Cortesía relativamente a la mesa. III.
Entre los siglos XVI y XVII se introdujo en Francia la costumbre de acumular muchos manjares en un mismo plato de modo que viniesen a formar una pirámide.
Los buenos modales en la mesa.
En la más remota antigüedad se descubren rastros de beber a la salud de los comensales, y se atribuye a diferentes orígenes. Algunos dicen que tuvo por objeto disfrazar la intemperancia, otros le suponen un motivo religioso, pues como los antiguos colocaban cerca de la mesa las imágenes de sus dioses tutelares y domésticos, les hacían libaciones y bebían saludándolos, de donde se originó con el tiempo beber a la salud y a la prosperidad de las personas más queridas.
Cuando los francos se convirtieron al cristianismo, creían ser un acto religioso en honor de los difuntos, sobre todo de aquellos que habían muerto en olor de santidad; mas esto uso fue considerado como una idolatría o una profanación, y un Concilio de Nantes lo anatematizó, y Carlomagno lo prohibió en sus Capitulares. Las personas de buen humor en Francia conocieron muy luego que estaba puesto en el orden dejar a los difuntos, y como también creían muy racional el uso de honrar el mérito bebiendo, de aquí fue que los vivos fueron objeto de las libaciones, particularmente los amigos y los amantes. Los modernos griegos cuando quieren honrar a una persona, beben tres o cuatro vasos en su nombre. Los mismos griegos durante la comida cantan, y esto uso de cantar se remonta en Francia al tiempo de la caballería y continuó hasta Luis XV. En los últimos tiempos no cantaban sino durante los postres, en los cuales uno entonaba una canción alegre, y los demás contestaban en coro.
Entre los siglos XVI y XVII se introdujo en Francia la costumbre de acumular muchos manjares en un mismo plato de modo que viniesen a formar una pirámide, y como la altura de ésta vino a ser la medida de la habilidad de su constructor y de las alabanzas que los comensales le tributaban, la cosa se fue complicando; colocáronse sobre la misma base manjares, platitos. confituras y porcelana, frutas y figuras, de suerte que resultaron campanarios tan elevados. que según la expresión de madama de Sevigné, tal vez hubo necesidad de hacer más altas las puertas.
En tiempos pasados, el que había sido obsequiado con alguna comida por algún amigo de una ciudad de la Gran Bretaña, estaba seguro de que al salir encontraría alineados en la antesala y en la escalera todos los criados que le habían servido en la mesa, desde el mayordomo hasta el último pinche, y era indispensable poner en la mano de cada uno de ellos un regalo proporcionado a su importancia. Este uso que imponía una contribución al comercio de la amistad, que era un obstáculo para la hospitalidad, que en la casa de un amigo hacia pagar una comida el cuádruplo de lo que hubiera costado en una fonda; este uso altamente descortés obligaba a muchas personas, a declarar que no eran bastante ricos para aceptar un convite de este o del otro magnate.
Esta contribución que en el siglo pasado aun estaba en uso en Holanda, se pagaba a la vista del dueño de la casa, el cual no reparaba o no quería reparar que era una cosa sumamente descortés mantener a sus criados con contribuciones forzosas arrancadas a los huéspedes y amigos. Los Escoceses fueron los primeros en abolir en 1760 esta costumbre, con no poco escándalo de los criados, quienes no dejaron de invocar las venerables costumbres de los mayores y de declamar contra la corrupción del siglo.
Paréceme muy cortés y fino el uso de los romanos, quienes al convidar a comer a un personaje distinguido le dejaban la elección de los comensales, y en nombre de aquel les rogaban que asistieran a la mesa. Este uso aumentaba los clientes de la persona invitada, las esperanzas de los elegidos y el crédito del dueño de la casa.
En un lugar y en una función en que el placer debe ser soberano, parece un uso de descortesía reunir personas que no se miran con buenos ojos, y quizás tener en continuo estado de náuseas a un hombre delicado poniéndole cerca de una persona sucia, desairada y ordinaria.
Además, como los momentos de alegría lo son frecuentemente de imprudencia, y muchas veces entre las copas se escapan los secretos, por esto, cuando reunís en la misma mesa personas de carácter y de intención diferentes, las obligáis a observar una excesiva vigilancia sobre sí mismas y a disminuir el placer, porque todos saben que entre los comensales los hay que tienen memoria. Por esto Plutarco elogia al poeta Chilon, quien no quiso comprometerse y concurrir al banquete de Periandro sin saber quienes eran los comensales, diciendo que mezclarse indistintamente con toda clase de personas era obrar cual un hombre sin juicio. La descortesía sube de punto cuando se reune a personas virtuosas con otras disolutas, porque la virtud se resiente y contrista al contacto del vicio.