Lección sobre el tiempo.

El tiempo es tan precioso, y la vida es tan corta que no debe perderse ni un momento.

Lecciones de Mundo y de Crianza. Cartas de Milord Chesterfield. 1816.

 

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Tiempo.

Está en boca de todos y en práctica de muy raros la máxima de que, reflexionamos poco sobre el uso y valor del tiempo; apenas hay reloj de sol que no tenga alguna aguda sentencia sobre este asunto; y no hay holgazán alguno de estos que pasan todo el día en cosas de nada que no exclame frecuentemente contra la pérdida del tiempo; de modo que nadie lo malgasta sin estar siempre viendo y oyendo lo debido que es emplearlo bien, y lo irrecuperable que es su pérdida; los jóvenes piensan tener tiempo tan de sobra, que pueden desperdiciar cuanto quieran y que aun les ha de quedar bastante; del mismo modo que las riquezas suelen seducir a muchos hombres a dispendiosas y ruinosas profusiones; pero todas estas advertencias son ineficaces donde no hay un fondo de razón y juicio que las sugieren antes que recibirlas de otro.

El tiempo es tan precioso, y la vida es tan corta que no debe perderse ni un momento. Los hombres de juicio saben emplear la mayor parte de su tiempo haciendo una suma de cosas útiles y de cosas deleitables. Es máxima universal que la ociosidad es madre de los vicios, y es igualmente verdad que todo holgazán es necio e ignorante; porque el hombre que ha adquirido ideas y conocimientos desea aumentarlo, siendo la pasión de saber tan fuerte y ambiciosa como todas las otras, que nunca se dan por satisfechas; finalmente, no hay hombre tan inútil y despreciable como el holgazán. Decía Catón, el censor, sabio y virtuoso romano, que solo se arrepentía de tres acciones de su vida; la primera de haber revelado un secreto a su mujer; la segunda de haber hecho un viaje por mar, pudiéndolo haber hecho por tierra; y la tercera, del día que pasaba sin hacer algo bueno.

Un viejo tesorero de gran cabeza decía a sus oficiales: tened cuidado de las monedas de cobre que las de oro ellas mismas se cuidan; y lo mismo te digo yo aplicado al tiempo; esto es, que cuides de los minutos, porque las horas no las perderás con facilidad; estate todo el día haciendo una cosa u otra sin desperdiciar los cuartos y las medias horas sueltas, que al cabo del año componen una fuerte suma; por ejemplo, los cortos intervalos que hay con frecuencia en el día entre los estudios y las diversiones, en vez de estarte ocioso y bostezando toma algún libro bueno y no lo sueltes hasta haberte utilizado poco o mucho de él; nunca recargues tu imaginación con más de una cosa a la vez para no exponerte a errarlas o equivocarlas todas; cuando leas un libro no lo hagas superficialmente, ni pases adelante sin hacerte dueño del asunto aunque tengas que leerlo dos o tres veces; porque si no lo haces meditando, convenciéndote y arreglándolo en tu memoria, no retendrás el contenido ni una semana; aun suponiendo que se te queden las especies frescas por entonces. Concluyo encargándote, que en los ratos sueltos leas obras de ingenio, gracia y jovialidad; pero no gastes ni un minuto en autores de bagatelas, sean antiguos o modernos; y que antes de leer un libro pidas su voto siempre a un hombre de juicio y de talento para estudiarlo como con maestro.

"Plantea pues un método para cada cosa y obsérvalo inviolablemente cuando no lo estorben inesperados accidentes"

Cualquier cosa que tengas que hacer, hazla en el punto que tengas lugar y no la dejes a medio hacer; al contrario, acábala sin interrupción si es posible porque los asuntos no se deben hacer entrando y saliendo, tratándoles como cosas fútiles; tampoco digas nunca: te hablaré de tal asunto en tal ocasión; porque la primera es la mejor siempre para todo; supongo que los negocios mismos y las circunstancias indican el tiempo más conveniente al hombre sensato, y así vemos todos los días que el necio malogra la ocasión y malgasta el tiempo por la inoportuna elección y el método impropio.

