Tarde primera. De la sociedad.

Tiempo de saber la conducta que se debe tener en la sociedad para vivir con paz y con honor.

Lecciones de moral, virtud y urbanidad.

 

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Advierto, hijos mios, que merendáis con muy buen apetito, y que ningún cuidado os atormenta; ¡Ojalá pudiéseis ser siempre tan felices como lo sois ahora! Pero los años pasan rápidamente, y en breve saldréis de la infancia para ser hombres, porque vais creciendo que es un pasmo. Tiempo es pues que comencéis a saber la conducta que se debe tener en la sociedad para vivir con paz y con honor.

Jacobito. - Sí, papá, cuéntenos V. algo que nos instruya y divierta, como solía V. hacerlo el invierno pasado.(Nota 1.)

(Nota 1.) Mucho se ha hablado acerca del tratamiento que los hijos deben dar a los padres. No quiero entrar aquí en una controversia sobre si es mejor que aquellos los tuteen o traten de usted. Por lo que toca a mí, estoy determinado a seguir siempre en esto la costumbre general de mi país y de América, que es para donde escribo.

Emilio. - ¿Qué es sociedad, papá?

El Padre. - Por sociedad, querido Emilio, se entiende la reunión de los hombres que viven juntos, regidos por unas mismas leyes. Figuraos por un momento que los hombres viven esparramados por el mundo, como los animales; y que así como un oso pasa al lado de otro oso sin decir una palabra, sin mirarse siquiera, pasasen los hombres al lado de otros hombres del mismo modo, o tal vez, para reñir y matarse unos a otros; ¿os parece que el genero humano sería muy feliz entonces? Reducido el hombre a vivir solo, y a sus propias fuerzas, en vez de hacer una casa para morar en ella, tendría que meterse en una caverna, o en el hueco de algún tronco. Sus vestidos serían las pieles de los animales, y su alimento dependería de la caza. Cogería los frutos antes que otro se apodederase de ellos; a cada paso habría reyertas y combates, y el más fuerte sería el más feliz.

Jacobito. - ¿Y viven así los pueblos que los viajeros llaman salvajes?

El Padre. - No, hijo mío; esos pueblos que nos pintan como salvajes son hombres groseros, que ignoran las artes y los placeres que resultan de la civilización; pero que conocen las primeras y principales ventajas de la sociedad: tienen costumbres, que para ellos son lo mismo que las leyes para nosotros, y saben respetar mutuamente sus derechos.

Emilio. - Papá, ya me parece que se ahora lo que es sociedad; el estado en que se han reunido los hombres para sostenerse mutuamente, e impedir que los malos hagan el mal impunemente.

El Padre. - Efectivamente, esa es la base de la sociedad. Reunidos los hombres, fueron mas fuertes y felices. La necesidad y la emulación hicieron que cada uno inventase alguna cosa útil con ventaja de la sociedad y suya propia, pues en cambio de su trabajo recibía lo que necesitaba salía de las manos de los otros.

Jacobito. - ¡Oh! ya comprendo; es decir que el uno era labrador, el otro albañil, el otro sastre, etc.

Luisita. - Y las mujeres harían media, lavarian la ropa y amasarían el pan, ¿es verdad, mamá?

La Madre. - Con el tiempo aprenderían todas esas cosas, y se encargarían de las faenas domésticas, en tanto que los hombres se dedicaban a trabajos mas penosos.

Emilio. - El que tenía mucho dinero no trabajaría nada; así pienso yo, papá.

El Padre. - El dinero vino más tarde. La experiencia hizo ver la necesidad que había de recurrir a un medio que facilitase las operaciones del comercio, porque el labrador, el artesano, y el fabricante no podían procurarse aquello de que carecían con el sobrante de sus frutos, trabajo, ni producto; y de aquí vino el tener que hacer monedas de oro, plata, cobre u otros metales, que representaban el trigo del labrador, el trabajo del artesano, el paño del fabricante, etc. Pero a mí me parece que ya os cansáis de oírme.

Jacobito. - No, no, papá; V. lo dice porque Luisita está enredando; nosotros oímos con gusto.

El Padre. - Ahora os diré cuáles son las bases morales de la sociedad, para que sepáis conduciros como hombres de bien.

Emilio. - Yo no entiendo, papá, lo que son bases morales.

El Padre. - Me alegro que me lo preguntes; el que nunca pregunta, o tiene mucha vanidad, o pocos deseos de saber. Ahora voy a explicarte lo que se entiende por bases morales. ¿Te acuerdas que al hacer aquella casa, que estamos viendo desde aquí, abrieron unas zanjas, y que en lugar de la tierra que había antes pusieron con orden muchas piedras?

Emilio. - Sí, papá; y me acuerdo que V. nos dijo que aquello se llamaba los cimientos.

El Padre. - Pues bien; así como todo edificio tiene sus cimientos o bases, sobre los cuales se sostiene con firmeza, del mismo modo las acciones que debemos ejecutar están cimentadas en ciertos principios reconocidos generalmente por todos los hombres, tales como los siguientes: No hagas a otro lo que no quieras que te hagan a ti; y haz a los otros lo que quisieras que los otros te hicieran a tí. Esto que os acabo de decir es lo que se llama bases morales. ¿Me habéis entendido?

