Discurso de Su Santidad, Juan Pablo II, Miembros del Cuerpo Diplomático Acreditados ante la Santa Sede, 10 de Enero de 2.002.
Discurso de Su Santidad, Juan Pablo II, Miembros del Cuerpo Diplomático Acreditados ante la Santa Sede, 10 de Enero de 2.002.
Excelencias,
Señoras y Señores:
1. Agradezco vivamente los votos que vuestro Decano, el Embajador Giovanni Galassi, me ha presentado en nombre de todos Ustedes, sobre todo porque se ofrecen también en nombre de los gobiernos y de los pueblos que representan.
Correspondo a ello dirigiendo a Ustedes, así como a sus familias y a sus seres queridos, los deseos que brotan de lo más profundo de mi corazón para que Dios les bendiga y conceda a todos los pueblos un año de serenidad, de felicidad y de paz.
Señor Embajador, sus delicadas expresiones han ido acompañadas de un profundo análisis de la actualidad internacional del año pasado. El horizonte se presenta ciertamente oscuro y muchos de quienes han conocido el gran movimiento hacia la libertad y el cambio de los años noventa se sorprenden hoy al verse afectados por el miedo de un futuro cada vez más incierto.
Sin embargo, para quienes han puesto su fe y su esperanza en Jesús, nacido en Belén para hacerse uno de nosotros, el mensaje angélico ha resonado en la noche de Navidad: "No temáis, os traigo la buena noticia, la gran alegría para todo el pueblo: hoy os ha nacido un Salvador" (Lc 2,10-11). ¡El futuro está plenamente abierto, Dios asume nuestros destinos!
2. La luz de la Navidad da sentido a todos los esfuerzos humanos realizados para que nuestra tierra sea más fraterna y más solidaria, para que se pueda vivir bien en ella y que la indiferencia, la injusticia y el odio no tengan jamás la última palabra. Y aquí podría citar una larga lista de acciones orientadas hacia el bien por parte de gobernantes, negociadores o voluntarios que, en estos últimos tiempos, han sabido poner su experiencia y su entrega al servicio de la causa del hombre.
Entre los motivos de complacencia se han de mencionar sin duda la progresiva unificación de Europa, simbolizada recientemente por la adopción de una moneda única por parte de doce Países. Se trata de una etapa decisiva en la larga historia de este Continente. Pero todo es tan importante que la ampliación de la Unión Europea sigue siendo una prioridad. Sé también que se piensa en la oportunidad de una Constitución de la Unión. A este respecto, es fundamental que se aclaren cada vez mejor los objetivos de esta construcción europea y los valores sobre los que ha de apoyarse. Es por esto que, no sin cierta pena, he visto que, entre los miembros que deberían contribuir a la reflexión sobre la "Convención" instituida durante la cumbre de Laeken el mes pasado, las comunidades de creyentes no han sido mencionadas explícitamente. La marginación de las religiones que han contribuido y todavía contribuyen a la cultura y al humanismo de lo que Europa está legítimamente orgullosa, me parece que son al mismo tiempo una injusticia y un error de perspectiva. ¡Reconocer una hecho histórico innegable no significa en absoluto ignorar toda la exigencia moderna de una justa laicidad de los Estados y, por tanto, de Europa!
Me es grato recordar también la noticia tan esperada del inicio de un diálogo directo entre los responsables de las dos comunidades de la isla de Chipre. Un Parlamento legítimo en Kosovo es igualmente un buen augurio para un futuro más democrático de la región. Desde el pasado mes de noviembre, las delegaciones de la República Popular de China y de la República de China tienen un puesto en el seno de la Organización Mundial del Comercio. ¡Que este proceso positivo contribuya a hacer fecundos todos los esfuerzos realizados por la vía ardua del acercamiento! Se han de alentar las conversaciones actuales entre las partes en conflicto que deterioran desde hace tantos años el Sri Lanka. Se dan, en definitiva, unos avances significativos en el proceso de pacificación entre los hombres y los pueblos.
3. Pero la luz que emana de la gruta de Belén ilumina también, y de modo implacable, las ambigüedades y los fracasos de nuestras iniciativas. En este principio de año, constatamos que la humanidad se encuentra en una situación de violencia, de desesperación y de pecado.
