Los gestos de Conveniencia.
Sentarse, el lavatorio de manos, el ayudar al celebrante en la ejecución de su ceremonial, el dar y recibir una cosa sagrada.
Los gestos de Conveniencia.
Reunimos bajo este título una serie de gestos de importancia secundaria, dictados más que por una finalidad espiritual, por un sentido de decoro y de buena educación.
1. El sentarse.
Es la actitud de quien enseña y de quien escucha. El obispo, ordinariamente, hablaba a los fieles sentado en la cátedra; los fieles escuchaban su palabra también sentados. Ego sedens loquor -decía San Agustín- vos stando laboratis(Yo hablo sentado. Si vosotros estáis de pie, os cansáis). El pueblo se sentaba también mientras se hacían las lecturas. San Justinolo supone ya, y San Agustín recomienda al diácono Deogracias que durante la predicación haga sentarse a los fieles, a fin de que no se cansen. Se sentaba también el celebrante con los sacerdotes durante el canto del responsorio gradual. San Jerónimo escribe: In ecclesia Romae presbyteri sedent et stant diaconi, licet ... ínter presbyteros, absente episcopo, sedere diaconum viderim(En la iglesia de Roma los presbíteros se sientan, y los diáconos permanecen en pie; aunque ... entre los presbíteros vi sentarse al diácono en ausencia del obispo). Para el pueblo no había escaños a propósito, sino que todos se acomodaban directamente sobre el pavimento o sobre esteras. El uso de los bancos en la iglesia es relativamente reciente. Fue introducido después del siglo XVI siguiendo el ejemplo de las iglesias reformadas que sentían una especial necesidad, dada la importancia preeminente concedida a la predicación.
2. El lavatorio de las manos.
El lavarse las manos antes de acercarse a una persona de respeto es acto de elemental educación, que los antiguos la sentían como nosotros: tanto más si se trataba de acercarse a Dios en la oración y de acercarse a su altar. Por esto, generalmente, los romanos y los griegos usaban el lavarse las manos, antes del sacrificio o de un rito mistérico. A este sentimiento va unida la idea, de derivación judía, muy en boga en los primeros siglos, de que las abluciones corporales tenían también una cierta eficacia purificativa del alma, especialmente en materia de faltas sensuales. Como quiera que sea, nosotros encontramos en la Iglesia antigua insistentemente recomendados el lavatorio de las manos antes de la oración y antes de entrar en la iglesia. Christianus lavat manus omni tempore, quando orat(El cristiano se lava las manos en todo tiempo cuando ora), dice uno de los cánones atribuidos a Hipólito. También Tertulianoalude a esto, no sin un poco de ironía para aquellos que ponían en tales lavatorios como una virtud mágica: Hae sunt verae munditiae, non quas plerique superstitiose curant, ad omnem orationem etiam cum lavacro, totius corporis aquam sumentes(Estas son las verdaderas purificaciones, no aquellas que la mayoría cultivan supersticiosamente, también con el lavatorio, emprendiendo el de todo el cuerpo para toda oración). San Juan Crisóstomorecomienda, es cierto, el hacer tales abluciones; pero exhorta a que antes de entrar en la iglesia no sólo se laven las manos, sino que se purifique también el alma.
Para la ablución ritual de las manos, en el atrio de las iglesias antiguas había en el centro una fuente (cantharus) que daba agua continuamente. Era famoso en el Medievo el cantharus de la basílica de San Pedro, que esparcía sus chorros de una colosal piña de bronce puesta bajo un quiosco sostenido por ocho columnas de porfirio.
La antigua costumbre ha quedado en vigor para el obispo y el sacerdote, los cuales se lavan las manos antes de vestirse con los ornamentos sagrados. Los libros rituales después del año 1000 contienen varias fórmulas sobre el particular, especialmente el versículo Asperges me, etc.
Una ablución más estrictamente litúrgica es aquella que hace el celebrante al final del rito del ofertorio en relación con el antiguo uso de las ofrendas en especies. Mientras éstas estuvieron en vigor, es decir, hacia el siglo IX, era un acto obligatorio de decencia el lavarse las manos después de terminada la acogida de las mismas. En efecto, según el I OR (n. 14) no lo hacía solamente el Papa, sino también el archidiácono. Desaparecidas las ofrendas, el lavatorio ha quedado en una ceremonia exclusivamente simbólica de purificación espiritual.
