán de presentar todas las soluciones posibles.
La fecha definitiva de la llegada conviene fijarla con anticipación, combinándolo todo de acuerdo con el antecesor en el pueblo y el Sr. Arcipreste, procurando que sea pocos días antes o el mismo día de la toma de posesión solemne.
De lo que ha de preocuparse mucho el nuevo Cura, es de que sea grata y eficiente la primera impresión que reciba el pueblo de su persona y familia. "Es mucho más importante de lo que comúnmente se piensa -dice Monseñor Dubois-, la exactitud con que el Párroco debe observarse al hacer su primera aparición en la feligresía, donde ha de vivir ejercitando su celo. No es fácil comprender hasta qué punto se cautiva las miradas de todos los que allí se encuentran. Cada uno quiere ver lo más pronto posible a su nuevo pastor.
Además, si sólo le quisieran ver...; pero van a juzgarle, y he aquí lo de mayor importancia. Tal es el hombre: luego que ve, juzga; pocos son los que dirigen una mirada, sin formar un juicio cualquiera. Ahora bien: ¿cuáles son los datos a cuya norma va a ser juzgado el nuevo recién venido? Todavía se desconocen sus virtudes y sus defectos; sus hábitos, sus gustos, su carácter, todo lo que no aparece a primera vista, está ignorado de la multitud. No se le va a juzgar sino conforme al exterior. Sí, sólo el hombre exterior está sobre el banquillo; pero todo entero.
Así es que se le observa, y se le observará con singular avidez, el semblante, las maneras, las miradas, el traje, el aire sombrío o festivo, afable o severo. Recogeránse con especialidad las primeras palabras, y se calificarán de graves, mesuradas, piadosas, o, por el contrario, de ligeras, festivas, burlescas y poco edificantes. Esto hecho, cada uno se retira, llevando en su cabeza las piezas del proceso; y antes de ponerse el sol, ya todos han juzgado al recién venido."
Ciertamente, el conjunto de estos detalles externos, que tan de lleno entran en el campo de la Urbanidad, son los que hemos de procurar que desde el primer momento fuercen a decir a los buenos feligreses: ¡Nos ha venido un Cura santo!
Asimismo, otra información semejante incumbe al novel Párroco, pues necesita estar al tanto de lo que moral y espiritualmente es su pueblo, antes de ponerse al frente de su iglesia, si quiere trabajar con fruto. Así lo aconsejan los tratadistas de Pastoral; pero esta información previa, para que resulte completa e imparcial, debe hacerse con una diligencia y delicadeza, procurando que las fuentes sean seguras y que en el pueblo no lo sospechen siquiera, para así evitar recelos y disgustos. Conviene, por lo tanto, antes de emprender la marcha, preguntar con discreción y delicadeza, a cuantas personas graves puedan dar informes fidedignos, todos los datos que se crean necesarios para ir ya algo orientado y evitar la desagradable sorpresa de las dificultades imprevistas.
Convenido ya el día de entrada oficial y toma de posesión, se ha de procurar puntual exactitud en la hora de llegada, para evitar molestias a las personas que acudan al recibimiento. Al apearse del tren o vehículo, se encargará de hacer las presentaciones el Sacerdote de más prestigio o el más amigo entre los que salgan a esperarte (Nota 1. Véase el ceremonial de presentaciones en la Primera Parte, núm. 206 y siguientes.); cumplidas estas primeras atenciones y dispuesto todo lo relativo al equipaje, muy acertado seria encaminarse ante todo a la iglesia, para que la primera visita, aunque de carácter privado, fuese para el Dios de aquel Sagrario, cuya custodia se le va a confiar. En estos primeros momentos es cuando ha de estar el nuevo Cura muy sobre sí, para quienes se hayan dignado salir a esperarle comiencen a percibir el "bonus odor Christi".
Cuando se trata de una parroquia ganada en propiedad, previo concurso, suele hacerse la toma de posesión con toda solemnidad. Aunque sea muy difícil precisar, porque habrá de acomodarse el acto a las costumbres locales, es lo más corriente hacer con la debida anticipación invitaciones impresas (Nota 2. Véanse modelos en el Apéndice C.), que se reparten profusamente por el pueblo, haciéndolas llegar a todos los hogares. También se suelen enviar a los Curas de los pueblos limítrofes y a los parientes y amigos del nuevo Párroco.
