D. El contexto social de los códigos de la cortesía, la cortesía moderna y la prudencia. IX.
La sociedad estamental española: El contexto social de los códigos de la cortesía, la cortesía moderna y la prudencia.
Así pues, la desigualdad es un argumento harto difícil de contradecir durante el periodo estamental. Esta desigualdad, amén de concretarse en un ordenamiento social objetivo, se expresa públicamente mediante el despliegue de manifestaciones de honor, siendo una de estas manifestaciones las buenas maneras. Como muestra del honor que se disfruta, las buenas maneras aparecen asociadas a la nobleza como instrumento del que se sirve para exhibir el prestigio y la estimación social que posee así como el carácter diferencial que dice tener respecto a otros grupos sociales inferiores en rango social.
Posiciones universalistas que postulen la idoneidad de las buenas maneras para todo el conjunto de la población o que sostengan que toda la población está capacitada para adquirirlas mediante instrucción y aprendizaje tienen poco calado en este tiempo. Las buenas maneras son pertinentes para quien precisa del despliegue público de su honor. Si no se posee honor en sentido pleno, si sólo se posee un honor 'conferido' resultado de la participación imperfecta en el honor nobiliario, las buenas maneras devienen en afectación, ostentación anómala o síntoma de enmascaramiento de la auténtica posición social. Con esto, sostengo que una investigación sobre los códigos de buenas maneras debe dirigir prioritariamente su atención, durante el periodo estamental, a la nobleza y al conjunto de publicaciones que de un modo u otro tienen en mira dicho estamento. En un contexto estamental, las maneras quedan del lado del honor y en consecuencia del grupo social que disfruta del mismo en un sentido pleno, esto es, de la nobleza y de atributos que le son característicos como la sangre, el linaje o el nacimiento.
4. El Estado del Antiguo Régimen.
La contextualización de los códigos requiere por último realizar una aproximación a la cuestión de la formación del Estado en nuestro país. El propio Elias -como pudo verse en el apartado dedicado a sus investigaciones sociogenéticas- atribuye al Estado y a su proceso de consolidación un papel fundamental en el curso de la civilización de las maneras. Obviamente, Elias se refiere al Estado en términos procesuales; esto es, su formación y consolidación es el resultado inintencionado y no planeado de procesos estructurales concretos y decisiones políticas puntuales y selectivas. No es fruto de un diseño consciente previo ni un destino históricamente predeterminado. Me interesa aquí destacar las líneas maestras que ha seguido el Estado en su formación dentro de nuestro país. La naturaleza de esta investigación no permite un abordaje exhaustivo de la cuestión por lo que me limitaré a exponer coordenadas generales a partir de lo ya publicado por especialistas en la materia.
El debate historiográfico en torno a la formación del Estado en España contempla posiciones encontradas (Nota: Dicho debate puede seguirse sucintamente en Martínez Dorado (1993:102-103) y Álvarez Junco (2001: 538-540)). J.A. Maravall (1972) defiende la tesis de que ya desde el siglo XV puede hablarse con cierta propiedad de la existencia de una entidad política forjada por los monarcas renacentistas que como instrumento de poder es capaz de a) delimitar un territorio; b) hacer acopio de recursos para mantenerlo; c) instaurar paulatinamente un ordenamiento legal unificado y d) acrecentar la actividad económica (Martínez Dorado, 1993: 102). Ello le permite a Maravall hablar de 'Estado Moderno' desde el siglo XV en adelante; esto es, desde los Reyes Católicos hasta el último de los Austrias (Álvarez Junco, 2001: 538). Francisco Tomás y Valiente se encarga de matizar el apelativo de "moderno" y prefiere sustituirlo por el de "absolutista". En lo substancial, se alinea junto a Maravall si bien entiende que lo que éste denomina "supervivencias medievales" en el Estado Moderno no son más que continuidades que, progresivamente, son integradas y superadas -la venalización de los oficios, el derecho diferencial o las instituciones de los distintos reinos- en el seno del nuevo aparato estatal (Martínez Dorado, 1993: 103 y Álvarez Junco, 2001: 538).
