Deberes de la vida en comunidad. Vivir con los demás. Convivencia.

La vida en comunidad siempre engendra relaciones y deberes mutuos entre superiores y súbditos, y de éstos entre sí­.

 

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¿Qué deberes engendra la vida en comunidad? ¿Qué concepto debe usted tener de los Superiores?

La vida en comunidad siempre engendra relaciones y deberes mutuos entre superiores y súbditos, y de éstos entre sí; por eso me exige la cortesía que reconozca y cumpla esas obligaciones en el Seminario, donde paso la mayor parte del año y tengo establecido mi segundo hogar.

La vida del internado lleva consigo ese múltiple engranaje que supone el mandar y obedecer, el sufrir y solazarse, el servir de ejemplo o de escándalo y el recibir premio o castigo; los fáciles e inevitables rozamientos a que todo esto da lugar sólo podré evitarlos y suavizarlos con la caridad y la humildad en el foro interno, y con el cumplimiento externo de las reglas y consejos que da la Urbanidad.

LOS SUPERIORES.

He de formarme el concepto de que los Superiores son los representantes de Dios, elegidos por el reverendísimo Prelado para que gobiernen en nombre suyo el Seminario. Esta alteza de miras me hará ver en ellos la triple cualidad que les caracteriza de padres, maestros y guías de cuantos formamos la gloriosa familia de los aspirantes al Sacerdocio.

El mirar tan sólo los méritos y cualidades humanas que en ellos vea es algo muy contrario al espíritu de la Iglesia y que me expondrá constantemente a graves peligros e inevitables tropiezos.

¿Cuáles son las obligaciones que de este concepto dimanan? ¿Cómo se ha de pensar en los Superiores? ¿De qué modo debe usted hablar de los Superiores, y cómo ha de conversar con ellos?

Las obligaciones que de este concepto dimanan para con nuestros Superiores son: un amor filial, una subordinación rendida y una confianza sincera, manifestadas externamente por constantes muestras de afecto, reverencia y delicadeza.

Las relaciones que se basan en el amor son forzadas; la obediencia que no es completa y cordial pierde todo su mérito ante Dios y ante los hombres, y la sujeción recelosa y ficticia amarga todo vivir. Como también se hará insoportable e imposible la vida de comunidad sin muestras externas de afecto, de respeto y de cortesía.

He de pensar siempre de los Superiores recta y caritativamente, estimándoles en lo mucho que valen, y sin meterme a juzgar sus obras ni a interpretar sus intenciones. Cuando les vea hacer o mandar algo que yo no entiendo, o no me parezca bien, no he de olvidar que el Superior ve siempre las cosas desde más alto y obra a veces por ocultas razones que el deber le impide revelar, y por la misma razón me abstendré de hacer comparaciones entre conductas y decisiones semejantes en apariencia, pero que en el fondo quizá sean muy diversas.

Nunca es lícito hablar mal de los Superiores y sería grave falta de cortesía murmurar de ellos entre los compañeros o propasarme a contar sus defectos o desaciertos entre los extraños. Cuando hable de ellos en su ausencia, me cuidaré de hacerlo como si estuviesen presentes, y al hablar con ellos les trataré con cariño, con respeto y franqueza.

En las conversaciones siempre les hablaré de usted, y, si hubiera de mentar a alguno por el cargo, antepondré la palabra señor o padre (v.g.: señor Rector, señor Mayordomo; menos al tratarse del Padre Espiritual), o, en caso de hacerlo por el nombre, usaré el título común en el país ( como: Don, Reverendo, Doctor, Mosén, etc.).

No me propasaré a sostener yo la conversación, ni encauzarla por donde me convenga o agrade, y, sin mostrarme locuaz ni taciturno, responderé oportunamente, cuidando de no contradecirle sin fundamento, y menos presumir de darle lecciones; pero puedo exponer mi modo de pensar con respetuosa sinceridad.

¿Cómo ha de tratar usted a los Superiores en público? ¿Cuál debe ser su conducta al tratarlos en privado?

En público, por mucha confianza y aun parentesco que tenga con el Superior, debo darle siempre pruebas de estimación y respeto. He de saludarle cuando me encuentre con él, al menos descubriéndome, si pasa lejos, y dirigiéndole las oportunas frases de común cortesía cuando le vea de cerca y no sea hora ni lugar inoportuno.

En todo caso, tengo que cederle la preferencia y el puesto de mayor honor o comodidad, honrándome de acompañarle o de pasear con él y aun de servirle en lo que sea posible. Debo corresponder en la medida de mis fuerzas a todas las atenciones que tenga para conmigo y aceptarlas agradecido, aunque no sean de mi gusto, a no ser que fuerza mayor me lo prohiba, en cuyo caso he de presentarle mis excusas. Como muestra de respeto, no ocuparé nunca el puesto que tenga el Superior reservado para sí en los actos comunes, como el reclinatorio, el sillón, etc.

Al tratar a los Superiores en privado debo mostrarles con más evidencia y naturalidad el amor y la confianza que les tengo, sin permitirme por eso prescindir de lo que prescriben las normas de cortesía. Cuando tenga que tratar un asunto con ellos iré a su habitación en hora no intempestiva; llamaré a la puerta, sin atreverme a abrirla antes de obtener su permiso; entraré descubierto, y, saludándole, besaré o estrecharé su mano -según sea costumbre-. permaneciendo en pie hasta que me mande sentar; en la exposición de mis asuntos seré sobrio y sincero, ateniéndome a sus respuestas, sin réplicas imprudentes ni machaconas insistencias; cuando no tenga más que decir, si el Superior no dispone otra cosa o sigue la conversación, me retiraré con su permiso, después de despedirme y besarle la mano, abriendo y cerrando la puerta con cuidado. Si me llamare el Superior, acudiré puntual a la cita o presentaré con tiempo mis excusas en caso de imposibilidad.

Al recibir en mi habitación la visita del Superior, debo levantarme, descubrirme, salir a su encuentro, saludarle respetuosamente y ofrecerle asiento; al retirarse he de adelantarme para abrirle la puerta y despedirle con toda gratitud y finura, viéndome muy honrado con su visita. Si me comunicase algún secreto, sabré guardarlo con toda fidelidad y no cometeré la indiscreción de contar a otros lo que haya podido ver u observar en su habitación o trato.

Como el Superior, a la vez que estimula y premia las buenas acciones, debe evitar y castigar las defectuosas, más de una vez se verá obligado a avisarme y reprenderme, por lo que debo quedarle muy agradecido. Cuando el aviso o reprensión me fuere hecho en privado, después de oírle con atención y respeto, me será permitido alegar alguna excusa o explicación del hecho, siempre que esté fundamentada en la verdad y en la inocencia, pero he de proponerla con humildad y buenos modales, añadiendo siempre mi propósito de no cometer o no reiterar más aquella falta; si la reprensión fuere fundada, reconoceré mi culpa, sin cargar la responsabilidad sobre otros, y propondré la enmienda.

En el caso de que el aviso, reprensión o castigo fuere en público, me guardaré muy bien de mostrar despecho, rabia o enojo, como también de responder disculpándome o probando mi inocencia para evitar el mal efecto que podría producir esto en mis compañeros; pero en caso de ser inculpable, después, en particular, y con toda sumisión y veracidad, presentaré al Superior mis disculpas o excusas, no hablando de este delicado asunto con los demás. Cuidando el castigo me parezca excesivo, le ofreceré al Señor en compensación de tantas otras faltas propias, que habrán quedado impunes.

Tendré siempre presente que negar la falta cometida es mentira y descaro; disimularla es hipocresía e indignidad, y cargarla sobre otro compañero inocente sería alevosía y perfidia; una confesión sincera y sentida, junto con el firme y eficaz propósito de no recaer, es lo que conquista el corazón y la confianza de los Superiores, que cuando nos reprenden o castigan nos hacen uno de los mayores beneficios que recibimos de sus manos.

