Los gestos de reverencia. II.

No hay que confundir el gesto de genuflexión (sea simple o doble) con la prescripción de permanecer arrodillados en algunos momentos de las celebraciones litúrgicas, que es tema aparte.

 

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Los gestos de reverencia.

La genuflexión doble -con las dos rodillas e inclinación de cabeza- prescrita por el Ritual Romano tradicional, ha dejado de ser obligatoria al entrar al templo donde se halle expuesto de manera solemne el Santísimo, pero es loable mantener ese signo.

No hay que confundir el gesto de genuflexión (sea simple o doble) con la prescripción de permanecer arrodillados en algunos momentos de las celebraciones litúrgicas, que es tema aparte.

La incensación.

Ab illo benedicaris, in cuius honore cremáberis, Seas bendecido por Aquel en cuyo honor serás quemado. Fórmula de la bendición del incienso).

Nuestros antepasados tenían un concepto sumamente simple de Dios. Lo consideraban espíritu por analogía al aire que se respira (para ellos inmaterial). Por eso creyeron que de los sacrificios (que formaban parte de la economía alimentaria), le correspondía al hombre lo que se come, y a Dios lo que se aspira: "olor de suavidad para Dios". Y por eso también, entendieron nuestros antepasados que una manera gratísima de culto a Dios era ofrecerle el perfume que se desprende de quemar maderas y resinas aromáticas. Entre éstas, cobró merecida fama la resina de los cedros del Líbano, hasta el punto de que en griego al incienso lo llaman sin más "líbanon", con una veintena de derivados.

Nuestro nombre del incienso se refiere al hecho de que se quema la sustancia aromática (en latín, incensus-a -um, participio perfecto pasivo de incendere=encender, y de ahí incendio). El hecho de ofrecérselo a alguien, implica reconocerle la espiritualidad, pues es un don para ser aspirado. Entendieron, en efecto, los antiguos, que a Dios se le rendía culto ofreciéndole el perfume (los diversos perfumes vinculados a los sacrificios). A ese criterio obedece la prescripción litúrgica que coloca al turiferario abriendo el cortejo sagrado de las procesiones.

Con la progresiva espiritualización de la humanidad, se extendió primero, y luego se trasladó el concepto de perfume a las buenas obras: ése es en la Biblia, el perfume más agradable a Dios. La Iglesia, con el salmista, ve en el incienso un símbolo de la plegaria Dirigatur, Domine, oratio mea sicut incensum in conspectu tuo: diríjase, Señor, mi oración como incienso en tu presencia. Lo explicita el Apocalipsis en la imagen de los veinticuatro ancianos que tienen en sus manos los incensarios de oro llenos de perfumes, que son las oraciones de los santos: phialas áureas plenas odoramentorum, quae sunt orationes sanctorum.

El empleo antiquísimo del incienso en el culto no se constata pues sólo entre los hebreos, sino también en todas las liturgias paganas, las cuales, especialmente en Roma, lo usaban largamente. Es quizá por esto por lo que la Iglesia antigua, a pesar de que no le era desconocida la profecía de Malaquías, se abstuvo por tanto tiempo de adoptarlo en el servicio litúrgico. Tertuliano lo declara formalmente: el cristiano ofrece a Dios optimam et maiorem hostiam quam ipse mandavit, orationem de carne púdica, de anima innocente, de Spiritu Sancto profectam; non grana thuris unius assi arabicae arboris lacrymas(La mejor y mayor hostia (sacrificio) que él mismo nos encomendó es la oración absteniéndonos de las impurezas de la carne, con el alma inocente asistida por el Espíritu Santo; no los granos de incienso de un as (una libra, probablemente reducida ya a onza), lágrimas del árbol arábigo). Y San Agustín, que refleja también el uso de Roma en el siglo IV, escribe: Securi sumus; non imus in Arabiam thus quaerere, non sarcinas avari negotiatoris excutimus. Sacrificium laudis quaerit a nobis Deus(Estamos seguros; no vamos a Arabia a buscar incienso, no sacudimos las alforjas del avaro negociador. Dios pide de nosotros el sacrificio de alabanza).

Con todo esto, los fieles lo usaban, pero en casa y en las reuniones festivas, para aromatizar el ambiente. Para este fin se sirvió a veces de él la Iglesia, como sabemos por el Liber pontificalis, el cual refiere de gruesos y preciosos incensarios donados por Constantino a la basílica lateranense y por otros en época muy posterior, no con fin litúrgico propiamente dicho, sino para llenar con su perfume las naves de la basílica. Este fue el origen del famoso botafumeiro compostelano, "despejar" el ambiente fuertemente cargado del sudoroso aroma de los peregrinos.

En Roma, el incensario hace su primera aparición durante los siglos VII-VIII, como gesto de honor tributado al papa y al libro de los Evangelios. El primer Ordo romano refiere que cuando el Papa se dirige del secretarium al altar para la misa, un subdiácono cum thymiamaterio áureo praecedit ante ipsum, mittens incensum(on el incensario de oro se avanza y se coloca ante él, poniendo incienso. El nombre "thumiamaterio" está formado a partir de thymiama , nombre griego del incienso) (n. 46). Que el incensario humeante tuviese el significado preciso de honrar al pontífice, resulta de cuanto el mismo Ordo nos dice en relación con la salida del clero de la iglesia estacional para ir al encuentro del Papa, que llegaba para la celebración de la misa: ... similiter et presbyter tituli vel ecclesiae ubi statio fuerit (va al encuentro) cum subdito sibi presbítero et mansionario thymiamaterium deferentibus in obsequium illius(Del mismo modo el presbítero del título o de la iglesia en que se celebrase la estación, va a su encuentro con el presbítero de menor grado y con el mansionario (clérigo que vive en el recinto de la iglesia y sus dependencias), que llevan el incensario en su honor) (n. 26).

Lo mismo sucede en el regreso a la sacristía al final de la misa: Tunc septem céreostata praecedunt Pontificem, et subdiaconus regionarius cum thuribulo ad secretarium(Entonces siete portadores de cirios preceden al Pontífice, y el subdiácono regionario con el incensario hacia la sacristía) (n. 125). Un rito semejante se desarrolla para el canto del evangelio: el diácono va al ambón precedido por dos ceruferarios y por dos subdiáconos, de los cuales uno lleva el incensario y el otro le pone el incienso (n. II). La rúbrica del Gelasiano en la ceremonia del Aperitio aurium(Apertura de los oídos) describe el cortejo de los cuatro diáconos que llevan los cuatro Evangelios, praecedentibus duobus candelabris cum thuribulis(Precediendo dos candelabros con turíbulos (incensarios: del latín thus =incienso)).

Fue en el siglo IX, bajo la influencia de la liturgia galicana, dependiente a su vez de las liturgias orientales, cuando la Iglesia Romana introdujo en la misa la incensación: en primer lugar, la del altar; después, la del clero y la de las oblatas; hasta que en la primera mitad del siglo XIV, por lo que respecta al incienso en la misa, el Ritual se encuentra ya substancialmente conforme con lo prescrito por las rúbricas en vigor. Se nota sobre el particular cómo en un principio la incensación de las personas sagradas y de los fieles se cumplía arrimando a ellos el incensario de manera que pudiesen aspirar el perfume como un sacramental, Thuribula per altaría portantur -dice el V Ordo- et postea ad nares homínum feruntur et per manum fumus ad os trahitur(Los incensarios se llevan por los altares y después se ponen ante las narices de los hombres y mediante las manos se lleva el humo hacia la cara).