Del modo de conducirnos en sociedad. De las visitas. Del modo de conducirnos cuando hacemos visitas.

Es muy conveniente que la manera de llamar a la puerta de alguna idea de la visita que se anuncia.

Manual de Buenas Costumbres y Modales. 1.852

 

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Manual de Buenas Costumbres y Modales. Urbanidad y Buenas Maneras.

1. Al penetrar en una casa, si no encontramos un portero u otra persona cualquiera a quien dirigirnos desde luego, llamaremos a la puerta; teniendo presente que aún en este acto, al parecer demasiado sencillo y de ninguna importancia, se manifiesta el grado de delicadeza y de cultura que se posee.

2. Es muy conveniente que la manera de llamar a la puerta de alguna idea de la visita que se anuncia; y así siempre que haya de llamarse con golpes, las personas de confianza darán tres golpes, y cuatro las de poca confianza y las de etiqueta.

3. Cuando la persona que llama a la puerta debe, por su posición social u otras circunstancias, tributar un especial respeto a los dueños de la casa, tocará siempre con poca fuerza, sea cual fuere el grado de amistad que con ellos tenga.

4. Los llamdos se repetirán, con intervalos que no sean muy cortos, hasta advertir que sí han oído; y las personas que se encuentren en el caso del párrafo anterior, darán a estos intervalos una duración algo mayor.

5. Cuando encontremos a la entrada de una casa el botón, por medio del cual se hace sonar el timbre, nos abstendremos de dar golpes, pues de este modo cometeríamos la falta de contrariar la voluntad de los dueños de la casa, los cuales, al poner el timbre, han querido que sea por medio de éste que se llame a su puerta. En tales casos, observaremos las reglas de los párrafos anteriores que sean practicables.

6. Guardémonos de tocar nunca fuertemente a la puerta de una casa donde sepamos que hay un enfermo de gravedad.

7. Jamás permanezcamos ni por un momento con el sombrero puesto en la casa en que entremos, desde que tengamos que dirigir la palabra a cualquiera de las personas de la familia que la habita, que no sea un niño o un doméstico, aún cuando todavía no hayamos penetrado en la pieza de recibo.

8. Es un acto enteramente vulgar y grosero el nombrar a una persona, al solicitarla en su casa, sin la anteposición de la palabra señor o señora, aunque no sea de este modo el que se acostumbre nombrarla al hablar con ella. Apenas está esto permitido cuando media una íntima confianza, no sólo con la persona que se solicita, sino también con aquella a quien se dirige la pregunta; bien que jamás en los casos en que ésta se dirija a un niño o a un doméstico.

9. Por regla general, al solicitar a una persona en su casa no se enuncia su nombre, sino su apellido, o algún título de naturaleza permanente de que se halle investida, como el señor N., el señor Doctor, el señor General, etc. Cuando se visita a una señora, se pregunta simplemente por la señora.

10. En las oficinas públicas se menciona únicamente el título del empleado que se solicita, aunque no sea de naturaleza permanente, como el señor Provisor, el señor Ministro, el señor Administrador, etc.

11. Luego que hayamos sido informados de que la persona que solicitamos está de recibo, daremos nuestro nombre al portero o a cualquier otra persona que haya de anunciarnos, y entraremos a la pieza que se nos designe, donde aguardaremos a que aquélla se presente a recibirnos. Durante este espacio de tiempo, permaneceremos situados a la mayor distancia posible de los lugares en que haya libros o papeles, y de manera que nuestra vista no pueda dirigirse a ninguno de los sitios interiores del edificio.

12. Cuando en el corredor principal de la casa no exista el mueble de que hablamos en anteriores capítulos, podremos entrar a la sala de recibo con el sombrero en la mano, y aún con el bastón que llevamos si es una pieza fina y agradable a la vista. El paraguas debe dejarse siempre en el corredor.

13. Al presentarse la persona que viene a recibirnos, nos dirigiremos hacia ella y la saludaremos cortés y afablemente, esperando, si hemos de darle la mano, a que ella nos extienda la suya. Luego pasaremos a sentarnos, lo cual haremos en el sitio que ella nos indique, sin precederle en este acto, y guardando cierta distancia de manera que no quedemos demasiado próximos a su asiento.

