Las fiestas religiosas en Roma. I.

Fiesas de Semana Santa, y las que hoy se verifican en la Capilla Sixtina, para dar mejor una idea de la etiqueta de la Corte Romana.

Guía de Protocolo Diplomático.

 

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FIESTAS RELIGIOSAS EN ROMA.

Aunque después de la ocupación de Roma por el ejército italiano, se han suprimido aquellas célebres solemnidades religiosas que todos conocemos, al menos de nombre, indicaremos a vuela pluma las principales funciones de Semana Santa, y las que hoy se verifican en la Capilla Sixtina , para dar mejor una idea de la etiqueta de la Corte Romana.

La Semana Santa era una de las mayores solemnidades de la Santa Sede; el Domingo de Ramos, a las nueve de la mañana, el Papa, sentado en la Silla gestatoria, con los simbólicos abanicos, llamados "flabelli", iba en procesión a la Basílica de San Pedro, en cuyo atrio le esperaban el Vicario, el Capítulo de San Pedro y el Cardenal Arcipreste de la Basílica.

La procesión se detenía delante de la Capilla del Sacramento; el Santo Padre bajaba de la Silla, se quitaba la mitra y se arrodillaba en un reclinatorio delante del altar. Después de orar unos instantes, volvía a subir a la Silla gestatoria, y la procesión seguía hasta el Coro, en el centro del cual se hallaba el Trono, sin dosel, para S.S. Los Cardenales, dos a dos, iban a besar el anillo, y terminado el besamanos, el Santo Padre iba a sentarse en el Trono Pontificio, colocado debajo de la Cátedra de San Pedro, donde procedía a la bendición de las palmas, hechas con hojas frescas de palmera, que por privilegio de Sixto V, facilitaban siempre los individuos de la familia Bresco, de Bordighera.

Estas palmas se distribuían a los Cardenales, al Clero, a las Autoridades civiles y militares, al Cuerpo Diplomático, a la nobleza romana y a los demás convidados. Todos los que recibían una palma, formaban la procesión, en la que los puestos estaban designados de antemano por el orden de distribución de las mismas palmas. Después de la procesión, el Papa volvía a su Trono pontifical, y empezaba la Misa, que la cantaba siempre un Cardenal del Orden de Presbíteros. Después de la Misa se proclamaban las indulgencias concedidas por S.S.

El Jueves Santo, S.S. asistía muy temprano a la Capilla Sixtina, donde el Decano del Sacro Colegio, o uno de los Cardenales del Orden de Obispos, celebraba la Misa, con la particularidad de que consagraba dos hostias, una, que consumía el celebrante, y otra que, depositada en un cáliz aparte, llevaba el Papa después de la Misa, en procesión a la Capilla Paulina, y la colocaba en la urna del monumento llamado Santo Sepulcro.

Al salir de la Capilla Paulina, la procesión volvía a formarse para acompañar al Santo Padre al gran balcón de la fachada de San Pedro, llamado balcón de la bendición, desde donde bendecía al pueblo arrodillado, pronunciando en alta voz: "Et benedictio Dei omnipotentis, Patris et Filii et Spiritus Sancti, deseendat super vos et maneat semper".

Dos Cardenales del Orden de Diáconos, leían en alta voz, uno en latín y el otro en italiano, la indulgencia plenaria, concedida por S.S. a los presentes, y echaban al viento las fórmulas de esta indulgencia.

Después de la bendición, el Papa, siempre en la Silla gestatoria, y con la mitra en la cabeza, bajaba a la Basílica, y en la parte que forma el brazo derecho de la cruz, procedía al Lavatorio (Lavanda). El Santo Padre lavaba el pie derecho a trece peregrinos, escogidos entre los Curas y Diáconos pobres, de todas las nacionalidades. Después de lavarles el pie, lo enjugaba y lo besaba, ofreciendo a cada uno un ramo de flores naturales.

Terminada esta ceremonia, el Papa subía a la sala situada encima del vestíbulo de San Pedro, donde los trece peregrinos (siempre trece, en conmemoración de los Apóstoles), vestidos de blanco, se presentaban y se sentaban ante una mesa puesta con el mayor lujo. S.S. bendecía la mesa, los Prelados presentaban los platos al Santo Padre, que los servía a los peregrinos, así como el vino y el agua.

Dos horas después de la "Cena", empezaba el Oficio de tinieblas en la Capilla Sixtina, en presencia de S.S. y de los Cardenales.

El Viernes Santo, el Papa entraba en la Capilla Sixtina, con el manto rojo, sin ninguna clase de ornamentos: en señal de luto no llevaba más que una estola color violeta y una mitra de tisú de plata; no llevaba anillo y no daba la bendición. El Cardenal Penitenciario, que debia oficiar, estaba revestido con ornamentos negros.

Después de los cánticos de rito, un religioso predicaba sobre la Pasión, y un Diácono quitaba la Cruz del altar y la entregaba al Cardenal oficiante, que la descubría y la colocaba sobre un almohadón delante del altar. Entonces el Papa, sin manto, sin mitra, sin solideo ni sandalias, se arrollidaba delante, y después de la adoración, echaba en una bandeja de plata un bolsillo con cien escudos de oro. Los Cardenales venían enseguida a prosternarse ante la Cruz, y daban un escudo de oro; seguían los Arzobispos, Obispos y Patriarcas, Generales de las Ordenes religiosas, los Prelados de la Corte Pontificia, el Cuerpo Diplomático y los altos funcionarios civiles y militaresde la Santa Sede.