Lección sobre la vanidad.
La misma vanidad que nos deslumbra y arrastra a mil extravagancias, y aun locuras, es la que destruye y disuelve el logro de nuestras mismas ideas.
Vanidad.
Vive siempre alerta contra la vanidad, que es el defecto más general de la inexperta juventud, pero más cuidadosamente contra aquel género de vanidad que caracteriza a uno de mentecato; pues el carácter con que llega el hombre a verse una vez calificado, es casi tan indeleble como el sacerdotal, porque no es posible desimpresionar a nadie de la idea que ya ha formado de tal sujeto, especialmente si es mala.
La misma vanidad que nos deslumbra y arrastra a mil extravagancias, y aun locuras, es la que destruye y disuelve el logro de nuestras mismas ideas; y su ciega necedad es causa de chaquearnos y de desbaratar todos nuestros proyectos; por ejemplo, un hombre que se mete a decidir magistralmente sobre todos los asuntos, descubre que su ignorancia es mayor que la de los otros, y manifiesta una chocante presunción de superioridad que no tiene; otro que desea aparentar fortuna con las mujeres, supone recados de las más conocidas por su clase o su hermosura, y da a entender que tiene particular estrechez con alguna de las mejores sin advertir que si fuese verdad sería cosa indigna el decirlo, y sería infame si fuese falso; por lo que en cualquier caso pierde la reputación que pretendía ganar; algunos lisonjean su vanidad con pequeños y extraños objetos que no tienen la menor relación con ellos, como ser descendientes, deudos o conocidos de una tal persona de distinguido mérito o eminente carácter; hablan continuamente de su abuelo el General tal, de su tío el Obispo N. o su gran amigo y condiscípulo el Ministro; y quizá no les conocen más que de nombre; pero aun suponiendo que todo ello sea así como dicen, ¿qué adelantan con eso? ¿tienen acaso ellos más mérito por tales accidentes? Seguramente no; al contrario, porque estas plumas con que se visten, como el cuervo de la fábula, prueban su falta de intrínseco mérito; pues el hombre rico no tiene para que tomar prestado de nadie.
Es regla sentada y que jamás falla, el no hacer vanidad de aquello en que quiera uno ser elogiado, seguro de que la modestia es el mejor anzuelo para pescar aplausos; las bravatas de valor harán fácilmente que un hombre de verdadero espíritu sea creído quimerista, como la ostentación de gracioso hará que un hombre de talento pase por bufón; así como el Cardenal de Rota tachó sagacísimamente de un pobre hombre al de Chigi, porque este le dijo haber escrito tres años con la misma pluma, y que aún estaba buena; esto es lo que se llama un golpe de vanidad mal entendida; la modestia que digo arriba, no entiendas que es la timidez, la desconfianza y la cortedad uraña; todo lo contrario, has de ser firme y duro interiormente, debes conocer lo que valgas, y obrar según este principio; pero ten mucho cuidado de no dejar descubrir a nadie que tu sabes lo que vales, porque hasta la hermosura se rebaja de su mérito si la mujer presume de saber que lo es; cree que el verdadero mérito los demás le descubren, y todos ponderan y ensalzan sus descubiertas, y rebajan las de los otros.