El decoro particular de la mujer.

La impresión que produzca en ellos su conducta y sus bellos sentimientos, le harán incomparablemente más honor que el triunfo de sus atractivos.

Manual de la Urbanidad y el Decoro.

 

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Del decoro particular del bello sexo.

El decoro ha dictado para el bello sexo leyes más severas que para los hombres. Éstos disfrutan de algunas excepciones de las reglas generales; pero no hay excepción alguna para las mujeres. Los hombres pueden llevar erguida la cabeza a pesar de faltas y omisiones que harían bajar los ojos a una mujer, que por ningún estilo debe procurar dar pábulo a la censura pública.

Muchos no ven más que injusticia y tiranía en la severidad que exige el decoro en la conducta de las mujeres; pero la gente sensata la considera al contrario como una preciosa distinción y porque obligándolas a un recato y pureza más inviolables, parece que las destina a mayor perfección y las hace susceptibles de cierta superioridad.

La mujer debe procurar agradar menos a la vista que al espíritu y al corazón; mas pronto vanagloriarse del aprecio de los hombres, que de su amor. La impresión que produzca en ellos su conducta y sus bellos sentimientos, le harán incomparablemente más honor que el triunfo de sus atractivos ... y ... ¡desgraciada la mujer, para quien el honor no sea más que una quimera!

¡Amables individuos del sexo hermoso! procurad que el mérito sea el principal alimento de vuestras gracias; sin él será infructuoso todo el trabajo que os toméis para hacerlas valer. Si solo sois amables exteriormente, se arrepentirán al cabo de haberos amado; pero si os adornan otras bellas calidades, seréis apreciadas por ellas, aun cuando habréis dejado de agradar a los ojos. Obrará, pues, con acierto la que se valga del mérito y de la virtud para atraerse los obsequios que otras quieren deber ricamente a sus débiles y pasajeros atractivos. El aprecio que inspira la hermosura se destruye con ella, al paso que el que promueve las virtudes subsiste más allá del sepulcro.

¡Qué ambición, pues, tan ridícula la de algunas mujeres de aspirar a un reinado de tan poca duración, de rivalizar y enemistarse muchas veces con las mejores amigas por conquistas que solo pueden conservar algunos años, y que se les escapan frecuentemente en el instante mismo de la victoria! ¡Qué delicadeza la de su gusto! ¡Qué exactitud la de su discernimiento prefiriendo en los hombres sentimientos extremados, viciosos, sujetos a variación que solo obtienen por medios que no dependen de ellas, a una pasión sensata y razonable que los hombres juiciosos solo consagran al mérito verdadero! ... Después de haber procurado arreglar vuestros sentimientos, desterrad de vuestros modales lo que ofenda la razón y el decoro, no deis tanta importancia a que sean brillantes, como a que sean sencillos, naturales y modestos.

No aparentéis ser vivas y retozonas contra vuestro genio. La seriedad natural agrada más que la travesura afectada.

No os expongáis jamás a la confusión de reír solas entre personas que tienen algún motivo para estar serias o afligidas. No seáis tampoco las primeras en reíros de lo que vosotras mismas digáis, por temor de estorbar la risa a los demás, si el asunto lo merece, o de suministrar la ocasión reírse de vosotras si empezáreis sin motivo.

Todos os dirán que sois hermosas, tal vez hablarán verdad; pero no sea caso que los elogios os hagan perder la razón. Procurad corregir vuestros defectos si la modestia os indica algunos, más bien que sacar partido de vuestras prendas recomendables. Corrigiéndolos de lo que podáis tener de defectuoso adquiriréis nuevas gracias, al paso que si os endiosáis por vuestras bellas calidades, disminuiréis su mérito y perderéis de vista los defectos. Entonces, ¿cómo será posible corregiros?

"Lejos de aplaudiros de las ventajas que os concede la hermosura, temed más pronto los peligros a que os expone"

Usad con moderación de las diversiones que os permite la sociedad, es decir, raras veces y con toda la indiferencia con que las mira una persona prudente. No os abandonéis a los placeres del corazón, no hay cosa más opuesta a vuestra reputación y al reposo de vuestra vida. Por ellos olvidaréis vuestros negocios, vuestros amigos y parientes, desatenderéis vuestros deberes, y hasta perderéis de vista vuestro honor. Por más satisfacciones que os procuren, ninguna será capaz de balancear la menor de las faltas que puedan haceros cometer.

Lejos de aplaudiros de las ventajas que os concede la hermosura, temed más pronto los peligros a que os expone. La belleza es don del cielo que debéis respetar en vosotras mismas. Si queréis acertar, consideradla bajo dos aspectos muy diferentes, como la base de vuestra gloria, y como la ocasión de vuestra pérdida. Casi todas las mujeres ancianas que han sido hermosas, no quisieran haberlo sido.

