El trato entre personas iguales.
La urbanidad en todas partes es amable, y distintivo de una persona bien criada.
El trato entre personas iguales.
La urbanidad en todas partes es amable, y distintivo de una persona bien criada. Donde se prueba más bien es en el trato de personas iguales, porque si con respecto a los superiores puede la vergüenza y el recelo, con otros varios motivos, hacer modestos a los inferiores que no lo son; en el trato de personas iguales no hay estos inconvenientes, porque solo es efecto de la pureza natural, o, para explicarnos de otro modo, de la verdad del corazón, que es entre todas la cortesía más apreciable.
Esta, pues, no exige de nosotros para con nuestros iguales aquellas ceremonias y circunspecciones que deben solo usarse con las personas superiores. Todo esto lo deja a un lado, y lo único que nos pide es, que substituyamos la familiaridad en lugar de las exteriores formalidades. Mas para saberlo hacer, y elegir lo que convenga es menester distinguir varias especies de familiaridades. La una es la que, no ocultando nada, comunica aun aquello mismo que es deshonesto. Esta familiaridad solo la usan las personas que perdieron el sentimiento de la honra y de la virtud, y por consiguiente no es digna de practicarse, pues por grande que sea la familiaridad nunca debe bastar para hacer o decir cosa alguna contra el pudor y buenas costumbres. La otra es la que sirve de pretexto para tomar en todas ocasiones libremente sus comodidades, y aspirar a sus fines a costa ajena. De esta especie de bellaquería usan los atrevidos sin mérito para abusar de la bondad y prudencia de los que dispensan gracias y beneficios; pero una libertad semejante, ya se conoce cuan ofensiva es, y cuan digna de reprobación, como enteramente contraria a un ánimo noble. Otra hay que es el símbolo de la amistad, y consiste en el proceder justo y arreglado de la gente noble; familiaridad, que únicamente debe apetecer el niño generoso y bien criado, y a la que aspirará por medio de sus sentimientos, palabras y acciones. Para que lo pueda hacer con mayor facilidad explicaremos sus preceptos y circunstancias.
En primer lugar, deberá buscar siempre la ocasión de agradar a sus iguales, les honrará no con un honor de ceremonia, sino tierno y entrañable cual conviene entre verdaderos amigos. Siempre tendrá presente, que así como para vivir en urbana correspondencia con los superiores, es menester considerarlos como tales en todas ocasiones y tiempo; así también para vivir en atenta correspondencia con sus iguales, es preciso que les considere en todo como a sí mismo. Es una descortesía muy importuna en una compañía de personas iguales pretender que le tengan por superior, o intentar arreglar todo el mundo a su antojo. No es menos impolítica hacer aguardar a los demás en horas citadas, queriendo que dependan de su gusto, atribuyéndose las mejores cosas, o erigiéndose maestro y contradictor de los demás. Si la familiaridad dispensa las ceremonias, también exime de los circunloquios que exige la sumisión y la preferencia; por eso es ordinariamente la conversación entre iguales más gustosa que entre desiguales. Mas como estas conversaciones por divertidas que sean deben ser decentes y honestas, conviene observar algunas reglas de urbanidad para no confundir las libertades que se permiten en ellas.
La verdadera amistad que principalmente se concilia entre personas iguales se contrae, o por accidente o por elección, y no pocas veces sucede ser la mejor aquella en que no pensábamos. Después de contraida la mantiene y fomenta la complacencia y el beneficio; con la primera acomodándonos al dictamen de los otros en cuanto sea decente; y con el segundo haciéndoles comprender que también nosotros les somos útiles. El beneficio pide dos cualidades: la primera que hagamos bien siempre que podamos (que es una de las mayores perfecciones del hombre); la segunda que sepamos agradecerlo. Hacer bien, es un acto de bondad que no siempre obliga; pero agradecer el beneficio, es obra de justicia, la cual debe exceder en tanto al beneficio, cuanta es la diferencia que hay de proceder con obligación a proceder sin ella. Es verdad que en muchas personas es más proporcionada la correspondencia (según su estado) con un adarme., que en otras con muchas onzas de la misma materia; pero a turbio correr, debemos por lo menos manifestar el agradecimiento con las mayores demostraciones exteriores de buena voluntad. Este es un modo de corresponder que no deja disculpa a la detestable turba de ingratos de que abunda el mundo, porque una buena correspondencia es moneda que no puede faltar aun al más pobre. No obstante, el que haga el beneficio nunca debe poner la mira en la correspondencia, porque si no lo ejecuta espontánea y gratuitamente, o reconviene después de hecho al poco agradecido, disminuirá infinito la gloria de la acción.
Así que, deberá tener el niño presente para el buen trato con sus iguales, que la amistad se conoce por la constancia y por los favorables frutos que produce. Estos, pues, se reducen con especialidad a cuatro: el primero a una libertad prudente y sigilosa con que se reprenden al amigo los defectos de que debe enmendarse; el segundo a la dulzura y suavidad de un trato lleno de sencillez y confianza, de donde dimana el consejo recíproco en los negocios; el tercero a una justicia animosa que nos hace tomar con eficacia la defensa del amigo ausente contra los que pretenden maltratarle, alabándole en todas partes, y manifestando, a pesar de sus enemigos, sus buenas cualidades para establecer, mantener y aumentar su buena reputación y fama; y el cuarto a servirle de apoyo y consuelo en sus adversidades. En esto consiste la verdadera amistad, que, como cosa la más apreciable, más dulce y más útil en la sociedad humana, deberá tener con sus iguales el niño virtuoso y bien criado.