El buen método es lo que más contribuye al despacho, que es el alma de los negocios; plantea pues un método para cada cosa y obsérvalo inviolablemente cuando no lo estorben inesperados accidentes; fija un cierto día y hora en la semana para tus propias cuentas, y guarda las reunidas con orden; porque de este modo te emplearán poco tiempo y nunca podrán chasquearte; las cartas y papeles que conserves, encarpétalos y lígalos por clases; y así los hallarás con facilidad cuando los necesites. Fórmate también un método de leer porque en eso has de emplear siempre que puedas una parte de la mañana cuidando que sea un tiempo determinado y seguido sin distraerte con negocios ajenos de tu lectura, ni invirtiendo el tiempo en leer retazos de varias obras sobre diversos asuntos; antes bien, haciendo útiles y cortas apuntaciones de lo que leas para ayudar a tu memoria y examinarlo después, pero no para citas pedantes; nunca leas historia, gaceta, ni viajes sin tener mapas, diccionarios, etc. para recurrir a ellos. Tú dirás, tal vez, como otros muchos jóvenes que todo este método y orden es muy enfadoso y propio para los torpes solamente; y que para los que tienen las potencias despiertas son trabas muy incómodas; pero yo te prometo que si por un mes seguido usas este método ganarás tanto tiempo, facilidad y aprovechamiento, que el dejarlo te haría falta después todos los días.

Si alguna vez te faltan dos o tres horas para dar vado a un asunto útil pídeselas prestadas a tu sueño, que con seis o siete horas cada día tienes bastante, y todo lo demás ya es pereza y modorra; fuera de que también es dañoso para el cuerpo y embota los sentidos y potencias; si tus negocios o diversiones te hicieren acostar muy tarde, no por eso dejes de levantarte a la hora acostumbrada para no perder las preciosas horas de la mañana; y así la falta de sueño te obligará la noche inmediata a recogerte temprano para resarcir la pérdida.

Muchos creen que no pueden emplear el tiempo mejor que haciendo empeños (en beneficio de sus semejantes, dicen ellos); pero yo te advierto que es falsísima aquella máxima general de las cortes; pedirlo todo para sacar algo; pues aunque no hay duda que se saca, pero es, ser uno desairado y ridiculizado con los nombres de procurador de pobres, agente de todos, padrino de pícaros, etc.; y sobre todo jamás te empeñes por cosa que no tengas alguna probabilidad de obtener; porque pidiendo cosas impropias o imposibles, acostumbrarás a los ministros a decirte que no tantas veces, que les será fácil después hallar el modo de excusarse y rehusarte las más propias y razonables.

Por el contrario, te recomiendo mucho la paciencia para escuchar a los que tengan alguna pretensión, o negocios contigo; porque hay algunos que no están contentos si no refieren toda su historia, antes de que se satisfaga a su demanda; y no sientas aparentar que escuchas la injusta súplica del artificioso sin pestañear, o la fastidiosa individualidad del majadero sin cansarte; pues ejercitas a un tiempo las dos virtudes de paciencia y prudencia; y sin darles nada les das una satisfacción con oírles, siendo el tributo menor de los que tiene que pagar el hombre que está en alto puesto; aunque tú verás con frecuencia, que las pretensiones del pobre son más veces tratadas con desdén o menosprecio que no con indignación; al modo que por mofa ofrecemos muy poco dinero al vendedor que pide demasiado por sus mercaderías; cuando nada le regateamos al que nos pide un precio equitativo.

"Un hombre de peso puede tener prisa, pero nunca precipitación para hacer las cosas"

