Las visitas. Visitantes educados. Hacer visitas y recibirlas

Viviendo en el mundo no puede uno dispensarse de hacer visitas de vez en cuando, o de recibirlas; es una obligación que la urbanidad impone a todos los seglares

Reglas de cortesía y urbanidad cristiana

 

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La forma de hacer las visitas según las reglas de urbanidad

Aquella urbanidad

La obligación que la cortesía impone de hacer visitas y los preparativos necesarios al efecto.

Viviendo en el mundo no puede uno dispensarse de hacer visitas de vez en cuando, o de recibirlas; es una obligación que la urbanidad impone a todos los seglares.

Incluso la Virgen santa, aunque vivía retirada, visitó a su prima santa Isabel, y se diría que el Evangelio lo relata con amplitud para que pudiera ser modelo de nuestras visitas. Jesucristo también hizo varias visitas impulsado sólo por la caridad, al no estar obligado a ellas.

Para saber bien y poder discernir en qué ocasiones se debe hacer visitas, hay que persuadirse de que la cortesía cristiana no debe regularse en esto más que según la justicia y la caridad; y que no puede exigir que se hagan visitas si no es por necesidad, o para dar a alguien muestras de respeto, o para cultivar la unión y la caridad.

Las ocasiones en las cuales la cortesía, fundada en la justicia, pide que se hagan visitas, son cuando el padre, por ejemplo, tiene a su hijo, o el hijo tiene a su padre enfermo, para cumplir los deberes que la piedad y la justicia cristianas, lo mismo que la cortesía, exigen de ellos.

Cuando alguien tiene odio o aversión hacia otra persona, una y otra están obligadas, según las reglas del Evangelio, a visitarse para reconciliarse mutuamente, y vivir perfectamente en paz.

La cortesía cristiana se regula según la caridad en las visitas, cuando se hacen para contribuir a la salvación del prójimo, del modo que sea, o para rendirle un servicio temporal, o tributarle respeto cuando se es inferior al mismo, o para mantener con él una unión perfectamente cristiana. Fue siempre según alguno de estos puntos de vista y por alguno de estos motivos como Jesucristo.

Nuestro Señor se condujo en todas las visitas que hizo; pues era para convertir las almas a Dios, como en la visita a Zaqueo, o para resucitar muertos, como cuando fue a casa de Marta, después de la muerte de Lázaro, o a casa del jefe de la sinagoga; o para curar enfermos, como cuando fue a casa de san Pedro, o del Centurión, si bien no hizo estos milagros sino con el fin de ganar los corazones para Dios; o por amistad y benevolencia, como en la última visita que hizo a las santas Marta y María Magdalena.

No está, pues, permitido a un hombre de conducta sensata y ordenada, hacer continuamente visitas a unos y a otros; pues es una vida desdichada, dice el Sabio, ir de casa en casa y hacer muchas visitas inútiles, como hacen algunos; se pierde así un tiempo preciosísimo que Dios nos da para ganar con él el cielo.

Débese procurar en las visitas que se hacen que no sean demasiado largas; ordinariamente esto es fastidioso y molesto a los demás.

Respecto a las personas visitadas, se debe mirar que no vivan en el desenfreno y en el libertinaje, y que en sus discursos no muestren nada que indique impiedad o falta de religión; la cortesía no puede sufrir que se tenga trato con esta clase de personas.

Cuando se quiere visitar a una persona a la que se debe consideración y respeto, hay que ponerse ropa interior y vestidos limpios, pues es señal de respeto. Es preciso además, prever lo que se tendrá que decirle.

Si alguno tiene un encargo para la persona que se va a ver, se debe prestar particular atención a lo que dice; y si no se le oye bien o no se le entiende, hay que darlo a conocer con modestia y pidiendo excusa, para que lo repita o lo explique mejor; es conveniente, sin embargo, hacer de modo que no se obligue nunca a nadie a repetir lo que nos ha dicho.