De no ser ocasionado ni para empeñarse, ni para empeñar a ... Abrir los ojos con tiempo.

Hay tropiezos del decoro, tanto propio como ajeno, siempre a punto de necedad. Encuéntranse con gran facilidad y rompen con infelicidad.

 

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221. No ser ocasionado, ni para empeñarse, ni para empeñar. Hay tropiezos del decoro, tanto propio como ajeno, siempre a punto de necedad. Encuéntranse con gran facilidad y rompen con infelicidad. No lo hacen al día con cien enfados. Tienen el humor al repelo, y así contradicen a cuantos y cuanto hay. Calzáronse el juicio al revés, y así todo lo reprueban. Pero los mayores tentadores de la cordura son los que nada hacen bien y de todo dicen mal, que hay muchos monstruos en el extendido país de la impertinencia.

222. Hombre detenido, evidencia de prudente. Es fiera la lengua, que si una vez se suelta, es muy dificultosa de poderse volver a encadenar. Es el pulso del alma por donde conocen los sabios su disposición. Aquí pulsan los atentos el movimiento del corazón. El mal es que el que había de serlo más, es menos reportado. Excúsase el sabio enfados y empeños, y muestra cuán señor es de sí. Procede circunspecto, Jano en la equivalencia, Argos en la verificación. Mejor Momo hubiera echado menos los ojos en las manos que la ventanilla en el pecho.

223. No ser muy individuado, o por afectar, o por no advertir. Tienen algunos notable individuación, con acciones de manía, que son más defectos que diferencias. Y así como algunos son muy conocidos por alguna singular fealdad en el rostro, así estos por algún exceso en el porte. No sirve el individuarse sino de nota, con una impertinente especialidad que conmueve alternativamente en unos la risa, en otros el enfado.

224. Saber tomar las cosas. Nunca al repelo, aunque vengan. Todas tienen haz y envés. La mejor y más favorable, si se toma por el corte, lastima. Al contrario, la más repugnante defiende, si por la empuñadura. Muchas fueron de pena que, si se consideraran las conveniencias, fueran de contento. En todo hay convenientes e inconvenientes: la destreza está en saber topar con la comodidad. Hace muy diferentes visos una misma cosa si se mira a diferentes luces: mírese por la de la felicidad. No se han de trocar los frenos al bien y al mal. De aquí procede que algunos en todo hallan el contento, y otros el pesar. Gran reparo contra los reveses de la fortuna, y gran regla de vivir para todo tiempo y para todo empleo.

225. Conocer su defecto rey. Ninguno vive sin él, contrapeso de la prenda relevante; y si le favorece la inclinación, apodérase a lo tirano. Comience a hacerle la guerra, publicando el cuidado contra él, y el primer paso sea el manifiesto, que en siendo conocido, será vencido, y más si el interesado hace el concepto de él como los que notan. Para ser señor de sí es menester ir sobre sí. Rendido este cabo de imperfecciones, acabarán todas.

226. Atención a obligar. Los más no hablan ni obran como quien son, sino como les obligan. Para persuadir lo malo cualquiera sobra, porque lo malo es muy creído, aunque tal vez increíble. Lo más y lo mejor que tenemos depende de respeto ajeno. Conténtanse algunos con tener la razón de su parte; pero no basta, que es menester ayudarla con la diligencia. Cuesta a veces muy poco el obligar, y vale mucho. Con palabras se compran obras. No hay alhaja tan vil en esta gran casa del universo, que una vez al año no sea menester; y aunque valga poco, hará gran falta. Cada uno habla del objeto según su afecto.

227. No ser de primera impresión. Cásanse algunos con la primera información, de suerte que las demás son concubinas, y como se adelanta siempre la mentira, no queda lugar después para la verdad. Ni la voluntad con el primer objeto, ni el entendimiento con la primera proposición se han de llenar, que es cortedad de fondo. Tienen algunos la capacidad de vasija nueva, que el primer olor la ocupa, tanto del mal licor como del bueno. Cuando esta cortedad llega a conocida, es perniciosa, que da pie a la maliciosa industria. Previénense los malintencionados a teñir de su color la credulidad. Quede siempre lugar a la revista: guarde Alejandro la otra oreja para la otra parte. Quede lugar para la segunda y tercera información. Arguye incapacidad el impresionarse, y está cerca del apasionarse.

228. No tener voz de mala voz. Mucho menos tener tal opinión, que es tener fama de contrafamas. No sea ingenioso a costa ajena, que es más odioso que dificultoso. Vénganse todos de él, diciendo mal todos de él; y como es solo y ellos muchos, más presto será él vencido que convencidos ellos. Lo malo nunca ha de contentar, pero ni comentarse. Es el murmurador para siempre aborrecido, y aunque a veces personajes grandes atraviesen con él, será más por gusto de su fisga que por estimación de su cordura. Y el que dice mal siempre oye peor.

229. Saber repartir su vida a lo discreto: no como se vienen las ocasiones, sino por providencia y delecto. Es penosa sin descansos, como jornada larga sin mesones. Hácela dichosa la variedad erudita. Gástese la primera estancia del bello vivir en hablar con los muertos: nacemos para saber y sabernos, y los libros con fidelidad nos hacen personas. La segunda jornada se emplee con los vivos: ver y registrar todo lo bueno del mundo; no todas las cosas se hallan en una tierra; repartió los dotes el Padre universal, y a veces enriqueció más la fea. La tercera jornada sea toda para sí: última felicidad, el filosofar.

230. Abrir los ojos con tiempo. No todos los que ven han abierto los ojos, ni todos los que miran ven. Dar en la cuenta tarde no sirve de remedio, sino de pesar. Comienzan a ver algunos cuando no hay qué: deshicieron sus casas y sus cosas antes de hacerse ellos. Es dificultoso dar entendimiento a quien no tiene voluntad, y más dar voluntad a quien no tiene entendimiento. Juegan con ellos los que les van alrededor como con ciegos, con risa de los demás. Y porque son sordos para oír, no abren los ojos para ver. Pero no falta quien fomenta esta insensibilidad, que consiste su ser en que ellos no sean. Infeliz caballo cuyo amo no tiene ojos: mal engordará.