Tarde dieciocho. Del modo con que las jóvenes deben conducirse en la sociedad con los hombres.

Ved como vuestro padre os enseña prácticamente a ser atentos y corteses con las damas.

Lecciones de moral, virtud y urbanidad.

 

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La Madre. - Aunque Luisita no ha llegado todavía a aquella edad en que pueda hacer uso de los consejos dados por su padre, bueno será que sus oidos se vayan acostumbrando a oir aquello que deberá practicar algún dia; y sus hermanos aprenderán a respetar más y más a nuestro sexo. Además de que si vuestro padre pone por escrito todo lo que os ha dicho en estas tardes anteriores, se podrán añadir los consejos que yo voy a dar ahora a mi hija, si es que merecen su aprobación,

El Padre. - La opinión que tengo formada, hijos míos, de vuestra madre es tal, que desde luego os aseguro sabrá desempeñar la parte que tome en la instrucción de su hija mejor que yo la mia.

La Madre. - Ved como vuestro padre os enseña prácticamente a ser atentos y corteses con las damas. El mismo, hija mia, ha dicho que el mundo juzga severamente a nuestro sexo, y por esta razón nosotras debemos caminar, como dice el proverbio, con pies de plomo.

Las miradas anuncian sin querer, lo que pasa en el corazón; haz que en las tuyas solo se vea la expresión de la modestia, y para que lo puedas conseguir mejor, se modesta en efecto; una mirada atrevida en una mujer, es una cosa que repugna. Sobre todo no busques las de los hombres; esta costumbre procede de la depravación del corazón; y si por casualidad la imitas por una simple inconsecuencia, te confundirán con aquellas cuyas costumbres ya están estragadas.

Si para la civilización de la sociedad es bueno que se reúnan los hombres y las mujeres, es también útil para las costumbres que esta frecuencia no sea demasiado intima. Las mujeres no deben huir de los hombres, como lo hacen las mojigatas; mas tampoco deben buscarlos con exceso; prefiere siempre, hija mia, la sociedad de las personas de tu sexo.

En medio de los juegos y diversiones más ruidosas debes ser reservada; tu modesta reserva será un escudo que protegerá tu alma contra todo lo que pudiera herirla; las gentes más relajadas temerán decir o hacer algo que ultraje tu decoro. Si hubiese quien se tomase alguna libertad contigo, haz que la severidad de una mirada tuya le recuerde lo que debe a la decencia. No muestres jamás un aire risueño a lo que no es honesto; si tal hicieras, pronto te despreciarían y no podrías hacer valer tus derechos al respeto.

Sí delante de tí se dicen palabras de sentido doble, aun cuando las entiendas no lo des a entender, ni te enfades, ni te rias por ellas. Si lo que dijeren fuese indecente sin equívoco, retírate si puedes; si no, demuestra en tu aire frío y rígido el desprecio con que oyes semejantes palabras, que solo pueden salir de la boca de gentes inmorales y sin crianza.

Tu padre, hija mia, ha dicho que los hombres deben ser complacientes con las mujeres; y yo añado que una mujer debe guardarse y mucho, de abusar de semejante complacencia; deja que obre así una coqueta o caprichosa. Una mujer honesta y de juicio recibe con modestia las atenciones que se tienen por ella; pero tiene buen cuidado de no ocupar a cada paso a los hombres.

No parece bien que una mujer se esfuerce por sobresalir demasiado en la conversación; basta que ella sea instruida. Querer obligar a que todos sean de su opinión, hallar placer en ostentar su ciencia, es hacer insufrible y ponerse en la clase de las pedantes. Habla siempre sin pretensiones de pasar por muy instruida. Los hombres son injustos, una mujer sabia ofende su orgullo. Os contaré dos casos, el primero de los cuales le oí contar a nuestro amigo el cónsul inglés.

Cuando Bonaparte volvía a París, después de su gloriosa campaña de Italia, a pesar de que evitaba las grandes concurrencias, no pudo dejar de asistir a un baile que le dieron en una ciudad principal. Hallábase entre las damas convidadas la célebre Madama Stael, tan conocida por sus obras literarias. Su amor propio era igual a su mérito, y así como en aquel tiempo el joven Bonaparte era el objeto de la admiración general entre los hombres, ella aspiraba a serlo entre las mujeres. Con este designio buscó la ocasión de entrar en conversación con el general, y cuando le pareció bien, le hizo esta pregunta.

