La reputación. La consideración
Inspirar estima y consideración, tal es el gran objeto de la urbanidad; porque sin este tesoro las relaciones sociales serian una abyección y un suplicio
La reputación y los deberes de la urbanidad
Aquella urbanidad
El concepto que tenemos sobre otras personas por sus buenas cualidades y su buen comportamiento, es lo que genera la buena reputación. La opinión positiva sobre otras personas. En lado contrario está la llamada mala reputación.
Entre los deberes que la buena crianza nos impone para con nosotros mismos, agradar a los demás no es más que un accesorio; el objeto principal es manifestar por la decencia y conveniencia del traje, que el buen orden, el sentimiento del bien y la honradez dirigen nuestros pensamientos y acciones. Partiendo de este punto de vista se comprende que el cuidado de la reputación es la consecuencia necesaria de los deberes de la urbanidad para consigo propio.
Inspirar estima y consideración, tal es el gran objeto de la urbanidad; porque sin este tesoro las relaciones sociales serian una abyección y un suplicio. El aprecio de las demás se consigue por el cumplimiento de las obligaciones de familia y de estado; por la probidad y las buenas costumbres; por la fortuna y posición social.
¿Qué es la consideración? Formas de adquirirla
Similar al término de la reputación, la consideración es la opinión y estima que tenemos sobre alguien o algo. La consideración tiene una relación muy directa con el respeto.
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La consideración no se adquiere por simples palabras; un bien tan precioso exige un precio real; quiere también el auxilio de la discreccion. Asi en cuanto a la primera parte es necesario, desde luego, cumplir exactamente sus deberes para con los demás; mas también es preciso evitar el dejar penetrar o llegar hasta el público esas ligeras querellas y pequeñas disensiones de carácter o de opinión que surgen muchas veces en el seno de las familias mejor armonizadas. Estas nubes de algunos instantes, disipadas bien pronto por el afecto y la confianza, serían perjudiciales a la memoria de un extraño como prueba de las discordias de vuestra vida íntima y por consiguiente de vuestros defectos.
Poderoso medio de consideración, la probidad por su naturaleza elevada y religiosa no se presta a las investigaciones de la urbanidad.
Creemos por tanto excusado el tratar aquí de los eternos principios de la justicia.
No están en el mismo caso las consideraciones que se refieren a la pureza de costumbres. La prueba de la probidad consiste en la misma probidad; pero gracias a los matices tan delicados de la reputación, bajo el aspecto de la castidad, existen independientemente de la buena conducta una multitud de cuidados y precauciones que si bien minuciosas y molestas muchas veces, no deben jamás despreciarse. Las mujeres a quienes se dirigen especialmente los consejos contenidos en este párrafo saben muy bien cuanto hiere y lastima su buen nombre la sombra solo de una sospecha. Esta sombra es preciso evitarla a toda costa y someterse para esto a todas las prácticas de la urbanidad.
Las mujeres y la buena reputación
Hasta la edad de treinta años, una señorita no debe jamás salir sin ser acompañada. Cuando se trate de ir a los comercios, a casa de sus amigos íntimos o a la iglesia basta la compañía de una doncella; mas para visitas de ceremonia, paseos, conciertos o bailes, no debe presentarse sin su mamá o una señora que la sustituya.
Una reputación intacta, edad respetable y otras varias cualidades morales, son las condiciones que deben reunir estas personas que suplen a las mamás.
Las casadas gozan del privilegio de hacer solas sus correrías y visitas de amigas allegadas, más no deben presentarse en público sin su esposo o una señora de edad. No obstante, tienen la facultad de pasear con sus jóvenes amigas solteras, en tanto que éstas no está admitido que se paseen las unas con las otras separadamente.
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Excepto en ciertos pueblos de provincia, donde existe un rigorismo exagerado, las casadas reciben las visitas de los hombres; los admiten a su compañía en los paseos públicos, sin que esto lastime en lo mas mínimo su consideración, siempre que estos hombres sean de buenas costumbres, y ellas eviten toda apariencia de coquetería. Las viudas gozan, por lo general, de la misma libertad que las casadas.
Una señora no debe presentarse sola en una biblioteca o museo a menos que vaya allí a trabajar como artista y, aun entonces, valdría más que fuese acompañada sobre todo si es joven y de un exterior agradable.
Cualquiera que sea la edad o la posición de una mujer le conviene un paso modesto y mesurado; demasiada precipitación perjudica a la gracia decente que debe caracterizar a la mujer. No han de volver la cabeza a un lado ni a otro, sobre todo en las grandes poblaciones donde esta mala costumbre parece un llamamiento hecho a los impertinentes. Cuando alguno la dirija palabras lisonjeras o aun insignificantes debe guardarse de responderles una sola palabra. Si persistiesen deberá decirles con expresión breve y firme, pero política, que tengan la bondad de no molestarla. Si un hombre la sigue en silencio aparentará no apercibirse de ello y acelerará un poco su paso.
Gestos de cortesía para tener con las mujeres
Desde la hora de anochecer una señora no debe atravesar sola las calles, así si va a alguna visita o tertulia debe disponer que un criado vaya a buscarla o en su defecto rogar al caballero de la casa tenga la bondad de acompañarla. Mas aunque esta medida sea una conveniencia y, por consiguiente, de no obligación, una señora bien educada debe pasar sobre ella si las circunstancias se opusiesen a que pueda encontrar un acompañante sin causar molestia.
