Actos inconvenientes o degradantes para nosotros mismos. II.

El gesticular mucho con las manos cuando se habla con algunos es uso de aquellos que hablan mucho y dicen poco.

El nuevo Galateo. Tratado completo de cortesanía en todas las circunstancias de la vida.

 

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Actos inconvenientes o degradantes.

La risa inmoderada, ruidosa, frecuente y que pone el rostro convulsivo desfigura las líneas de la belleza, y es además una señal característica de locura.

Algunos hombres cuando bostezan rebuznan como asnos, y queriendo hablar al mismo tiempo dan aullidos.

El gesticular mucho con las manos cuando se habla con algunos es uso de aquellos que hablan mucho y dicen poco, y cuya elocuencia consiste en los movimientos y contorsiones del cuerpo. Además, no parece sino que aquel gesticular continuo no tiene por objeto sino espantar las moscas. Los gestos excesivos son más ridículos en la mujer que en el varón, porque de ellas esperamos más modestia y menos pretensiones. El hombre vergonzoso, cuando no tiene alguna cosa en las manos le sirven de estorbo, de donde resulta que las menea de continuo, ya metiéndolas en las faltriqueras, ya en el seno, ya debajo del traje, etc. Las manos caídas o cruzadas hacia los riñones y que no indican ninguna aparente actividad, denotan el colmo de la flema, de la indiferencia y de la pereza.

Cuando el hombre está sentado, la postura más ociosa y más distante de toda actividad es la de tender el cuerpo hacia atrás, cruzar los brazos sobre el pecho, echar una pierna sobre otra, o bien doblar las piernas hacia atrás. Todas las actitudes del hombre que indican languidez, inercia y pereza nos exponen al ajeno desprecio y muchas veces ofenden el amor propio de quien está presente. Pertenecen a esta clase apoyarse de brazos en una mesa, tender las piernas una a levante y otra a poniente, echar una de ellas sobre la otra rodilla, cogerse el pie, o bien desperezarse diciendo ¡ay, ay! como el mozo de cuadra que se despierta y levanta de la paja.

El paso muy acelerado es propio de criados, y el demasiado lento es indicio de pereza; entre ambos extremos es menos malo, el primero. El paso lento y afectado indica ligereza y vanidad, principalmente si el que se pasea de este modo se inclina un poco y dirige la vista al calzado. La mujer vana camina a paso lento a fin de que cuantos la ven tengan presente durante mucho rato la idea de su persona, porque está persuadida de que no puede menos de agradar por cualquier lado que se la mire. De la irregularidad del paso no se pueden deducir la calidad de los afectos buenos o malos, pero si su irregularidad y su fuerza. El hombre absorto en sus pensamientos camina descuidadamente, tropieza en cuantos encuentra y arroja acá el bastón, allá el sombrero o el pañuelo, y a lo mejor necesita un cuarto de hora para emprender de nuevo la marcha.

Menearse mucho cuando se anda es muy feo, como no lo es menos llevar las manos caídas, mover los brazos cual si se remara, o echarlos a uno y otro lado como si el hombre fuere derramando alguna cosa. Hay algunos que andan levantando el pie como caballo que tiene esparaván, o cual si quisieran arrojar las piernas a mucha distancia. Otros hieren con tanta fuerza el suelo, que parecen mulos. En suma, deben evitarse los movimientos que siendo extraordinarios nos exponen a parecer ridículos porque manifiestan o pretensiones excesivas, o grande inteligencia.

Las acciones o dichos que demuestran en nosotros pequeñez de ideas, fragilidad de memoria o debilidad de raciocinio, inducen a los demás a confundir la idea de nuestra persona con la de un estúpido o un demente.

La pequeñez de las ideas se conoce en la importancia que se da a las cosas que no la tienen, en la frecuente e importuna manifestación de maravilla, en la curiosidad de los negocios ajenos y en la repetición de las mismas frivolidades. ¿Qué concepto puede formarse de un hombre que toma por serio argumento de su discurso el vuelo de las moscas, la presencia de un ratón, el grito de un ave, los sueños que tuvo durante la noche, o el número de veces que se ha despertado? Examinad a ese hombre en su casa y lo hallaréis rodeado de cosas de poca sustancia, os enseñará con mucho interés las cajas de rapé o las petacas, las sortijas, los relojes y otras fruslerías. El cardenal de Retz juzgó muy acertadamente que el cardenal Eshigi debía ser hombre de poca valía cuando éste le dijo que hacía tres años que escribía con la misma pluma, y que ésta era todavía excelente.