Frente a esta identificación del Estado que podría calificarse de 'temprana' se alzan diferentes voces críticas. Sin duda, la de Bartolomé Clavero es la que parece oírse con más fuerza (Martínez Dorado, 1993: 103 y Álvarez Junco, 2001: 538). Éste afirma que no puede calificarse de Estado al sistema de monarquías europeas imperantes durante la Edad Moderna. No puede hablarse de Estado ya que no se cumple el principal requisito que Max Weber expuso para referirse al mismo con propiedad y rigor: no existe un monopolio central y unificado de la violencia. Desde la óptica de Clavero, el Estado únicamente hará acto de presencia como tal a partir del periodo liberal. Lalinde Abadía (Martínez Dorado, 1993: 103) queda también del lado de Clavero. No resultaría factible hablar de Estado aludiendo a la Monarquía universal e imperial de los Austrias ni a la absoluta de los Borbones. No existe Estado cuando no se unifican los dominios, ni se homogeneiza el derecho ni se monopoliza el uso de la violencia legítima. Todo esto no llegaría antes del siglo XVIII y de las reformas administrativas de Carlos III.
Mediando entre ambas posiciones hallamos posturas acaso más integradoras y flexibles, como la de Martínez Dorado (1993) o Rafael Cruz (1993) que, a grandes rasgos, podrían resumirse del siguiente modo: se entiende que la definición proporcionada por Max Weber sobre el Estado es la tradicionalmente aceptada en el campo de las ciencias sociales sin que ello quiera decir que el que no se cumplan a la perfección los supuestos de tal definición implique que no pueda hablarse de Estado. Las monarquías absolutas cierto es que no lograron un dominio total sobre los territorios que teóricamente caían bajo su jurisdicción pero "fueron creando Estado" de forma constante pero inintencionada (Martínez Dorado, 1993: 103).
Planteadas de un modo sintético las diferentes posturas que desde la historiografía se han adoptado en torno a la cuestión, pasaré a continuación a exponer de modo general las líneas maestras que han configurado el proceso de construcción estatal desde el medievo hasta el siglo XVIII.
Los orígenes del Estado se hallan en el conglomerado de reinos medievales que, con sus especificidades, participarán en la denominada "Reconquista". Aunque lo que Maravall llama "Estado Moderno" tiene su arranque en el siglo XVI para llegar hasta el XVIII, existen elementos anteriores que contribuyen a explicarlo y que nos retrotraen hasta los siglos XIII y XIV (Maravall, 1972: 17; vol. I) (Nota: Textualmente, Maravall afirma: "Quede bien entendido que no hay manifiestamente Estado Moderno más que sobre una base de supervivencias tradicionales que se dan en todas las esferas". Maravall (1972: 18; vol. I). Estas supervivencias son las que Tomás y Valiente denomina "continuidades". Juan José Laborda y Andrés de Blas también reconocen en el medievo el arranque del Estado. Además, recogen el debate que sobre la influencia del pasado medieval mantuvieron Américo Castro y Sánchez Albornoz junto a las ideas que Ortega -ausencia de feudalismo y de aristocracias feudales como raíz remota de la invertebración de España- expuso en torno a dicha influencia. Cfr. Blas Guerrero y Laborda Martín (1986: 464)).
