La compostura general del niño.

De la urbanidad en las maneras de los niños.

De la urbanidad en las maneras de los niños. De civilitate morum puerilium.

 

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La compostura general del niño.

Así pues, a fin de que el ánimo bien compuesto del niño reluzca por doquiera (y reluce más que nada en el semblante), sean los ojos plácidos, pudorosos, llenos de compostura: no torvos, lo que es señal de ferocidad; no maliciosos, que lo es de desvergüenza; no errantes y volvedizos, que es signo de demencia; no bizqueantes, que es propio de suspicaces y maquinadores de trampas, ni desmesuradamente abiertos, que lo es de estúpidos, ni apiñados a cada paso con párpados y mejillas, que lo es de inestables, ni estupefactos, que lo es de pasmados, cosa que se ha puesto por tacha en Sócrates, ni demasiado penetrantes, que es seña de iracundia, tampoco insinuadores y habladores, que es seña de impudicia; no, sino tales que revelen en sí un ánimo sosegado y respetuosamente amigable.

Y es que no en vano se ha dicho por boca de antiguos sabios que la sede del alma está en los ojos.

Por otra parte, las pinturas viejas nos hablan de que fue antaño propio de una cierta compostura singular el mirar con los ojos medio cerrados, así como entre algunos españoles el mirar guiñando los ojos parece ser que se tiene por amigable y halagador. Asimismo, de las pinturas aprendemos que antaño el ser de labios recogidos y apretados era prueba de virtud.

Pero aquello que es por natura hermoso, por hermoso se tendrá entre los hombres todos. Aunque es verdad que también en esto es bien que a las veces nos volvamos pulpos y a la usanza de la región nos atemperemos.

Hay, en fin, ciertas condiciones de los ojos que diversas a unos que a otros Natura les aporta, que no caen bajo el dominio de nuestros preceptos; salvo que las gesticulaciones desarregladas no pocas veces estragan la condición y forma no ya de los ojos, sino también del cuerpo entero; y al revés, las bien ordenadas aquello que por natura es hermoso más hermoso lo vuelven, lo que es defectuoso, si no lo suprimen, al menos lo disimulan y disminuyen.

Cosa fea es mirar a alguien cerrando uno de los ojos: pues ¿qué otra cosa es eso sino hacerse uno mismo tuerto? Dejémosles a los atunes y a los herreros esa mueca.

Estén las cejas distendidas, no contraídas, que es cosa de torvedad; no estiradas para arriba, que es de arrogancia; no apretadas para abajo contra los ojos, que es de quienes tienen malas intenciones.

La frente, asimismo, alegre y despejada, mostrando en sí un alma bien avenida con su conciencia; no replegada en arrugas, que es propio del viejo; no móvil de piel, que lo es de los erizos; no torva, que lo es de los toros.

Las narices estén libres de purulencia de mucosidad, lo que es cosa de sucios; vicio este que también a Sócrates el filósofo se le achacó por tacha. Limpiarse el moco con el gorro o con la ropa es pueblerino; con el antebrazo o con el codo, de pimenteros; ni tampoco es mucho más civilizado hacerlo con la mano, si luego has de untarle el moco a la ropa. Recoger en pañizuelos el excremento de las narices es decente, y eso, volviendo de lado por un momento el cuerpo, si hay otros de más dignidad delante. Si algo de ello se ha arrojado al suelo, al haberse sonado la nariz con los dos dedos, ha de refregarse luego con el pie.

Cosa fea es andar espirando con ruido por las narices: indicio de cólera es ello. Más indecente todavía, lanzar ronquidos, lo que es de delirantes, si es que se hace por hábito; pues a los asmáticos, que padecen de resuello, ha de dárseles venia.

Ridículo es echar la voz por la nariz, que es ello cosa de trompeteros y de elefantes. Arrugar la nariz es de mofadores y burlones.

Si estando otros presentes sobreviene un estornudo, es urbano volver de lado el cuerpo; después, cuando el ímpetu haya remitido, signarse la cara con la señal de la cruz, y luego, quitándose el gorro, devuelto el "Salud" a los que lo han pronunciado o debían haberlo hecho (pues el estornudo, del mismo modo que el bostezo, quita de momento el sentido del oído), pedir perdón o dar las gracias.

Decir a otro "Salud" en el trance del estornudo es uso de religiosidad, y si están presentes otros más de mayor edad que dan "Salud" a hombre o mujer honorable, propio del niño es descubrirse la cabeza.

Al mismo propósito, el aumentar adrede el estampido de la voz o repetir intencionadamente el estornudo (es de creer que para hacer gala de las fuerzas) es propio de payasos. Reprimir el ruido que natura ocasiona es de tontos, que pagan tributo más a la urbanidad que a la salud.