De la Santa Sede.
Ceremonial de la Santa Sede.
DE LA SANTA SEDE.
"Tu es Petrus".
Como no es nuestro ánimo hacer un examen detenido de las opiniones, tan diversas como combatidas, sobre el origen del Papado; y deseamos hacer tan sólo una rápida reseña que a manera de índice, marque los puntos más dignos de estudio y en los que más se debe fijar la atención; lejos de detenernos a discutir sobre si está o no probado históricamente que San Pedro fue el primer Papa, o si verdaderamente el primero fue San Lino; nos limitaremos a decir, que según la teoría católica, el Papado lo instituyó el mismo Jesucristo, diciendo a San Pedro: " Tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y las puertas del infierno no prevalecerán contra ella. Y a tí te daré las llaves del reino de los cielos. Y todo lo que ligares sobre la tierra, será ligado en el cielo, y todo lo que desatares sobre la tierra, desatado será en el cielo ".
Texto, en el que hay que advertir, como dice muy bien el Doctor D. Gerardo Mulle, en su "Reseña histórica del último Cónclave" (pág. 61), que se comprende mucho mejor en lengua siriaca (que era la que hablaba Jesucristo), porque no existiendo en ella la diferencia de terminación de Pedro y piedra, la frase: "Tú eres Pedro (cepha) y sobre esta piedra (cepha) edificaré mi Iglesia", resulta mucho más clara.
El Cristianismo, humilde y oscurecido al nacer, empezó a desarrollarse después que Constantino lo reconoció como Religión del Estado (a. 313), engrandeciéndose cuando los Obispos de Italia, reunidos en Concilio (a. 378), reconocieron al Obispo de Roma la supremacía que debía aumentar su fuerza y su prestigio.
Pero el Papado verdaderamente no empezó a engrandecerse hasta la famosa donación de Carlo Magno (a. 800), por más que ya entonces, según la opinión de varios autores, había ejercido su poder temporal en Roma.
El Padre Curci, en su célebre Vaticano Regio (cap. I, pág. 4), dice que ya antes de que el Emperador dotase a la Santa Sede del Estado, que más tarde enriqueció la Condesa Matilde de Toscana (a. 1073), los Papas debieron hacerse cargo del Gobierno de Roma, no por espíritu de ambición, sino por caridad y amor al prójimo; porque abandonada de los Césares de Bisancio, agobiada por la opresión de los Exarcas de Ravenna, amenazada por tierra, de los Bárbaros, y de los Sarracenos por mar, habría sucumbido seguramente sin la defensa y tutela de los Pontífices; y que dos siglos antes de que León III coronase el 25 de Diciembre del año 800 al Emperador Carlo Magno, San Gregorio el Grande, se quejaba ya en sus epístolas de lo que le abrumaban los cuidados profanos que se habían agregado a su Santo Ministerio y los votos que hacía por verse pronto libre de ellos, para poder dedicarse exclusivamente a los espirituales.
Sea como quiera, lo cierto es que el Cristianismo, que como dice Mr. de Lanfrey, era en su origen una especie de república espiritual, fue transformándose poco a poco hasta ser una verdadera monarquía electiva, que Gregorio VII, con la donación de la Condesa Matilde y el triunfo de Canossa, engrandeció de tal modo, que en 1198, al ser elegido Inocencio III, puede decirse que había llegado a su apogeo, pero con tal poder, que a pesar de haberse iniciado su decadencia en 1303, a pesar del gran Cisma de Occidente (1378), de la Reforma que dos siglos más tarde (1520), hirió gravemente al Papado, debilitando su inmenso poder, a pesar de la revolución francesa, que preparó la prisión de Pío VII (1809), de la revolución de Roma que obligó al Papa a huir a Gaeta (1848), y de la entrada en Roma de las tropas italianas mandadas por el General Cadorna (1870), en que parece se ha suprimido el poder temporal de la Santa Sede; todavía, en medio de tan profundas heridas, de tan rudos combates y del gran Cisma de la indiferencia, el mayor y más temible de los Cismas, todavía conserva una fuerza y una vitalidad que sólo se puede desconocer por espíritu de partido.