Urbanidad del niño a la hora de acostarse.
El niño en el dormitorio y la hora de acostarse.
Urbanidad del niño a la hora de acostarse.
En el dormitorio se alaba el silencio y la vergüenza; ya de por sí el griterío y la charlatanería son indecorosos, mucho más en el lecho.
Así cuando te desnudes como cuando te levantes, acordándote del pudor, guárdate de descubrir a los ojos de otros lo que usanza y natura quisieron que estuviera cubierto.
Si con un camarada tienes lecho común, estate echado tranquilo, y no vayas con la agitación del cuerpo o bien a descubrirte tú o bien, quitándole las ropas, a darle molestias a tu camarada.
Antes de que recuestes tu cuerpo sobre la almohada, persígnate frente y pecho con la señal de la cruz, encomendándote a Cristo con una breve oracioncilla; lo mismo haz cuando a la mañana te pongas lo primero en pie, con breve plegaria inaugurando el día, pues con más feliz auspicio no puedes comenzarlo.
En cuanto hayas descargado el vientre, no te pongas a hacer cosa alguna sin antes lavarte cara y manos y enjuagarte la boca.
A quienes les tocó en suerte ser de buena cuna, deshonroso les es no responder a su linaje con sus maneras; aquellos que Fortuna quiso que fuesen plebeyos, de condición humilde y aun campesina, con más empeño aún les toca afanarse en que aquello que la suerte les rehusó lo compensen con la elegancia de sus maneras. Nadie puede para sí elegir padres o patria; pero puede cada cual hacerse su carácter y modales.
Séame dado añadir a guisa de colofón un preceptillo que a mí me parece casi casi que digno del lugar primero: parte principal es de la urbanidad que, en tanto que tú no cometes falta alguna, fácilmente disculpes las faltas de los otros, y no tengas en menos estima a un compañero por el hecho de que tenga algunas maneras un tanto desaguisadas; pues hay quienes la rudeza de sus maneras la compensan con otras dotes; ni se dan aquí estos preceptos en la idea de que sin ellos nadie pueda ser bueno. Pero si por ignorancia peca tu compañero en algo en todo caso que parezca de cierta importancia, advertírselo a solas y amablemente es de urbanidad.
Esto es lo que, valga para lo que valga, hijo mío carísimo Enrique, quise que por medio de ti les fuese dado en regalo a la compaña toda de los niños del mundo, a fin de que al punto, con este donativo, a la vez que te granjeas tú los ánimos de tus camaradas, a la vez les hagas a ellos estimables los estudios de las artes liberales, y de las buenas maneras. Que tu preclara índole se digne la benignidad de Jesús guardarla y por siempre hacerla adelantar a mejoría.