Un poco de cortesía. Ser bien educado
Lo que vemos a nuestro alrededor son muestras de lo que toda la vida hemos dicho que es de mala educación y que sin embargo nos vemos obligados a aguantar y hasta a tolerar
Los buenos modales y la buena educación
Mi amigo y compañero de fatigas me pidió que le acompañara a tomar café. Lo vi agobiado, atosigado por mil compromisos y obligaciones y accedí. Había una mesa libre en la ruidosa cafetería, llena de humo y allí nos dirigimos. Él, en un gesto elegante, que practica siempre, apartó la silla para que me sentara y me ayudó a quitarme el abrigo. Ese sencillo y antiguo gesto, mágicamente, sirvió para establecer una atmósfera de serenidad y respeto, que existe entre nosotros, pero que se había visto turbada por las tensiones de los afanes cotidianos.
Una vez más, aprecié el valor de la cortesía, su poder balsámico y tranquilizador, más profundo y eficaz de lo que a simple vista solemos considerar.
No abundan en estos tiempos gestos como el de mi amigo, que fue entrenado en la escuela clásica de las buenas maneras. Por eso resultan más ejemplares y hacen deseable la compañía de quienes los practican, porque son personas agradables, con las que da gusto convivir.
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Por el contrario, lo que vemos a nuestro alrededor son muestras de lo que toda la vida hemos dicho que es de mala educación y que sin embargo nos vemos obligados a aguantar y hasta a tolerar. Es tal el imperio y la hegemonía de la zafiedad y el mal gusto, tan practicados por la mayoría, que empieza a verse raro que alguien muestre condescendencia y respeto, como una excentricidad, como una antigualla, algo que ha perdido la batalla, definitivamente, a manos de la barbarie.
Comprueben la cara de asombro de algunas personas mayores, cuando un joven bien educado les cede el asiento en un autobús, o en una sala de espera, o cómo nos extrañamos cuando el taxista nos atiende con amabilidad y corrección, o cuando encontramos un camarero, o el dueño de un establecimiento, que sabe decir la palabra justa, sin falsas confianzas o familiaridades.
Miremos a nuestro alrededor: qué pocas veces damos o recibimos las gracias, o saludamos al cruzarnos, o nos deseamos los buenos días, o nos despedimos cuando nos vamos, o mostramos respeto hacia quienes saben más que nosotros, o son mayores en edad y gobierno, como decían los antiguos manuales. Nos estamos igualando a la altura del más vulgar y más zafio.
Y sin embargo, cuántos problemas solucionaría un poco de cortesía en nuestros comportamientos. Sería como un bálsamo social, que suavizaría esas situaciones ásperas que nos vemos obligados a vivir, sin tener por qué y que tienen su raíz en la ausencia de entrenamiento sobre los comportamientos corteses y educados. Y no lo digo yo, sino el sabio Baltasar Gracián, verdadero maestro en el arte de sobrevivir en las circunstancias más variadas: "hablar y portarse de buen modo resuelve cualquier situación difícil", dice en su «Oráculo manual o arte de la prudencia», un texto que debería ser de obligatoria lectura en las clases de la controvertida educación para la ciudadanía. Estaríamos formando a generaciones de prudentes, lo cual no es poco para los tiempos que corren.
Una de las revoluciones pendientes es la de la cultura y el refinamiento, la cortesía y las buenas maneras. El premio es una mejor convivencia. Vale la pena intentarlo.