Las personas impertinentes.
Hay personas que molestan con sus palabras o con sus acciones. A estas personas se les suele denominar impertinentes.
Las personas impertinentes.
Hay ciertas personas que gustan de lucir en las conversaciones, hablando todo ellas solas, y queriendo que a solas ellas les presten la atención. Pero estas personas que precisamente son las que debían ir bien provistas de noticias importantes, y de curiosas variedades que amenizaran la conversación e hicieran tomar algún interés a los que tienen la paciencia de escucharlas, son por lo regular las más pobres de noticias, y las más escasas de recursos; casi siempre nos cuentan las mismas cosas y casi siempre de una misma manera.
D. N.N., hombre de cincuenta años de edad, que sabe leer y escribir no demasiado bien, y cuya erudición se reduce a cuatro noticias aprendidas en algún libro rancio donde van a la mezcla las fábulas y las historias sin gusto, sin crítica ni discernimiento, picado de erudito se presenta en una concurrencia, y nos cuenta al pie de la letra todo lo que ha leído aquella mañana. Cuanto más atestado de latines está el libro, con tanto más gusto lo lee, y tiene la gran paciencia de aprenderlos de memoria sin entenderlos, y encajarlos después como si fuera un pedantísimo retórico. Habiéndose desahogado de todo su caudal de erudición, se marcha muy satisfecho de sí mismo, gloriándose a solas de los elogios que se habrán quedado haciendo de su selecta erudición.
D. P.P., de igual edad, aunque de mayor erudición, no sabe hablar sino de las gracias de su madre septuagenaria. Madre (dice apenas toma la palabra) ha pasado muy mala noche; el histérico la ha apretado terriblemente; ni siquiera la ha dejado sosegar. Y es una lástima, porque es una señora muy erudita, aunque no debía decirlo yo. ¡Cuántos villancicos ha leido! y no de los de ahora, que no valen la pena; sino de aquellos antiguos, que eran una gloria de Dios ver como remedaban todo cuánto pasaba por la calle; hasta el mismo tono de voz, hasta el mismo acento que hacen los que van vendiendo por las calles, hasta esto imitaban, de manera que usted se equivocaba.
Pues de comedias, ¡cuántos fardos no tiene allí en casa! y tampoco no hallará usted ninguna de las de ahora, no; todas son de aquellas grandes comedias cuyo solo título ya le dejaba a usted embobado. Entonces era un gusto ver una relación que tiraba cinco o seis columnas de letra bien apretada; allí era doqde se lucía un galán, y donde estaban todos con tanta boca abierta oyéndole sin pestañear; y no ahora que no hay una relación que tire media plana, de modo que los pobres de los actores no tienen campo para lucirlo.
Y qué gusto no, era ver entonces en la primera jornada un niño recién nacido, ya se ve, como que acababa de nacer en aquel mismo instante, y verlo en la tercera jornada hecho ya un mozo barbado. Y que placer hallarse aquí en un punto, y en el otro verse muy bonitamente allá en Constantioopla, o en la Persia. Aquello eran comedias, aquello eran ingenios, y no estos de ahora que parece tengan achicado el cerebro y no sepan sacar la mano de la faltriquera.
Pues de estos villancicos y de estas comedias es de las que madre tiene hecha una lectura que asombra. No la ve usted así como está llena de histérico y cargada de años, pues ¡cómo tira una relación! no hay dama de estas del día que la iguale; ¡qué gracia! ¡qué expresión! ¡qué saber dar a la voz aquella flexibilidad que necesita para expresar un afecto! Vamos, mal me está el decirlo. Pero la pobre que lástima me da. Y los caribes de los boticarios ¡qué poca misericordia! por unas píldoras como granos de mostaza no se ponen a pedir seis y ocho cuartos por cada una. Es una barbaridad, y qué remedio.
Doña T.T. tiene una hija, y la lleva en su compañía; pero a donde quiera que se presenta, aunque haya varias personas de importancia, todo el discurso se dirige a su hija, sin dejar a nadie tomar parte en la conversación. Ella cuenta todas sus graciosas niñerías, las novelas que lee, su bella forma de letra y lo delicado de sus labores; nos informa de un hermanito que tiene en un colegio; de los progresos que hace en sus estudios; y nos da razón de las docenas de camisas que tiene su padre, cuantas con encaje, cuantas sin él, y otras mil bagatelas. Y ¿qué nos importan a nosotros todas esas noticias? Cierto que son unos verdaderos impertinentes.