En la noche de Navidad, hemos acudido espiritualmente a Belén y nos hemos entristecido al constatar que la Tierra Santa, dónde el Redentor vio la luz, es siempre, por culpa de los hombres, una tierra de fuego y de sangre. Nadie puede permanecer insensible ante la injusticia de la que es víctima el pueblo palestino desde hace más de cincuenta años. Nadie puede negar el derecho del pueblo israelí a vivir en la seguridad. Pero nadie puede olvidar tampoco a las víctimas inocentes que, de una parte y de otra, caen todos los días bajo los golpes y los tiros. Las armas y los atentados sangrientos nunca serán instrumentos adecuados para hacer llegar mensajes políticos a unos interlocutores. La lógica de la ley del talión tampoco es adecuada para preparar los procesos de paz.
Como ya he dicho muchas veces, sólo el respeto del otro y de sus legítimas aspiraciones, la aplicación del derecho internacional, la evacuación de los territorios ocupados y un estatuto especial garantizado internacionalmente para los lugares más sagrados de Jerusalén, son capaces de ofrecer un principio de pacificación en esta parte del mundo y de romper el ciclo infernal del odio y de la venganza. Y yo deseo que la comunidad internacional, con medios pacíficos y apropiados, sea capaz de desempeñar su papel insustituible, siendo aceptada por todas las partes en conflicto. Unos contra otros, los Israelíes y los Palestinos no ganarán la guerra. Los unos con los otros, pueden ganar la paz.
La lucha legítima contra el terrorismo, cuya expresión más horrible son los odiosos atentados del 11 de septiembre último, todavía ha dado la palabra a las armas. Ante la bárbara agresión y las masacres se planteó no sólo la cuestión de la legítima defensa, sino también la de los medios más adecuados para erradicar el terrorismo, la búsqueda de los responsables de tales acciones, las medidas a tomar para emprender un proceso de "saneamiento" para vencer el miedo y evitar que un mal se añada a otro mal, la violencia a la violencia. Así es conveniente animar al nuevo gobierno instituido en Kabul en sus esfuerzos de cara a una efectiva pacificación de todo Afganistán. Debo, finalmente, mencionar las tensiones que enfrentan todavía a la India y al Pakistán, para invitar insistentemente a los responsables políticos de estas grandes naciones a dar prioridad absoluta al diálogo y a la negociación.
Hemos de comprender también la cuestión que se nos plantea desde lo más profundo de este abismo: el papel y la práctica de la religión en la vida de los hombres y de la sociedad. Deseo reiterar aquí, ante toda la comunidad internacional, que matar en nombre de Dios es una blasfemia y una perversión de la religión, y repito esta mañana lo que expuse en mi mensaje del 1 de enero "Es una profanación de la religión proclamarse terroristas en nombre de Dios, hacer en su nombre violencia al hombre. La violencia terrorista es contraria a la fe en Dios Creador del hombre; en Dios que lo cuida y lo ama" (n. 7).
4. Ante estas manifestaciones de violencia irracional e injustificable, el gran peligro es que otras situaciones pasen inadvertidas y contribuyan a dejar a pueblos enteros abandonados a su triste suerte.
Pienso en África, en las diversas pandemias y en las luchas armadas que diezman sus poblaciones. Recientemente, durante un debate en la Asamblea General de la Organización de las Naciones Unidas, se hacía notar que había actualmente diecisiete conflictos en el continente africano. En una situación así, el nacimiento de una "Unión Africana" es de por sí una buena noticia. Esta Organización debería ayudar a elaborar principios comunes que unan a todos los Estados miembros, con el fin de superar mayores desafíos, como la prevención de los conflictos, la educación y la lucha contra la pobreza.