Las supervivenvias o continuidades medievales -en terminología de Maravall y Tomás y Valiente respectivamente- se manifiestan en la tendencia manifiesta del Estado a constituirse como una unidad cerrada; tendencia ya existente en la ciudad medieval y de la que buena prueba son Valencia o Barcelona. La propia Guerra de las Comunidades únicamente es comprensible en un ámbito en el que las ciudades castellanas han ido adquiriendo más y más relevancia política (Maravall, 1972: 87; vol. I) (Nota: Sirvan como ejemplo añadido las ciudades vascas que suscribían tratados de comercio con territorios ingleses. Cfr. Maravall (1972: 88; vol. I)). Las nuevas concepciones políticas de los siglos XV y XVI postulan la necesidad de organizar políticamente espacios más amplios que a su vez incluyan mayores contingentes de población; todo ello reducido a una unidad mediante el ejercicio del poder. Los tratadistas políticos del tiempo recomendarán de forma insistente al gobernante diferentes acciones para aumentar simultáneamente el territorio y la población bajo su dominio (Maravall, 1972: 110; vol. I). Ésta es la lógica subyacente al matrimonio de Fernando de Aragón con Isabel de Castilla. Con todo, la 'España' de los Reyes Católicos es básicamente una pluralidad de reinos con legislaciones diferentes y con un sentido aún no visiblemente unitario; circunstancia ésta que puede hacerse extensible a toda la dinastía de los Austrias (Maravall, 1972: 113; vol. I). Esto lleva a poder distinguir tres capas diferenciadas en el Estado que comienza a esbozarse: una primera relativa al poder central y sus instituciones; una segunda, que engloba los poderes locales y una tercera que remite al complejo imperial. En términos generales puede señalarse que mientras la corona estuvo en manos de los Austrias este complejo imperial se superpuso a las restantes capas (Martínez Dorado, 1993: 104). Empero los medios técnicos de la época apuntaban de manera más clara a la viabilidad del Estado que a la de "complejos cuasi-planetarios" (Maravall, 1972: 111; vol. I). Así, sólo cuando el Imperio va perdiéndose progresivamente comienza el territorio peninsular a aproximarse más a un concepto de Estado como tal (Martínez Dorado, 1993: 104).
Pese a la preponderancia de lo imperial, continúa "haciéndose Estado" a partir de la no planeada mezcolanza de decisiones políticas conscientes y tendencias no previstas de antemano. El Estado es una construcción masiva que requiere un creciente número de recursos, territorios y pobladores (Maravall, 1972: 119; vol. I). Felipe II encarga sus 'Relaciones Topográficas' (1575-1578) con la intención de conocer el volumen y estado de la situación de la población. Aparte del aspecto meramente cuantitativo del cómputo de habitantes, las "Relaciones" también incluyen cuestiones relativas a la clasificación social y económica de los habitantes (Maravall, 1972: 115; vol. I) (Como apunta Maravall (1972: 118; vol. I): "Nota: [...] la correlación población-riqueza-poder es un axioma de la época". Amplios contingentes de población hacen poderoso y próspero a un territorio de acuerdo con la inmensa mayoría de los tratadistas de la época. Véase Maravall (1972: 117-118, vol. I) para una relación de tales tratadistas y sus argumentos).
- D. El contexto social de los códigos de la cortesía, la cortesía moderna y la prudencia. I.
- D. El contexto social de los códigos de la cortesía, la cortesía moderna y la prudencia. II.
- D. El contexto social de los códigos de la cortesía, la cortesía moderna y la prudencia. III.
- D. El contexto social de los códigos de la cortesía, la cortesía moderna y la prudencia. IV.
- D. El contexto social de los códigos de la cortesía, la cortesía moderna y la prudencia. V.
- D. El contexto social de los códigos de la cortesía, la cortesía moderna y la prudencia. VI.
- D. El contexto social de los códigos de la cortesía, la cortesía moderna y la prudencia. VII.
- D. El contexto social de los códigos de la cortesía, la cortesía moderna y la prudencia. VIII.
- D. El contexto social de los códigos de la cortesía, la cortesía moderna y la prudencia. IX.
- D. El contexto social de los códigos de la cortesía, la cortesía moderna y la prudencia. X.
- D. El contexto social de los códigos de la cortesía, la cortesía moderna y la prudencia. XI.