Ha de procurarse escoger una fecha y hora oportuna para que acuda la mayor concurrencia posible. Se anunciará el acto con volteo de campanas y el templo se engalanará como en las fiestas. Las ceremonias usuales en cada caso varían según las regiones; pero por regla general es recibido el nuevo Párroco en la puerta del templo por el Clero, presidido por el Arcipreste o quien vaya a actuar de padrino, y acompañado de éste va el recipiendario tomando posesión de los lugares en que ha de ejercer sus principales ministerios y desde el púlpito dirige a los feligreses su primer saludo o plática de circunstancias, que debe llevar muy bien preparada para causar buena impresión y que nadie se pueda dar por ofendido o menospreciado. Terminado el ceremonial religioso, suele ofrecerse a los invitados un refresco de dulces, vinos y tabaco, bien en alguna dependencia contigua a la iglesia, bien en la Casa Rectoral. También es conveniente que se distribuyan limosnas a los pobres.
De todo este aparato solemne suele prescindirse, cuando se trata de la toma de posesión de un Regente o Ecónomo, el cual no tiene que preocuparse más que de ponerse al tanto del estado de la parroquia y al habla con sus feligreses, mediante un bien pensado saludo y ofrecimiento que les haga en la primera ocasión que haya de dirigirles su palabra pastoral desde el púlpito.
Apenas hayan pasado estas primeras impresiones de la toma de posesión, vendrá la obligada faena de recibir y devolver visitas de ofrecimiento. Ha de colmar de atenciones a cuantos tengan la fineza de venir a visitarle, manifestándole lo contento que está por el recibimiento, y su buena voluntad de poder servirles en cuanto se les ofrezca: iodo esto, mezclado con algunas alabanzas al lugar y a su antecesor, y sobre todo, saturando la conversación de piedad, influirá no poco en el buen concepto que se vayan formando los feligreses de su nuevo Cura. Después, como aconseja el P. Mach, "vuelva, según exige la cortesía, las visitas que le hubieren hecho las autoridades y otras personas principales, y si en la población hubiese alguna Comunidad religiosa, algún título o familia muy distinguida, sería tal vez mejor anticipárseles. Entérese de lo que hubieran practicado sus predecesores, para no faltar en cuanto sea razonable. Más tarde, cuando tenga ya ordenada la casa, convendrá todavía visitar a todos sus feligreses. Esta visita hecha en sus principios, y realzada con aquella bondad, discreción y modestia que deben siempre acompañar al representante de Jesucristo, trae ventajas y provechos muy grandes, donde se pueda verificar fácilmente".
4. El nuevo Coadjutor.
En el caso de que el primer nombramiento sea de Coadjutor, Vicario o Beneficiado que, libre de la cura de almas, deba ponerse a las órdenes del Párroco, lo primero que ha de hacer el novel Sacerdote es dirigirle una atenta carta en que humildemente se le ofrezca y pida instrucciones sobre viaje y vivienda.
En la fecha convenida se encaminará al primer campo de sus ministerios, del que procurará informarse ampliamente, como ya indicábamos, y cuidará de visitar cuanto antes al señor Cura, si no se adelantó éste saliendo a recibirle. En ésta y las siguientes entrevistas procurará informarse de su oficio y obligaciones, pero tratando estos asuntos con miras altas y finos modales.
Al Párroco corresponde hacer la presentación de su nuevo Coadjutor al Clero adscrito, a las autoridades y personas principales de la feligresía. En caso de que esto no fuera prudente por circunstancias locales, el mismo Coadjutor se irá dando a conocer poco a poco, según se ofrezcan las ocasiones propicias. Aunque no le corresponde hacer un sermón de entrada, como en la toma de posesión del Clero propio, no estará demás que dirija a los fieles unas palabras de saludo y ofrecimiento en la primera plática o sermón que les haga.
