El amor propio.
Feliz el hombre de mundo que pudiese deponer el amor propio a la entrada de una sociedad, así como deja la espada o el bastón a la puerta de la comedia.
El amor propio.
Un autor compara el amor propio a una pelota de viento; desgraciado aquel que le da una picadura. Esta comparación es exactísima. Así nada importa más en la sociedad que conocer a fondo todas sus diferencias, porque regularmente se pica el de los demás con el propio suyo. ¡Qué de cosas tan pequeñas, y qué de cosas tan grandes no inspira el amor propio! Nada hay de bueno (1) y nada hay de malo en donde él no intervenga.
(1) Nota. Entiéndase esto dicho solamente en el sentido de bueno, hablando civilmente.
La Rochefoulcaut no tiene razón sino a medias, cuando le constituye el móvil de todas nuestras acciones. ¡Qué de tacto y delicadeza no son necesarios para ocultar el nuestro y descubrir el del vecino! Feliz el hombre de mundo que pudiese deponer el amor propio a la entrada de una sociedad, así como deja la espada o el bastón a la puerta de la comedia.
No hay quien no tenga amor propio, con la única diferencia, de que el hombre de talento y el necio lo manifiestan. Oigamos a un sabio. Se ve que tiene más placer en descubrir los defectos, que las bellezas de un libro. Dejadle hablar, y sobre todo no alabéis al autor, porque su elogio le parecerá un robo que hacéis a su propia gloria. Un poeta académico, por el contrario, alabará todo lo que caiga en su mano, porque se cree a sí propio muy superior a todas las alabanzas y quiere persuadir que la envidia es ajena a su corazón.
No temáis ser de otro dictamen que el suyo, al contrario, le dais gusto. Ved a otro, conocido de toda una Corte, pero poco favorecido de los dones de la naturaleza, se consuela afectando que no se viste como los demás. Su sombrero es de ala ancha, su casaca tiene el cuello estrecho, lleva el pelo largo, su corbata floja, y toma siempre la moda a contra pelo. Si os atrevéis a decirle: no se habla de otra cosa que de Vd. y en general se dice que tiene Vd. un carácter ridículo, quedará encantado.
Si me preguntáis por qué un amigo vuestro, y amigo desde la niñez, os desdeña, e inquirieseis vanamente la causa de que se aleje de vos, pues le amáis, estimáis y le elogiáis cuantas veces se ofrece, y aun habréis tenido la felicidad de hacerle que acepte vuestro dinero; todo esto es verdad, pero no le habéis pedido jamás el suyo, él es vuestro deudor; ya conocéis pues en donde le pica el amor propio; id a pedirle un favor y volverá a ser vuestro amigo. Pero en materia de amor es donde el amor propio se echa más de ver; pues hay personas que no han conocido otro amor que éste. Desgraciadamente hace mucha mala obra a su hermano, porque si un hombre enamorado ha cometido una indiscreción, ha sido por amor propio; y si otro ha sido discreto, ha sido también por amor propio. ¡Cuánto cuidado no debe poner una mujer en estudiar esta pasión! Aquel que en las conversaciones familiares no habla a la que quiere sino de sí misma, este tiene amor; pero aquel que habla de sí propio, no tiene sino amor propio.
"En materia de amor es donde el amor propio se echa más de ver; pues hay personas que no han conocido otro amor que éste"
Respecto a las mujeres, ¡cuán injustas no las hace! Olvidarán veinte lisonjeros cumplimientos, para no acordarse sino de una sola observación sobre el más ligero de sus defectos. Menos descontentas se ven de no ser alabadas, que de que se alabe a sus rivales. Así es imposible vivir un minuto entre dos mujeres sin herir el amor propio de una de ellas. Entre todas las pasiones el amor propio es solo el que no conoce la diferencia de edades. El niño y el anciano lo poseen en el mismo grado, aunque es muy fácil componerse respecto a éstos, porque ambos quieren que se les oiga. Si podéis envejecer al uno y rejuvenecer al otro, habréis ya dado con el camino de su corazón. Mirad a este muchacho: va caminando y sostenido por los andadores de su nodriza; decidle: ¡qué bien anda! ya es un muchacho grande y crecido; y desde el mismo momento veréis como levanta su cabeza, brillan sus ojos, os mira y va echando plantas con sus piececitos. Decid al otro anciano que tiene el cutis fresco, admiraos de su modo de andar tan ligero como un joven. Inmediatamente volveréis a su sangre el calor, y una actividad que se le iba escapando. Escuchad a un niño charlatán, y desde el momento os querrá, y llegaréis a contentarle; y cuando queráis hablarle, también por su parte os escuchará con mucha paciencia.
El viejo que ya nada puede aprender, cree que lo sabe todo, y recuerda todo porque está muy cerca de olvidarlo. Cuidad de no decirle jamás que sabéis el caso o historia que él ha empezado a contar, porque sería lo mismo que cerrar la puerta a un importuno, cuando ya hubiera quitado su sombrero para hablaros. Esta época de la vida es muy digna de respeto y miramiento. El anciano es digno de compasión por haber llegado ya a ella, y por hallarse tan próximo a salir de ella.
Evitemos, pues, chocar con el amor propio de otros; sepamos dominar el nuestro porque en último resultado no es otra cosa sino el orgullo vergonzoso de no merecer lo que se quiere obtener.
El amor propio puede compararse a una planta, que cultivada por una mano inteligente y en un terreno feraz, producirá los más bellos frutos; pero dirigida por una mano ignorante en un terreno ingrato, no da sino una ponzoña que lo abrasa todo.