Un hombre de peso puede tener prisa, pero nunca precipitación para hacer las cosas, pues sabe que cuanto haga con tropelía le saldrá mal; y así por más prisa que tenga para despachar un asunto siempre tendrá cuidado de no atropellarse por no echarlo a perder. Los hombres de cortas luces son los precipitados, pues cuando el asunto es demasiado grande para ellos, corren, se embarazan, se atropellan y se confunden sin decidirse por último a cosa alguna; porque como quieren hacerlo todo a un tiempo no pueden hacer nada; pero el hombre de seso toma el tiempo necesario para evacuar metódicamente su asunto y las medidas necesarias para que le salga bien; de manera que su prisa para despachar un negocio solo se ve en su continua aplicación a él, pero lo sigue con frescura y con tesón, y no emprende otro hasta terminado aquel, advirtiendo que el negociante hábil hace gran diferencia de los pequeños a los grandes objetos, siendo franco de todos modos respecto a los primeros, pero reservado en cuanto a los de entidad; y así vemos que todos los días, que aunque los negociantes son la gente de ojos más abiertos, y que todos tienen siempre derecho para apercibirse de una simpleza y descubrir un engaño, no obstante aparentan ser ciegos porque a veces se pierde más en manifestar lo uno, o en declarar lo otro.

Huye, sobre todo, de parecerte a los espíritus frívolos que siempre están empleados en cosas ridículas y despreciables, gastando en bagatelas y en asuntos de poca monta el tiempo y la atención que solo merecen las cosas de importancia; las mariposas, las arañas, caracoles, etc. son el objeto de sus más serias investigaciones; el leer cuatro novelas insulsas e indecentes, y el aprender de memoria cuatro relaciones extravagantes es todo su estudio; observan escrupulosamente el vestido de cada persona, pero no se cuidan de mirar el carácter de las gentes que tratan; ponen más atención a las decoraciones del teatro que al sentido de la representación, y a las ceremonias de la Corte más que a su política, semejante modo de emplear el tiempo es perderlo absolutamente y hacer infructuosa toda la educación que sus padres le han dado por tantos años.

Ya te he dicho que las diversiones no son ociosidad ni tiempo perdido, siempre que sean racionales, honestas y útiles al espíritu, o a la salud, antes bien es un tiempo muy bien empleado el de las diversiones para desahogo de los cuidados, trabajos y fatigas del día; la intensa aplicación y la continua atención a una cosa hace desear la distracción y apetecer los placeres; de modo, que un teatro, un baile, una academia, una tertulia serán mucho más gustosas conocidamente al que haya empleado gran parte del día en hacer algo, que el que lo haya perdido todo; también me atrevo a decir que una mujer hermosa parecerá que tiene más atractivos a un aplicado al estudio o a negocios, que no al paseante; porque la vida de éste, respira en todo una indiferencia igual, y es tan insípido en sus diversiones como insensible al deleite; bien al contrario del que tiene que aprovechar los instantes para no distraerse de sus principales cuidados.

Hay muchos a quienes se les figura que se divierten solo porque no estudian, o no están ocupados en cosa alguna; pero se fastidian bien pronto de su vida monótona; están siempre pensando como engañarán y pasarán el tiempo; y como no hacen nada pasan el día lo mismo que la noche, quiero decir, como si estuvieran durmiendo; estos tales llegan a contraer tal pereza que solo van a algunas partes donde están libres de toda atención y restricción; pero tú no quieras imitar a semejantes personas que desperdician con tan ociosa profusión su tiempo, cuidando de que todas las partes donde tu vayas sean, o la escena de los placeres nobles y activos, o la escuela de tus aprovechamientos; y que todas las compañías que frecuentes satisfagan tus sentidos, adelanten tus conocimientos o afinen tus modales.

Finalmente, ten por regla general que la holgazanería, la indolencia y la dejadez son propias de la senectud y no de las otras edades del hombre, cuyos apodos bastan para desacreditar al mejor. Trata siempre con las gentes más distinguidas del país, sea por nacimiento, empleos, talento, sabiduría o finura; porque esto te dará buen crédito para todas las demás casas donde quieras entrar. Nunca olvides el verdadero valor del tiempo, y disfruta de él cuantos instantes puedas, sin que la desidia, la pereza o la ociosidad te hagan jamás dilatar a mañana lo que puedas hacer hoy; esta fue la regla del famoso y desgraciado De Witt, quien por conseguirla indefectiblemente hallaba tiempo no solo para despachar todos los negocios públicos, sino también para pasar todas las noches en cenas y tertulias, como si nada tuviese que hacer, ni en que pensar.