La obsesión por ser noble.
Es el club más reservado del país, pero las peleas entre ellos son el pan nuestro de cada día. Para defender sus títulos o conseguir otros nuevos, pleitean sin descanso.
Ser o no ser noble, he ahí la obsesión.
Diecinueve años después de convertirse en duquesa de Fernandina, María Pilar González de Gregorio y Álvarez de Toledo, de 55 años, segunda de los tres hijos de la fallecida duquesa de Medina Sidonia, también conocida como la Duquesa Roja, ha pasado a engrosar la lista de los plebeyos, o, por lo menos, de los nobles sin título. Una reciente y escueta orden del Ministerio de Justicia la desposeía del ducado, "en trámite de aplicación de sentencia firme", y anulaba la carta de rehabilitación del mismo, fechada en 1993.
La sentencia en cuestión, una más del medio centenar dictadas en la última década por el Tribunal Supremo sobre sucesiones nobiliarias, respondía a una demanda de su hermano mayor, Leoncio-Alonso González de Gregorio, de 56 años, actual duque de Medina Sidonia, que le puso un pleito nada más obtener ella el título. Y es que si los millonarios pelean por sus herencias, los nobles españoles -apenas 2.200 personas que se reparten cerca de 3.000 títulos- lo hacen por sus escudos y blasones, y con igual ferocidad.
En uno y otro caso parecen contar poco los lazos de sangre. El propio duque de Medina Sidonia tardó dos años en heredar los marquesados de los Vélez y de Villafranca del Bierzo, dos títulos agregados a la casa ducal, porque sus hermanos, Pilar y Gabriel, el menor, impugnaron la sucesión alegando que eran títulos incompatibles. Las instituciones competentes le dieron la razón al duque, que invocaba una tradición de más de dos siglos, para permitirle ostentar los títulos, los tres con Grandeza de España (máxima dignidad nobiliaria, creada por Carlos I, que llevan unas 400 personas). A sus dos hermanos, pese a haber nacido en una de las familias con mayor solera nobiliaria de España, no les ha tocado nada.
Otro noble damnificado por las peleas familiares es Íñigo Moreno de Arteaga, marqués de Laula durante nada menos que 49 años, hasta que su primo Íñigo de Arteaga y Martín, duque del Infantado, le quitó el título en 2010, después de una batalla de una década en los tribunales. Moreno de Arteaga, un estudioso de la Constitución de 1812, casado con Teresa de Borbón dos Sicilias, prima del Rey, tuvo la suerte de que el monarca compensara la pérdida haciéndole marqués de Laserna. El duque del Infantado quería el título para su hija menor, Carla, que es desde el año pasado la nueva marquesa de Laula, un título creado por Carlos I en el siglo XVI, vacante durante siglos, hasta que lo rehabilitó en 1913, el bisabuelo de la actual marquesa, Joaquín Ignacio de Arteaga y Echagüe.
Y es que los nobles viven pendientes del árbol genealógico, al acecho de títulos vacantes o dinastías al borde de la extinción, porque los títulos siguen siendo un bien preciado. Por más que ya no vayan acompañados de privilegio alguno (el último, el derecho de los Grandes de España a llevar pasaporte diplomático, desapareció en 1984) y estén desvinculados del patrimonio desde el siglo XIX. "Pero son importantes socialmente. En estos tiempos en los que triunfa el igualitarismo más total, un título es algo que distingue. Ninguna condecoración, ni siquiera la más alta, como el Collar de la Orden de Carlos III, vale tanto como un título que el Rey da. Los títulos están fuera del comercio y son intemporales", dice Carlos Texidor, abogado experto en la materia que ha defendido a muchos nobles en sus pleitos familiares.
Algo de cierto tiene que haber cuando son tantos los que se pelean por los títulos, y tanta la seriedad con la que las instituciones estudian las solicitudes. El Consejo de Estado, el máximo órgano consultivo del Gobierno español, es el encargado de realizar dictámenes sobre cada uno de los casos en litigio. En el último cuarto de siglo ha realizado 362, que, aunque no sean vinculantes, están avalados por el peso orgánico de la institución.
En manos del Consejo está decidir quién tiene más derecho a convertirse en marquesa de Arcos y condesa de Santa María de Loreto al morir sin descendencia la última poseedora. Las pretendientes, hasta noviembre del año pasado, eran la hija de la empresaria multimillonaria Esther Koplowitz y una dama llamada Emma de Zea que falleció al mes siguiente. Su hijo, el abogado Alfonso Caro de Zea, ha decidido mantener la solicitud.
"El título ha estado en manos de cuatro o cinco familias de Cuba con las que estamos emparentadas muchas personas", explica por teléfono Caro de Zea, que justifica su interés en ser marqués "en el cariño a mis antepasados y a la tradición". Una frase que suscribirían seguramente las dos hermanas Koplowitz, hijas de Esther Romero de Juseu y Armenteros, una aristócrata cubana. Desde que falleció su madre, en diciembre de 1968, han ido recomponiendo uno a uno los títulos del denso árbol genealógico familiar. Heredaron tres marquesados y un condado, y en largas peleas judiciales se hicieron con otro marquesado y un condado.
La pelea por ser marquesa del Real Socorro, un título en desuso que rehabilitó en 1930 Fernando Sainz de Incháustegui y García Moreno, conde de Alacha, la inició la madre de las Koplowitz, pero no se saldó con la victoria hasta 1971, cuando Alicia Koplowitz recibió el título. Su hermana Esther consiguió ser condesa de Peñalver (último título en discordia) en 1988.
