Urbanidad de las manos, dedos y uñas.
La cortesía exige tener y mantener siempre las manos limpias, y es vergonzoso mostrarse con las manos negras y mugrientas.
Urbanidad de las manos, dedos y uñas.
La cortesía exige tener y mantener siempre las manos limpias, y es vergonzoso mostrarse con las manos negras y mugrientas; eso sólo puede ser admisible en los operarios o en los campesinos. Para mantener las manos limpias y adecentadas hay que limpiarlas cada mañana, lavarlas puntualmente antes de las comidas y cada vez que durante el día se ensucien al hacer alguna obra.
No es decoroso después de haberse manchado o lavado las manos, secarlas con los vestidos propios o con los de los demás, o en la pared, o en cualquier otro sitio en que pudiera manchar a alguien.
El frotarse las manos en presencia de personas a las que se debe respeto, sea a causa del frío, sea por algún sentimiento de alegría o por cualquier otro motivo, es tomarse excesiva libertad; ni siquiera se debe hacer cuando se está con los amigos más íntimos.
No está bien visto que las personas del mundo oculten sus manos bajo el vestido o las tengan cruzadas cuando hablan a alguien; esas actitudes huelen más a religioso que a seglar.
Tampoco es educado, en quienquiera que sea, meter las dos manos en los bolsillos, o ponerlas o mantenerlas detrás de la espalda; es grosería propia de un mozo de cuerda.
No es educado dar golpes con las manos bromeando con alguien; eso es cosa de escolares, y no lo hacen más que algunos niños ligeros e indisciplinados.
Cuando se habla, durante la conversación, no hay que dar palmadas ni hacer ningún gesto, y hay que evitar tocar las manos de aquellos a quienes se habla; eso indicaría tener muy poca educación y respeto para con ellos; y mucho menos aún, tirar de los botones, de las borlas, de la corbata o de la capa a nadie, e incluso tocarlos.
Dar la mano a una persona, por cortesía, es testimonio de amistad y de particular unión. Por este motivo no lo deben hacer, de ordinario, más que personas que son iguales, ya que la amistad sólo puede darse entre personas de las que una no tenga mayor rango que la otra.
No está permitido a una persona que deba respeto a otra que le presente la mano para darle alguna muestra de su estima o afecto; sería faltar al respeto al que se está obligado con esa persona y tratarla con excesiva familiaridad. Con todo, si una persona de calidad o que sea superior da la mano a otra de menor rango que ella, o que le es inferior, ésta debe considerarlo como un honor, ofrecer de inmediato su mano y aceptar tal favor como singular testimonio de bondad y benevolencia.
Cuando se da la mano a alguien como señal de amistad, siempre hay que presentar la mano desnuda, y es contrario a la cortesía tener puesto entonces el guante; pero cuando se ofrece para sacar a alguna persona de un mal paso, o incluso a una mujer para guiarla, lo cortés es hacerlo con el guante puesto.
Ignoran totalmente lo que es la cortesía quienes señalan con el dedo, bien sea un lugar, o a la persona de quien se habla, o cualquier cosa que esté alejada. Estirarse los dedos, uno tras otro, para alargarlos o para hacerlos sonar, es atrevimiento que la persona bien educada no debe permitirse.
También resulta ridículo, y propio de un soñador, hacer como que se toca el tambor con los dedos; y es feo escupirse en los dedos.
Una persona sensata nunca debe dar golpes con los dedos, ni tampoco con la mano; y esos golpes con los nudillos de los dedos, que se llaman capones, le deben ser totalmente ajenos.
Es muy conveniente no dejar crecer las uñas ni tenerlas llenas de suciedad; por ello es bueno adoptar la costumbre de cortarlas cada ocho días y limpiar cada día la suciedad que penetra en ellas.
Es indecoroso cortarlas cuando se está en compañía, particularmente si se está con personas a las que se debe respeto; y no hay que cortarlas con cuchillo, ni morderlas con los dientes. Para cortarlas con limpieza, hay que servirse de tijeras, y hacerlo en particular; o si se está con personas con las que se vive de ordinario, apartarse de ellas cuando se cortan.
Raspar una pared con las uñas, incluso para sacar de ella una especie de arena para secar la escritura, raspar libros o cualquier otra cosa que se tenga a mano, rayar con la uña el cartoncillo o el papel, meter la uña en alguna fruta o en alguna otra cosa, rascarse, sea el cuerpo o la cabeza, son todas ellas faltas de urbanidad tan groseras que no se puede incurrir en ellas sin bajeza de espíritu y en las que sólo se debe pensar para incrementar en uno la aversión.