¿Qué exige la gratitud para con los Superiores?

La gratitud que debemos a nuestros Superiores no sólo me obliga a colmarles de atenciones y prestarles gustoso mis humildes servicios mientras esté bajo su cuidado, sino que habrá de perdurar durante toda la vida, y debo buscar ocasión de mostrárselo, o al menos aprovechar cuantas encuentre, tanto en público como en privado.

¿Cuál es la misión del señor Rector? ¿Qué deberes tiene usted para con el señor Rector? ¿Cómo ha de conducirse en sus relaciones con él?

La misión que ha confiado el reverendísimo Prelado al señor Rector es el gobierno del Seminario y la formación de sus alumnos. Ocupa por delegación el puesto que corresponde al padre de familia en el hogar doméstico y todos sus desvelos han de encaminarse a ir formando en sus alumnos la más perfecta imagen posible de Jesucristo, el Sacerdote Eterno.

Para con mi señor Rector debo tener grande amor, confianza y respeto. Para dejarme formar debidamente, me es necesario no ocultarle ni desfigurarle mis planes, deseos o necesidades, contestando con sinceridad a sus preguntas cuando él me llame, y acudiendo yo mismo a exponerle cuanto crea necesario.

He de acatar sus decisiones y cumplirlas prontamente, aun cuando sean contrarias a mis gustos, sin murmurar ni consentir que otros lo hagan. En lo que más obligado estoy a consultarle y seguir sus consejos es en lo relativo a mi vocación y ordenación, ateniéndome a su parecer, siempre que no se oponga al dictamen de mi conciencia.

Debo tratar a mi señor Rector con una filial confianza, junto con el máximo respeto. Para él debe ser mi primera y última visita al principiar y terminar el curso; acudiré con presteza a su habitación, cuando me llame, cuidando de la decencia y aseo en el traje y de los finos modales siempre que le visite; a él recurriré con libertad para cuantas necesidades, dudas y asuntos de importancia requieran su consejo o su permiso, y cuidaré de darle muestras de estima y delicado afecto, como las de escribirle en vacaciones, felicitarle en sus fiestas, hacer que alguna vez le visiten mis padres, etcétera.

¿Qué asuntos debe tratar con el señor Prefecto de Estudios? ¿Cómo tiene usted que portarse en su trato con él?

EL SEÑOR PREFECTO DE ESTUDIOS.

Con el señor Prefecto de Estudios he de tratar todo lo concerniente a las clases, asignaturas, traslado de matrícula, grados académicos, etc., cuando haya en ello algo extraordinario que no puedan resolverme en Secretaría. Su misión es dirigir, encauzar y alentar los estudios eclesiásticos en el Seminario, y, por lo mismo, sus principales relaciones han de ser con los Profesores y en las Universidades Pontificias con los Claustros de Doctores.

En la mayor parte de las ocasiones mis relaciones con el señor Prefecto de Estudios serán por escrito, dirigiéndole las solicitudes que requiera el Reglamento para tramitar mis asuntos, en cuyo caso, si son las ordinarias, bastará presentarlas en Secretaría, bien escritas en papel de oficio; si se trata de algún favor especial o asunto delicado, puedo hacer la entrega personalmente, yendo a visitarle en la Prefectura, para exponerle con toda claridad mis razones o planes.

Cuando sea llamado o deba consultar algo, acudiré a la Prefectura en hora oportuna, y previo el ceremonial de cortesía, responderé a las preguntas o trataré mis asuntos con respeto y confianza, y, dado caso, recibiré los avisos y reprensiones con gratitud y arrepentimiento.

¿Cómo ha de mirar usted a los Prefectos de Disciplina? ¿De qué modo debe portarse usted en el trato con ellos? ¿Tiene usted deberes semejantes con algunos otros?

LOS PREFECTOS DE DISCIPLINA.

Los Prefectos de Disciplina son como nuestros Angeles Custodios visibles, que siempre cuidan y se preocupan de nuestra formación y del exacto cumplimiento del Reglamento y de las disposiciones superiores.

Su misión, en apariencia odiosa, es de suma trascendencia y de continuo sacrificio; con su presencia moral en todos los actos de comunidad me libran de innumerables peligros y me ayudan a ejecutarlos bien; y con sus palabras de aliento, aviso o reprensión van formando poco a poco las rectas normas de criterio y los santos afectos y deseos por que se deben regir todas mis acciones.

Con los Prefectos de Disciplina he de tener un trato muy frecuente, que ha de ser respetuoso y cordial. Recurriré al que corresponda para pedirle con la debida cortesía cuantos permisos hubiere menester; recibiré con gratitud y atención las visitas que se digne hacerme; acudiré con puntualidad a su habitación siempre que me llame; me consideraré muy honrado al pasear o jugar con él; le cederé siempre los puestos de honor y preferencia; cumpliré con exactitud sus encargos y avisos; escucharé con docilidad sus reprensiones y cumpliré agradecido los castigos que me imponga para mi bien.

En la debida proporción he de guardar semejantes consideraciones con todos aquellos de mis compañeros que fueren parcial o temporalmente constituídos en autoridad. El portarme bien en tales casos no sólo es deber, sino que indica el grado de mi formación y de mi cultura.

¿Cuál es la misión del Director espiritual? ¿Tiene usted obligación de acudir a la habitación del Director espiritual cuando fuere llamado? ¿Qué normas debe seguir usted en el trato con los señores Profesores de clase?

EL DIRECTOR ESPIRITUAL.

La alta u sagrada misión del Director Espiritual es promover y fomentar la vida de piedad en el Seminario, infiltrar el espíritu eclesiástico en sus alumnos y dirigir la conciencia de los que a él se confían para encaminarles hacia la santidad sacerdotal.

El no acudir a la habitación del Director Espiritual cuando me toque el turno o fuera llamado por él sería una grave falta de educación; lo mismo que el no guardarle las debidas atenciones, sólo porque no pueda castigarme.

En el caso de que me confiese con otro, estoy también obligado a presentarme al Director Espiritual, si éste me llama, para escuchar sus avisos y consejos. Lo más triste y lamentable sería no tener ningún Director Espiritual, porque, como dice San Juan de la Cruz: "el que a solas cae, a solas está caído, y tiene en poco su alma; pues de sí sólo se fía".

LOS PROFESORES.

A mis señores Profesores en clase les debo atención y respeto; por mucha confianza que tenga con ellos no debo dar muestras de ello mientras dure el acto escolar, ni he de abusar de la benignidad para tratarle con menos consideración de la que se merece quien tanto se sacrifica por ilustrarme.

¿Cómo se portará con ellos fuera de clase? ¿Cuándo y cómo ha de tratar usted con el señor Secretario de Estudios? ¿En qué clase de asuntos debe usted acudir al señor Mayordomo?

Fuera de clase les mostraré mi aprecio y gratitud, saludándoles, honrándoles y guardándoles toda clase de consideraciones y atenciones. Una de las más claras pruebas de respeto y cariño que puedo darles es no hacer comentarios ni comparaciones, tanto sobre su método pedagógico como acerca de las calificaciones escolares.

EL SECRETARIO DE ESTUDIOS.

Con el señor Secretario de Estudios tendré que tratar todo lo concerniente a los trámites oficiales de matrículas, exámenes, grados, etc. En estos casos acudiré a la Secretaría en horas de despacho y, bien desde la ventanilla guardando turno, o bien dentro de la oficina, según lo requiera el caso y la costumbre, gestionaré mis asuntos con la mayor brevedad posible, cuidando de llevar bien ordenados y bien escritos mis documentos, y de estar siempre al corriente en la parte económica.

EL MAYORDOMO.

Al señor Mayordomo he de acudir para todos los asuntos económicos, o de la marcha administrativa de la casa. Cuidaré de satisfacer a su debido tiempo las cuotas de pensión y de poner en su conocimiento mis necesidades particulares o los deterioros culpables que haya ocasionado en el menaje.

