Lección sobre el mundo. Parte I.

El conocimiento del mundo solo se puede adquirir en medio del mundo, y por ningún método dentro del gabinete.

Lecciones de Mundo y de Crianza. Cartas de Milord Chesterfield. 1816.

 

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El mundo.

Procuremos almacenar una gran provisión de conocimientos de mundo mientras seamos jóvenes; pues aunque en el tiempo de nuestra disipación nos parezcan inútiles, tiempo llegará en que por necesidad tengamos que echar mano de ellos.

El conocimiento del mundo solo se puede adquirir en medio del mundo, y por ningún método dentro del gabinete; los libros solos nunca llegarán a enseñártelo; pero si te sugerirán especies que sin ellos no te prevendrían por más que observases; de modo que tus propias observaciones sobre los hombres, unidas a las que hallares en los libros y cotejadas entre sí, te ayudarán a fijar las ideas, y a conocer al mundo y a los hombres.

Para conocer bien a los hombres se requiere tanta atención y aplicación, como para comprender los libros, y tal vez aun se necesita más perspicacia y discernimiento. Yo conozco muchos viejos que han pasado toda su vida en el gran mundo; pero con tanta frivolidad y distracción que no lo conocen ahora más, ni mejor que cuando tenían quince años; y así no te lisonjees con la idea de que podrás adquirir este conocimiento entrando y saliendo en las tertulias, o charlando por ociosidad con unos y con otros; es menester que profundices tus observaciones, mirando al interior de los hombres más que a su exterior, escudriñando, con el mayor cuidado el carácter secreto de cada uno de los que te hablen, e intrincándote hasta descubrir sus pasiones favoritas y sus debilidades predominantes, sus vanidades, locuras y genialidades; quiero decir todo lo bueno y lo malo, todo lo grande y lo pequeño de las acciones humanas, que es lo que forman tan varios, instables y caprichosos entes a las criaturas racionales, aunque por ser nacidos, educados y crecidos en una misma casa, parece que no debían discrepar un ápice en sus ideas y acciones.

Para juzgar del interior de los otros estudia siempre el tuyo propio, porque en lo general todos los hombres son semejantes; y aunque este tenga una pasión dominante, y aquel otra, sus operaciones generales son las mismas; pues lo que a ti te gusta o disgusta, te atrae o te choca de los demás; con corta diferencia a los otros les sucede lo mismo que a ti; y así observa con la mayor atención todas las operaciones de tu fantasía, la naturaleza de tus pasiones y los varios motivos que las determinan, y de este modo podrás conocer a los hombres; por ejemplo, si tú te desazonas y enfadas con el que te echa en cara su superioridad y la inferioridad de tu talento, de tu empleo, de tu nacimiento o de tu riqueza, deberás atender por lo mismo a que jamás se te escape, ni por imaginación, la menor palabra que pueda hacer sentir esta misma superioridad tuya sobre aquellas personas que quieras atraerte o con quienes quieras tener trato y buen concepto. Dime ¿si los recuerdos desagradables, las risotadas inoportunas o las repetidas contradicciones te disgustan y te irritan, deberás usarlas tú con aquellos a quienes deseas agradar y ganártelos? Seguramente, no; y como si yo no me engaño, tu ánimo será siempre agradar, y ganarte la opinión de todos, te encargo que uses de un manejo tal, que a nadie choques en particular ni en general.

"Observa con la mayor atención todas las operaciones de tu fantasía, la naturaleza de tus pasiones y los varios motivos que las determinan"

Aunque todos los hombres son de una misma composición, están los ingredientes proporcionados con tal variedad en cada individuo, que jamás salen dos exactamente iguales, ni tampoco es uno el mismo en todas las ocasiones; de modo que el hombre más capaz comete yerros enormes; el más soberbio cae en bajezas, el más honrado tropieza o se resbala, y el más pícaro también hace alguna vez algo bueno; con que así, estudia a cada uno individualmente, si quieres sacar (como debes) los contornos de su pasión dominante; pero suspende el acabar su retrato, hasta que hayas observado y descubierto las operaciones de sus apetitos y genialidades. El carácter general del uno podrá ser del hombre más de bien del mundo; (y eso nunca lo disputes porque te creerían envidioso o de mal corazón); pero no por eso te confíes a su probidad, hasta el punto de poner en sus manos tu vida, tu fortuna ni tu bien estar; porque este hombre de bien puede ser tu rival en el poder, en el interés o en el amor, tres pasiones que ponen la honradez en peligro a cada momento, y que con frecuencia vemos que nos vencen; y así especula y prueba bien a este hombre honrado con anticipación, y entonces podrás juzgar hasta que punto puedes fiarte de él.