14. A los dueños de la casa se les da siempre la mano; más entre personas de distinto sexo el uso es vario en este punto, y es necesario que sigamos el que esté admitido en el país en que nos encontremos. Lo más general es que las señoras den la mano a los caballeros de su amistad.

15. Si la persona que visitamos fuere para nosotros muy respetable, y nos convidase a sentarnos a su lado, no lo haremos en el lugar más honorífico sino después de haberlo rehusado por una vez. Conviene, desde luego, saber que el lugar más honoríf ico en una casa, es el lado derecho de los dueños de ella, y preferentemente el de la señora.

16. Cuando la persona que visita sea una señora, no rehusará ni por una sola vez ser colocada al lado derecho de la señora o del señor de la casa.

17. Cuando son varias las personas que se han anunciado y aguardan al dueño de la casa, son las más caracterizadas las que primero se acercan a saludarle, y las que toman los asientos más cómodos y honoríficos.

18. Cuando el dueño de la casa se encuentre en la sala de recibo con otras personas, observaremos las reglas siguientes:

18.1. Luego que se nos informe que podemos ser recibidos y que hayamos sido anunciados, penetraremos en la sala, haciendo a la entrada una cortesía hacia todos los circunstantes.

18.2. Sin detenernos, nos dirigiremos al lugar donde esté el dueño de la casa y le saludaremos especialmente, volviéndonos luego de nuevo hacia los demás circunstantes y haciéndoles otra cortesía, después de lo cual tomaremos asiento.

18.3. Si nuestra visita es de etiqueta, nos abstendremos de dar la mano a toda otra persona que no sea el dueño de la casa; si no es de etiqueta, podremos dar, además, la mano a las dos personas que, a derecha e izquierda, estén inmediatas al asiento que tomemos, siempre que con ellas tengamos amistad, pues por íntima que sea nuestra confianza con el dueño de una casa, jamás nos permitiremos el acto, altamente vulgar, de dar la mano a las personas que encontremos en ella con quienes no tengamos ninguna amistad.

19. Cuando nuestra visita se dirija a una familia, y ésta se halle en la sala de recibo con otras visitas, observaremos lo siguiente:

19.1. Luego que hayamos hecho la primera cortesía al entrar en la sala, saludaremos especialmente a la señora y a las personas de su familia que se encuentren inmediatas a ella; haremos después una cortesía a las demás personas presentes y tomaremos asiento.

19.2. Si el señor de la casa estuviere presente, y hubiere salido del círculo para venir a nuestro encuentro, le saludaremos desde luego especialmente; más si sólo se hubiere puesto de pie sin abandonar su puesto, prescindiremos de él al principio y saludaremos primero a las señoras, haciendo siempre una cortesía a los demás circunstantes al acto de tomar asiento.

20. Las personas que se encuentran en una sala deben corresponder con una cortesía, a cada una de las cortesías que haga una visita que entra o se retira.

21. Jamás manifestemos de ningún modo ni aun el más ligero desagrado, cuando encontremos en una visita, o llegare después de nosotros, una persona con quien estemos enemistados.

22. Al acto de ocupar un asiento entre dos personas, no demos nunca la espalda a aquella de las dos que sea superior a la otra.

23. Luego que se ha tomado asiento es costumbre dirigir a los dueños de la casa, prefiriendo siempre para esto a la señora, alguna pregunta amistosa que comúnmente se refiere a su salud y a la de su familia pero adviértase que jamás se hace esta pregunta en una visita de ceremonia, así como tampoco en ninguna otra que sea de etiqueta, cuando no existe en la casa un particular motivo de aflicción.

24. Sólo en una casa de mucha confianza podrá un caballero apartar su sombrero de las manos, para colocarlo en un lugar cualquiera de una pieza de recibo, sin ser a ello invitado por los dueños de la casa.

