Actos inconvenientes o degradantes para nosotros mismos. V.

La decendia prohíbe aquellas acciones inocentes en sí mismas, pero que merman la idea de la dignidad en aquel que las ejecuta.

El nuevo Galateo. Tratado completo de cortesanía en todas las circunstancias de la vida.

 

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Actos inconvenientes o degradantes.

Las mujeres hacen gala de delicadeza y de timidez, como lo prueba su irritabilidad a las sensaciones algo fuertes y su espanta a la menor sombra de peligro. Saben afectar una especie de languidez y gracia que llega al alma más que la misma convivencia, y este es uno de los motivos por los cuales una mujer montada a caballo no despierta sentimientos agradables. Mientras que en la mujer no vemos el valor ni la destreza física, notamos en el caballo el ímpetu y la fuerza, y del choque de estas dos ideas nace el temor de algun accidente desastroso.

Cualquier acto que altere la delicadeza del cutis, la armonía de las formas y de las proporciones y hace que una parte u otra pase más allá del confín de la belleza, no sienta bien a la mujer un poco agitada. Plutarco nos dice que Minerva se corrió de sí misma el día que tocando la flauta vio en una fuente el torpe aspecto de sus hinchados carrillos, y que en el acto echó a rodar el instrumento y recobró las proporciones de la hermosura.

La decencia prohíbe aquellas acciones inocentes en sí mismas, pero que merman la idea de la dignidad en aquel que las ejecuta. Por esto nunca debe el hombre vanagloriarse de habilidades inferiores a su rango, principalmente si roban el tiempo necesario para el cumplimiento de los deberes. ¿Y no te corres, decía Filipo a Alejandro, de cantar tan bien, tú que algun día has de sentarte en un trono? En efecto, aunque la habilidad del canto sea cosa de gran mérito no deben dedicarse especialmente a él los que están llamados a desempeñar los más altos cargos del Estado. Si además esos actos en vez de ser de mérito son indiferentes por sí mismos, entonces su inconveniencia crece a medida del rango del que los ejecuta.

El general Sowarow en Petesburgo recorría las estancias imperiales saltando con un pie, y pasando de una de las damas a ota besaba el retrato de la emperatriz Catalina que llevaban al cuello, haciendo la señal de la cruz y genuflexión. Otras veces corría por las calles seguido de una cuadrilla de muchachos, a los cuales arrojaba manzanas para excitar su risa, y gritaba. Soy Sowarow, soy Sowarow. Cuando estaba en campaña, se presentaba en el campamento en camisa y montado en un caballo cosaco sin silla; y por la mañana, en vez de hacer tocar diana, salía de la tienda en aquella disposición, y cantaba tres veces como un gallo, lo cual era la orden de levantarse los soldados.

La comodidad, los hábitos sociales y la concordancia de los medios con los fines reclaman ciertas acciones y ciertas cosas en lugares dados y no en otros. La transposicion de las acciones, y la alteración de los fines producen un contraste en la asociación de ideas, y dan lugar a la risa o tal vez al enojo. Aunque el baile, por ejemplo, es una cosa bella en sí misma, no obstante, quién en vez de pasearse por las calles como hacen los demás fuese bailando, daría risa, porque el uso coloca el baile en los teatros y en las casas y no en la vía pública; lo concreta a ciertas épocas del año en lugar de permitirlo todos los días, y lo acompaña con música y con todas las apariencias de particular y alegre concierto; y como estas circunstancias le faltarían al que bailase por las calles, los presentes lo tacharían de una ligereza o locura. En el refectorio de una comunidad religiosa está muy bien un cuadro de la Cena; pero daría pruebas de muy menguado caletre quien colocase uno de Ia Flagelación de Jesús en un teatro o en una posada. Así es que se mostraron muy faltos de tacto nuestros mayores cuando comenzaron a poner en las posadas las imágenes de los santos, cuyo uso causaría escándalo si el hábito no rebajase el efecto.

En un lugar santo y que llame al espíritu a pensamientos severos, la broma, aunque inocente, en vez de sonrisa provoca el enojo. Por esto eran vituperables y mostraban no solo ligereza, sino falta absoluta de devoción, la duquesa de Mazzarino y madama de Courcelles, cuando encontrándose en la abadía de Celles echaban tinta a la pila del agua bendita y santiguándose luego se ensuciaran el rostro y el hábito.

Nuestros actos deben ser agradables o desagradables para los demás segun la situación de su ánimo, como el mismo manjar nos es grato o nauseabundo segun el estado de nuestro estómago. Por ejemplo, tirar el florete mientras los compañeros están ocupados en la música, es arrebatar un placer sin sustituir otro; alabar muebles elegantes en un chiribitil, es aumentar en el amo el sentimiento de la pobreza; introducir ideas frívolas cuando se trata de asuntos serios, es dar tormento a la paciencia de los demás y mostrarse falto de juicio. Por esto es de todo, punto descortés hablar de difuntos en la mesa.