A él me ofreceré gustoso para cuanto pueda redundar en bien y servicio de la comunidad, y particularmente debo hacerle notar con delicadeza y respeto las deficiencias que observe en el servicio o trato, sin insistir, ni murmurar, cuando no fuere atendido. El deber de mirar por la recta administración y exigir derechos pecuniarios lleva consigo cierta odiosidad, que no puede contrarrestarse sino con un amplio espíritu de equidad, desprendimiento y gratitud.

¿Qué se entiende por bienhechores y qué atenciones debe usted guardarles? ¿A qué vienen a reducirse las obligaciones con los compañeros?

LOS BIENHECHORES.

Por bienhechores puede entenderse toda persona que de algún modo favorezca al Seminario o haga algún donativo o fundación, de cuyos beneficios yo disfrute; a todos ellos debo mi más profunda gratitud y he de rogar por ellos, tanto si viven como si ya murieron.

Cuando se trate de algún bienhechor particular mío, cumpliré con esmero las condiciones que impusiera a la beca o gracia que me hayan concedido; y si vive, aunque no tenga el gusto de conocerle personalmente, será muy cortés que por carta le manifieste mi gratitud y aun que le felicite en el día de su santo y le dé cuenta al final del curso del resultado de mis exámenes y ordenaciones.

LOS COMPAÑEROS.

Las obligaciones para con los compañeros vienen a reducirse al triple deber de amarnos, soportarnos y ayudarnos en la medida que lo permitan y requieran las diversas condiciones; pues hay compañeros de Seminario que, por la diferencia de años u otras razones, apenas se tratan entre sí, y otros, como los condiscípulos, con quienes se convive más íntimamente ligados.

¿Hasta dónde pueden llegar las manifestaciones de afecto mutuo entre compañeros? ¿Qué defectos ha de soportar usted en sus compañeros?

Las manifestaciones de afecto mutuo entre compañeros pueden dilatarse cuanto lo permita la santa caridad y la disciplina del Seminario. Todo acto que fomente la vida de unión con Dios y de unión fraterna entre los compañeros es laudable; pero las preferencias, los grupos de inseparables y sobre todo las amistades particulares son de efectos deplorables.

Está muy lejos de ser amistad santa la que sirve para entibiar espiritualmente a los compañeros, para originar enemistades o envidias, y la que tiene el perverso fin de iniciarles o hacerles cómplices en perversas acciones o deseos.

Es un acto de caridad y de cortesía soportar pacientemente los defectos físicos y de carácter que puedan tener los compañeros; pero esta deferencia tiene sus límites, ya que ni el compañerismo ni el decoro común me autorizan para tolerar groserías ni vilezas, y mucho menos nada que sea un atentado contra la pureza y la santidad que tiene que reinar en el Seminario, en cuyo caso estoy obligado en conciencia a delatarlo cuanto antes al Superior.

Una cosa es tener que soportarnos mutuamente las flaquezas de nuestra complexión y de nuestro genio, y otra tolerar a sabiendas que se haga gala de defectos y aun se procure arrastrar a otros a cometerlos; la mansedumbre y delicadeza, que es preciso usar en el primer caso, he de trocarla en valentía y firmeza para oponerme al mal y cortarlo de raíz, con lo que haré un bien muy grande a la comunidad y a los mismos culpables.

El poner en conocimiento del Superior lo que sirva de escándalo para todos o de grave daño para alguno, lejos de ser una bajeza, es cumplir un sagrado deber, por el que mucho se gana ante Dios y ante los hombres.

¿De qué modo puede usted prestarles ayuda? ¿Qué diferencias han de guardarse mutuamente los compañeros?

El prestarse mutua ayuda entre los compañeros fomenta mucho la unidad y caridad mutua; pero esta ayuda ha de brindarse y aceptarse sin desdoro de la propia dignidad y sin menoscabo del mutuo adelantamiento.

Bien está, por ejemplo, que se presten libros o apuntes de clase, siempre que esto no sirva para estudiar o aprovechar menos; pero no es propio pedir, ni ofrecer, prestadas prendas de ropa, sobre todo si es interior; es laudable ofrecerse a ayudar a un compañero en un trabajo que le sea carga pesada; mas sería un absurdo echar sobre otro el peso de la obligación para solazarse uno holgadamente, etc.

Por mucha fraternidad que reine entre compañeros, han de guardarse éstos mutuamente las deferencias y cortesías usuales: siempre se debe ceder la preferencia al más antiguo o al de más edad; no puede dejar de corresponderse a los obsequios o atenciones que se reciban; tampoco han de omitirse las fórmulas corrientes de saludo ni entrar en la habitación de otro sin previo permiso; y conviene tener en cuenta que, al emplear el tratamiento mutuo de usted, salen siempre ganando las buenas formas y aun las mismas relaciones amistosas.

¿Qué deberes tiene usted para con los sirvientes en general? ¿Qué consideraciones especiales merecen los seminaristas encargados de algún servicio? ¿Cómo ha de tratar usted a los sirvientes? ¿De qué modo se debe portar usted con las Religiosas?

LOS SIRVIENTES.

Para con los sirvientes en general he de portarme con caridad, dignidad y circunspección. Por su humilde condición se hacen acreedores a que se les trate con bondad, sin humillarles más, ni abusar de ellos; pero sin consentir tampoco que ellos se propasen a murmurar o dejar de cumplir con su obligación.

Con los seminaristas encargados de algún servicio debo guardar las mismas consideraciones que con los demás compañeros, sin impedirles cumplir buen con su obligación ni tenerles por esto de menos.

A los sirvientes tengo que tratarles con el afecto y respeto que se merecen, sobre todo cuando llevan muchos años sirviendo en la casa; pero he de conversar con ellos tan sólo en los casos imprescindibles y sin pretender sobornarlos ni bromear con ellos.

En el caso de que haya Religiosas al cuidado de los servicios generales del Seminario, si por razón del cargo u otra cualquiera circunstancia me veo precisado a tratarlas, lo haré con toda la delicadeza y respeto posibles, sin propasarme nunca a faltar a la modestia y gravedad propias de las almas consagradas a Dios. Siempre les hablaré por el torno, y antes de cualquier otro saludo o pregunta diré la clásica jaculatoria: Ave María Purísima, o responderé con el: Sin pecado concebida.

¿Qué características tiene la vida de comunidad en el Seminario? ¿En qué ocasiones y lugares se desarrolla? ¿Obligan las leyes de Urbanidad en la vida de Seminario?

LA VIDA EN EL SEMINARIO.

La vida de comunidad en el Seminario presenta las características propias del fin para que creó la Iglesia estos centros; por eso son casas de formación sacerdotal, mediante la oración y el estudio. La vida del Seminario no ha de tomarse como fin de nuestros ideales, sino como medio para prepararnos dignamente a su logro.

La vida de comunidad no se desarrolla tan sólo cuando se reúnen para un acto común todos los individuos que la forman, sino también cuando, divididos en grupos o secciones y aun individualmente, cumple cada cual con el deber reglamentario, bien sea en capilla, clases, estudio, refectorio, recreo, sala de visitas, paseo, habitación, enfermería o cualquier otra dependencia del Seminario.

Las leyes de Urbanidad obligan siempre en la vida de comunidad en el Seminario, y ayudan de tal modo al cumplimiento de los deberes, que suelen ser los más bien educados los que mejor se portan disciplinariamente. Dice Branchereau que "quien haya vivido en comunidad ha podido notar que la regularidad y el trato social se hallan de ordinario reunidos en los mismos individuos. Los mejor educados y los más delicados en lo que se refiere a la Urbanidad son también los más edificantes y los más ejemplares".