Cuando el dueño de la casa se ofrezca acompañaros, es preciso evitaros cortesmente de procurarle esta incomodidad; mas, no obstante, concluid por aceptar. Al llegar a vuestra casa debéis darle las gracias. A fin de evitar estos dos inconvenientes será conveniente que rogaseis a vuestro marido, o a uno de vuestros parientes vayan a buscaros. Con esto evitareis otro tercero; en los pueblos pequeños donde la malicia está excitada por la ignorancia y el ocio, se acriminan frecuentemente las acciones más inocentes; no es extraño ver necios y ruines comadres notar que la señora A, o B, no va a casa de su amiga sino para volver con tal o cual caballero. Estas murmuraciones una vez sembradas germinan prontamente. Mas si llega a vuestros oídos recientemente y se presenta la ocasión de confirmar esas habladurías, resignaos por esta vez; guardaos bien de rehusar el brazo de vuestra compañía habitual haciéndole conocer este incidente, pues no hay en el mundo papel mas ridículo que el de una mujer que defiende asi su virtud atacada. Esto sería gazmoñería, necedad, o disimulo.
Existen otras circunstancias en las que la situación de una señora se presenta difícil y penosa. Un amigo vuestro y amigo de vuestro marido os hace frecuentes y atentas visitas que, aunque no son más que actos de buena sociedad, amenazan ir más lejos. Es preciso entonces ser reservada y espiar el momento en que se obre el cambio procurando no parecer preverlo; pues sucede ordinariamente que hombres cuyas intenciones no son equívocas, viéndose descubiertos, afectan cambiar de tono y disfrutan un maligno placer al entregar aparentemente a la pobre mujer que se halla en este caso al ridículo embarazo de la gazmoñería orgullosa y engañada.
Cuando un hombre os dirige cumplimientos exagerados, os aprieta la mano o se acerca demasiado, retirad vuestra mano, apartaos con frialdad y dignidad, más sin ninguna señal de cólera. Nada denota tanto una mala educación. Si la vanidad no os hace encontrar una secreta satisfacción en estos homenajes impertinentes, si ella no hace nacer la sonrisa en vuestros labios cuando vuestra mirada debe ser glacial, seréis bien pronto libre de estas importunas persecuciones.
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Después de haber ensayado el trazar el punto difícil en que la cortesía se convierte en gazmoñería, vamos a indicar los casos lastimosos en que se encuentra en oposición con la venebolencia, la piedad y aún la justicia. Vamos a demostrarlo.
Las malas 'lenguas'. La murmuración
Víctimas de calumniosas interpretaciones o de acciones imprudentes, algunas desgraciadas mujeres son señaladas por el desprecio público: en todo tiempo y lugar se les prodigan estas tristes señales; en el paseo no se contesta a sus afectuosos saludos; en el teatro no se corresponde a sus demostraciones obsequiosas. Vosotras que sabéis que una sola palabra basta muchas veces para empañar y aun para perder para siempre una reputación sin tacha, lamentáis la suerte de estas desgraciadas privadas de la consideración social; deseáis que la recuperen y formais el generoso proyecto de rehabilitarlas ante la opinión publica y rodearlas de vuestra consideración personal ... No cedáis jamás a esta interesante pero imprudente generosidad.
Algunas personas creen que proclamando y censurando severamente los defectos de los demás prueban que ellos están exentos de debilidades
A menos que la influencia de la edad o el respetable poder de una alta posición, os coloquen en una atmósfera superior al contagio moral, estad bien seguras que en vez de salvar la reputación de estas pobres mujeres perderíais también la vuestra. Abandonadlas pues, no las veáis, sed sordas a sus insinuaciones reiteradas pero sin orgullo ni desdén. Después de haber satisfecho las rigurosas exigencias de la urbanidad, pensad que ella tiene también exigencias opuestas. No rehuséis nunca un saludo, una palabra agradable a estas pobres mujeres; dadles testimonio de vuestra benevolencia particular y compadecidas de su suerte tomad la firme resolución de huir de la maledicencia como un crimen.
La murmuración (y muy frecuentemente, bajo este nombre la calumnia) es para algunas personas un medio de conservar intacta su reputación. Creen que proclamando y censurando severamente los defectos de los demás prueban que ellos están exentos de debilidades. Por otra parte, buscan en la maledicencia una fuente de fortuna, y están al acecho de aventuras escandalosas siempre que sean picantes. La deshonra de una mujer apreciable, la desesperación de toda una familia les parece un buen suceso y una excelente ocasión de hacer brillar su ingenio. Dios sabe si se creen culpables de las pérfidas reticencias y comentarios insidiosos con que adornan su conversación. Todo esto podrá ser tolerado y aun embellecido por el uso y prácticas del mundo, mas no es por eso menos detestado por la moral y la buena crianza. Lejos pues de uniros a estos malignos narradores, tornad la defensa de la acusada o si el escándalo es demasiado notorio guardad un silencio de desaprobación.
El cuidado de la reputación de las mujeres exige también que guarden una modesta conversación; que se abstengan de tener maneras incitantes y palabras libres; que jamás acojan a los aduladores. En cuanto al presente terminamos rogando a nuestras lectoras no desprecien el espíritu de nuestros consejos evitando toda necedad que las haga aparecer como impertinentes gazmoñas.