25. No nos es lícito ofrecer asiento a la persona que nos recibe, ni indicarle ningún sitio para sentarse, ni hacer esto respecto de otra persona que entre durante nuestra visita; pues toca siempre a cada cual hacer los honores de su casa y cualquiera demostración obsequiosa que nos permitiésemos hacer en una casa ajena sin un motivo justificado, sería un acto de verdadera usurpación y una grave falta contra las leyes de la etiqueta.

26. Sin embargo, cuando los dueños de la casa en que nos encontremos se vean en la necesidad de atender a un mismo tiempo a varias personas, nos apresuraremos a rendir aquellos obsequios que sean indispensables, los cuales serán considerados como recibidos de los mismos dueños de la casa; reservándose siempre a éstos, en cuanto será posible los que hayan de tributarse a las señoras y a los caballeros más respetables.

27. Si acostumbramos tratar con familiaridad a las personas de la casa, abstengámonos de manifestársela cuando estén acompañadas de personas a quienes no podamos nosotros, o no puedan ellas, tratar del mismo modo; tomando entonces un continente más o menos grave, y usando de un lenguaje más o menos serio, según sea el grado de respetabilidad de unas y de otras. Igual conducta observaremos cuando sea a las personas extrañas que se hallen presentes a quienes acostumbremos tratar con familiaridad, y no podamos nosotros, o no puedan ellas, tratar del mismo modo a las personas de la casa.

28. Según esto, siempre que nos encontremos en una casa formando parte de un círculo de confianza, y se incorpore a él una persona que no pueda ser tratada familiarmente por todos los circunstantes, contribuiremos por nuestra parte a que el círculo varíe inmediatamente de carácter, tomando desde luego el grado de seriedad que sea análogo a las circunstancias de aquella persona y de los dueños de la casa.

29. Nuestro continente, y todas nuestras palabras y acciones, deben estar siempre en armonía con el grado de amistad que nos una a las personas que visitemos, y a aquellas de que se encuentren acompañadas; sin olvidarnos jamás de los principios establecidos en los párrafp snombrados en capítulos anteriores, ni de los deberes que impone cada una de las diferentes situaciones sociales, según las reglas contenidas en este tratado.

30. De la misma manera adaptaremos siempre nuestro continente y todas nuestras palabras y acciones a la naturaleza de cada visita, manifestando con moderación y delicadeza ya la satisfacción y alegría que debemos experimentar cuando vemos a nuestros amigos en estado de tranquilidad y de contento, ya el cuidado y la aflicción que deben excitar en nosotros sus conflictos y sus desgracias.

31. En una visita de etiqueta o de poca confianza, no nos es lícito abandonar el lugar de nuestro asiento, para ir a saludar de un modo especial a la persona que entra o se retira, ni aún en una visita de mucha confianza, si para ello tenemos que atravesar una gran distancia.

32. Si en medio de nuestra visita se presenta otra persona de la casa, o entra otra visita, nos pondremos en el acto de pie, y así permaneceremos hasta que haya tomado asiento. También nos pondremos de pie cuando una persona que esté de visita se levante para retirarse, y no volveremos a sentarnos hasta que no se haya despedido.

33. Las señoras que se encuentren de visita no se ponen de pie, sino cuando entran o se despiden de otras señoras.

34. Cuando se levante accidentalmente de su asiento una señora o cualquier sujeto respetable, y haya de pasar cerca del sitio que ocupamos, nos pondremos de pie y no permitiremos que pase por detrás de nosotros. En un círculo de confianza podremos alguna vez omitir el ponernos de pie; más siendo una señora la que se levante, semejante omisión no nos será lícita sino en el caso de que haya de pasar por delante de nosotros.

35. Cuando un caballero se encuentre sentado al lado derecho de la señora o del señor de la casa, y entre una señora, abandonará inmediatamente aquel puesto para que sea ocupado por la señora que entra.

36. No nos pongamos nunca de pie para examinar cuadros, retratos, etc., ni tomemos en nuestras manos ningún libro ni otro objeto alguno de lo que se encuentren en la sala de recibo, si no somos a ello invitados por los dueños de la casa.

