Necesidad de la diplomacia. Su historia y su misión. Parte 2.
Es innegable que cada día se dificulta más el abuso de la fuerza, gracias a la trasformación que sufre la Diplomacia.
Necesidad de la diplomacia. Su historia y su misión.
Hoy la diplomacia procura dar forma legal aun a las iniquidades de la fuerza, porque su misión en nuestros días es defender los derechos de la patria, apoyándose en los principios del derecho internacional, y porque los pueblos saben ya que las relaciones internacionales deben estar basadas en dichos principios, es decir, en los de la justicia, derivados del Derecho de gentes.
Y si todavía son atropelladas algunas naciones salvajes, si todavía existen ciertos desahogos tristísimos de preponderancia militar, hay que convenir en que esto es debido a la falta de un Supremo Tribunal que juzgue los delitos de política internacional con más autoridad que un Congreso, donde las necesidades del momento obligan a veces a sus miembros a utilizar las doctrinas oscuras o las opiniones encontradas de los maestros del Derecho, como sucede con el de intervención, que Heffter y Martens aprueban en principio, Wheaton acepta con grandes restricciones, Sir E. Creasy opina que no es sólo un derecho, sino que en muchos casos es un deber, Sir Travers Twis y Sir Robert Phillimore no admiten sino en casos de necesidad extrema, y Wattel no reconoce si no ha sido solicitada, mientras que Carnazza Amari, G. F. Martens, Kluber, Frunck, Brentano y Sorel lo niegan por completo, fundados en que no hay derecho contra el derecho: y que a pesar de la célebre doctrina de Monroe negando a las potencias europeas el derecho de intervención en América (en su mensaje de 2 de Diciembre de 1823), es uno de los principios más discutidos y observado de modos más diversos; siendo sumamente fácil que las resoluciones de una Conferencia se apoyen en una de estas opiniones tan combatidas, que pueden aplicarse según la voluntad del más fuerte.
Pero es innegable que cada día se dificulta más el abuso de la fuerza, gracias a la trasformación que sufre la Diplomacia, al ser envuelta en la ola democrática que anegándolo todo, va arrollando al mundo con su ímpetu irresistible. Por eso, en nuestros días no se comprenden los actos de despojo cometidos en 1756 y 1802, y otros en que, bajo pretexto de la guerra, se apresaban buques indefensos y se arrebataban las riquezas del enemigo, por medio de verdaderos actos de piratería, ejecutados por países que entonces, como hoy, marchaban a la cabeza de la civilización; y por lo menos, al tratar de apoderarse de ciertos países, se encubre la ambición con el pretexto de civilizar pueblos salvajes.
Y aunque las armas continúan siendo, por desgracia, el árbitro supremo del Derecho de gentes, es imposible desconocer que hoy no se baten dos naciones civilizadas sin que antes se agoten todos los medios, todas las fórmulas y todos los recursos pacíficos que la Diplomacia puede ofrecer. Y así como no se verifica un desafío sin que los padrinos procuren encontrar una vía de conciliación honrosa, así entre los Estados que discuten sus derechos se procura siempre interponer los trabajos de un Congreso, o de una Conferencia, donde se examinen las cuestiones origen del conflicto; y mientras dura este examen, mientras dura la controversia producida por la diversidad de pareceres, se calman los ánimos, se enfrían las pasiones y se facilitan las soluciones de paz y de conciliación.
"Al tratar de apoderarse de ciertos países, se encubre la ambición con el pretexto de civilizar pueblos salvajes"
La Diplomacia, que desaparece con los bárbaros y renace después preparando y acompañando los períodos más brillantes de todos los pueblos; que ayuda en Francia a Luis XI a fundar la Monarquía francesa, aniquilando al feudalismo, y que ha hecho reconocer la igualdad de los Estados y su independencia, no se acerca a su fin, como pretenden muchos, sino que por el contrario, adaptándose al espíritu democrático de los tiempos presentes, responde más que nunca a su misión de paz y de civilización. Y si se ha glosado hasta lo infinito la célebre frase de Chateaubriand, " Les diplómates s'en vont, c'est le temps des Consuls ", ha sido por el culto exagerado de la retórica, que tantos errores ha sancionado; pues es sabido que, por decir o escribir una frase de efecto, se ha sacrificado muchas veces la exactitud de un concepto. Esta frase, hija de la amargura y el despecho que produjo en el ilustre escritor el desgraciado éxito de sus gestiones diplomáticas, que le obligó a dejar su cartera de Ministro de Negocios extranjeros de S. M. Cristianísima, no tiene una explicación muy fácil; porque, no pudiendo demostrar que las funciones encomendadas hoy a los Cónsules sean suficientes para mantener las relaciones internacionales, a las que no bastan la gestión comercial y notarial de estos funcionarios, habría que confiarles también la de los asuntos políticos y darles un carácter diferente del que hoy tienen, y en este caso ya no serían Cónsules, serían diplomáticos. ¿Creía, al decir esto, que los Cónsules, tal como se consideran hoy, con las mismas atribuciones y el mismo carácter, llegarán a ser los únicos agentes que los Gobiernos envíen al extranjero?
Entonces hay que suponer que el Vizconde de Chateaubriand se figuraba que su retirada del Gabinete sería tan fatal a la política del mundo entero, que herida de muerte desde aquel día, todas las Naciones establecerían el Tribunal Supremo para juzgar sus reclamaciones, o que, renunciando completamente al deseo justísimo de que todo extranjero sea considerado como nacional en el país donde resida, y dejando subsistir las leyes que en muchos Estados no le conceden ninguna ventaja ni le dispensan de ninguna carga, restablezcan el famoso "Adversus hostem aeaterna auctoritas esto".
Pero lo repetimos, la célebre frase no es más que un grito de despecho; la diplomacia tiene que trabajar mucho todavía en favor de la justicia, tiene una difícil y delicada misión que cumplir, como es el franquear las fronteras al ciudadano y hacerlas insuperables al soldado; la Diplomacia que, según Jules Grenier, ha creado la igualdad entre las naciones, dándoles el sentimiento del Derecho por medio de las Misiones permanentes, sigue la vía del progreso, marchando con el siglo y sus ideas; y así como llevando a las Cámaras electivas el resultado de sus trabajos, haciendo revisar por los elegidos del pueblo sus tratados, conferencias y cuanto negocia y discute, ha suprimido las tenebrosas intrigas de la antigua Diplomacia y ha asociado al pueblo a sus proyectos, seguirá haciendo esfuerzos para imponer el culto del Derecho, base del sistema europeo y camino que debe conducir a los grandes ideales: la unión de los hombres por los intereses mutuos, unión que cimentará la paz universal, que es el gran ideal de la civilización, y por eso la diplomacia llegará a ser el baluarte de ésta y el símbolo de la paz.
Necesidad de la diplomacia. Su historia y su misión.