No juzguéis de vosotras por lo que os digan, sino por lo que debe creer vuestra modestia. Pensad que los elogios que os prodigan son interesados. Tomadlos más pronto como un esfuerzo de la seducción, que por la expresión de la veracidad. No contribuyáis vosotras mismas a haceros objeto de la burla pública, dejándoos persuadir de lo que os halaga.

Es máxima perniciosa hablar mal de las personas que os aventajen en prendas personales. ¿Sabéis lo que resultará de vuestra imprudente envidia? Que las prendas de vuestra rival que tanto os incomodan, adquirirán nuevo lustre, disminuyendo mucho el mérito de las vuestras.

No echéis a perder las buenas calidades que os adornan, con la afectación de poseer aquellas de que carecéis. Desterrad la vanidad y el desdén, y con la orgullosa idea de que basta presentaros para agradar, no desatendáis lo que puede contribuir a atraeros los justos homenajes.

No seáis nunca de las primeras en seguir las modas por temor de veros obligadas a abandonarlas si no pudiesen establecerse sólidamente. Que la modestia de acuerdo con el juicio y el buen gusto, dirijan vuestros adornos. Pensad menos en el atavío que en la limpieza y elegancia, y sobre todo la vana ambición de vestiros como otras a quienes no os parecéis en nada, no os haga sofocar los dones que recibisteis de la naturaleza. Las pocas gracias que os pertenezcan, valen siempre mucho más que las imitaciones.

"Una postura natural tan distante del remilgo como de la presunción es la que más conviene a las mujeres"

No obrará cuerdamente la que pase muchas horas en el tocador. Pronto se nota la estudiada afectación en los adornos. El público se burla de ella, como de hablar acicalado en demasía y de los modales postizos. Es cierto que la naturaleza no desecha un poco de arte, pero no puede sufrir el artificio.

Una postura natural tan distante del remilgo como de la presunción es la que más conviene a las mujeres. Sentadas o de pie, deben estar sin tesura ni dejadez. Una bella joven muy pagada de su hermosura place mucho menos, que la que conserva un ademán gracioso y sencillo, aunque no sea tan linda y perfecta como la otra.

El paso de una mujer no debe ser ni muy vivo ni muy lento; el más fácil y cómodo es el que fatiga menos y agrada más. El cuerpo y la cabeza derechos, pero sin afectación; el movimiento, sobre todo el de los brazos, suave y natural, las miradas dulces y modestas.

No es decoroso que una mujer hable muy alto ni con mucha vivacidad.

Cuando esté sentada, no debe cruzar las piernas ni tomar una actitud menos honesta. Ocupará casi toda la silla, de modo que parezca que no le sobra ni le falta la comodidad. Hay algunas mujeres que están sujetas a hábitos extravagantes. Las que los tienen, deben hacer todos sus esfuerzos para vencerlos, y las demás para no adquirirlos. El gestear, hacer visages y muecas, mover los ojos a uno y otro lado, cerrarlos y abrirlos con precipitación son vicios que chocan siempre, lo mismo que la risa convulsiva. La hermosa boca de una mujer parece propia para la sonrisa graciosa, no para las carcajadas.

Es mucho más fácil y más agradable para una mujer ser realmente lo que la naturaleza ha querido que sea, que afectar el tono o el aire varonil. Los modales libres y muy despejados son insoportables en una mujer. Un ademán afectuoso, dulce y casi tímido, una tierna y bondadosa solicitud hacia las personas que le rodean, son prendas que caen siempre bien a una señorita. En su fisonomía deben estar pintadas la esperanza, la dulzura, la satisfacción; nunca ha de parecer en ella el abatimiento, el desasosiego y el mal humor.

Las mujeres no están menos libres de pasiones que los hombres; pero tienen mayor interés en ocultarlas. Deben hacer todos los esfuerzos para vencerlas, y si lo consiguen, disimular que en ningún tiempo han sido sujetas a su imperio.

Las mujeres tienen, por lo común, la imaginación más viva que nosotros, un espíritu más observador, un tacto más delicado y más fino, y están mucho más pronto al corriente de los usos de la sociedad, como que comparecen y figuran en ella en una edad, en que nosotros ocupamos todavía los bancos de la escuela. Nacidas para agradar, las vemos frecuentemente adornadas de prendas, que las hacen objeto de nuestro cariño y nos obligan a buscar su ameno trato con solicitud; pero siempre el decoro y un honesto fin deben mediar en nuestras relaciones con ellas.