37. Cuando entráremos o saliéremos por una puerta, o pasáremos por un lugar estrecho en compañía de alguna persona de la casa, guardémonos de pretender cederle el paso, pues es siempre el visitante el que debe ser obsequiado por el visitado, y cualquier demostración de esta especie sería usurparle el derecho de hacer los honores de su casa. Sin embargo, un caballero deberá siempre ceder el paso a una señora; y al subir o bajar una escalera, tendrá por regla invariable, si no le es posible ofrecerle el brazo, antecedería siempre al acto de subir, y seguirla al acto de bajar.

38. Cuando el objeto de nuestra visita sea tratar sobre un negocio, y no tengamos amistad con la persona a quien nos dirigimos, luego que la hayamos saludado y tomemos asiento, daremos principio a nuestra conferencia, sin detenernos en hacerle preguntas relativas a su salud, ni en ningún razonamiento que sea extraño a nuestro objeto.

39. Cuando al dirigirnos a una persona a tratar sobre un negocio, la encontremos acompañada, nos abstendremos de manifestarle el objeto de nuestra visita, hasta que ella misma nos proporcione la oportunidad de hablarle a solas; y si esto no fuera posible, le suplicaremos al despedirnos, se sirva indicarnos el día y la hora en que podamos conferenciar. Sin embargo, podremos luego entrar en conferencia, siempre que el asunto de que vayamos a tratar sea de poca entidad y no tenga ningún carácter de reserva, y que sólo sea por muy breves instantes el que hayamos de ocupar la atención de la persona a quien nos dirigimos.

40. Es altamente descortés el exigir a una persona un pago en momentos que se encuentra acompañada. Sin embargo, la celeridad que generalmente requieren las operaciones mercantiles, hace que sea lícito presentar a un negociante en aquel caso un pagaré, una letra de cambio, etc., cuando no es posible aguardar a que se le pueda hablar a solas, y siempre que esto se haga en su escritorio.

41. Nunca debemos ser más prudentes y delicados que cuando visitamos la casa de un enfermo, sobre todo en los casos de gravedad. Si nos es lícito anunciarnos y entrar a la sala de recibo , conduzcámonos de manera que bajo ningún respecto nos hagamos molestos; y no vayamos a aumentar la aflicción de los dolientes manifestando temores y alarmas, o con noticias y observaciones que les haga concebir la idea de un resultado funesto.

42. Cuando nos encontremos en la casa de un enfermo, guardémonos de pretender que se nos introduzca a su aposento, por íntima que sea la amistad que con él nos una. Toca exclusivamente a las personas de la familia invitarnos a entrar, como que son las únicas que pueden saber cuándo esto sea oportuno, y no hayamos de causar ninguna incomodidad al enfermo.

43. Una vez introducidos en el aposento de un enfermo, permaneceremos a su lado tan sólo por el tiempo que nos indique la prudencia, según la naturaleza de su enfermedad y el estado en que se encuentre; y entretanto, no le manifestemos que lo encontramos grave ni de mal semblante, ni le reprochemos los excesos o imprudencias que hayan podido acarrearle sus dolencias. Tampoco le indicaremos que otras personas han sufrido su misma enfermedad, si no es para decirle que se restablecieron pronta y fácilmente, ni menos le daremos noticias de la reciente muerte de ninguna persona; no le hablaremos, en fin, sobre asuntos tristes o desagradables de ninguna especie.

44. Cuando en las causas de la enfermedad de una persona hayan concurrido circunstancias notables, de aquellas que generalmente mueven el interés o la curiosidad, y nos sea lícito inquirirías, no pretendamos que nos las refiera el mismo enfermo, sino su familia. Este es un relato que naturalmente habrá de hacerse a cada una de las visitas. y no es justo que se imponga tan penosa tarea al que se encuentra en el lecho del dolor.

45. Es sobremanera imprudente y vulgar el dar a los enfermos consejos que no nos piden, indicarles medicamentos, reprobar el plan curativo a que están sometidos, y hablarles despectivamente de los facultativos que los asisten.