Los tres. - Si, señor.

La Madre. - Jacobito, ¿te gustaría que cuando estás jugando a la pelota viniese otro muchacho y te la quitase?

Jacobito. - No, mamá.

La Madre. - Luego debes confesar que hiciste una mala acción, cuando quitaste ayer a tu hermanita la muñeca con que estaba enredando, y la echaste al pozo, siendo esto la causa de que estuviese llorando toda la tarde.

Jacobito. - Confieso que hice muy mal, pero ella tampoco debió burlarse de mí; ¿no es así, mamá?

La Madre. - Ciertamente; y ved aquí como el obrar mal siempre acarrea disgustos. Pero dejemos que prosiga vuestro padre.

Emilio. - Papá, lo que V. y lo que mamá quieren decir es, que es menester no hacer a los otros aquello que pudiera disgustarles, como robarles algo, pegarles, burlarse de ellos; y también hacer a los demás el mismo bien que nos han hecho.

El Padre. - Ni más ni menos; y eso es lo que se llama la moral, la cual consiste en no hacer mal, y en volver bien por bien. Pero el hombre virtuoso no se contenta con esto solo, sino que hace sacrificios generosos sin esperar la recompensa de ellos; de modo que hacer una cosa útil a sus semejantes gratuitamente, y aun contra el interés propio del que la hace, es lo que se llama virtud, y virtuoso el que la ejecuta. Para que lo entendáis mejor os pondré varios ejemplos.

En el fuego que hubo la otra noche en nuestra calle, el albañil que entró, con peligro de su vida, en la casa incendiada a salvar a una pobre mujer enferma, sin esperar por esta acción ningún premio, fue un hombre virtuoso. El labrador que se arrojó al rio para salvar al hijo de nuestro vecino que se estaba ahogando, fue un hombre virtuoso. Aquel caballero, que os suele dar dulces, es un hombre virtuoso, porque ha adoptado por hijo un pobre huérfano, y ha defendido con valor a una inocente e infeliz mujer perseguida por unos malvados. Todos estos han preferido la felicidad del prójimo a la suya propia, y esta es la razón que hay para llamarlos virtuosos.

Emilio. - El que se abstenga de hacer mal, vuelva bien por bien, y añada algunos sacrificios generosos cuando se presente la ocasión, ¿ha hecho todo lo que debe?

El Padre. - Se puede decir que sí; aunque hay otros deberes en la sociedad, a los cuales debemos sujetarnos.

Jacobito. - ¿Qué deberes son, papá?

El Padre. - Los de la urbanidad.

Emilio. - Explíquelo V. con algunos ejemplitos, para que comprendamos bien lo que es urbanidad.

El Padre. - Pues bien, escuchadme atentamente. Figuraos un joven que cumple exactamente con los deberes de la moral y la virtud, que respeta los derechos de sus semejantes, honra a sus padres y les sirve de apoyo, que hace bien al prójimo, se sacrifica por todos y rinde a Dios el homenaje que le dicta la religión; este joven es un ser digno del respeto de los hombres, y de las recompensas del cielo. ¡Felices, mil veces felices todos los que se le parecen! Pero figuraos también que no sabe lo que es urbanidad; veréis que hace el bien sin ninguna gracia; que las gentes se quejan de que entra en una reunión sin saludar a nadie; de que se sienta en la primera silla que encuentra; de que anda hecho un zafio, y de que no sabe estar en la mesa como se debe. Todos le comparan a un diamante de gran valor mal trabajado. Y sin embargo lo que tiene que hacer es muy poco.

Bien mirado, no importa mucho que yo me quite o no el sombrero, que yo me siente derecho o torcido, que yo trate de usted o de tú; pero todas estas cosas son otras tantas señales del respeto que tengo a mis semejantes, y aun observo que les agradan; por consiguiente, es un deber mío ser cortés en los términos que lo exige el uso. La suciedad en mis vestidos y acciones causa a los que me rodean sensaciones desagradables; así es que la limpieza se convierte en virtud, por ser un bien para los demás. Con una atenta cortesía me gano el afecto de un desgraciado, que ve no me desdeño de saludarle; pues no creáis, hijos míos, que debemos ser corteses solamente con nuestros superiores e iguales; un corazón bondadoso se complace en serlo aun aquellos que la casualidad ha hecho sean inferiores nuestros; de este modo hacemos más llevadera su mala suerte.

Hijos mios, los tres puntos principales que nos ocuparán algunas tardes a la hora de la merienda son los siguientes:

La moral, o la necesidad que tenemos de no hacer mal a nadie, y de hacer a otro el bien que nos ha hecho.

La virtud, o el valor de hacer el bien gratuitamente, y aun contra nuestro propio interés.

La urbanidad, o las formas exteriores del hombre en la sociedad.

Procuraré amenizar la narración con algunos ejemplos, o casos que se os agradarán, y por último, en la parte de urbanidad mezclaré algunos consejos a vueltas de las reglas de cortesanía, que será bueno los sepáis desde ahora.

Ahora vamos a la orilla del mar a dar un paseito; allí cogeremos menudas y pintadas conchas, y os enseñaré a hacer con ellas algunos adornos muy bonitos.

Todos. - Vamos, papá, vamos. Mamá, venga V. también con nosotros.