Ni que decir tiene que, respecto del porte externo, ha de apropiarse todo lo dicho hablando del buen comportamiento a que está obligado todo Sacerdote. "Con frecuencia -dice Mons. Branchereau- se aceptará su ministerio entre las gentes del mundo, ejerciendo sobre ellas influencia sacerdotal, cuando haya conseguido hacerse simpático, atrayéndolas con el encanto de la amabilidad y de la buena sociedad, y hallando en la Urbanidad los más preciosos recursos para obtener cuanto desea. Si es fino y delicado el Sacerdote, no sólo no se huirá de él, sino que se le buscará. Se considerará feliz todo el mundo en tener con él relaciones de cortesía, que pasarán a ser relaciones de amistad y confianza, concluyendo por otras relaciones, que llevarán consuelos más importantes al corazón del Ministro de Jesucristo. Con finura y delicadeza se atraerá las almas al Sacerdote, siendo éste con frecuencia el primer paso en el camino de la conversión. ¡Cuántos serían buenos cristianos, si tuvieran la felicidad de tener relaciones con Eclesiásticos finos y delicados!".
5. El Capellán de Monjas o Colegio.
Cuando se trate de un nombramiento de Capellán de alguna Comunidad religiosa o Colegio, el campo de relaciones sociales se reduce más aún que en los casos ya descritos. La comunicación de haber sido nombrado para tal cargo solamente será preciso hacerla a quien esté al frente de la casa, bien sea la Madre Superiora, bien el Director del establecimiento; aunque también puede ponerse en relaciones con el antecesor en el cargo y con el Párroco, en cuya jurisdicción esté enclavada la entidad, sobre todo si tiene vivienda adjunta en la que haya de establecer su domicilio.
Señalada la fecha de toma de posesión, ésta no suele revestir solemnidad ninguna, reduciéndose a un atento saludo y ofrecimiento que haga a la Madre Superiora y comunidad en el locutorio, si se trata de convento; o a una visita de presentación al Director del establecimiento, con el cual se fijará la fecha y forma de darse a conocer a los educandos, que habrán de ser sus dirigidos espirituales.
Con los fieles que acudan a la iglesia no es preciso que inicie ni mantenga otras relaciones que las puramente ministeriales; pero esmerándose en el atento cumplimiento de éstas y en proporcionarles todas las facilidades posibles para atender a las necesidades de su alma, sin detrimento de la vida ordinaria de la comunidad a quien está obligado a servir.
Con el personal que cuide de la iglesia o sirva a la casa manténgase a una respetuosa distancia, cuidando de instruirles en el modo de portarse en todo lo relacionado con el templo; pues muchas veces lamentamos inútilmente que los pobres servidores no hagan bien las cosas, sin preocuparnos de enseñarles cómo deben hacerse para que salgan a nuestro gusto o como está mandado. Tan sólo enseñando con celo y constancia es como podremos conseguir estar bien servidos.
Como consecuencia de cuanto llevamos dicho, puede deducirse esta norma general: que se necesita conocer y respetar las formas de la etiqueta y trato social desde el primer momento en que se tiene un cargo público, cualquiera que sea la condición de éste; pues como indica el P. Marcelino González, S. J., si bien "es innecesario que el pastor sepa y se someta a los refinamientos y delicadezas que a las gentes del mundo prescribe la etiqueta; pero es preciso evitar el extremo contrario, creyéndose dispensado de los deberes que el trato social impone. Tenga el pastor la seguridad de que, aunque sea una verdadera eminencia, jamás será completo si le falta el atavío de las formas sociales". Mas no emplee nunca estas formas de cortesía con el único fin de atraerse la simpatía de las gentes; sino encauzándolas al supremo ideal de llevar las almas a Cristo por medio de la amabilidad y la finura... !Ojalá que todos los Sacerdotes, como paga a sus bondades y delicadezas, pidiesen tan sólo lo que para sí apetecía Santa María Magdalena de Pazzis, cuando exclamaba: "Si el Señor me preguntase, como a Santo Tomás de Aquino, qué recompensa deseaba obtener de su bondad, le respondería: La salvación de las almas!...".