A los lavatorios arriba mencionados puede asociarse aquí el recuerdo del lavatorio semilitúrgico de la cabeza y de todo el cuerpo que en la Iglesia antigua se hacía a los catecúmenos el domingo de Ramos, en preparación a su inminente bautismo.
3. El ayudar al celebrante en la ejecución de su ceremonial.
El I OR advierte que cuando el Papa hace la solemne entrada en la iglesia para la misa, dat manum dextram archidiácono et sinistram secundo ...; et illi, osculatis manibus ipsius, procedunt cum ipso sustentantes eum(Da la mano derecha al primer diácono, y la izquierda al segundo ...; y ellos, después de besarle las manos, avanzan con él sosteniéndole). El gesto de los dos ministros era necesario; de lo contrario, la casulla le habría caído sobre los brazos al pontífice y le habría dificultado el paso. Todavía hoy se hace lo mismo durante la misa. En las incensaciones y en la elevación, la rúbrica prescribe al diácono el levantar algo la extremidad de la casulla. Un motivo semejante ha dado origen al gesto, también prescrito por la rúbrica (ibid.), de sostener el pie del cáliz y el brazo del celebrante mientras lo levanta para el ofertorio. En el pasado, a veces, los cálices eran muy pesados y su manejo tenía cierta dificultad.
4. El dar y recibir una cosa sagrada.
Según las reglas de la etiqueta antigua, cuando se daba alguna cosa a una persona distinguida o se recibía de ésta, o cuando se manejaba alguna cosa sagrada, las manos debían estar protegidas por una mappula o servilleta. La práctica eclesiástica sancionada por los ordines era de usar como mappula el ornamento endosado (la casulla, la dalmática o la tunicela). Con las mangas del sobrepelliz, los acólitos llevaban el epistolario y con la tunicela el subdiácono sostenía y llevaba el evangeliario. Los mosaicos del siglo IV y V en Roma y en Rávena representan frecuentemente personajes en acto de tener sobre la casulla el objeto que dan.
En el siglo IX, Amalario explica largamente cómo los fieles presentaban las oblaciones al altar envueltas en un velo llamado fanón. El I OR recuerda que en la misa el archidiácono levat cum offerturio (bajo un paño) calicem per ansas(Eleva con el "ofertorio" el cáliz por las asas). Hoy en el uso litúrgico han quedado los paños de hombros que visten los acólitos en los pontificales para manejar la mitra y el báculo, como también el velum calicis(El velo del cáliz) y el velo humeral, con el cual el subdiácono tiene la patena durante el canon, y el sacerdote empuña el ostensorio en la bendición eucarística. El velo humeral, como lo dice su nombre, no tiene, por tanto, razón de vestido ni de ornamento, sino que es solamente una mappula oblatitia(Pequeño lienzo para el Santísimo).
El I OR lo describe colgado del cuello del acólito: Venit acolithus sub humero syndonem in collo ligatam, tenens patenam ante pectus suum(Va el acólito con el lienzo humeral ligado al cuello, sosteniendo la patena ante su pecho), en razón del peso de la patena. Como paño independiente es todavía recordado en el Ceremonial de los obispos.
En la Iglesia antigua existe el recuerdo de otro gesto de este género, usado al recibir la sagrada comunión. Mientras los hombres conservaban el pan eucarístico sobre la palma desnuda de la mano, las mujeres, por el contrario, debían extender un pañito llamado dominicale. San Agustín alude a esto en un sermón suyo: Omnes viri, quando communicare desiderant, lavent manus, et omnes mulieres nítida exhibeant linteamina, ubi corpus Christi accipiant(Todos los hombres cuando desean comulgar lávense las manos, y todas las mujeres presenten limpios los lienzos en que reciban el cuerpo de Cristo). Dado que a veces en los textos canónicos se designa con el mismo nombre el velo prescrito a las mujeres sobre la cabeza cuando comulgaban, puede darse muy bien que este mismo velo muy amplio, haya servido para cubrir la mano en el acto de la comunión.