46. Las manifestaciones explícitas sobre el objeto de una visita, así como las expresiones congratulatorias o de sentimiento, no son de buen tono en las visitas de ceremonia, de duelo y de pésame, en las cuales está todo expresado por el solo acto de la visita.

47. En una visita de ofrecimiento, nos abstendremos de manifestar nuestro objeto delante de personas extrañas, siempre que vayamos a ofrecer un servicio que indique o pueda indicar carencia de recursos pecuniarios de parte de la persona a quien lo ofrecemos, o que bajo cualquier otro respecto nos aconseje la prudencia reservar de los demás.

48. En las visitas de felicitación tan sólo están admitidas las expresiones congratulatorias, cuando la visita es originada por el feliz arribo de un viaje, o la cesación de un conflicto.

49. En una visita de agradecimiento tan sólo manifestaremos nuestro objeto, cuando ella haya sido originada por un servicio importante o una notable demostración de amistad que hayamos recibido, y esto siempre que la persona a quien visitemos no se encuentre acompañada de personas extrañas.

50. Un hombre de fina educación no se deja arrastrar nunca de sus pasiones hasta el punto de desairar, o de alguna otra manera mortificar, a aquellas personas con quienes está discorde; pero de aquí advertirse que cualquiera falta de este género cometida en sociedad es un acto altamente indigno y grosero, con el cual se ofende a las demás persona que se hallan presentes, y muy especialmente a los dueños de la casa.

51. Es un acto muy oportuno y obsequioso en una visita, con tal que ésta no sea de etiqueta, excitar a cantar o a tocar a las personas de la que posean una u otra habilidad; más cuando nos oponga para ello algún inconveniente, no omitamos instar por una segunda vez, pues semejante omisión manifestaría que apreciábamos en poco el placer que pudiera proporcionársenos; ni en manera alguna insistamos, si aún encontramos renuencia, por ser en todos los casos impertinente e indiscreta una tercera instancia.

Si el inconveniente que se nos opone fuere un motivo de sentimiento que exista en la misma casa, en el vecindario, o entre los relacionados de la familia, nos guardaremos de insistir en nuestra excitación, y por el contrario nos, excusaremos, manifestando nuestra ignorancia del accidente a que se haya hecho referencia.

52. Cuando en el caso del párrafo anterior la persona a quien excitemos a cantar o a tocar tuviere la bondad de complacemos, y en general siempre que una persona cualquiera cante o toque para ser oída en el círculo donde nos encontremos, le prestaremos toda nuestra atención, sea o no de nuestro gusto lo que oigamos, pues es un acto sobremanera inurbano y ofensivo desatender al que se ocupa en alguna cosa con la intención de agradarnos, y aun de lucir sus talentos. En semejantes casos, no olvidemos las reglas obtenidas en los párrafos anteriores.

53. Es de muy mal tono el pedir en una visita agua para beber. Esto apenas puede ser tolerable en los climas muy ardientes, y sólo en las visitas de confianza de una larga duración.

54. Cuando en las visitas se nos ofrezcan comidas o bebidas, y no tengamos ningún impedimento físico para tomarlas, las aceptaremos desde luego en las casas de entera confianza, y las rehusaremos por una sola vez en las de poca confianza. En el campo, donde naturalmente se relaja un tanto la etiqueta, no las rehusaremos sino cuando no tengamos ninguna confianza en la casa, aunque nunca por más de una vez, pues una segunda excusa desautoriza completamente al que ofrece un obsequio para insistir de nuevo, y ella está por lo tanto reservada para los casos en que la aceptación es imposible.

55. Cuando en las horas de la noche se encuentre un caballero de visita en una casa, y se despidiere una señora de su amistad que no esté acompañada de otro caballero, le ofrecerá desde luego su compañía, la cual será aceptada sin oposición alguna, siempre que sean personas que se traten con plena confianza. Si no existiere esta confianza, la señora rehusará el obsequio por una vez; y sea fuere el grado de amistad que medie, cuando la señora lo rehuse por dos veces, el caballero se abstendrá de acompañarla.