¿En qué lugar del Seminario ha de esmerar usted más su comportamiento? ¿Cómo ha de entrar usted en la capilla en los actos de comunidad?

COMPORTAMIENTO EN LA CAPILLA.

El lugar de la casa en que he de esmerar más mi comportamiento es la capilla, morada de mi Dios; para el que aspira a ser Ministro de los Altares no puede haber otro sitio más digno de veneración y respeto que el templo; por eso tengo cifradas todas mis ilusiones en cumplir fervorosa y exactamente todos mis deberes religiosos en lugar tan sagrado.

Al ir a la capilla para los actos de comunidad, cuidaré de llevar el uniforme propio del caso, limpio y completo, con bonete siempre que use sobrepelliz; esperaré en el lugar acostumbrado y entraré en filas con devoto recogimiento; recibiré el agua bendita cuando se me ofrezca, y a mi vez, antes de santiguarme, la daré al compañero siguiente, diciendo las palabras correspondientes de la forma litúrgica: Haec aqua benedicta, etc.; después, siguiendo en fila, haré genuflexión en el sitio oportuno e iré a mi puesto, sin subirme a los bancos ni pasar por encima de los que estén de rodillas o sentados; una vez en mi sitio, esperaré en pie a que den la señal para arrodillarnos, y después, por regla general, seguiré los movimientos de la comunidad, cuidan do de que la postura sea recogida y devota.

Si por cualquier causa he de entrar yo solo, estando ya dentro la comunidad, abriré y cerraré las puertas con cuidado; después de santiguarme y de hacer la genuflexión correspondiente, iré a dar explicaciones de mi tardanza al Superior que presida el acto, y me dirigiré a mi puesto, molestando lo menos que pueda a los demás; una vez allí haré unas breves preces de rodillas y seguiré los movimientos de la comunidad.

¿De qué modo se ha de portar en las funciones religiosas reglamentarias? ¿Qué hará usted al salir de capilla?

En las funciones religiosas reglamentarias me portaré como lo requiera la índole de las mismas; pero acomodándome en todo al espíritu y letra de los preceptos litúrgicos y de las costumbres de la casa.

Cuando tenga que rezar en común procuraré unirme bien a la comunidad, sin que sobresalga mi voz ni se adelante o retrase; al contestar a quien dirija los rezos dejaré que termine su frase antes de comenzar yo la respuesta; en toda ocasión, pero sobre todo durante la meditación, las pláticas y sermones, haré esfuerzos para contener las toses, estornudos y demás ruidos que puedan distraer o molestar; jamás me permitiré en tan graves momentos disipar en nada a los compañeros ni hablar con ellos más de lo indispensable e imprevisto.

Si me tocare dirigir los rezos, he de poner todo empeño en hacerlo bien, pronunciando alto, claro y despacio: antes de comenzar cada acto me informaré de cuanto deba hacerse, registraré todos los libros y prepararé lo que haya de leer.

Para salir de la capilla, cuando haya de hacerlo con toda la comunidad, debo seguir en orden inverso lo dicho para la entrada; para salir particularmente de un acto común necesito un mandato o grave razón, que debo exponer al Superior que presida, y antes de retirarme, he de cuidar de saludar al coro, cuando se trate de función litúrgica, descubierto y con las debidas inclinaciones, y en todo caso no molestar ni pisar a nadie, ni saltar o pasar por encima de los bancos.

¿Cuál ha de ser su comportamiento al acudir a capilla particularmente? Fuera de los actos de culto, ¿hay que guardar alguna consideración en la capilla?

En las visitas privadas que haga en la capilla, y siempre que vaya a ella para mis devociones particulares o para confesarme, guardaré la compostura y silencio propios de todo fiel cristiano en el templo; procuraré no distraer ni molestar a los que allí estén; a ser posible, ocuparé siempre el propio sitio, ya que en él tengo mis libros de piedad, pues no debo propasarme a utilizar los de mis compañeros; si al entrar o salir me encuentro con alguien, puedo ofrecerle agua bendita y sostener la cortina o puerta mientras pase. El tomar agua bendita al salir del templo es una piadosa costumbre española; litúrgicamente sólo está preceptuado al entrar.

Fuera de los actos de culto tengo que guardar siempre en la capilla el respeto y veneración debidos a la casa del Señor, máxima cuando esté en ella reservado el Santísimo Sacramento. No debo entrar en el templo si no es por necesidad o fines piadosos; así, por ejemplo, sería un abuso ir allí a estudiar o leer, buscando la soledad o el fresco. En caso de limpieza, al barrer, arreglar el altar, etc., hablaré lo menos posible, y aun esto con voz queda y sin bromas.

Cuando entre acompañando a alguien para que la vez, después de ofrecerle el agua bendita, le invitaré, al menos con el ejemplo, a hacer una breve oración, antes de ponerme a enseñarle nada. Sería muy poco edificante ver que podía confundirse a un seminarista con los sacristanes asalariados, que se familiarizan con los santos, o con los turistas sin fe, que sólo van buscando en los templos el arte por el arte.

¿Cómo debe usted portarse en la sacristía? ¿Cómo debe usted portarse en clase?

Debo portarme en la sacristía con toda la formalidad propia de tal dependencia eclesiástica; he de considerarla ordinariamente como lugar de silencio, donde sólo se puede hablar lo preciso, sobre todo cuando se estén revistiendo los Sacerdotes; asistiré a éstos en todo lo que necesiten, recibiéndoles la indumentaria de que se despojen, para ponerla en la percha; les atenderé en el lavabo, los ayudaré a revestirse y esperaré en silencio a que den la señal de salida al altar. Semejantes atenciones he de guardarlas al terminar la función y cuando se retiren.

No debo consentir que haya nada desordenado en los ornamentos, doblando éstos bien antes de depositarlos sobre la cajonera, y con mucho más esmero al ponerlos en el sitio donde se guardan. Jamás debo aprovecharme de la sacristía y sus dependencias como de escondite para librarme de oir los sermones o de asistir a las funciones piadosas.

COMPORTAMIENTO EN LAS CLASES.

He de prepararme para ir a clase con todo el decoro posible en mi persona y vestido, debiendo ser éste el ordinario, según lo disponga el Reglamento. También he de cuidar de tomar a tiempo todos los libros, carpetas, papeles y utensilios de escribir que necesite, a fin de estar disponible en cuanto toquen para ir a clase.

No se puede decir de la clase que sea un lugar sagrado; pero sí que es digna de todo respeto, ya que podemos considerarla como templo del saber, y lo mismo el señor Profesor que los condiscípulos son acreedores de que se les guarden las atenciones y consideraciones correspondientes, a las cuales se faltaría con el abandono en el traje y las molestias consiguientes a los olvidos e imprevisiones.

¿Qué hará usted al entrar en ella? ¿Cuáles son sus deberes durante la clase? ¿Qué conducta observará usted cuando le pregunte o castigue el señor Profesor?

Al entrar en clase me descubriré, dirigiéndome en silencio al puesto que tenga señalado, sin precipitaciones ni atropellos, sin saltar por encima de los bancos o asientos. Una vez en mi sitio, esperaré en la forma acostumbrada a que llegue el señor Catedrático, al que habré de recibir siempre de pie, permaneciendo así hasta que, después de rezar, nos autorice él para sentarnos.

El saludar con frases usuales de cortesía a los Profesores depende de las costumbres y carácter de los mismos; si ellos no lo indican o inician, el alumno no debe propasarse a esto.

Mis deberes durante la clase pueden reducirse a guardar en ella compostura, silencio y atención. Sería una grosería incalificable tomar en el aula posiciones incorrectas, propias para dormitar o manifestar desenfado; como también es una falta grave de Urbanidad hablar con el compañero, toser fuerte y meter ruido cuando explica el señor Catedrático; del mismo modo sería descortés, además de altamente perjudicial, leer libros o periódicos y no prestar atención a lo que se diga en el aula durante la lección e interrogatorios.

