Cuando el Rey no rompe el protocolo.
Se ha considerado siempre un acto simpático y campechano el que la Familia Real, rompiendo el protocolo.
Desde que eran Príncipes de España, Don Juan Carlos y Doña Sofía, y después sus hijos, han hecho de la ruptura del protocolo una característica de su buena imagen pública. Se ha considerado siempre un acto simpático y campechano el que la Familia Real, rompiendo el protocolo, se acerque a tal o cual grupo de personas o periodistas, o permita con buen humor y naturalidad ciertas alegrías y confianzas.
Para los servicios de seguridad esas rupturas suponen un pequeño quebradero de cabeza, aunque es un riesgo que vale la pena correr para fortalecer las relaciones de afecto pueblo-institución, un inteligente factor de estabilidad.
Ha habido otras rupturas de protocolo más graves, como cuando el Príncipe de Asturias tuvo la ocurrencia de anunciar que le gustaría ver suprimido de la Constitución el artículo que da preferencia al varón sobre la mujer en la sucesión al trono. Se sobreentiende que sin efectos retroactivos.
Hace tiempo que las leyes en España no se fabrican a gusto del Delfín, sino según la decisión de los poderes del Estado, y la iniciativa legislativa no corresponde desde luego a la Corona. Mas cuando voluntad regia y corrección política van de la mano, no hay nada que hacer: la maquinaria se pone en marcha, porque políticos de uno y otro signo se dan de codazos para ser los primeros en arrastrar el penacho. Así que henos aquí con toda una legislatura condicionada por una disolución de las Cortes y un peligroso referéndum constitucional, justo cuando un señor quiere poner en práctica por su cuenta la autodeterminación, y otros tres empotrar ese concepto como sea en la Carta Magna, amenazando con defenestrar al Gobierno en caso contrario. Como momento para una ruptura de protocolo, no está nada mal.
El pasado lunes, en el Palacio de Montehermoso de Vitoria y durante la conmemoración del XXV aniversario de los Ayuntamientos democráticos, uno de esos señores, Juan José Ibarretxe, le espetó a Su Majestad con voz cursi y palabra insolente: "Vamos a lograr un pacto de convivencia amable entre Euskadi y España, un pacto de convivencia entre el pueblo vasco y los pueblos de España".
Sé de algunos ancestros de Don Juan Carlos que, llegados a ese punto, habrían roto el protocolo bien a gusto y, con dos frases de buen talante, conciencia histórica y oportunidad política, habrían asentado la monarquía para otros cincuenta años. Pero esta vez el protocolo se fue de rositas.