Protocolo Diplomático. Su historia y su misión. Primera parte

Estas relaciones internacionales son lo que se llama Diplomacia, que, según Hellmuth Winter, es el arte de dirigir y seguir las negociaciones pendientes y entablar las necesarias entre dos o más Estados

Guía de Protocolo Diplomático

 

Protocolo Diplomático. Manos y mundo. Diplomacia: la forma de comunicarse las Naciones foto base akashjoshi772 - geralt - Pixabay

Diplomacia: la forma de comunicarse las Naciones

Como los Príncipes y las Naciones no pueden comunicarse entre sí personalmente, la necesidad de los Enviados diplomáticos se ha impuesto de tal modo en la vida política de todos los pueblos civilizados que, desde la paz de Westfalia, las Misiones permanentes forman parte de la vida pública de los Estados.

Estas relaciones internacionales son lo que se llama Diplomacia, que, según Hellmuth Winter, es el arte de dirigir y seguir las negociaciones pendientes y entablar las necesarias entre dos o más Estados; porque así como las ciencias políticas se fundan en la vida interior de cada nación, la Diplomacia tiene por base su vida exterior.

Historia de la diplomacia: períodos

En tres períodos puede dividirse la historia de la Diplomacia:

1. Desde los primeros tiempos hasta la caída del Imperio romano -año 476 después de Jesucristo-

2. El segundo desde esta fecha hasta la paz de Westfalia (año 1648)

3. El tercero desde entonces hasta nuestros días.

En la antigüedad, el Derecho de gentes no existía; el débil se quejaba de la opresión y de las violencias del fuerte, pero no podía fundar sus quejas; los romanos mismos, los maestros del Derecho, no reconocieron éste, respondiendo al lamento del enemigo vencido con el "Adversus hostem aeterna auctoritas esto", de sus Doce tablas. Sólo Cicerón, en su "De finibus", hablaba ya de la unión de los hombres y de los intereses de la humanidad.

Sin embargo, la costumbre de enviar Embajadas y hasta la inviolabilidad del Embajador estaban consagradas en la máxima "Sancti habentur legali": Los legados se consideran sagrados.

Los Egipcios, los Persas, los Indios, los Griegos y los Romanos tenían costumbre de enviar Embajadas.

Salomón recibió Embajadores de Etiopía y envió los suyos a Tiro. Feríeles los envió a los Persas, y Roma a Grecia.

Pero estas Embajadas eran más bien de pura cortesía, cuando no revestían los Enviados el carácter de Comisarios que iban a imponer la voluntad del vencedor.

El Cristianismo, predicando la paz y la concordia, trató también de fundar el Derecho de gentes, y durante la invasión de los bárbaros la Diplomacia quedó casi reducida a las predicaciones del Evangelio, pudiendo decirse que no empezó a predominar hasta después de la paz de Westfalia, elevándose a verdadera ciencia cuando las obras de Oldendorf, Hemming y Gentili empezaron a destruir el pernicioso efecto de las teorías de Machiavelli; cuando Francisco Suárez, en su libro "De legibus et Deo legislatore", vino a preparar la lucha que Grocio, con su "Mare liberum" y con su "De jure belli ac pacis", proclamando la libertad del mar y la distinción entre el Derecho de gentes natural y el positivo, abrió, entre los que siguieron su doctrina sentando como base del derecho natural, no sólo los preceptos de la razón universal, sino también los usos de los pueblos y los tratados que hacían entre ellos doctrina, que Wattel apoyó propagando las teorías de Wolff en este sentido, y los que consideraban el Derecho internacional como una aplicación del derecho natural a las relaciones de los pueblos, teoría que sostenían Puffendorf, Thomasio y otros, cuyas ideas no han podido subsistir; discusión que, ilustrando la opinión pública, ha dado por resultado el poner fuera de duda que los principios del Derecho de gentes deben ser el fundamento de las relaciones que existen entre los Gobiernos de los pueblos civilizados.