Responderé, en pie o sentado, según costumbre, con todo respeto y precisión, a las preguntas que se digne hacerme el señor Profesor; si no las hubiere oído o entendido, puedo rogarle humildemente que lo repita o aclare; el excusarse por no saber la lección, cuando se hace en clase, al ser preguntado, es siempre ridículo, y más bien agrava la falta; por eso debo presentar mis motivos justificadores al señor Catedrático verbalmente o por escrito, antes de entrar en el aula; en el caso de ser reprendido o castigado, recibiré con humildad y gratitud el aviso o la pena de mi falta, cumpliendo con prontitud y esmero lo mandado como sanción, y, si puedo presentar alguna excusa o justificación de mi conducta, lo haré con todo respeto en privado; de modo semejante, cuando hubiere de faltar a clase, si me es posible, pediré antes el oportuno permiso, o al menos manifestaré mis razones el primer día laborable, antes de entrar en el aula.

El ir a clase sin llevar la lección bien aprendida o preparada es un desdoro muy grande para el alumno, como también es una descortesía y falta de respeto valerse de cualquier artimaña para leerla en el libro o consentir que le apunten los compañeros; lo mismo sería contraproducente y antiurbano apelar a la mentira y trapisonda para librarse de cumplir las sanciones escolares; quien así obre se proclame a sí mismo como mal estudiante y mal educado.

¿De qué modo preparará usted las composiciones escritas y las disertaciones académicas?

Las composiciones escritas debo presentarlas compuestas con esmero, en buen papel, escrito sólo por un lado, sin enmiendas ni borrones y con letra clara y atildada; las entregaré en sobre o sin él, según donde sean recogidas y lo que desee el señor Profesor. Cuando se trate de disertaciones o trabajos académicos y solemnes me esforzaré por quedar bien con mis Catedráticos, consultando con ellos y amoldándome a sus enseñanzas, tanto en el fondo como en la forma; al leerlos o recitarlos públicamente, no omitiré los saludos de rúbrica.

¿Cómo se portará usted cuando entre en clase algún personaje o cuando salga de ella por un momento el señor Profesor? ¿De qué modo se conducirá en las salidas de clase? ¿Cuáles son los principales deberes en el tiempo de estudio?

Si, estando ya en clase con un Profesor o Superior, entrase otro de inferior categoría, no nos levantaremos a no ser que también lo hiciera aquél en atención al recién llegado; en el caso de que entren el Reverendísimo Prelado o el señor Rector o Prefecto de Estudios, nos levantaremos y quedaremos de pie hasta que se nos mande sentar.

Si, mientras estamos en clase, llamara algún personaje para hablar con el señor Profesor, y saliera éste a la puerta por unos momentos, debemos levantarnos todos y permanecer respetuosamente en pie hasta que se vuelva a sentar en su cátedra.

Cuando toquen o den el aviso para salir de clase no haré ninguna manifestación extrema de alegría o prisa, ni me propasaré a indicárselo al señor Profesor, a no ser que él me haya autorizado para ello; me levantaré, después que lo haya hecho el Catedrático, y rezaré devotamente, saliendo a continuación con silencio y orden.

Tanto en la salida como durante los descansos, si los hubiere, procuraré no juntarme ni hablar, más que con los de mi sección, sin aprovecharme de estas ocasiones para tratar con los que no deba comunicarme según las prescripciones reglamentarias.

COMPORTAMIENTO EN EL ESTUDIO.

Los principales deberes de todo alumno en tiempo de estudio son estudiar y dejar a los demás que lo hagan. El aprovechar bien todo el tiempo de estudio es un deber grave de conciencia en los que aspiramos a ser luz del mundo con nuestra ciencia, adquirida mediante un trabajo asiduo e intenso; por la misma razón sería doble falta molestar y distraer a los compañeros, que tienen perfecto derecho a aprovechar bien el tiempo para dar mucha gloria a Dios.

¿De qué modo se ha de preparar usted para el estudio? ¿Qué compostura externa debe observar usted mientras estudia? ¿Cómo fomentará usted la atención interna?

Para aprovechar durante el estudio, ante todo he de purificar la intención y ofrecer al Señor este trabajo con la oración preliminar, que rezaré en público o en privado, según costumbre. También tendré cuidado de preparar con tiempo todos los libros, apuntes, papeles, etc., que vaya a necesitar, y cerciorarme previamente de la lección señalada y demás dudas que se me ocurran, para así no tener que interrumpir después el estudio.

Mientras estudie, no puedo permitirme posiciones ni desahogos que atenten contra la modestia clerical, como sería, por ejemplo, remangarse o desabotonarse la sotana o el uniforme; pero sí me será lícito usar de alguna comodidad o defensa del traje, como las almohadillas para los codos o los manguitos.

La posición del cuerpo debe acomodarse a las reglas de la higiene; recto el tronco, las piernas dobladas en ángulo recto, y los pies fijos en el suelo o en el travesaño de la mesa; es perjudicial apoyar el cuerpo sobre la mesa e inclinar demasiado la cabeza; sería también una grosería rascarse, morderse las uñas, tener metidas las manos en los bolsillos y demás acciones vedadas en público.

La atención interna, tan imprescindible para aprovechar el estudio, se fomenta guardando el mayor recogimiento externo posible; así, me abstraeré de cuanto ocurra en mi derredor, no mirando hacia los compañeros o hacia las ventanas y puertas, ni volviendo la cabeza, cuando perciba un rumor o ruido; y aun en mi mesa o pupitre procuraré no tener visible nada que pueda distraerme, ni más libros o apuntes que los precisos para el estudio de aquella cuestión.

¿De qué manera deben estar su mesa de estudio, libros y demás menaje escolar? ¿Qué atenciones debe guardar usted a los Superiores en el salón de estudio?

La limpieza y el orden han de reinar siempre en todo mi menaje escolar: tendré la mesa o pupitre lo más decente que pueda, ordenados los libros y cuadernos, los papeles y sobres en sus cajas o en la carpeta, el cajón también estará pulcro y sin desorden, no dejaré caer manchas de tinta ni me atreveré a pintar monigotes o letreros en ninguna parte; los lapiceros y plumas estarán servibles, y el tintero, sin goterones ni posos; en los mismos libros y cuadernos ha de verse la pulcritud y aseo por dentro y por fuera; puedo forrarlos con hule o papel a propósito, pero no con hojas de otros libros o páginas de periódicos, y en su interior, como contraseña, pondré mi firma o sello, sin otras inscripciones o garabatos.

Al que presida el estudio debo guardarle todas las consideraciones debidas a un Superior, que vigila y se sacrifica por mi bien. Lejos de rehuir su mirada y esconderme, procuraré estarle siempre patente, sin ocultar nada cuando pase junto a mí, y la más delicada atención que puedo tener para con él es portarme de modo que nunca tenga que reprenderme por nada; en el caso de que me avisare o reprendiere, escucharé atento y sumiso sus palabras para ponerlas en ejecución.

Cuando algún Superior, distinto del que preside y de mayor categoría, entre en el salón debemos ponernos todos en pie hasta que nos mande sentar; y también hemos de cerrar los libros en caso de que alguna persona de autoridad nos dirija la palabra en tiempo de estudio.

¿Conviene pedir permisos para hacer consultas y salir del salón? ¿Qué normas se pueden dar a los que estudian en habitaciones independientes?

Tan solo en un caso de estado físico anormal o de imprevista necesidad es tolerable que se pidan permisos para salir del estudio o para hacer consultas allí mismo, lo cual supone una pérdida de tiempo para el interesado y para sus compañeros, que tienen derecho a que no se les distraiga. Todo esto se evita aprovechando para ellos los minutos que con ese fin suelen concederse antes de comenzar el estudio o en los descansos.