Y, ¿cómo no referirnos a Latinoamérica, a la cual nos sentimos siempre tan cercanos? En algunos países de este gran continente, la persistencia de desigualdades sociales, el tráfico de drogas, fenómenos de corrupción y violencia armada pueden poner en peligro las bases de la democracia y desacreditar a la clase política. Recientemente, la difícil situación en Argentina ha desembocado en desórdenes públicos que, tristemente, se han cobrado vidas humanas. Eso nos recuerda, una vez más, que la búsqueda del auténtico bien de las personas y de los pueblos debe inspirar siempre la acción política y económica de las instancias nacionales e internacionales. Quiero invitar insistentemente, especialmente a los habitantes de Latinoamérica y sobre todo a los argentinos, a mantener viva la esperanza en medio de las dificultades actuales, siendo conscientes de que, al contar con tantos recursos humanos y naturales, la situación presente no es irreversible y que se puede superar con la colaboración de todos. Por eso, es necesario dejar de lado los intereses privados o partidistas y promover por todos los medios legítimos el interés de la Nación, con la recuperación de los valores morales, el diálogo franco y abierto, y la renuncia de lo superfluo en favor de aquéllos que sufren todo tipo de necesidad. Con este espíritu, es preciso tener en cuenta que la acción política es ante todo un noble, austero y generoso servicio a la comunidad.
5. Esta situación contrastante de nuestro mundo comprometido con el tercer milenio tiene una ventaja, si puede decirse así: nos pone frente a nuestras responsabilidades. Todos se ven obligados a plantearse las verdaderas cuestiones: la verdad sobre Dios y la verdad sobre el hombre.
Dios no está al servicio de un hombre o de un pueblo, y ningún proyecto humano puede pretender apropiarse de Él. Los hijos de Abraham saben que Dios no puede ser patrimonio de nadie. A Dios, lo recibimos todos nosotros. Ante el pesebre, los cristianos perciben mejor que Jesús mismo no se ha impuesto a nadie y que se ha negado a emplear los instrumentos del poder para promover su reino.
La verdad sobre el hombre, que es una criatura. El hombre sólo es verdadero cuando se pone ante Dios en actitud de pobreza. Sólo es consciente de su dignidad cuando reconoce en él y en los demás la impronta de Dios, que lo creó a su imagen. Esta es la razón por la que he querido que el tema del perdón fuera el centro del tradicional Mensaje por la celebración de la Jornada Mundial de la Paz, del 1 de enero de 2002, convencido de que "El servicio que las religiones pueden ofrecer en favor de la paz y contra el terrorismo consiste precisamente en la pedagogía del perdón, porque el hombre que perdona o pide perdón comprende que hay una Verdad más grande que él y que, acogiéndola, puede transcenderse a sí mismo" (n. 13).
Los cristianos ofrecen a todos esta verdad sobre Dios y sobre el hombre, especialmente a sus hermanos y hermanas, fieles del Islam auténtico, religión de paz y de amor al prójimo.
6. Confío a Ustedes, Señoras y Señores, estas reflexiones que nacen de mi oración y de las confidencias de los que me visitan. Les ruego que las hagan llegar a sus gobiernos. No nos dejemos abatir por las dificultades del momento presente. Al contrario, abramos nuestro corazón y nuestra inteligencia a los grandes desafíos que nos esperan:
- la defensa del carácter sagrado de la vida humana en toda circunstancia, en particular ante las manipulaciones genéticas;
- la promoción de la familia, célula fundamental de la sociedad;
- la eliminación de la pobreza, mediante esfuerzos constantes en favor del desarrollo, de la reducción de la deuda y de la apertura del comercio internacional;
- el respeto de los derechos humanos en todas las situaciones, con especial atención a las categorías de personas más vulnerables, como los niños, las mujeres y los prófugos;
- el desarme, la reducción de las ventas de armas a los países pobres y la consolidación de la paz una vez terminados los conflictos;
- la lucha contra las grandes enfermedades y el acceso de los menos pudientes a las curas y los medicamentos básicos;
- la salvaguardia del entorno natural y la prevención de las catástrofes naturales;
- la aplicación rigurosa del derecho y de las convenciones internacionales.
Ciertamente, se podrían añadir muchas otras exigencias. Pero si estas prioridades estuvieran en el centro de las preocupaciones de los responsables políticos; si los hombres de buena voluntad las tradujeran en compromisos cotidianos; si los hombres creyentes las incluyeran en su enseñanza, el mundo sería radicalmente diferente.
7. Éstas son las consideraciones que deseaba presentarles. Las tinieblas sólo pueden ser disipadas por la luz. El odio puede ser vencido únicamente por el amor. Mi deseo más ardiente, que confío a Dios en la oración y que, creo, embargará a todos los participantes en el próximo encuentro de Asís, es que todos llevemos en nuestras manos desarmadas la luz de un amor que nunca se desanima. ¡Quiera Dios que así sea, para el bien de todos!