Urbanidad relativa a los deberes de estado. Comerciantes y compradores
La urbanidad es para los comerciantes un medio de hacer fortuna que la mayor parte de ellos procura no descuidar
Reglas de urbanidad para comerciantes y compradores
Aquella urbanidad
Además de la urbanidad general, moneda corriente que se cambia entre todos, hay una política particular para cada estado. El interés, la costumbre, la necesidad de una consideración especial y la obligación de moderar el entusiasmo que las anima, casi habitualmente, tales son los motivos que determinan los diversos géneros de urbanidad que vamos a considerar con relación a los comerciantes, empleados, letrados, médicos, artistas, militares y eclesiásticos. Como todo es recíproco, hablaremos necesariamente de los deberes impuestos a las personas que tienen negocios con sujetos de dichas clases.
Urbanidad de los comerciantes y de los compradores
La urbanidad es para los comerciantes un medio de hacer fortuna que la mayor parte de ellos procura no descuidar, sobre todo en las Cortes donde se encuentra por excelencia el modelo del comerciante bien educado. Es de nuestro propósito presentar este modelo a algunas personas de esta clase como también a las personas extrañas al comercio y que piensan dedicarse a esta profesión.
Cuando un comprador entra en un comercio el comerciante debe saludarle con atención sin preguntarle por su salud a menos que le conozca particularmente. Debe aguardar que aquel le haga conocer lo que desea; presentarle una silla y enseñarle con amabilidad los objetos que ha pedido. Si el comprador se muestra quisquilloso, ridiculo y aun desdeñoso, el comerciante no debe nunca mostrar que se apercibe de ello; con todo, en este caso le es permitido revestirse de alguna frialdad en sus maneras.
La posición de los comerciantes es muchas veces difícil y penosa; es preciso hacerles esta justicia. Hay gentes que los tratan como si fueran sus criados; caprichosas elegantes que no van a un comercio sino para pasar el tiempo, a ver las modas nuevas y con este objeto hacer abrir cien paquetes y enseñarles gran porción de telas, concluyendo por retirarse y decir con tono desdeñoso que nada les agrada.
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Hay, en fin, implacables regateadores que batallan por una pequeña cantidad con toda la tenacidad de la avaricia, de la obstinación y del orgullo; pues bien, a todos estos caprichos el comerciante debe oponer una constante urbanidad. Debe servir diligentemente a los compradores imperiosos pero en silencio, pues debe estar bien convencido que cuanta más atención se muestra con gentes de esta clase, más altivas y duras se presentan. Con los caprichosos su presencia no debe ser menor, aunque conozca perfectamente cual será el desenlace de su molesta visita, debe mostrarles sus géneros como si creyera que tenían en efecto intención de comprar algo. Deben manifestarles su sentimiento por no haber podido complacer a semejantes personas, y manifestar su deseo de ser otra vez mas feliz, y en el caso que sea una señora, acompañarla atentamente y tener la puerta abierta hasta que arranque el carruage, si le lleva.
El comerciante que quiera ahorrar tiempo, palabras, que tiene la conciencia de la dignidad de su profesión debe vender a precio fijo, y sino tiene anunciado este modo de vender, estar realmente a precio fijo evitando el mudar los precios establecidos.
No obstante, si tuviese qne vender a esa clase de mujeres que se juzgan engañadas si no se les hace alguna rebaja, o que tienen la pretensión de imponer sacrificios a los comerciantes, debe prestarse políticamente a esta ridícula estrategia y ceder poco a poco sin manifestar ningún disgusto por estos interminables debates. El comerciante de buen tono debe abstenerse de ciertas demostraciones exageradas, juramentos ridículos, y aseveraciones de pérdida o de preferencia tales como estas: «yo lo pierdo todo con gusto por consideración a Usted", y otras necedades que de una profesión honrosa hacen un verdadero oficio de lacayo.
