Cosas de la Iglesia.
La liturgia de la iglesia católica ha sido una fuente importante para el conocimiento y la práctica del ceremonial.
Madrid ha sido sede de la Conferencia Mundial para el Diálogo, una cita convocada por el rey de Arabia Saudí para que representantes de las grandes religiones dialogaran desde la base del respeto mutuo, en la búsqueda del entendimiento y de un mejor conocimiento de los valores coincidentes, promoviendo la colaboración, la ponderación y la tolerancia. Un paso importante que, curiosamente, ha tenido como marco una ciudad fuertemente castigada por el fundamentalismo islámico.
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Desde el punto de vista del protocolo en general, la liturgia de la iglesia católica ha sido una fuente importante para el conocimiento y la práctica del ceremonial, tanto que a veces es difícil separar, dentro del llamado protocolo eclesiástico, lo que se consideran rituales propios de cada acto religioso de las llamadas reglas de relación social. A esta disección se suma el peso -aunque España sea un Estado aconfesional a tenor de lo que establece el artículo seis de la Constitución de 1978- de la tradición milenaria que la religión católica mantiene en la sociedad española, tanto que a sus ritos y ceremonial se les ha dado el carácter de legado cultural y patrimonial del país.
En los actos que se organizan en torno a la Iglesia es frecuente contar con autoridades civiles y militares, las cuales en virtud del tratado que define la liturgia de las celebraciones religiosas -por otro lado manual de consulta imprescindible para los maestros de ceremonias- merecen un trato deferente en razón de su cargo u oficio.
Así, al menos, lo recoge el Ceremonial de los Obispos, el cual además de describir las celebraciones del obispo en la catedral, debe servir de guía para todas las demás celebraciones, y define los honores debidos a la máxima autoridad civil presente de manera oficial en la asamblea litúrgica, léase por ejemplo el presidente de la nación o el de la comunidad autónoma en las fiestas mayores de cualquier localidad, sobre todo si la autoridad en cuestión manifiesta su confesión católica.
Es por ello que me sorprende la reticencia de algunos ministros sagrados a la hora de colocar a la primera autoridad civil de la región, la descortesía de la que hacen gala al no darle la bienvenida al templo, incensarle o darle el abrazo de la paz. Deben saber todos los oficiantes que la Conferencia Episcopal de la Liturgia, perteneciente a la Conferencia Episcopal Española, en el año 1970, en respuesta a una consulta de la Comisión permanente del Episcopado, sobre el tratamiento a las autoridades civiles presentes en los actos religiosos, se pronunció en el sentido de reconocerlas, ser conscientes de su alta misión y responsabilidad, honrarla y enaltecer su dedicación. Se indica que tienen derecho a un lugar especial, respetando las leyes litúrgicas vigentes: "extra chorum et presbiteriurm", es decir, fuera del presbiterio y haciendo la salvedad que la presidencia del acto corresponde únicamente al ministro sagrado. Por el principio de reciprocidad, la autoridad que ejerce el derecho de representación del pueblo, observará el debido respeto al rito católico.
Sería bueno que las diócesis programaran cursos de protocolo para los sacerdotes, ya que esto les permitiría manejar el contenido del Ceremonial de los Obispos y el protocolo oficial, lo cual evitaría algunos de los dislates y actitudes soberbias de las que hacen gala en sus predios. En el contenido de dicho ceremonial se expresa junto otras cosas, que el obispo revestido debe recibir a la autoridad en el pórtico del templo, ofreciéndole incluso agua bendita, colocándolo a su derecha y acompañándolo al lugar reservado en el lado izquierdo mirando al altar.
Además del gesto de acogida está el de despedida, la incensación particularizada con tres impulsos del incensario y antes de la comunión, siguiendo la tradición romana, uno de los celebrantes irá a su encuentro a darle la paz. Son, en resumen, muestras de atención y respeto cargadas de símbolos y tradición que lleva a cabo la autoridad suprema de la diócesis y que debería servir de ejemplo a todos los párrocos, pero en especial a los que predican la igualdad en el interior del templo, haciendo patente su ignorancia sobre las jerarquías de la iglesia.
Su soberbia los lleva a no escuchar a los profesionales del protocolo, a no observar las mínimas normas de cortesía, pero sobre todo a no respetar la génesis y evolución del ceremonial litúrgico que tiene su origen, además de en el espíritu y las tradiciones, en los Decretos del Concilio Vaticano II. Y así le hacen un flaco favor a la confesión católica, restándole ornato y simbología, máxime cuando en el Real Decreto de Precedencias del Estado no hay lugar específico para las autoridades eclesiásticas en los actos oficiales, pero, por respeto a la tradición histórica, los colocamos en concordancia a la importancia de las funciones que desempeñan en su ámbito de actuación.
Así, a nuestro obispo le señalamos su puesto cerca del rector, en base al origen católico de las universidades, que siempre estuvieron bajo la tutela de un cardenal y regidas por una persona de confianza que solía ser un arzobispo u obispo. Si todos fuéramos iguales, como en la viña del Señor, la presencia de los dignatarios eclesiásticos quedaría reducida en estos actos a los miembros de la Nunciatura Apostólica que forman parte del Cuerpo Diplomático por el carácter de Estado del Vaticano. El resto se sentaría, como cualquier hijo de vecino, en donde hubiera un sitio, por más que nos mostrara sus Letras Apostólicas, báculo de pastor, anillo episcopal, palio y mitra.
El sacerdote, además de piadoso, debe ser prudente, pero sobre todo obediente, teniendo en cuenta que si se siembran vientos se recogen tempestades.