Diplomacia. Agentes diplomáticos. Clasificación. Precedencias. I.

Nación. Sus derechos esenciales. Personalidad, propiedad, libertad, igualdad política. Nacionalidad. Objeto de la diplomacia. Definición. Sus relaciones con la historia, la Estadística, la Economía, el Derecho Público etc. etc. Su antigüedad. Modificaciones introducidas en las relaciones diplomáticas desde la paz de Westfalia...

Derecho Diplomático. Aplicaciones especiales a las Repúblicas Sud-Americanas.

 

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Diplomacia. Agentes diplomáticos. Clasificación Recibimiento. Precedencias.

Nación. Sus derechos esenciales. Personalidad, propiedad, libertad, igualdad política. Nacionalidad. Objeto de la diplomacia. Definición. Sus relaciones con la historia, la Estadística, la Economía, el Derecho Público etc. etc. Su antigüedad. Modificaciones introducidas en las relaciones diplomáticas desde la paz de Westfalia. Apreciaciones erróneas acerca de la diplomacia. Su verdadera misión. Medios que se puede licitamente emplear para llenarla con acierto.

Una nación es una asociación política de hombres de un mismo origen (nasci, nacer), que dentro de una circunscripción territorial determinada, viven sujetos a las mismas leyes, a las mismas costumbres, y están ligados por la comunidad de intereses.

Una asociación de esta naturaleza, goza nece-sariamente de tres clases esenciales de derechos, indispensables todos ellos, para que pueda alcanzar su fin moral y social.

Derecho de constituirse, o de darse la forma de gobierno que estime serle mas conveniente, en una palabra: Derecho de personalidad política.

Derecho de conservarse y por consiguiente de repeler, por medio de la fuerza, cualquier ataque que tienda a menoscabar su integridad, o bien a violar las prerogativas de su autonomía: Derecho de propiedad política.

Derecho de desarrollar libremente sus propias fuerzas y los gérmenes íntimos de su vitalidad, con el objeto de ir progresivamente mejorando la condición de los asociados: Derecho de libertad política.

Ahora, como por otra parte, la libertad racionalmente entendida, debe estar circunscripta dentro de tales límites que su ejercicio no perjudique a igual prerogaíiva en los demás, pues en las sociedades, lo mismo en los individuos el derecho cesa, en el punto preciso donde el conflicto nace con el derecho ajeno, de allí deducimos, como necesario correctivo de una libertad ilimitada, el Derecho recíproco de igualdad política.

Una nación, en sus relaciones con las otras, es pues algo más que la simple expresión de un territorio, mas o menos extenso, mas o menos defendido, es una verdadera persona moral, con todos los atributos que le son inherentes. Esto es lo que constituye lo que llamamos la nacionalidad.

Un publicista contemporáneo (Ed. Quinet) ha establecido con mucha precisión y mucha exactitud esta distinción: "la nacionalidad de un pueblo, ha dicho, puede sobrevivir largo tiempo a su independencia. Despreciar las nacionalidades, es despreciar la vida en su fuente más íntima, más sagrada y más profunda".

La nación es el hecho, la nacionalidad es el principio y si la fuerza puede destruir el primero es impotente siempre para borrar el segundo.

Algunos lamentables ejemplos nos presenta, sin embargo, nuestro siglo, de tremendas violaciones en este orden de ideas; pero las lecciones de la historia también nos enseñan que los grandes atentados por lo común, han tenido solemnes reparaciones.

La existencia de asociaciones, que a veces se tocan con inmediación, y cuyos intereses, otras veces, se encuentran ya sea en armonía ya sea en desacuerdo, provoca a cada momento, en la vida de los pueblos, motivos de conflicto o motivos de estrechez. Evitar el primero y favorecer, en lo posible, la segunda, he aqui, en el mundo, la misión bien entendida de la diplomacia.

La diplomacia es pues, "el conjunto de conocímientos y de principios necesarios, para dirigir acertadamente los negocios públicos entre los Estados" (Klûber, "Derecho de gentes moderno de la Europa".).

Para que esta ciencia o arte de las negociaciones, pueda realizar su importante objeto, preciso es que le haya precedido un estudio profundo y concienzudo de los intereses y de las necesidades de los pueblos, en sus recíprocas relaciones; preciso es haber apreciado sus precedentes históricos; conocer los diversos pactos que los ligan entre sí; haber explorado los recursos que ofrece su posición topográfica; haber valorizado los elementos de fuerza que pueden encontrar en sus producciones naturales, en su clima y aun en el carácter más o menos activo, más o menos enérgico de sus pobladores.

Después de esta muy ligera reseña fácilmente se comprende cuan íntimas son las relaciones que existen entre la ciencia diplomática y la historia, la estadística, la economía, el Deredio público natural y el Derecho público positivo, y cuan importantes son los auxilios que, mutuamente, están llamados a prestarse esos diversos ramos del saber humano, en la grave cuestión de dirigir con acierto la política de los Estados.

La diplomacia es en el mundo tan antigua como las sociedades; pues desde el momento en que, aun bajo la forma más primitiva, ha existido la asociación, ha surgido también el conflicto de intereses entre los diversos grupos de hombres, ligados por los vínculos de la comunidad, ya sea que se hayan llamado familias, ya sea que se hayan llamado pueblos, y desde entonces se ha sentido la necesidad de someter estas dificultades a la discusión ilustrada por los consejos de la razón, antes de deferir su arreglo al poder brutal de la fuerza.

Desde el ferial romano, sin cuyo previo acuerdo no podía hacerse la guerra, y que llevaba solemnemente al agresor las últimas palabras de paz, hasta el negociador de los tiempos modernos, todos han tenido una misma misión. Esto, en honra de la humanidad justifica, contradictoriamente a las doctrinas de Hobbes, que la concordia es en las sociedades el sentimiento innato, aunque las vemos en constante lucha con las desordenadas pasiones que subleva y que explota en las masas el genio funesto de la ambición.

Pero, aun suponiendo que la guerra no hubiese inspirado a los pueblos la idea de mediadores, habriansela sugerido las propias exigencias de la paz. Durante la paz, los pueblos comunican entre sí y cambian reciprocamente las producciones que la naturaleza hace brotar de su suelo, de allí una frecuencia de relaciones, que quieren ser, en común provecho definidas de una manera estable y precisa. Este es indudablemente el campo en el que ha debido ejercerse la diplomacia primitiva.

Llamadas a influir en la imaginación viva de nacientes estados, dominados a menudo por un supersticioso fanatismo, las formas de esas transacciones públicas solían revestirse, entonces, de cierto aparato místico; se ostentaba, en la celebración de esos actos, algún ceremonial solemne, que tenía por objeto avivar la fe en los tratados y la veneración de las estipulaciones que garantizan su cumplimiento.