Urbanidad del modo de preguntar, informarse, reprender y expresar su parecer.

Cuando uno se incorpora a un grupo de personas, es muy descortés preguntar por lo que se está diciendo.

Reglas de cortesía y urbanidad cristiana para uso de las escuela cristianas.

 

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Urbanidad del modo de preguntar, informarse, reprender y expresar su parecer.

Es totalmente contrario a la urbanidad interrogar y hacer preguntas a la persona hacia quien se debe tener consideración, e incluso a cualquier persona que sea, a menos que sea muy inferior a nosotros y dependa de nosotros, o que se vea uno forzado a hacerla hablar. Y en tales casos hay que hacerlo con mucho recato y circunspección.

Cuando se desea saber alguna cosa de una persona a quien se debe respeto, la cortesía exige hablarle de forma que esté obligada a responder a lo que se le pregunta, pero sin interrogarla. Si se desea saber, por ejemplo, si una persona piensa ir al campo, o a algún otro sitio, sería muy descortés y contra el respeto decirle: "Señor, ¿irá usted al campo?" Esto es ofensivo y demasiado familiar. Por el contrario, hay que valerse de formas de hablar como: "¿Irá usted sin duda al campo, o a tal sitio?" Este modo de matizar el asunto no tiene nada de ofensivo,
sino la curiosidad, que es excusable cuando es respetuosa.

Al hablar a una persona, también es descortesía decirle: "No me entiende usted"; "¿me entiende usted?"; "no sé si me explico bien", etc. Hay que continuar la conversación sin utilizar todos esos modos de hablar.

Cuando uno se incorpora a un grupo de personas, es muy descortés preguntar por lo que se está diciendo. Este tipo de informaciones son demasiado familiares y propias de una persona que no sabe comportarse. Hay que contentarse, una vez que uno se ha sentado, con escuchar al que habla y entrar en la conversación en el momento oportuno.

En la conversación tampoco hay que preguntar o pretender saber de una persona, por muy cortésmente que se haga, dónde estuvo, de dónde viene, qué hizo o qué quiere hacer. Este tipo de preguntas son demasiado atrevidas y no se permiten de ninguna forma.

De ordinario no hay que inquirir lo que se refiere a los demás, a menos que se tenga especial obligación de hacerlo, para conocer algo que afecta a la persona que se informa o que se relaciona con ella.

Es imprudente descortesía adelantarse a la persona a quien se interroga, respondiendo antes que haya terminado de hablar, incluso aun cuando se supiera bien lo que quiere decir.

También es descortesía ser el primero en responder a la persona a quien se debe respeto, cuando pregunta algo en presencia de otras personas que están por encima de uno mismo, incluso si se tratara de cosas comunes y ordinarias; por ejemplo, si preguntara qué hora es, hay que dejar que respondan las personas de mayor rango del grupo, a menos que quien pregunta se dirija a alguien en particular, quien, en tal caso, debería responder.

Cuando se responde a alguien, sea a los padres, sea a otros, es muy descortés y poco respetuoso decir simplemente sí o no. Siempre hay que añadir algunos términos de distinción, y decir, por ejemplo: sí, padre; sí, señor. Sin embargo, hay que procurar no repetir demasiado a menudo esas palabras al hablar, porque sería incómodo y fastidioso a unos y a otros.

Cuando al responder uno se ve forzado a contradecir a una persona hacia quien se debe tener consideración, no es educado hacerlo abiertamente; en tal caso hay que valerse de un rodeo, y decir: Perdone, señor; o: Le ruego me disculpe, señor, si me permito decir que, etc.

Cuando se está en un grupo en el que se habla de algún asunto, es descortés dar la propia opinión, a menos que le pregunten a uno, especialmente cuando hay personas superiores.

Si se halla uno en un grupo en el que debe expresar su opinión sobre un asunto, hay que esperar que le llegue a uno el turno, y luego descubrirse, en señal de saludo a la persona que preside y a los demás asistentes, y después exponer sencillamente lo que se piensa.

Cuando se da la propia opinión hay que procurar no sostenerla con tozudez, pues no hay que valorar tanto las propias ideas que se crean indiscutibles. Sería también muy descortés replicar para hacerlo prevalecer, pues no hay que aferrarse de tal modo al propio parecer que no se tenga en cuenta el de los demás.

Por tanto, hay que estar muy lejos de acalorarse o enfadarse para forzar a los demás a seguir la propia idea, ya que la pasión no es medio honesto ni prudente del que pueda valerse una persona para convencer a los demás de que su criterio es el más acertado.

Jamás hay que censurar a los demás, ni despreciar lo que dicen. Por el
contrario, es propio del hombre educado apreciar y alabar el parecer de los demás y exponer sencillamente el propio, cuando se lo piden.