La amabilidad.
El hombre amable debe ante todo tener un carácter movible que se preste a todos los gustos.
Amabilidad.
"Es un hombre amable". Con esto se cree haberlo dicho todo; pero no obstante, las cualidades que constituyen un hombre amable son puramente relativas . El hombre amable de un siglo o de un país, no se parece al de otro tiempo y al de otro siglo. Alcibíades fue amable a los ojos de un pueblo ligero, inconstante y sensible al agrado exterior.
El duque de Beaufort, torpe en su lenguaje, hermoso sin nobleza como un hombre del pueblo, fue también entre nosotros un Alcibíades. Ambos se conformaban con las costumbres de aquellos a quienes quería seducir, y ambos aspiraban a dirigirlos lisonjeando sus inclinaciones. El hombre amable debe ante todo tener un carácter movible que se preste a todos los gustos. Nada debe hacer en él impresión durable, porque la flexibilidad y facilidad constituyen su carácter. Necesita talento, pero superior, solamente en un grado al de aquellos con quienes vive, porque debe agradar y excitar más bien que sorprender.
Como el objeto que se propone es la diversión, el hombre amable por carácter y por profesión no debe tener principio fijo. Si le detuviese el temor de marchitar las reputaciones, perdería mil ocasiones de lisonjear la malignidad. También debe ser susceptible de interesarse sin apego, de tener instrucción sin profundidad, y complacencia sin benevolencia; que presente las apariencias de la amistad y los embustes del amor, y que todo lo sacrifique al gusto de brillar. Esto es lo que constituye al hombre a quien se da sin razón el nombre de amable.
El uso de los brindis inventado bajo Augusto, ha llegado hasta nosotros con los auspicios regulares de la franqueza y de la lisonja, de la urbanidad y de la mentira. Desusado por algún tiempo, vuelve otra vez a renacer. En las sociedades más finas se hacen brindis, y por desgracia, más alegres que sinceros.
Se puede fastidiar mucho diciendo cosas muy buenas. Ceded pues siempre, a menos que la gana de hablar venza al deseo que se tiene de escuchar.
Jamás se os vituperará el no saberlo todo, pero incurriréis en ridiculeces hablando ligeramente de lo que no sepáis.
"Es necesario poner atención en lo que se come y en lo que se dice"
Luis XVIII estaba dotado de un raro espíritu de urbanidad, y así es que tenía por muy importante la observación rígida de las conveniencias. Casi todas las mañanas admitía a su desayuno a un oficial de guardia, algunos oficiales y un gentil hombre de servicio. Como tenía costumbre de decir que la exactitud es la urbanidad de los reyes, gustaba de que se asistiese exactamente a la hora, y no se rehusase el convite; porque a veces daba sobre esto lecciones bastante maliciosas.
Un día el gentil hombre de cámara llegó algún tiempo después que el Rey se había sentado a la mesa, y procuró excusarse lo mejor que pudo. Era el conde Amadeo de P ..... Su Majestad le hizo servir los mejores platos que se hallaban aun en la mesa, y le preguntó si eran de su gusto. Señor, le dijo el gentil hombre, no pongo atención en lo que como. Tanto pero, respondió el Rey; es necesario Mr. De P ..... poner atención en lo que se come y en lo que se dice.
Hay cierta mala dirección que se mezcla en las acciones y las quita todo su valor. Un hombre es cortés, pero hace un servicio fuera de tiempo. Otro es pródigo, y no se le agradece porque carece de gusto. La oportunidad es la que hace el mérito de todo.
Hay días felices, pero no vida feliz, porque sería un sueño delicioso que no tuviese momento de despertarse. Los hombres, en efecto, pasan por la infancia, la juventud y la vejez, y pierden necesariamente sus facultades. ¿Cómo podrán hermosear constantemente con los mismos colores un objeto, cuando el principio de acción y calor que les anima se debilita o extingue?
Por lo demás el modo de sentir constituye la felicidad; y basta el conocer que se goza, para gozar verdaderamente.