Las buenas maneras del niño en el templo.
De la urbanidad en las maneras de los niños.
Las buenas maneras del niño en el templo.
Cada vez que pases las puertas del templo, descubre la cabeza, y doblando moderadamente las rodillas, vuelto el rostro a los sagrarios, haz saludo a Cristo y a los Santos. Lo mismo ha de hacerse también en otras ocasiones, ya en la ciudad, ya en el campo, cada vez que te viene al encuentro la enseña de la Cruz.
Por la sagrada mansión no atravieses de lado a lado, si no es, con igual escrúpulo, invocando al menos a Cristo con una breve plegaria, y eso con la cabeza descubierta y doblando ambas rodillas.
Cuando se están celebrando los oficios sagrados, toda la traza del cuerpo es bien que a religión se acomode: piensa que está allí presente Cristo con innúmeros millares de ángeles; y si al que yendo a dirigir la palabra a un rey, que es hombre, rodeándolo cerco de principales, ni descubre la cabeza ni dobla la rodilla no ya por rústico, sino por loco lo tendrían todos, ¿qué cosa será tener la cabeza allí cubierta, rígidas las rodillas, donde está aquel inmortal rey de reyes y donador de la inmortalidad, donde están a redor los espíritus etéreos dignos de veneración? Y no importa si no los ves: ellos te ven a ti; y no menos cierto es que ellos están presentes que si los vieses con los ojos corporales: pues con más certeza ven los ojos de la fe que los ojos de la carne.
Harto es también indecoroso aquello de que algunos anden paseándose en los templos y se pongan a hacer los peripatéticos; pues ¿qué?: para las deambulaciones están propios los soportales y las plazas, no los templos, que se han consagrado a las celebraciones sacras, a los misterios y la oración.
Al predicador diríjanse los ojos, allí estén atentos los oídos, de allí esté pendiente el ánimo con toda reverencia, como si no a un hombre estuvieses oyendo, sino a Dios que por boca de un hombre te está hablando.
Cuando se recita el Evangelio, ponte en pie y, si puedes, escucha religiosamente. Cuando en el Símbolo de la Fe se canta "Y se hizo hombre", póstrate de hinojos, inclinándote aunque sólo con eso sea al honor de Aquél que a sí mismo por tu salvación, cuando estaba por cima de todos los cielos, se hizo bajar a tierra, y cuando era Dios, se dignó hacerse hombre para hacerte dios a ti.
Mientras se celebran los Misterios, con todo el cuerpo a religión compuesto, vuelto esté al altar el rostro, a Cristo el ánimo.
Posar en tierra con una de las rodillas, estando la otra erguida, para apoyar sobre ella el codo izquierdo, es ademán de los impíos soldados que, haciendo burla de Jesús Nuestro Señor, le decían "¡Salud, rey de los judíos!"; tú posa una y otra, teniendo también el resto del cuerpo un tanto doblegado a veneración.
Lo demás del tiempo, o bien léase algo de un librillo, sea de oracioncillas, sea de doctrina saludable, o medite la mente en algo celestial.
Farfullar durante ese tiempo tonterías al oído del vecino es propio de aquellos que no creen que allí esté Cristo. Dejar errar de acá para allá los ojos en derredor lo es de dementes.
Considera que en vano has entrado al templo si no marchares de allí mejor y más puro.