Cortesía con los inferiores.
Es suma descortesía hacer uso de la superioridad de modo que quede ofendido el amor propio de los inferiores infundadamente.
La cortesía con los inferiores.
Por natural orgullo, y principalmente en los momentos de mal humor suele el hombre vilipendiar al que está debajo; son necesarias mucha reflexión y mucha bondad de carácter para vencer estas inclinaciones, encontrar excusa a las equivocaciones y errores de los demás, o en las circunstancias particulares de un hecho, o en los defectos generales inherentes a los hombres.
Es suma descortesía hacer uso de la superioridad de modo que quede ofendido el amor propio de los inferiores infundadamente. Vilipendiar a cada paso a los criados, echarlos de casa en el acto, no perdonar sus primeros yerros, exigir perfección en esa gente ineducada son señales infalibles de un carácter orgulloso y villano; y por esto tales defectos se notan principalmente en las personas que la echan de nobles y en las que han salido recientemente de la nada. El habitual descontento del amo, sus excesos de cólera sin motivo proporcionado a los mismos, y sin distinción de personas, la costumbre de regañar para todo, de modo que nada esté a nuestro gusto, y cual si se complaciera en reñir y en quejarse, quita el valor a las quejas fundadas, asegura el desprecio de la servidumbre, del que nace el abandono en el cumplimiento de los deberes y aun quizás la disposición al hurto. Muchas veces las causas de tales cóleras son las más desrazonables, y aun se ha dicho con frecuencia que la señora se enfurece contra la doncella porque no está satisfecha de su hermosura, y ve como se descoloran las rosas que en otro tiempo embellecieron sus mejillas, o entre el cabello ve asomar una atrevida cana.
Creerían algunos ver como las sombras de sus antepasados arrugarían las cejas y mostrarían grande enojo si un criado acariciase a uno de sus hijos; y otros se reputarían envilecidos si descendieran a razonar con la servidumbre. Los medios de hacerse respetar y obedecer por ésta son muy sencillos. Absteneos de los vicios que echáis en cara a vuestros criados; acordaos de que la prenda más generalmente estimada por los hombres es la bondad de carácter cuando no degenera en debilidad. Pagar exactamente el salario, ocuparse de las necesidades de la servidumbre, sonreírse con sus placeres, mostrarse sensible a sus desgracias, corregirlos con moderación y a solas, tolerar sus equivocaciones, y ocultar los derechos del señorío con modales corteses, son preceptos que nadie ignora y que cumplen muy pocos. No se dan pruebas de bondad cuando no se satisface al criado con un salario regular, mientras se derrocha el dinero en locas prodigalidades.
La bondad distinta de la debilidad condena las familiaridades y el rigor excesivos; el hombre solamente bueno se arriesga a ser esclavo de la voluntad ajena y pierde la estimación; el hombre solamente firme se convierte en déspota y pierde el amor. La exacta distribución de las horas y de las ocupaciones previene las disputas de los criados, sus faltas, el ocio y las quejas, y de este modo se quita la causa de muchos desórdenes y la necesidad de castigarlos. Sed severos con el criado infiel y con el que alterca con los vecinos. Es preciso ser muy vano y al mismo tiempo muy ignorante para creerse obligado a justificar la impertinencia de la servidumbre, y defender a un busca ruidos o a un borrachón por el honor de la librea. Es menester no olvidar que los criados curiosos siempre con respeto a los negocios del amo, espían sus pasos, adivinan sus inclinaciones, y muchas veces son el vehículo por el cual vuestras debilidades llegan a noticia del público. La muchedumbre de criados que se fastidian en la antesala son una prueba de que el deseo de parecer ricos es más vehemente que el de ser amables.
"La prenda más generalmente estimada por los hombres es la bondad de carácter cuando no degenera en debilidad"
Fuerza es añadir dos palabras acerca de la cortesía de los magistrados, con respeto a sus súbditos. Calígula decía que así como los que conducen los ganados no son bestias como las reses sino que pertenecen a otra naturaleza más perfecta, así los que mandan a los hombres y a quienes todos obedecen, no son hombres sino dioses. Las infinitas barbaridades a que en los gobiernos despóticos se entregan los magistrados respecto a sus súbditos y las humillaciones que de ellos exigen no son más que diferentes frases que expresan la idea de Calígula.
Cuando los príncipes desean la veneración de los pueblos, mas por el bien que les proporcionan que por las humillaciones a que los sujetan, se acorta la distancia moral y física que hay entre el soberano y los súbditos. Un rey sabio se persuade fácilmente de que los honores tributados al genio lo hacen nacer y derraman sus chispas, y que la gloria de los hombres ilustres se refleja en el trono y lo protege. Al contrario un tirano henchido de orgullo, creyendo que se le defrauda a él la gloria que se granjean sus súbditos, trata de privarlos de ella o de ofuscarla.
Sustituyendo a los títulos faustuosos y vacíos de sentido y de ideas, el expresivo y respetabilísimo de padre del pueblo, un príncipe sabio no cree degradar su dignidad participando de la alegría popular y mostrando exteriormente que llega hasta su alma. Cuando están persuadidos de merecer el título de padre del pueblo, cuando el amor del bien público habla al alma, con voz más recia que la vanidad personal, la verdad aunque desagrada no ofende. Dio una prueba de bondad muy grande Federico II cuando habiendo preguntado a un granadero por qué desertaba, y respondíole éste: "porque vuestros negocios van muy mal", el rey replicó: "aguarda un poco más, y si mis negocios van peor, desertaremos juntos ".
Cuando se tiene semejante disposición de ánimo, no se cree rebajar la dignidad del cargo confesando el hombre que ha sido engañado y se procura hacer justicia al mérito que involuntariamente se había desconocido o menospreciado. Los gobiernos sabios creerían hacer grave afrenta al público y envilecerlo obligándole a presentarse a funcionarios cuya inmoralidad o imbecilidad los hacen objeto del universal desprecio. Como en Esparta un hombre inmoral propusiera un buen consejo, los Eforos haciéndole indicar que lo habían oído, al día siguiente hicieron proponer el mismo consejo por un ciudadano virtuoso.