G. LA PRUDENCIA: El código de buenas maneras de la Corte absolutista. XI.

El código de buenas maneras de la Corte absolutista. La prudencia.

La civilización del comportamiento. Urbanidad y buenas maneras en España desde la Baja Edad Media hasta

 

Aquí se hace visible de un modo evidente la tensión entre la interioridad y la exterioridad. Actuar adecuadamente no significa, como antaño sucedía con la cortesía bajomedieval y la moderna, actuar moralmente. La distinción entre interior y exterior se torna básica, problemática y tensa. De este modo, las buenas maneras son más que nunca apariencia de virtud, cosa que no ocurría con los códigos anteriores. Esquemáticamente podría presentarse de la siguiente manera todo lo que hasta ahora he expuesto en torno a la sociabilidad cortesana y sus implicaciones:

Esquema. Esquema pequeño. protocolo.org

A diferencia de los dos códigos anteriores, el código de la prudencia procede a la paulatina disolución de la expresividad moral de las buenas maneras. El código precedente, el de la cortesía moderna, propugnaba la necesaria traducción de un correcto ordenamiento interior en unas buenas maneras adecuadas capaces de reflejarlo. Sin embargo, esta concepción de las buenas maneras -también defendida durante el periodo bajomedieval- se revela incapaz de afrontar las peculiares condiciones que impone el ámbito cortesano sobre el comportamiento y la emocionalidad de la persona; se trata de una concepción que resulta obsoleta e insuficiente frente a las exigencias de la vida en la Corte.

La obsolescencia del antiguo código de la cortesía moderna es señalada por Gracián en su obra El Criticón (publicado sucesivamente en tres partes en 1651, 1653 y 1657). En su "Crisi Undézima" dos personajes, Critilo y Andrenio, buscan un libro que les sirva como guía de actuación en el laberinto de la Corte. Cae en sus manos uno titulado "El Galateo Cortesano", título que Gracián construye a partir de dos obras fundamentales dentro del código de la cortesía moderna: "El Cortesano" de Castiglione y "Galateo español" de Gracián Dantisco (Nota: Véase el capítulo anterior sobre la cortesía moderna, construido en parte tomando como objeto de análisis ambas obras). Empero, un cortesano, viendo que Critilo y Andrenio pretenden tomarlo como patrón de referencia para guiarse en la Corte, cuestiona su validez y recalca la inutilidad y obsolescencia de sus recomendaciones:

"En aquel tiempo cuando los hombres lo eran, digo buenos hombres, fueran admirables estas reglas; pero ahora; en los tiempos que alcancamos, no valen cosa" (Gracián, 1990:237).

La cortesía moderna está anticuada y su apuesta por la vinculación moral entre las buenas maneras y la interioridad de la persona se antoja cuando menos ingenua en el universo cortesano. En la Corte, los hombres ya no ajustan coherentemente lo que hacen o dicen a lo que sienten o piensan. Reglas de cortesía moderna como el no mirar directamente a los ojos en la conversación son ridiculizadas ironizándose sobre ellas. Cuando se produce esa disociación entre las maneras y la interioridad, cuando la observación física y psíquica del prójimo es casi un imperativo, el no mirar a los ojos se torna una imprudencia. Ahora más que nunca es cuando debe mirarse:

"¡Mirad qué buena regla ésta para estos tiempos, cuando no están ya las lenguas asidas al coracón" (Gracián, 1990:237).

Cuando como dice el personaje de Gracián las lenguas ya no están asidas al corazón, cuando lo que se dice o hace no es traducción exacta de lo que se piensa y siente, entonces la mirada se convierte en elemento imprescindible, tanto para examinar los caracteres físicos como los psíquicos (Nota: Al respecto, el cortesano que critica ante Critilo y Andrenio el ficticio "Galateo cortesano" propone no sólo mirar el rostro sino ir más allá y explorar el interior de la persona: "Léale el alma en el semblante, note si muda de colores, si arquea las cejas: bruxeléele el coragón". Gracián (1990:238)). Con el código de la cortesía moderna se es incapaz de penetrar en la complejidad conductual y emocional del cort esano. La cortesía "no da más de una capa de personas, una corteza de hombres" (Gracián, 1990:243).

Ante la incongruencia entre exterioridad e interioridad del cortesano, ante la pérdida de sentido moral de las buenas maneras y la concepción utilitaria de las mismas, el hombre prudente deberá discernir con precaución lo que hay de real y de apariencia en el comportamiento del prójimo. Alcanzar esa capacidad de discernimiento es capital dentro del código de la prudencia toda vez las maneras en el universo cortesano se desligan de su contenido moral y adquieren un creciente sentido utilitario al servicio del auto-interés individual (Nota: Señala Elias (1982:143) que es en la sociedad cortesana donde el interés propio alcanza el rango de primer motor del comportamiento de los hombres en contra de lo que habitualmente se cree cuando se afirma que tal concepción nace durante el desarrollo de la posterior sociedad profesional-burguesa: "No ha sido en el espacio de la competencia profesional-burguesa-capitalista, sino ya en el cortesano, donde nació la concepción según la cual el egoísmo es el móvil del comportamiento humano, del que proceden las primeras presentaciones sinceras de los afectos humanos, en la edad moderna"). En el ámbito cortesano, al prescindirse paulatinamente del sentido moral de las buenas maneras, comienza a extenderse una tendencia a valorar éstas por sí mismas, capaces de presentar a la persona de un modo brillante, refinado y elegante dejando a un lado el vínculo que ligaba las buenas maneras con una correcta disposición interior en cada persona. Las buenas maneras comienzan a quedar del lado de las apariencias, de la construcción de una fachada elegante y distinguida para el individuo. Dentro de la sociedad cortesana el equilibrio entre maneras y moralidad es precario e inestable y así las buenas maneras, en un entorno de competición por oportunidades de prestigio, comenzarán a asociarse con la confección de una apariencia personal depurada y brillante que al servicio del auto-interés, valga como argumento de competición en la pugna por el prestigio.

Gracián advierte nítidamente sobre la creciente importancia de la apariencia y pese a creer que ésta debe estar soportada por una correcta disposición interior, acata el signo de los nuevos tiempos enfatizando la necesidad de saber discriminar entre apariencia y realidad:

"Hazer y hazer parecer. Las cosas no passan por lo que son, sino por lo que parecen. Valer y saberlo mostrar es valer dos vezes. Lo que no se ve es como si no fuesse. No tiene su veneración la razón misma donde no tiene cara de tal. Son muchos más los engañados que los advertidos: prevaleze el engaño y júzgánse las cosas por fuera. Ai cosas que son mui otras de lo que parecen. La buena exterioridad es la mejor recomendación de la perfección interior" (Gracián, 1997:173; aforismo n° 130).

Si bien Gracián conmina a que la apariencia sea respaldada por una interioridad adecuada, deja constancia de la trascendencia de dicha apariencia y del hecho de que comience a ser valorada por sí misma desprovista de sentido moral alguno (Nota: Veáse en este mismo sentido aforismos n° 48 y 99 en Gracián (1997)).