Las teorías de la vieja escuela, el maquiavelismo, la traición, el espionaje, la violación de la correspondencia y la sustracción de documentos, toda la tenebrosa historia de los famosos "gabinetes negros", ocupados en sorprender secretos, sobornar agentes y funcionarios y falsificar despachos, han desaparecido casi por completo; y si algo existe aún de todo esto, se oculta cuidadosamente, como se oculta un delito vergonzoso. Hoy no hay un sólo Ministro que sea capaz de hacer alarde de semejantes amaños, y mucho menos de añadir a ellos el escarnio, como se cuenta del célebre diplomático y hábil Ministro de María Teresa de Austria, el Príncipe Kaunitz, a quien habiéndose presentado un Embajador acreditado en la corte de Viena para quejarse de que hubieran abierto un despacho de su Gobierno, y presentando en apoyo de su reclamación la copia del contenido del mismo sacada por el Gabinete austríaco, cuya copia, sin duda por la precipitación con que se debió cerrar el pliego, había sido puesta en él en vez de los papeles originales, dícese que le escuchó atentamente, y sin inmutarse, llamó al funcionario encargado de este servicio y le dijo en alta voz: "Devolved al Sr. Embajador los papeles que le pertenecen, y para otra vez que no vuelvan a ocurrir tales descuidos", siendo esta la única explicación y disculpa que obtuvo el sorprendido Plenipotenciario. Hoy, por débil que sea un país, ningún representante sufre semejante insulto, que no se atrevería a lanzar la nación más poderosa.

La diplomacia en la actualidad

Hoy la diplomacia procura dar forma legal aún a las iniquidades de la fuerza, porque su misión en nuestros días es defender los derechos de la patria, apoyándose en los principios del derecho internacional, y porque los pueblos saben ya que las relaciones internacionales deben estar basadas en dichos principios, es decir, en los de la justicia, derivados del Derecho de gentes.

Y si todavía son atropelladas algunas naciones salvajes, si todavía existen ciertos desahogos tristísimos de preponderancia militar, hay que convenir en que esto es debido a la falta de un Supremo Tribunal que juzgue los delitos de política internacional con más autoridad que un Congreso, donde las necesidades del momento obligan a veces a sus miembros a utilizar las doctrinas oscuras o las opiniones encontradas de los maestros del Derecho, como sucede con el de intervención, que Heffter y Martens aprueban en principio, Wheaton acepta con grandes restricciones, Sir E. Creasy opina que no es sólo un derecho, sino que en muchos casos es un deber, Sir Travers Twis y Sir Robert Phillimore no admiten sino en casos de necesidad extrema, y Wattel no reconoce si no ha sido solicitada, mientras que Carnazza Amari, G. F. Martens, Kluber, Frunck, Brentano y Sorel lo niegan por completo, fundados en que "no hay derecho contra el derecho"; y que a pesar de la célebre doctrina de Monroe negando a las potencias europeas el derecho de intervención en América (en su mensaje de 2 de Diciembre de 1823), es uno de los principios más discutidos y observado de modos más diversos; siendo sumamente fácil que las resoluciones de una Conferencia se apoyen en una de estas opiniones tan combatidas, que pueden aplicarse según la voluntad del más fuerte.

Pero es innegable que cada día se dificulta más el abuso de la fuerza, gracias a la trasformación que sufre la Diplomacia, al ser envuelta en la ola democrática que anegándolo todo, va arrollando al mundo con su ímpetu irresistible. Por eso, en nuestros días no se comprenden los actos de despojo cometidos en 1756 y 1802, y otros en que, bajo pretexto de la guerra, se apresaban buques indefensos y se arrebataban las riquezas del enemigo, por medio de verdaderos actos de piratería, ejecutados por países que entonces, como hoy, marchaban a la cabeza de la civilización; y por lo menos, al tratar de apoderarse de ciertos países, se encubre la ambición con el pretexto de civilizar pueblos salvajes.

Y aunque las armas continúan siendo, por desgracia, el arbitro supremo del Derecho de gentes, es imposible desconocer que hoy no se baten dos naciones civilizadas sin que antes se agoten todos los medios, todas las fórmulas y todos los recursos pacíficos que la Diplomacia puede ofrecer. Y así como no se verifica un desafío sin que los padrinos procuren encontrar una vía de conciliación honrosa, así entre los Estados que discuten sus derechos se procura siempre interponer los trabajos de un Congreso, o de una Conferencia, donde se examinen las cuestiones origen del conflicto; y mientras dura este examen, mientras dura la controversia producida por la diversidad de pareceres, se calman los ánimos, se enfrían las pasiones y se facilitan las soluciones de paz y de conciliación.