Una ignorancia aparente es casi siempre el medio más seguro para conocer al hombre; por ejemplo, es un golpe de prudencia muy usado el disimular que sabe uno aquello que otro se ha propuesto referirle, aunque lo sepa de antemano; pues muchos hay que tienen vanidad en contarlo, porque se tiene creído que lo parlan muy bien; otros tienen su manía porque les crean descubridores de noticias y cuentos; y ¿cuántos tienen su flaco en dar a entender que les han hecho una confianza, de que a la verdad no son merecedores? Pues sábete que a todos estos los dejarías desconcertados y disgustados, si al preguntarte ¿has oído tal cosa?, respondieras un sí a secas, quitándoles el gusto de contar toda la historia que traían prevenida. Te has de dar por desentendido siempre y con todos (excepto con tu íntimo amigo) de aquellas noticias de escándalo y difamación de otra persona, aunque las hayas oído mil veces; porque las partes ofendidas miran como a un hombre de mal corazón al que admite tales especies; y así cuando la conversación recaiga sobre ellas, di que no crees tales cosas, aunque lo sepas ya positivamente, y ponte del partido del infeliz, disculpándole siempre o disminuyendo la maldad que supongan los otros; todas estas simulaciones harán creer que no eres curioso, que no tienes ideas contra tales sujetos, y sobre todo, que no hay veneno en tu buena índole y buena crianza.

Si quieres ganar el afecto o amistad de tal sujeto en particular, sea hombre o mujer, procura saber sus excelencias predominantes, si tiene alguna, y sus debilidades favoritas, que de éstas todos tienen; haz justicia a las primeras, y algo más que justicia a las últimas. Los hombres tienen alguna cosa en que aventajan o creen aventajar a los demás, y alguna otra también en la cual desean exceder, y que los otros lo crean; y aún que gusten de oír la justicia que les hace, en lo que dan por supuesto que exceden; pero son mucho más y mejor lisonjeados en aquellos puntos que lo desean, y que dudan ellos mismos si lo consiguen; por ejemplo, el cardenal Richelieu, que era sin disputa el mayor político de su tiempo, y quizá el mayor que se ha conocido, tenía la simple vanidad de creerse también el mejor poeta; y así envidió la fama de Corneille, y mandó escribir una crítica contra su Cid; por tanto los que querían adularle le elogiaban poco su talante en asunto de política, o a lo menos de paso, y solo cuando ocurría naturalmente; pero el incienso que le tributaban y el humo que le hacía volver su cabeza hacia ellos, era llamarle poeta, y bell-sprit: ¿y sabes por qué?, porque estaba seguro de aquella excelencia, y dudoso de esta otra.

Hay gentes que se ganan con razonamientos, y otras con lisonjas; algunas con atemorizarlas, y muchas con hacerlas rabiar; y por fin, todas se dejan llevar del que plenamente se aplica a conocerlas, manejarlas y dominarlas con talento y con madurez, atacándolas infatigablemente por su flaco, pero sin desperdiciar las ocasiones, porque debe elegirse el tiempo con gran tino y discernimiento, pues todos tienen su cuarto de hora; pero advierte que no dura un día entero, y pudieras dar con su mala hora si hablaras a uno sobre tal negocio, cuando su cabeza estuviera llena de otro, o su corazón lleno de tristeza, enfado o desabrimiento; y así deja que sea él quien fomente la conversación, y con eso descubrirás por dónde has de atacarle en aquel momento; y si le ves repetir varias veces una misma es señal de ser aquella su vanidad preeminente y favorita.