Tarde diecisiete. Del modo de andar por las calles.
No andéis de puntillas, como si estuvieseis bailando, a no ser para pasar un charco; no corráis de una acera a la otra de la calle, porque os tendrían por locos.
Los hombres de juicio, que no quieren pasar por extravagantes y llamar la atención de las gentes, marchan naturalmente, ni muy lenta, ni precipitadamente, a menos que no lo exija algún negocio urgente.
Alzar afectadamente la cabeza, con un balanceo de hombros al mismo tiempo, indica orgullo o altanería.
Si vais contoneándoos y arrastrando los pies, pasareis por perezosos, que os movéis como por fuerza.
No andéis de puntillas, como si estuvieseis bailando, a no ser para pasar un charco; no corráis de una acera a la otra de la calle, porque os tendrían por locos.
No mováis violentamente los brazos como si fuesen alas o remos. Si vais con alguna persona superior, poneos a su izquierda, arreglad vuestros pasos a los suyos; no os acerquéis tanto a ella que la incomodéis; ni os separéis en tales términos, que no dais oir lo que ella hable. Tened cuidado de observar donde pisáis para no mancharos, ni salpicar de lodo a los demás que pasen. A una señora es menester ofrecer el brazo, y llevarla a la parte interior de la acera aunque ella tenga que daros la derecha; es una precaución necesaria para evitar que la salpiquen de lodo los coches, carros y caballerías, y porque el lado de las casas se considera como el preferente. El que va con dos señoras se pone en medio para darlas los brazos.
En las grandes ciudades, donde el concurso de gentes en las calles es muy numeroso, hay una convención, que se observa con el mayor rigor sin distinción de personas, y es que cada uno conserva la derecha en la acera por donde pasa; de este modo se corta todo origen de disputas, no se interrumpe la marcha, y resulta que para todos es muy cómodo.
Al tiempo de andar, sacad un poco la punta del pie hacia afuera, no sacudáis un talón contra otro, ni vayáis jugando con las chinas que halléis al paso.
Si encontráis alguna persona respetable por su edad o dignidad, saludadla cortesmente, sin volveros demasiado hacia ella, a menos que no la conozcáis particularmente.
En las grandes ciudades solamente se saluda a las personas conocidas.
Si alguno os saluda y detiene en el camino, es preciso corresponder en los mismos términos, con tal que no sea muy inferior a vosotros. Mas no por esto estáis exentos de ser corteses con él, y de tratarle con amabilidad y atención.
No a todo aquel con quien nos paramos en la calle debemos decirle ¿Cómo lo pasa V.? Esta fórmula es buena para usarla con nuestros iguales, o con aquellas personas que conocemos mucho.
El ir fumando, silbando, o cantando por las calles, es de gente ordinaria; y no importa que lo hagan sujetos que se tienen por caballeros, porque también hay caballeros muy ordinarios y de mala educación.
Tu, hija mía, dentro de pocos años tendrás que observar ciertos deberes todavía más estrictamente. En tu marcha deberá descubrirse el pudor, así como en tus miradas la decencia; una mujer, que fija los ojos en los hombres, es una desvergonzada, y si mueve la cabeza a un lado y a otro, la tendrán por una loca. La mujer debe continuar su marcha sin detenerse, ni mirar hacia atrás, a menos que no lo exija algún motivo honesto. Si algún desvergonzado atrevido la dirige la palabra, a ella toca hacerse, la desentendida, y seguir adelante sin contestar nada.
En general la conducta de una mujer debe ser más reservada que la de un hombre. Rodeada por todas partes de lazos, naturalmente debe ser desconfiada, y no olvidar jamás que el mundo juzga severamente a su sexo. La modestia es como la planta llamada sensitiva, que el más ligero tacto de cualquier cuerpo extraño, el aire mismo la ofende.
Luisita. - Papá, allí viene una señora, y creo que se dirije hacia nosotros.
El Padre. - Si, viene a hacernos una visita; levantémonos; mañana continuaremos nuestro entretenimiento.