Los modales exteriores.
La moderación es la reguladora de los modales exteriores así en el hombre como en la mujer; pero ésta debe cuidar de precaverse contra aquella excesiva suavidad que la haría parecer melindrosa o encogida.
De las maneras.
Una noble y elegante exterioridad previene a nuestro favor, y da una idea elevada de nuestro talento y de nuestro carácter a las personas que no han tenido aun tiempo de conocernos.
La moderación es la reguladora de los modales exteriores así en el hombre como en la mujer; pero ésta debe cuidar de precaverse contra aquella excesiva suavidad que la haría parecer melindrosa o encogida, y a aquel, del desembarazo propio de su sexo, que comunica a su persona un aire vulgar y desenvuelto.
Así, siempre que en sociedad nos mantengamos de pie, tengamos el cuerpo recto, sin descansarlo nunca de un lado, especialmente cuando hablamos con alguna persona.
Al sentarnos, hagámoslo con suavidad y delicadeza, de modo que no caigamos de golpe y violentamente sobre el asiento, y después que estemos sentados, conservemos una actitud natural y desembarazada, sin echar jamás los brazos por detrás del respaldo del asiento, ni reclinar en él la cabeza, sin estirar las piernas ni recogerlas demasiado, sin ponerlas una sobre otra, ni dar al cuerpo aquellos movimientos que son poco finos y graciosos.
No está bien el situarse delante de una persona que está leyendo, con el objeto de fijar la vista en el mismo libro o papel que ella lee.
Cuando un caballero esté sentado, y una señora o persona de respeto se acerque a hablarle sin tomar asiento, se pondrá él inmediatamente de pie, y así permanecerá hasta que aquella se retire.
Un caballero no permitirá que una señora se dirija de un punto a otro, con objeto de tomar una silla, cerrar una ventana, etc., sin adelantarse él a ejecutarlo. Igual atención tendrá una señorita con otra señora mayor.
Cuando a una persona se le caiga un pañuelo u otro objeto, el caballero que esté más inmediato se apresurará a recogerlo, y lo mismo hará una señorita.
Son actos muy vulgares poner un pie sobre la rodilla; apoyarse en la silla donde está sentada otra persona; mover incesantemente el cuerpo, sobre todo si se ocupa con otro un sofá; extender el brazo por delante de alguno, o sentarse de modo que se le da la espalda; fijar detenidamente la vista en un sujeto; manifestar grande cuidado con la ropa que se lleva puesta; llevarse a menudo las manos a la cara; hacer sonar las coyunturas; jugar con las manos, con una silla o con cualquiera otro objeto.
El acto de bostezar continuamente es una señal de fastidio, que ofende a las personas que se hallan en nuestra compañía. El bostezar suele ser un hábito convenido en necesidad, y es preciso sobreponerse a él en cuanto nos sea posible.
Hay algunos que por manifestarse amables se acostumbran a mantener en sociedad una sonrisa constante, la cual comunica a la fisonomía un aire de vulgaridad y tontería, que la desluce completamente. La afabilidad no consiste en sonreírse siempre, como los muñequillos de resorte, sino en la benevolencia, la suavidad y la dulzura del trato.
Las personas que se reúnen para pasearse en una sala, al cambiar de frente para volver de un extremo a otro, observarán las reglas siguientes:
- 1ª. Si son dos personas las que se pasean, ambas se abren por el centro, describiendo cada una hacia fuera una línea semicircular.
- 2ª. Si son tres personas, la que va en el centro se abre por el lado izquierdo, junto con la que va a su derecha, de modo que ésta quede ocupando el centro , y la que va a su izquierda cambia de frente de la manera indicada en la regla anterior.
- 3ª. Si son cuatro personas se abren en dos alas, de modo que las del centro queden en los extremos, y las de los extremos en el centro.
Cuando una señora va a alguna parte acompañada de un caballero, no puede admitir el brazo de otro caballero para regresar a su casa si aquel se halla presente.
Los saludos desdeñosos , los que apenas pueden ser percibidos, y aquellos en que se muestra cierto aire de protección, son propios de personas fatuas y presumidas, y de ningún modo los adoptará una persona de buen tono.
Aunque en el día está admitido fumar en todos los círculos y en todas partes, el caballero más fino será aquel que se abstenga delante de señoras y se modere todo lo posible en sociedad.
El aire del cuerpo ha de estar en armonía con la situación, la edad y el sexo, pues una postura inmodesta, trivial y descuidada, hace nacer respectivamente prevenciones muy desfavorables. Por lo tanto debe tenerse muy en cuenta la importancia que nos dan unas maneras distinguidas, y evitar los gestos ridiculos, las actitudes presumidas, las miradas afectadas y toda clase de movimientos groseros o estudiados.
Para adquirir buenos modales tomaremos por modelos a las personas bien educadas, y procuraremos despojarnos tanto de la altiva presunción como de una timidez encogida que paralizaría todas nuestras acciones.
La exactitud es una de las mejores cualidades de una persona bien educada.
Nadie tiene derecho para robar su tiempo a los demás y molestarlos con su informalidad.
Seamos, pues, en cuanto sea posible, siempre puntuales a una cita, y en particular si es de negocios.
Por grande que sea nuestra aflicción, no hagamos alarde de ella en público. Los gritos descompasados del dolor, de la sorpresa o del miedo, los saltos y demostraciones estrepitosas de entusiasmo, los arranques de la ira, son propios de personas vulgares; así como lo son de la mala índole, la impasibilidad, el estoicismo y la indiferencia.
Esas personas empaquetadas que hacen todos sus movimientos a compás, que apenas mueven las manos, y cuya fisonomía inmóvil nunca revela las sensaciones de su alma, hacen un papel ridículo e insignificante en sociedad.
Las maneras han de ser sueltas, desembarazadas, naturales y sin afectación de ninguna especie.
Las mujeres que se acostumbran a ir tiesas y espetadas, y apretando los codos en la cintura, nunca serán esbeltas ni graciosas.
Naturalidad y moderación, he aquí cuáles son los dos únicos preceptos que debemos tener presentes para adquirir buenas maneras.