"La conocida periodista Mercedes Milá ha renunciado a convertirse en condesa de Montseny"
Los títulos rehabilitados son, con cierta frecuencia, una presa fácil en los tribunales. Una vez que alguien desempolva los blasones tras mover un ingente papeleo y pagar una tasa que oscila entre los 3.000 y los 10.000 euros, surgen como por arte de magia los aspirantes con más derecho al título. "Gracias a la rehabilitación, los parientes pueden obtener esa gracia cuando no la han pedido las personas a quienes corresponde en primer lugar", explica José Antonio Martínez de Villarreal y Fernández-Hermosa, conde de Villarreal, que preside la Real Asociación de Hidalgos de España (RAHE). "Con el tiempo, los descendientes de esas personas de derecho preferente ponen pleito a los descendientes de quienes obtuvieron la rehabilitación". Y los ganan. Aunque, como en el caso de las Koplowitz, sea para ceder los títulos a los hijos.
Muchos nobles han hecho lo mismo para compensar de alguna manera la injusta ley sucesoria que reserva todo para el primogénito. Hasta el siglo XIX, la tendencia era más bien a acumularlos. "Era así porque las grandes casas nobiliarias se unían mediante matrimonios ", comenta Texidor. "El duque de Sessa, Vicente Pío Osorio de Moscoso, que vivió en el siglo XIX, llegó a ostentar 109 títulos". Todavía hoy hay rastro claro de esa acumulación por bodas y herencias. Las 10 grandes casas ducales del país (Medinaceli, Alba, Osuna, Villahermosa, Alburquerque, Infantado, Borbón, Medina Sidonia, Fernán Núñez y Peñaranda) suman conjuntamente casi 200 títulos.
Aun así, las peleas más frecuentes han sido por el título principal de la casa, que históricamente se reservaba al varón mayor. El duque del Infantado, Íñigo de Arteaga y Martín, ha distribuido títulos entre sus tres hijas, pero reservó los principales para el único varón, Íñigo de Arteaga y del Alcázar, fallecido en un accidente de avioneta hace poco más de un mes. La heredera del ducado será la primogénita, Almudena de Arteaga, escritora y defensora de la ley de octubre de 2006 que equipara los derechos de hombres y mujeres en la sucesión nobiliaria, dominada hasta ese momento por el Código de las Siete Partidas de Alfonso X el Sabio, del siglo XIII.
La ley de 2006 provocó una revuelta sin precedentes entre los nobles sin primogénitos varones, anclados en una tradición discriminatoria, que reaccionaron casi como si les quitaran los títulos. Lo que más les indignó es que se aplicara con carácter retroactivo, lo que permitió que algunas herederas empantanadas en pleitos sin esperanza consiguieran sus títulos. Por ejemplo, la diseñadora Agatha Ruiz de la Prada, que se convirtió en 2010 en baronesa de Santa Pau y marquesa de Castelldosrius, apeando a su tío de un título creado por Carlos IIen el siglo XVII. O la marquesa de Isasi, Isabel Hoyos, hoy duquesa de Almodóvar del Río, marquesa de Hoyos y de Almodóvar.
Otras, como Natalia Figueroa, aspirante a marquesa de Santo Floro, perdieron el tren porque la justicia les denegó el derecho de primogenitura antes del cambio legislativo. "Pero la ley no ha acabado con la discriminación, porque al final heredan solo los primogénitos", dice Vanessa Gil Rodríguez de Clara, profesora de Derecho en la Universidad CEU de Madrid y experta en Derecho Nobiliario. "Y no hay manera de resolver el problema, porque los títulos son indivisibles. Salvo que se aplique el modelo alemán en el que todos los hijos heredan el título. Por eso hay tantos aristócratas. Aunque carecen de reconocimiento legal porque Alemania es una República".
Indiferente a una legislación que le favorece, la periodista Mercedes Milá, la mayor de seis hermanos, que podría haberse convertido en condesa de Montseny, sucediendo a su padre, José Luis Milá y Sagnier, recientemente fallecido, ha renunciado al título, según se ha conocido esta semana. Y lo mismo han hecho las dos hermanas que le siguen en el orden sucesorio, que han dejado el condado en manos del cuarto hermano, José María Milá Mencos.
El caso de Mercedes Milá es infrecuente, pero no excepcional. José Antonio Ozores Souto, de 78 años, pintor y marqués de San Martín de Hombreiro desde 1998, entregó el año pasado los tesoros de la familia al museo provincial de Lugo y renunció a un título que concedió el rey Fernando VII en 1817 a su antepasado José María de Prado y Neira. "Me avisó de un día para otro. Fue una sorpresa. No sé por qué lo hizo", dice Fernando Salorio Ozores, su primo, que, espoleado por la familia, solicitó la sucesión. Diez meses después se la concedían, previo pago de una tasa de más de mil euros. "Mi vida no ha cambiado en absoluto", explica por teléfono el nuevo marqués de San Martín de Hombreiro, abogado coruñés de 74 años. "Si solicité el marquesado fue porque a la familia le parecía mal que se quedara vacante. Tampoco yo quería que se perdiese un título con mucha tradición en Galicia. Pero yo sigo con mis paseos y las mismas rutinas. Tampoco me trata nadie de manera distinta. Solo aspiro a llevarlo con la dignidad debida".