"¿Cuál es en vuestro concepto la mujer más sobresaliente digna del aprecio general?" Bonaparte penetró el objeto de la pregunta, y respondiendo: "Aquella que más hijos ha dado al Estado", volvió la espalda y se fué dejándola abochornada.

El segundo caso es el que sucedió a Madama Dacier, la mujer más sabia de su tíempo, con un caballero alemán. Éste, que en sus viajes tenia un gusto particular en visitar a las personas de más mérito, suplicó una vez a Madame Dacier que escribiera su nombre en el librito de memoria que él solia llevar consigo. Después de haberse resistido por mucho tiempo, esta señora respetable escribió su nombre, y puso a continuación un verso de Sófocles, cuyo sentido viene a ser el que expresan los dos siguientes versos:

Un modesto silencio siempre ha sido, de las mujeres el más bello adorno.

Hija mia, si acaso no eres instruída, con más razón deberás mantenerte entonces silenciosa; tu papel está reducido a escuchar, y no solamente es fácil, sino que muchas veces da gusto a los demás. No hagas que la conversación recaiga, como lo hacen muchas mujeres vanas y tontas, sobre un vestido, un peinado, un aderezo o cualquiera otra parte perteneciente al tocador; de todos los pasatiempos este es el más fastidioso, y el que los hombres desprecian más.

Un defecto bastante general en nuestro sexo es examinarse las mujeres mutuamente, pasar en revista todas las prendas de su traje y adornos para hacer en seguida una crítica terrible. Esto procede de celos bajos y miserables; guárdate, hija mia, de tenerlos; el criticar a las demás no te haría parecer mas hermosa, ni realzaría el esplendor de tus vestidos; lograrías solamente dar una mala idea de tu corazón.

Mucho pudiera decirte, pero me contentaré por ahora, con leer las siguientes máximas de Pitágoras, entresacadas de una colección que hizo tu padre de todas las de aquel famoso filósofo, y que me las regaló el dia que se casó conmigo. Bien sabe él que no fue este el regalo que menos aprecié.

Mujer, no quieras parecerte al hombre.

Los dos sexos no deben tener nada de común entre sí.

Mujer de gobierno, no imites a la cigarra; que hace mucho ruido y trabaja poco.

Prefiere en una mujer el talento a la belleza, y las gracias al talento.

No hables mal de las mujeres; tienen muchos derechos para que los hombres sean indulgentes con ellas.

Si encuentras varias mujeres riñiendo, sigue adelante tu camino.

Mujeres, no ceséis de ser dulces y modestas. Conservad vuestras costumbres púdicas. No renunciéis a las gracias. Para agradar a los hombres sed siempre mujeres.

Muchachas, sed siempre amables, y haced que vuestras pasiones no os irriten jamás; nada afea tanto el rostro como un movimiento de cólera, o un arrebato producido por los celos.

El lino viejo hace mala tela. Esposas, madres, aplicad esta ley de economía doméstica a la educación tardía y abandonada de vuestras hijas.

La paz y la abundancia saldrán de tu casa el dia mismo que entre en ella una mujer menos laboriosa que linda, y más amiga de su persona que del gobierno interior de la casa.

Mujeres, sabed que aun hay cierta cosa superior a una bella mujer: es una mujer bella y modesta a un mismo tiempo.

Mujeres de todas edades, no paséis un solo dia sin sacrificar a las ninfas de las fuentes. [Pitágoras en esta máxima recomienda la limpieza diaria.)

Ciudadanos, guardaos de poner al frente de vuestra república a aquel que no sabe hacerse respetar de su mujer, o de sus hijos.

Muchacha, pocas abejas hallarás fuera de su colmena durante la noche. Que no te vean tampoco fuera de la casa paterna o marital toda la noche.

¿Quieres que tu marido permanezca siempre a tu lado? Haz de modo que no encuentre en otra parte tantas gracias, modestia, dulzura y terneza.

Jóvenes muchachas, en medio de las ocupaciones domésticas más desagradables conservad cierto aire de fiesta y adorno.

El Padre. - Id, hijos mios, a dar una vuelta por el campo con vuestra madre, en tanto que yo voy a poner por escrito todo lo que ella os ha contado.