El recreo y la risa
El recreo discurre normalmente conversando de manera desahogada, contando historias agradables y graciosas que provoquen la risa y la diversión del grupo
El tiempo para el recreo y la risa
Aquella urbanidad
Es conveniente y honesto tomar todos los días algún recreo después de las comidas, con las personas con quienes se vive y con quienes se come, y no es educado separarse de ellas apenas se ha levantado uno de la mesa.
El recreo discurre normalmente conversando de manera desahogada, contando historias agradables y graciosas que provoquen la risa y la diversión del grupo; hay que cuidar, con todo, que esta clase de discursos no tenga nada de rastrero o que acuse baja educación, sino que estén sostenidos por un modo de expresión que dé brillo, lustre y encanto a su sencillez.
Dice el Sabio que hay un tiempo para reír, que es propiamente el tiempo que sigue a la comida; puesto que además de que no puede uno dedicarse a ocupaciones serias a continuación de las comidas, estar alegre y libre durante el tiempo que las sigue inmediatamente, es algo que ayuda mucho a la digestión de los alimentos.
Nunca está permitido recrearse a expensas de otros; el respeto que debe tenerse al prójimo pide no alegrarse nunca de nada que pueda ofender a quien sea.
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Hay tres cosas principalmente de las que nunca se debe reír. Las cosas tocante a la religión, las palabras o acciones deshonestas, los defectos de los demás y algún accidente molesto que les haya ocurrido.
En cuanto a la religión sería libertinaje e impiedad tomarla a chacota y diversión. En toda ocasión un cristiano debe dar muestras de estima y veneración por todo lo que mira al culto de Dios. Por tanto hay que guardarse bien de tomar a risa las palabras de la Sagrada Escritura, como hacen algunos.
No se deben traer nunca a la boca más que por sentimiento cristiano, y para animarse a la práctica del bien y de la virtud.
La decencia quiere que se tenga tal horror por todo lo que se acerca, por poco que sea, a la impureza que, bien lejos de permitir reírse o divertirse con ello, no consiente siquiera que se reconozca como agradable nada de lo que la concierne.
Los que ríen de tales cosas muestran que viven más según el cuerpo que según es espíritu, y que tienen el corazón enteramente corrompido.
Respecto de los defectos del prójimo, o son naturales o son viciosos; si son naturales, es indigno de un hombre de sentido común y de conducta prudente reírse o divertirse con ellos, puesto que quien los sufre no tiene culpa de ellos, y no depende de él no tenerlos, y no hay nadie a quien no pueda sucederle lo mismo; si son defectos viciosos y se toman como ocasión de diversión, es totalmente contrario a la caridad y al espíritu cristiano, el cual inspira más bien tener compasión y ayudar a los demás a corregirse de ellos, que tomarlos como objetos de recreo.
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No es menos contrario a la cortesía reírse y divertirse por algún accidente penoso que le haya acontecido a alguien; pues sería dar muestras sensibles de que se alegra uno, cuando la caridad, así como la urbanidad debe llevarnos a participar en lo que pueda causar pena a los otros, como también en lo que les es agradable.
Es descortesía reír después de haber dicho una ocurrencia y mirar a ver si los demás ríen de lo que se ha dicho; pues se manifiesta así que uno cree haber dicho maravillas. Tampoco se debe reír cuando alguien dice alguna inconveniencia o despropósito; reír de todo lo que se ve u oye es asemejarse a los insensatos.
No hay que permitirse reír en todo momento y en toda ocasión; no hay que reír, por ejemplo, cuando se habla o cuando se tiene motivo de aflicción. La buena educación tampoco lo permite en ciertas ocasiones en las que se debe por lo menos mostrarse serio, como cuando muere algún pariente del cual es uno heredero, pues parecería que está uno contento de que haya muerto.
La educación no quiere, pues, que se ría si no hay algún motivo razonable para ello; y da también reglas tocante el modo de reír, y no permite que se ría nunca con estrépito, y mucho menos que se haga de modo tan disoluto y poco prudente que se pierda la respiración y se llegue a gesticular indecentemente. Sólo las personas de poco juicio y mal educadas pueden permitírselo. Pues es propio del insensato, dice el Eclesiastés, levantar la voz al reír, mas el hombre prudente apenas sonríe.