En el caso de tener que salir del salón a deshora, después de obtener el debido permiso, se colocarán los libros y demás en su sitio respectivo, y se cuidará de hacer el menor ruido posible con el cajón y al andar.

Cuando tenga habitación independiente y deba estudiar en ella, observaré la misma conducta que si lo hiciera en el salón respecto del orden y aseo en mis libros y mesa; no omitiré las preces de antes y después del estudio; no buscaré yo mismo las distracciones asomándome a la ventana o poniéndome al habla con el vecino, y me abstendré de salir del cuarto sin absoluta necesidad.

¿Con qué disposiciones internas y externas debe usted llegarse al refectorio? ¿Cuándo y cómo ha de sentarse? ¿Qué actitud guardará usted durante la comida?

DEBERES EN EL REFECTORIO.

No debo llegarme al refectorio arrastrado por causa alguna, sino movido por el justo deseo de satisfacer una necesidad, y con ánimo de vencerme, usando dignamente y no abusando de los dones con que me regala la Divina Providencia; por tanto, acudiré a este acto de comunidad con la debida compostura y puntualidad, sin premuras ni retrasos y con el traje decente y las manos limpias.

En los refectorios de Religiosas Carmelitas suele haber sobre la presidencia una Cruz con estas inscripciones: Ad mensam, sicuti ad Crucem. Ad Crucem, sicuti ad mensam; tal debiera ser nuestra disposición de ánimo al sentarnos a la mesa.

Al entrar en el refectorio me dirigiré a mi respectivo sitio y no me sentaré hasta que se hubieren rezado las preces acostumbradas para bendecir la mesa, a las cuales debo contestar en voz alta y con devoto recogimiento.

La posición para sentarme ha de ser natural y con el cuerpo un poco separado de la mesa, sin poner sobre ella más que una parte del antebrazo y nunca los codos; tampoco he de permitirme ensanchar los brazos y piernas de modo que toque al compañero, ni otras libertades impropias de un acto común, como levantarme la sotana, dejar el bonete en el suelo, etc.

La actitud durante la comida debe ser grave y modesta: sin reclinarse sobre el respaldo ni tomar posturas altivas o irrisorias; sin juguetear con las manos ni con los pies; sin secretos ni señas con los compañeros y sin desplantes o exigencias con los sirvientes.

¿Cómo se manejan los diversos utensilios propios del refectorio?

En el manejo de los diversos utensilios del refectorio me atendré a las siguientes reglas:

El mantel sirve para cubrir la mesa y no debo utilizarle para ningún otro uso, como limpiarme los dedos, cubrirme las piernas, juguetear con él, etc.

La servilleta sirve para la limpieza de los labios, antes y después de beber, y de los dedos cuando fuere preciso; suele colocarse sobre las piernas, o a lo sumo cubriendo un poco el pecho, pero de ningún modo metida por entre el cuello o sujeta a modo de babero; no debe desdoblarse, al comenzar la comida, hasta que lo haya hecho quien presida la mesa o los mayores; y es ridículo y poco delicado pasarla por los platos para limpiarlos. Suele dejarse, después de comer, bien doblada en el servilletero. En las comidas de etiqueta la servilleta se coloca únicamente sobre las piernas y nunca se dobla para dejarla.

Los platos deben dejarse como estén. sin hacer la grosería de limpiarlos con la servilleta; cuando estén sucios se retiran, y siempre que deban quitarse, se sacan por la derecha; se dejan un poco apartados para que el sirviente los retire, juntamente con el cubierto usado, que se colocará encima de ellos, cuando le cambian a cada plato, como suele hacerse en los banquetes.

La cuchara se agarra siempre con la derecha, se apoya la extremidad del mango entre los dedos índice y mayor y se aprieta con el pulgar, introduciéndola en la boca sólo a medias y por la punta; sería ridículo empuñarla con toda la mano o tomarla por la mitad; sólo se usa para la sopa y los caldos. Para los platos de dulce, leche, café, etc., se usa la cucharilla, la cual tiene forma de palita, si es para helados.

El tenedor se utiliza de dos maneras: en la forma indicada para usar la cuchara, cuando se han de comer legumbres o similares y si se tiene que pinchar, se tomará con los dedos pulgar y mayor, apoyando el índice sobre él. Cuando se ha de cortar o pinchar a un tiempo, se toma el cuchillo con la derecha y el tenedor con la izquierda, pudiendo en tal caso llevar con ésta los manjares a la boca. El tenedorcito especial para la fruta se emplea en la misma forma.

El cuchillo sirve para cortar lo que vamos a comer; se maneja siempre con la derecha, mas sólo cuando ha de usarse, y no se lleva con él nada a la boca. Para los postres suenen utilizarse otros dos más pequeños: uno con hoja de acero, para la fruta y otro con hoja de plata, para los quesos.

El vaso no debe asirse nunca con ambas manos ni por el borde, y se ha de beber por él con delicadeza, de modo que el líquido no se derrame, limpiándose los labios antes y después con la servilleta. En las comidas de etiqueta ponen una serie de copas, diversas en forma y tamaño, para servir con ellas los distintos vinos y licores.

Las botellas no se agarran por la parte más saliente, sino por el cuello, y las jarras, por el asa: donde los sirvientes no escancian las bebidas es cortés ofrecer y servir el vino a los vecinos de la mesa; pero no el agua, si no la piden.

Los saleros y vinagreras se utilizan tan sólo en los casos de precisión, pues su uso constante manifiesta poca mortificación y gusto relajado. En las comidas de etiqueta no suelen ponerse en la mesa.

Los mondadientes antes se ponían en el centro en vasitos especiales o empapelados junto al cubierto; ahora se va desterrando su uso, por antihigiénico y antiestético. El lavado de la boca suple con ventaja sus defectos; pero si alguna vez se usan, ha de hacerse con rapidez, delicadeza y, a ser posible, a solas.

Los lavafrutas son tazones de cristal, que se utilizan a los postres, cuando la fruta lo requiere. En las comidas de gala se emplean también recipientes semejantes para el lavado de los dedos, siempre que el plato lo precise.

¿En qué cantidad y de qué modo debe usted servirse?

Al servirme, tanto si he de hacerlo personalmente como si el sirviente distribuye los manjares, debo cuidar de no poner en el plato más de lo que vaya a comer o algo que no pueda yo tomar; como también de no colmar en plato de caldo ni ponerme un gran copete de sólido, aunque se trate de legumbres. La manera de servirme ha de ser delicada. sin escoger la mejor porción ni agotar lo que haya en la fuente de una clase de viandas ( en el caso de ser guisos variados o con mezclas), cuando de la misma manera tengan que seguir sirviéndose los demás; sólo utilizaré el cucharón o cubierto destinado para el servicio, que vendrá en la misma fuente, y de ningún modo el propio.

Cuidaré de no manchar los manteles o la mesa, aproximando la fuente al plato cuanto sea preciso, pero sin arrastrar la comida por el borde de la fuente, y en el caso de írnosla pasando mutuamente, la recibiré y entregaré levantada en alto.

¿Cuál es la manera más delicada de comer los diversos manjares?

Para comer delicadamente los diversos manjares suelen darse estas reglas:

El pan se despedazará siempre con los dedos, sin partirlo con el cuchillo ni con los dientes; no han de llevarse a la boca pedazos que no quepan enteros; no se come con la sopa ni con los postres, a no ser almibarados o quesos; no se utiliza para empapar salsas, ni rebañar platos, ni se empujarán con él los manjares a fin de tomarlos mejor.

Los entremeses se toman con el cuchillo y tenedor, que se pone en el plato en que se sirven, y se comen también con tenedor y cuchillo; los rabanitos, con la mano; las aceitunas se ponen en el plato propio con la cuchara, y se comen con el tenedor.

La sopa y caldos, siempre con cuchara, sin echar pan en el plato, a no ser especial y frito. En los líquidos en que se puede mojar pan, como la leche y el chocolate, sólo se introducirá la parte de sólido que se vaya a comer de un bocado.

