Saludos, cumplidos y visitas. V.
En Londres, la manera de llamar a la puerta indica la calidad del que se presenta.
Los saludos, los cumplidos y las visitas.
Antes de la hora de comer, en donde ésta es la de las cinco o las seis de la tarde, las fuerzas decaen, e inmediatamente después de la comida nadie tiene deseos de trabajar; de donde resulta que en los dos períodos dichos los inconvenientes de una visita son pocos, y entre los amigos no hay ninguno para dejar entero el gusto de la visita, aun cuando ésta tenga lugar en la misma hora de la comida.
Si se trata de personas desocupadas, se puede decir que después del mediodía todas las horas son buenas, pues para esas personas, una visita es una escena nueva. Quien sabe leer en las fisonomías conoce luego la inoportunidad de una visita, porque a despecho de todos los esfuerzos la alegría simulada es diferente de la verdadera, a más de que cierto desorden que ha causado vuestra llegada, las criadas que van y vienen y hablan al oído del amo os dicen que no habéis llegado a buen tiempo.
En Londres, la manera de llamar a la puerta indica la calidad del que se presenta; un aldabonazo menos sería una degradación, un aldabazo más, una usurpación y una insolencia. Un criado que diese un aldabazo menos de lo que corresponde a su amo, sería despedido en el acto. Este uso, aunque censurado por muchos escritores, me parece muy inocente. En efecto, de la misma manera que nadie querría construir su casa de tal suerte que en todos momentos pudiese ser visto, y la improvisa llegada de un forastero quizás nos cogería ocupados en acciones o en medio de cosas que a nuestro entender nos desacreditarían, por esto reputo por cosa racional que un extraño se anuncie con un aldabazo u otra cosa parecida. Esta llamada permite a los criados dar a las cosas la apariencia que más agrade al amo según la calidad del forastero que le visita, y como esta momentánea disposición de las cosas es siempre un estorbo, si la llamada es la misma para toda clase de personas, aquel estorbo se renueva en cada visita; cuando si cada persona tiene su llamada, aquel estorbo cesa en algunos casos, y solamente subsiste en otros.
"El uso indica no sentarse hasta que el amo lo sugiere"
Como quiera que sea, las antecedentes razones justifican la costumbre, generalmente admitida, de hacerse anunciar al dueño de la casa, o de pedir permiso para entrar antes de meterse dentro. Es descortés la resistencia de los que no estando el amo en casa se niegan a decir su nombre a los criados, pues obrando así dejan al amo expuesto al trabajo de hilarse los sesos a fin de adivinar quien ha estado a visitarlo. El uso de no sentarse hasta que el amo lo indica, tiende a hacer revivir en él el sentimiento del mando y del dominio y a recordarle que aguardamos sus órdenes.
El hombre que nos visita es una persona que se hace dueño de nuestro tiempo por lo cual en igualdad de circunstancias una visita nos será más o menos agradable según tenemos más o menos tiempo disponible, y más o menos deseos de prodigarlo con este o con aquel. La cantidad de tiempo disponible, que es poquísima entre las gentes que ocupan los extremos de la sociedad, va progresivamente creciendo y acaba por ser considerable en las clases medias.
Un empleado público tiene obligación de promover el bien del pueblo, mientras no quiera con su lentitud destruir las fuerzas vivas de la nación, o imitará aquel ministro, que dejando todas las cartas sin contestar y quemando las solicitudes, decía que de este modo seguía la corriente de los negocios. Del mismo modo el artista y el agricultor ocupados en su trabajo desde la madrugada hasta la noche, no pueden dejar el tiempo a merced de los demás. Lo contrario debe decirse de las personas acomodadas y cómodas, las cuales ocupadas en el difícilísimo oficio de no hacer cosa alguna sin fastidiarse, tienen necesidad de ser visitadas para ir pasando la vida.
La analogía de gustos y de sentimientos, o bien la importancia de los negocios transforman las horas en minutos, mientras que en el caso contrario los minutos se vuelven horas. El tiempo tiene alas cuando una mujer beata se entretiene con su confesor, y tiene plomo en los pies si se presenta un joven galante.