56. Si el caballero que se encuentre de visita no tuviere amistad con la señora que se despide, no le ofrecerá su compañía; a menos que exista en el tránsito algún peligro, o que, teniendo con é1 entera confianza la señora de la casa, creyere ésta lícito y oportuno inducirle a acompañarla. En cualquiera de estos casos la señora que recibe el obsequio dará las gracias al caballero en la puerta de su casa y le brindará entrada; mas él no deberá aceptar semejante ofrecimiento, ni considerarse, por sólo este hecho, autorizado para visitar la casa en otra ocasión.

57. Cuando vayamos a una casa en compañía de otra persona, tengamos presente que toca siempre al superior y no al inferior, y a la señora y no al caballero, poner término a la visita.

58. Luego que haya transcurrido el tiempo que debemos emplear en una visita, procuremos aprovechar, para retirarnos, el momento en que entre alguna persona, o en que se retire otra de mayor respetabilidad que nosotros, a fin de evitar que los circunstantes se pongan de pie tan sólo por nuestra despedida.

59. Cuando la reunión en que nos encontremos sea poco numerosa, y entre una persona con la cual estemos desavenidos, guardémonos de retirarnos en el acto, aunque haya llegado ya el tiempo en que naturalmente debiéramos hacerlo.

60. Una vez puestos de pie para terminar nuestra visita, despidámonos especialmente de los dueños de la casa, hagamos una cortesía a los demás circunstantes, y retirémonos en seguida, sin entrar ya en ninguna especie de conversación.

61. Siempre que al despedirse un caballero no pueda acercarse a la señora de la casa sin penetrar por entre muchas personas, se limitará a dirigirle sus expresiones de despedida desde el punto más cercano al círculo, cuidando entonces de emplear las menos palabras posibles. La misma regla deberá aplicar un caballero a su entrada en una sala de recibo; menos en la casa que visite por primera vez después de una larga ausencia, donde le es licito penetrar hasta el lugar en que se encuentre la señora.

62. Al acto de retirarnos de una reunión muy numerosa, llamemos lo menos posible la atención de los circunstantes. Así, cuando la tertulia esté dividida en diferentes círculos, nos dirigiremos únicamente a aquel en que se encuentre la señora o el señor de la casa. En este punto deben apreciarse debidamente las circunstancias, sin otro norte que la prudencia y el ejemplo de las personas cultas; en la inteligencia de que, si una señora no puede retirarse de una casa sin despedirse por lo menos de la señora, a un caballero le es lícito, cuando no cree oportuno y delicado llamar la atención de ninguno de los círculos en que se encuentran los dueños de la casa, retirarse silenciosamente y sin despedirse de nadie.

63. Cuando al despedirse un caballero de otro a quien ha hecho visita, no se encontrare presente ninguna persona que no sea de la casa, el visitante no manifestará oposición alguna a que el visitado lo acompañe hasta la puerta de la casa; allí volverá a despedirse; más si el visitado pretendiere seguir con él hasta el portón, o hasta la escalera estando en un piso alto, rehusará por una vez admitir este nuevo obsequio, si el visitado fuere una persona para él muy respetable.

64. Si en el caso del párrafo anterior, el visitante fuere un sujeto de elevado carácter, no rehusará ni por una sola vez ser acompañado hasta el portón o hasta la escalera.

65. Una señora no rehusará en ningún caso, ni por una sola vez, que se le acompañe hasta el portón o hasta la escalera.

66. Cuando al retirarnos de una visita de etiqueta quede en la sala un pequeño número de personas, y no seamos acompañados por ninguna de las de la casa, al llegar a la puerta nos volveremos hacia adentro y haremos una cortesía. Y siempre que seamos acompañados hasta la puerta de la sala, al llegar al portón o a la escalera haremos una cortesía a la persona que nos haya acompañado; haciendo lo mismo desde la puerta de la calle, cuando se nos haya acompañado hasta el portón.

Ver el manual completo de Antonio Carreño.