Las legumbres secas (garbanzos, verduras, etc.,) se toman con tenedor; las que tengan caldo (alubias, lentejas, etc.,) con cuchara; los espárragos, si no hay pinzas especiales para ellos, se cortan y comen con el cuchillo y tenedor, pero nunca se agarran con los dedos por la parte gruesa, ni se come ésta.

Las ensaladas se toman de la fuente cono la cuchara y tenedor, y se comen con cuchillo y tenedor, aunque lo mejor es no tener que partirlas en el plato.

Para servirse las salsas se utiliza la cucharilla que va en el salsero, pero cuidando de que no toque ésta la comida.

Los pescados se comerán con cuchillo y tenedor, procurando no introducir en la boca las espinas. Los langostinos, cangrejos, percebes y similares, se toman con los dedos, que habrán de lavarse después.

Los huevos duros o en tortilla, con tenedor; si están fritos se puede mojar pan en la yema; cuando se les pone con leche, en forma de cremas, se utiliza la cucharilla para comerlos; si se sirven pasados por agua, puede mojarse en ellos pan o picatostes, terminándose de comer con la cucharilla, pero sin sacar la cáscara de la huevera, ni menos llevársela a los labios.

La carne frita, asada o cocida, se corta en trocitos según se va comiendo, y puede llevarse a la boca con la izquierda; cuando la presenten en forma de picadillos fritos sólo se ha de emplear el tenedor y con la derecha.

La empanada criolla suele agarrarse con la servilleta de papel o con la mano y comerse a mordiscos, cuidando de que no se vierta el jugo.

Los desperdicios (como huesos, espinas, titos, etc.,) se dejarán en el plato sin llevarlos a la boca; cuando les encontremos al masticar los echaremos disimuladamente en el tenedor, arrimando éste a los labios, y de allí les dejaremos en la orilla del plato.

Los postres de fruta, por regla general, se han de comer mondándolos con el tenedorcito y cuchillo especiales, pero sin tocarlos con las manos; los titos y pepitas, se no pueden dejarse en el plato antes de llevar la fruta a la boca, se sacarán de ésta y echarán al plato con la ayuda de la cucharita o el tenedor. Las cerezas y uvas, después de lavadas, se llevarán con los dedos a la boca.

Los plátanos se cogerán por el arranque y, cortada la parte superior, se mondarán para llevarlos directamente a la boca. Los higos se cogen por el pezón con la izquierda, y con el cuchillo se les parte en cuatro trozos, de los que se despega la parte comestible, para tomarla directamente con los labios.

El melón y la sandía se van despegando de la cáscara con el cuchillo, y, cortando trozos, se comen éstos con el tenedor. Las fresas, grosellas y similares, con cucharilla. La caña de azúcar se pela y parte con el cuchillo, llevándose los trozos directamente a la boca para desprenderlos y triturarlos con los dientes.

Las frutas cocidas (o en almíbar y similares) se toman con cucharilla de postre.

Las frutas secas (como dátiles, pasas, etc.,) se comen con los dedos.

Los postres de dulce, siendo sólidos (como pasteles, tartas., etc.) con el cuchillo y tenedor; siendo en forma de cremas, se emplea la cucharilla.

Los helados se toman con cucharilla especial o con barquillos.

¿Qué normas seguirá usted en el uso de las bebidas? ¿Cómo satisfará algunas imperiosas necesidades mientras come?

En el uso de las bebidas debo atenerme a las normas siguientes: no llenar la copa hasta los bordes ni poner lo que no vaya a consumir; no se debe beber con la boca llena ni toda la copa de un trago; cuídese mucho de no extralimitarse ni en la cantidad ni en la calidad de las bebidas; se deben limpiar los labios con la servilleta antes y después de beber; sería una grosería limpiarse la boca con el último sorbo de agua, haciendo buchadas.

Cuando, mientras se come, ocurran necesidades urgentes (como sonarse, limpiar el sudor, etc.), deben satisfacerse con la mayor delicadeza posible, retirándose un poco hacia atrás para no causar repugnancia a los compañeros. Hay otras acciones que, aunque inevitables, no pueden tolerarse en tales ocasiones, en cuyo caso, con el debido permiso, conviene salir cuanto antes del refectorio. Estando constipado o indispuesto, no se puede asistir a las comidas de etiqueta.

¿De qué modo se portará usted durante la lectura y durante la charla en el refectorio? ¿Qué atenciones se deben guardar a los Superiores, compañeros y sirvientes durante la comida?

Durante las comidas en que haya lectura en los días ordinarios atenderé con interés a cuanto se lea en el refectorio, procurando hacer el menor ruido posible con los platos y cubierto para no impedir que se oiga bien. Cuando dispensen la lectura y siempre que se hable, sostendré amigable conversación con mis más próximos compañeros, sin cometer la indelicadeza de hablar a voces con otros más distantes o de mantenerme sin hablar palabra durante la comida. También sería una falta de disciplina y cultura el hablar o hacerse señas durante la lectura.

En el refectorio, si no hay dispensa de lectura, pocas relaciones puede haber con los Superiores; pero debo acudir respetuosamente al que presida la mesa cuando tenga alguna advertencia urgente respecto al servicio; si en los días de charla me dirigiera la palabra el Superior, debo responderle con cortesía, mas absteniéndome de hacerle ofrecimientos de manjares.

Cuando entrase en el refectorio el señor Rector u otro Superior que no suela asistir a tales actos, todos debemos interrumpir la comida y ponernos en pie. A los compañeros no les habré de guardar las atenciones propias de la etiqueta, ofreciéndoles entremeses, etc., pero sí los servicios que requiere la fraternidad y trato común, facilitándoles los objetos de común uso que no tengan a mano, sirviéndoles las bebidas poco accesibles, pasándoles las fuentes con delicadeza y, sobre todo, procurando no molestarles en lo más mínimo.

Respecto de los sirvientes, tengo que tratarles siempre con caridad e indulgencia, dispensándoles las faltas involuntarias en el servicio, no molestándoles ni haciéndoles trabajar inútilmente y evitando todo altercado con ellos o todo abuso de su confianza y amistad.

¿Cuáles son los principales defectos que deben evitarse en la mesa? ¿De qué modo se ha de terminar la comida?

Los principales defectos que debo evitar en la mesa son: comer con avidez o precipitación excesiva; hacer ruido con los cubiertos y platos; masticar con exageración y sorber con ruido los líquidos; olfatear la comida o soplar para que se enfríe; dejar caer sobre los manjares del plato o sobre el mantel lo que hayamos metido ya en la boca; ponerse en cantidades exagerados de algún plato o meterse a grandes bocados toda la vianda; servirse de los instrumentos impropios para comer, como usar la navaja en vez del cuchillo, etc., etc.

Debo procurar comer con tal mesura que ni sea el primero en terminar ni el último en concluir. Antes de que den la señal de levantarse he de tener doblada la servilleta, y todo terminado en orden, no dejando para los últimos momentos el postrer bocado o sorbo, pues resulta esto ridículo e incorrecto. En cuanto den la señal me levantaré y daré gracias, contestando devotamente a las preces; después saldré en filas y en silencio, sin seguir comiendo o limpiándome los dientes por el camino.

¿Cuál debe ser el fin de las recreaciones? ¿Es lícito rehuir los recreos? ¿Qué normas han de regir en los juegos?

COMPORTAMIENTO EN EL RECREO.

El fin de las recreaciones es el esparcimiento del alma y del cuerpo. Vienen a ser una necesidad de nuestra naturaleza que, tanto en su parte espiritual como en la material, necesita descanso y alivio en el trabajo; sería un abuso lo mismo estar día tras día abrumados de faena no interrumpida que pasarse los días entregados a la plena holganza.

