Faltas que pueden cometerse contra la cortesía hablando contra la caridad debida al prójimo

La urbanidad es tan estricta en lo relativo al prójimo que no permite causarle disgusto en nada; por esto no permite que se hable nunca mal de nadie

Reglas de cortesía y urbanidad cristiana

 

Ofender y molestar. Evitar ofender, molestar o causar disgusto al prójimo foto base OpenClipart-Vectors - Pixabay

Evitar ofender, molestar o causar disgusto al prójimo

Aquella urbanidad

La urbanidad es tan estricta en lo relativo al prójimo que no permite causarle disgusto en nada; por esto no permite que se hable nunca mal de nadie.

Santiago advierte a los primeros cristianos que es contrario a la ley de Dios, diciéndoles que el que murmura de su hermano murmura de la Ley. Es, pues, muy descortés encontrar siempre defectos en la conducta de los demás; y si no se quiere hablar bien de ellos, se debe callar. El Sabio manda que, cuando alguien murmura de otro, se tape los oídos con espinos: quiere incluso que se aleje uno tanto de la maledicencia, que no se escuche una mala lengua.

No quiere que se cuente a alguien lo que otro ha dicho de él, y advierte que se tenga cuidado de no poseer esta reputación, porque, dice, el sembrador de chismes será odiado de todos. Es necesario, pues, según el parecer del mismo Sabio, para conducirse con decoro, que cuando se haya oído una palabra contra el prójimo, quede ésta en uno mismo.

Cuando se oye murmurar de alguien, la urbanidad quiere que se excusen sus defectos, y se intente decir bien de él; que se tome en buen sentido y se estime alguna acción que se haya hecho; es este el medio de atraerse el afecto de los demás y de hacerse agradable a todos.

Está muy mal hablar desfavorablemente de una persona ausente delante de otra que tenga los mismos defectos, como decir es una pequeña cabeza, o es un cojo, delante de una persona que tiene la cabeza pequeña o de otro que cojea; esta clase de palabras ofenden tanto a los presentes como a los ausentes; pero sienta mucho peor reprochar a alguien un defecto natural, lo cual es propio de un espíritu mezquino y mal educado.

También está muy mal tomar como comparación a la persona con la que se habla para indicar un defecto o una desgracia ocurrida a otra, como decir, por ejemplo: este hombre está tan borracho como lo estaba usted el otro día; fulano de tal ha recibido un puñetazo o un bofetón tan fuerte como el que recibió usted hace algún tiempo; ese ha caído en la misma charca en la que cayó usted el otro día; tal otro es pelirrojo como usted. Hablar así es cometer una gran injusticia contra la persona con quien se habla. Tampoco hay que hablar de los defectos visibles, como los que están en la cara; y no debe informarse uno de su origen.

También es ofensivo atribuir inconsideradamente a la persona con quien se habla, alguna acción inoportuna, indiscreta o desagradable; en lugar de hablar de esta manera, [es mejor] que no se atribuya a nadie, como, por ejemplo, si se dijese: si dice usted algo desagradable, le responderán de mala manera.

Es gran descortesía, así como falta de caridad con el prójimo, recordar a alguien algún encuentro poco favorable, o decir cosas que puedan mortificar o causar confusión a la persona con quien se habla, como si se dijese crudamente a una persona: se metió usted hace algún tiempo en un buen lío; usted recibió hace unos días una gran ofensa; o si, hablando con una persona que quiere aparentar joven, se le dijese que hace mucho tiempo que se la conoce; o a una mujer, que tiene mala cara.

Una de las cosas que más ofenden a la cortesía y a la caridad son las injurias. También Nuestro Señor las condena expresamente en el Evangelio; no deben, pues, encontrarse nunca en la boca de un cristiano, ya que incluso sientan muy mal en una persona que tenga al menos un poco de educación. Tampoco se debe injuriar nunca a quienquiera que sea, y no está permitido hacer ni decir nada que pueda dar alguna ocasión a ello.

Otro defecto, que no es menos contrario al decoro que al respeto debido al prójimo, es la burla, que se comete mofándose de alguien por algún vicio o defecto que se tiene, o remedándole con gestos, pues no hay mucha diferencia entre burlarse así y proferir injurias, si no es que en la injuria se ataca a una persona de modo grosero y sin compostura.

Esta clase de burlas es totalmente indigna de una persona bien nacida: hiere el decoro y disgusta al prójimo. Por esto no está nunca permitido burlarse de las personas, vivas o muertas.

Si no está permitido burlarse de una persona por algún vicio o defecto que tenga, menos aún lo está hacerlo a causa de defectos naturales o involuntarios. Es cobardía y bajeza de espíritu el hacerlo; reírse, por ejemplo, de alguien por ser tuerto, cojo o jorobado; puesto que el que tiene este defecto natural no tiene la culpa de ello. Sienta muy mal reírse de alguien por una desgracia o infortunio que le haya caído encima: es herirlo profundamente atreverse a insultarlo así en su desgracia.

Cuando se ve uno objeto de mofa a causa de sus defectos, debe tomarlo siempre de buena parte, procurando no mostrar al exterior que se sufre por ello; pues es educado y también señal de piedad en un hombre, no tomar con disgusto nada de lo que se le dice, por desagradable, chocante e injusto que pueda ser.

Hay otra clase de bromas que está permitida y que, lejos de ser contraria a las reglas de la honestidad y de la cortesía, ameniza mucho la conversación y honra a la persona que la utiliza. Esta burla son unas palabras chistosas e inteligentes que expresan algo agradable, sin herir a nadie ni al decoro. Esta mofa es muy inocente, y puede ayudar mucho a amenizar la conversación. Se debe cuidar, con todo, que no sea demasiado frecuente y que se sepa llevar bien. Por esto, si se es de espíritu pesado por naturaleza, hay que abstenerse enteramente, si no, se daría ocasión de que se rían de uno, y esta broma tan sosa, baja y mal recibida, no conseguiría la finalidad que debe tener, que es la de divertir a los demás y de hacer recibir mejor lo que se debe decir para regocijarles.

Para bromear bien de esta forma, no se debe hacer el juguetón, ni reír de todo sin ningún motivo, ni decir pequeñas pullas rastreras, bajas y comunes; más bien es preciso que lo que se diga tenga algo brillante y noble, y que esté en relación con la condición de las personas que hablan y escuchan, y que se diga oportunamente.