Prescripciones de la cortesía respecto de la alabanza y la adulación

Cuando uno es alabado no debe mostrar alegría, lo que sería señal de que a uno le gusta ser adulado

Reglas de cortesía y urbanidad cristiana

 

Alabanzas y adulación. Prescripciones de la cortesía respecto de la alabanza y la adulación foto base Alexas_Fotos - Pixabay

Las alabanzas y la adulación según las reglas de cortesía y urbanidad

Aquella urbanidad

Produce siempre muy mal efecto que una persona se alabe a sí misma y que presuma; esto no sienta bien en un cristiano, que no debe darse a conocer más que por su conducta; así no debe haber en él más que sus acciones que hablen; pero, en cuanto a la boca, no debe hablar nunca de sí, ni en bien, ni en mal.

Cuando uno es alabado no debe mostrar alegría, lo que sería señal de que a uno le gusta ser adulado; sino que debe excusarse sencillamente diciendo, por ejemplo: usted me asombra; no hago más que mi deber, etc. Sería aun mejor y más cuerdo no decir nada, y cortar la conversación, lo cual no será descortesía. Si es una persona muy superior la que os alaba, hay que saludarla honestamente, como para agradecerle, y mantenerse modestamente, sin responderle, pues vuestra respuesta sería una falta de respeto.

Cuando se oye hablar a alguien, es educado añadir algo a lo que se dice, o por lo menos aplaudir; hay que guardarse bien entonces de hacer comparación de esta persona con otras.

Nunca se debe alabar extraordinariamente a una persona, pero es cortés hacerlo siempre sin exageración y sin comparación alguna; hay que tener asimismo la precaución de no alabar a alguien en presencia de sus enemigos.

Cuando se está en reunión, si se tiene la ocasión de alabar a las personas próximas a uno, se puede hacer, con tal que sea sobriamente y con moderación. Cuando se alaba a alguna delante de nosotros, no se debe aplaudir demasiando a las alabanzas que se le tributan, pero es de buena educación mostrar agradecimiento al que ha alabado.

Cuando se hace algún regalo a alguien, no está bien alabarlo y hacer grandes elogios del mismo, como para persuadir a la persona a quien se hace a tener mayor gratitud. Si con todo otros lo alaban, se debe manifestar que uno quisiera que fuese más hermoso y más digno de la persona a quien se ofrece, pero es enteramente descortés recordar a alguien algún beneficio que se le hizo, pues parece que sea para reprochárselo.

Es, al contrario, razonable mostrar aprecio por un regalo que se recibe: no está bien guardarlo enseguida; es una gran falta encontrar en él algo que criticar, sobre todo delante del que lo ha hecho; una persona que obra así merece que no le hagan ninguno más.

Cuando se muestra a alguien, o a un grupo, alguna cosa que merezca apreciarse, no está bien dar muestras de gran admiración, y prorrumpir en alabanzas extraordinarias, como hacen algunos; sería señal de que se tiene una complacencia servil con la persona a quien pertenece la cosa. Con todo, no debe uno quedarse indiferente cuando la cosa es inestimable, pues en esto se debe ser al mismo tiempo modesto y equitativo. Si la cosa se enseña a un grupo, no conviene apresurarse a alabarla el primero, sino que se debe esperar a que la persona más experta del grupo haya dicho su parecer, y luego aplaudirla de manera sincera y deferente; a menos que esta persona no pida antes nuestra apreciación; entonces es cortés decírsela con sencillez, sin exagerar nada.

Debe procederse del mismo modo en todas las ocasiones en las que esté uno obligado a juzgar alguna cosa o acción; pero sin emplear grandes exclamaciones, diciendo a cada cosa que se ve: ¡Oh!, qué bonito; ¡oh!, qué maravilloso; sobre todo si es en presencia de una persona a la que se debe mucho respeto, y antes que ella lo haya juzgado: esto sería presumir demasiado y faltar al respeto.

Adular es hablar bien de alguien cuando no hay motivo, o alabarlo más de lo debido, sólo por complacerlo o por propio interés. Es cobardía hacerlo, y es siempre contra el que es adulado el permitirlo; pues denota que tiene poco espíritu y mucha presunción, soportar que se le alabe por cosas que no pueden atribuirse, ni cristiana ni razonablemente.