Es lícito, con permiso del Superior, privarse de algún recreo común, para darse a la oración o trabajos manuales; mas para esto ha de haber un motivo especial y hacerse sin detrimento de la salud, de la disciplina y del mismo adelantamiento espiritual e intelectual del interesado.

No es recomendable privarse de la recreación después de las comidas, ni inmediatamente después de largo e intenso trabajo intelectual; pero suele ser oportuno aprovechar el tiempo de recreo para cumplir alguna obligación de índole manual, que de otro modo quitaría tiempo de estudio.

Dada la vida sedentaria de los estudiantes, la mejor manera de aprovechar los recreos es jugando, porque así se fomenta el desarrollo del cuerpo y el esparcimiento del espíritu. En los juegos debe reinar la caridad, la alegría y la animación, y han de evitarse las disputas apasionadas, el interés material y las formas groseras.

No debo olvidar que, como suele decirse, en la mesa y en el juego es donde se conoce al hombre; por eso tengo que vigilar sobre mí mismo, a fin de que no se desborden mis pasiones y malas inclinaciones, mostrándome soberbio, iracundo, ambicioso o lascivo; procuraré someterme al parecer común en la elección del juego; correr todos los riesgos del mismo con interés y nobleza; exponer mis razones, sin apasionamiento en las disputas; no molestar con palabras o acciones a mis compañeros o rivales; alternar con todos, sin excluir a nadie del juego ni formar de ordinario idénticos partidos o bandos; no aspirar a dirigir siempre los juegos ni a imponer mi opinión o gustos, y guardar todas las deferencias debidas al Superior, acatando sus decisiones y dándole la preferencia en todo, si se digna jugar con nosotros. Los juegos en que se requiere acudir a manoseos, empujones y luchas personales, ya se sabe que están prohibidos juntamente por la Urbanidad y el Reglamento.

¿Conviene hacer en los recreos ejercicios gimnásticos? ¿Cuándo y cómo pasará usted el recreo paseando?

Uno de los modos de aprovechar mejor los recreos es el de practicar diariamente durante determinado tiempo ejercicios gimnásticos de conjunto. Bien organizado y hecho con constancia resulta este método inmejorable para el desarrollo físico y la conservación de la salud. Durante la práctica de estos ejercicios requiere la buena educación seriedad, justeza en los movimientos y perseverancia.

Pasaré los recreos paseando, siempre que lo disponga así el Reglamento o la costumbre; en estos casos no me será lícito sentarme ni conviene estar a pie firme en un mismo punto; es lo más caritativo y pedagógico que todos los de la misma sección alternen indistintamente en los grupos que se formen para pasear; cuando el recreo se tenga en sitio amplio y llano, si el grupo es muy numeroso, está permitido a algunos andar hacia atrás,. para poder entenderse mejor formando corro, en cuyo caso conviene que se sucedan todos en soportar esta molestia: se ha de procurar que los grupos marchen todos en la misma dirección, para que no se crucen ni estorben; si se acercase el Superior al grupo, debemos todos detenernos para recibirle, y no proseguir paseando hasta que él lo indique, llevándole en sitio preferente, cuando se digne pasear con nosotros; cuando hubiere de unirme a un grupo ya formado, ante todo dirigiré el saludo de costumbre, que suele ser el clásico saludo español: Ave María Purísima; y si hubiera de retirarme de improviso, me despediré con la cortés fórmula: Con permiso de ustedes, voy a...

¿Qué debe hacer usted durante los recreos que pase sentado? ¿Cómo ha de regular usted sus conversaciones durante el recreo?

En tiempo de calor o lluvia y en otras circunstancias de general cansancio está permitido, y aun mandado, pasar los recreos sentado. En estos casos he de buscar un asiento digno, pero sin correr para escoger el mejor sitio o dejar sin lugar a los compañeros; no está permitido ordinariamente sentarse en tierra, o en los árboles y cercas, y menos en las mesas o camas; es muy cortés hacer sitio u ofrecer el propio a los compañeros que lleguen tarde, y siempre ha de hacerse esto con el Superior, cuando no tenga asiento especial; en los recreos de esta índole suelen permitirse juegos sedentarios y de ingenio, en los que todos han de tomar parte con interés y finos modales, no aspirando tanto a triunfar como a solazarse santamente.

Para regular mis conversaciones durante los recreos he de tener presente que "el hombre que no peca por la palabra, ése es varón perfecto" (Santiago, III-2). Mis conversaciones se han de moderar siempre por la verdad, la caridad, la mansedumbre, la oportunidad y la propiedad del lenguaje; lo mismo evitaré la taciturnidad que huiré de la locuacidad; jamás hablaré de aquellas materias que la conciencia prohibe mentar, ni envolverán mis palabras adulaciones, propios encomios, exageraciones, contradicciones, mentiras, ficciones ni chocarrerías; tampoco trataré de materias que susciten ideas de soberbia, ambición, glotonería, diversiones mundanales o pasiones políticas; por el contrario, pondré todo empeño en que las conversaciones sean santas y provechosas, tratando de asuntos piadosos, de actualidad eclesiástica, de vida parroquial y misional y de materias escolares, científicas, literarias, mezclando todo esto con narraciones amenas e interesantes.

Como las conversaciones de recreo tienen el carácter de públicas, sería una falta de educación excluir de ellas a alguno o interrumpirlas cuando llegue alguien al grupo,. a no ser que por tratarse de él o por la índole del asunto resulte imprescindible cambiar de materia, en cuyo caso se ha de verificar el tránsito con tal habilidad que el interesado no lo note. Si al grupo se acercase un Superior, por deferencia se interrumpe la charla, hasta que él nos invite a proseguirla o inicie una nueva materia de conversación.

¿De qué modo terminará usted los recreos?

Cuando sienta la señal de aviso o final de recreo, suspenderé cuanto esté haciendo y me dispondré para acudir puntualmente a filas, sin dar señales de enfado ni continuar la partida o conversación hasta el fin. Es muy laudable recogerse particularmente unos momentos para dar gracias a Dios por aquel descanso y examinar rápidamente cómo se ha aprovechado.

¿Cómo ha de prepararse usted para el paseo? ¿Cuál ha de ser su comportamiento durante el paseo? ¿Qué saludos deben hacerse cuando se va en filas?

COMPORTAMIENTO EN PASEO.

En cuanto sea la hora de prepararme para ir de paseo me cambiaré de calzado y traje, poniéndome el uniforme bien limpio y aseado, y satisfechas las necesidades que pudiera prever, esperaré en el sitio de costumbre la orden de salida, sin olvidarme de llevar paraguas cuando el tiempo lo requiera. Antes de salir sería muy oportuno hacer una breve visita al Señor en la capilla para impetrar su ayuda espiritual, y en el momento de pasar el dintel debo santiguarme.

Durante el paseo iré siempre con el compañero que me hubieran designado los Superiores, hablando con él en voz baja; llevaré la vista recogida, sin detenerme a mirar a los transeúntes ni a los escaparates; el paso ha de ser mesurado, cuidando de no interrumpir las filas ni torcerlas; si durante el paseo se concediera algún descanso, podré reunirme con mis compañeros de sección, y aun jugar o sentarme, si está permitido, pero con la moderación y recato propios del que está en público y ha de ser siempre edificación de todos los transeúntes.

Cuando vaya en filas debo llevar siempre la derecha y cederla a los sacerdotes y personas de distinción y respeto; he de descubrirme cuando pase frente a las iglesias o junto a los sacerdotes y Autoridades; si nos encontrásemos con el propio Prelado, debemos pararnos y permanecer descubiertos hasta que pase, recibiendo su bendición rodilla en tierra; puedo saludar y descubrirme cuando vez alguna persona de mi familia o muy respetable para mí, pero sin detenerme para hablarle ni consentir que ella se me acerque, advirtiéndole con delicadeza en tal caso que no está permitido eso por el Reglamento.