Los dependientes llevan los efectos comprados hasta el mostrador adonde acompañan atentamente a las personas; hacen con ellos un paquete qne no entregan hasta que se hayan saldado las cuentas y el comprador está pronto a marchar. Si éste trae carruaje, no se le entrega el paquete hasta que esté acomodado en su asiento y esté pronto a cerrar la portezuela. Si por el contrario el comprador no viene en coche es preciso preguntarle si desea que se le lleven los géneros a su casa. Esta atención es indispensable si el paquete es voluminoso y sobre todo si se trata de una señora.
Es también necesario que la señora que está al mostrador ofrezca moneda cómoda para reembolsar o satisfacer las diferencias de precio que ocurren en estos casos y que se excusen cuando no pueda hacer esto; debe también presentar la factura de los géneros y no mostrar desagrado si el comprador juzga a propósito revisarla.
Hay una circunstancia que pone frecuentemente a riesgo la política y atención de los comerciantes aún más honrados; tal es el surtido de sus almacenes. Es ciertamente muy enojoso poner a la vista gran número de mercancías y dar muestras, casi con la certidumbre que todo esto no servirá para nada; mas no deben olvidar que como todas las cualidades de urbanidad tiene sus esfuerzos y que quizá seducida por su amabilidad la persona que viene a su comercio por casualidad, seguirá favoreciéndoles en adelante con su constancia.
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Que la clase de dependientes del comercio no vea en los consejos que vamos a darles la lastimosa pretensión de dirigirles epigramas. Al procurar estimularlos a evitar la volubilidad, la familiaridad poco respetuosa para con las señoras, el elogio desmedido de las mercancías, la diligencia afectada para con las personas ricas, la lentitud impolítica, el olvido desdeñoso para con las gentes cuyo traje es menos que modesto, el ridículo de entablar conversación, de empeñarse en hacer comprar a las personas mal de su grado, aturdirlas con la nomenclatura de todos los objetos existentes en los almacenes; pensamos menos en adherirnos a las injurias de sus censores que en preservarlos de ellas para el porvenir.
Toda civilidad debe ser recíproca al menos con corta diferencia. Si la atención diligente del comerciante no exige un retorno igual, tiene cuando menos un derecho a justas consideraciones. Porque esta política sea interesada ¿hay motivo para que los compradores se permitan añadir molestias, incomodidades reconocidas del comercio olvidando las leyes de la buena educación? Tantas personas, bien educadas, por otra parte, se permiten mil infracciones sobre este particular en que creemos deber insistir con alguna extension.
Cuando se entra en un comercio y no se presenta persona alguna, es preciso llamar la atención de los dueños del establecimiento ya tocando ligeramente a la puerta, o llamando en alta voz.
No digáis nunca "yo quiero tal cosa", sino "ruego a Usted" tenga la bondad de enseñarme, o bien "quisiera Usted" mostrarme tal o cual objeto, o bien empleando cualesquiera otra fórmula de atención. Si desde luego no os presentan las mercancías que deseáis y os veis obligada a recorrer un gran número de ellas, excusaos de la molestia que causáis. Si por casualidad no encontráis cosa ninguna que os convenga, al salir debéis renovar las mismas excusas. En el caso que hagáis compras de poca importancia, está bien que digáis que sentís haber molestado para tan pequeña cosa. Si la irresolución os hace pasar mucho tiempo sín decidiros por un objeto determinado, dirigid también algunas palabras de excusa al dependiente que aguarda vuestra elección.
Si el precio os parece demasiado subido y en aquel comercio no se vende a precio fijo, reclamad una rebaja, pero en términos breves y comedidos, sin parecer jamás que sospecháis de la buena fe del comerciante; si él no cede, no entabléis una lucha o escaramuza sino salid diciendo políticamente que pensáis encontrar en otra parte aquel objeto a mas hajo precio y que si asi no fuera le daréis la preferencia.
Cuando el dependiente concluye por preguntaros si deseáis algún otro género, responded constantemente de un modo que le hagáis concebir la esperanza de que volvereis. Es preciso no descuidar nunca el ser agradable. Al despediros no debéis omitir dar las gracias.