Implicaciones sociológicas del protocolo. Primera parte
El fundamento de la vida social en efecto se encuentra en un sistema normativo al que se le otorga, según la relevancia con que se le considere, distintos grados de gravedad en las sanciones
Implicaciones sociológicas del protocolo
Primer Encuentro de Responsables de Protocolo y Relaciones Institucionales de Universidad
A. LAS NORMAS SOCIALES Y EL PROTOCOLO
Entre las muchas maneras posibles de entender la sociedad, una de ellas la concibe como un orden social compartido por una colectividad. El fundamento de la vida social en efecto se encuentra en un sistema normativo al que se le otorga, según la relevancia con que se le considere, distintos grados de gravedad en las sanciones.
El comportamiento social se encuentra rígidamente regulado por un profundo entramado normativo que guia las acciones de los ciudadanos. Muchas veces se supone que el derecho y los tribunales de justicia son los únicos sistemas organizados socialmente para imponer mandatos que, en caso de incumplirse, son susceptibles de recibir sanciones. Pero no es así. Ni el derecho es el único orden normativo ni, acaso, sea el más eficaz.
De hecho, una sociedad que necesita acudir sistemáticamente a las sanciones para imponer comportamientos, acredita en el fondo una evidente crisis de legitimidad social.
Más allá del derecho y más próximo al ciudadano, existen otros órdenes normativos que cuentan con sólida consistencia social. Incluso en sus sanciones, aunque no pasen por otro tribunal que el de la opinión del grupo. Usos, costumbres, hábitos sociales orientan y regulan los comportamientos ciudadanos con una eficacia que muchas veces no cuenta el derecho, ni los tribunales formales. Las sanciones informales -desde la murmuración, la ridiculización, los chistes, hasta la exclusión de los grupos de pertenencia- constituyen sanciones tanto o más presentes y graves -y temidas por los ciudadanos- que las impuestas por instancias formales.
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Pues bien, en este contexto considero debe entenderse el protocolo, el conjunto de reglas que prescribe el ceremonial público de cualquier grupo. Su contenido fue descrito con precisión por Sabino Fernández Campo en la inaguración del Primer Congreso Internacional de Protocolo, al sostener que el protocolo es la educación reglamentada:
"Es el procedimiento para colocar a cada uno en el lugar que le corresponde por su categoría, por sus circunstancias, sobreponiéndose al criterio del propio interesado. Es el sistema para establecer una convivencia civilizada. Es la regulación ceremonial que solemniza los actos y pone orden y belleza, dignidad y perfección en su celebración y desarrollo" (Diario ABC, 21 septiembre 1995).
Todos los grupos -todos los grupos sin excepción- contienen normas reguladoras de sus ceremonias. Pueden diferir en lo recargado o sencillo de sus rituales; en lo rígido o en lo flexible de sus previsiones, en las distancias o cercanías establecidas con las personas comunes, o en el grado de codificación formal. Las reglas pueden -incluso- no encontrarse codificadas formalmente. Hay normas protocolarias formales -las contenidas en cualquier reglamentación- e informales -los usos y hábitos sociales no codificados pero compartidos socialmente-. En los dos casos se espera su cabal cumplimiento y su vulneración viene acompañado de inmediato rechazo social. Los actores y espectadores de la vida pública, esperan que los acontecimientos se desarrollen con las reglas que regulan los actos. Su incumplimiento viene acompañado de rechazos, protestas o censuras sociales. Desde la toma de posesión de un Presidente de Gobierno, a un acto de homenaje en una empresa en la jubilación de un empleado, protagonistas y testigos esperan el cumplimiento riguroso del protocolo del acto. Acto y protocolo son anverso y reverso del mismo contenido.
El protocolo es en definitiva un elemento constitutivo de la vida social a la que, a su vez, contribuye a fortalecer. El protocolo es la dignificación de la escena donde se inserta el personaje, la "autoridad", del tipo que sea. Pero no ubica a personas, es al personaje o a la función a la que realza. La exhibe, pero alejándola simbólicamente.
En este sentido el protocolo otorga distancia, alejamiento y con ello símbolos de status. Pero al alejarlo del resto de la comunidad por su realce, lo que hace es dotar de protección al dirigente. Tal vez sea esta la principal función del protocolo: proteger al dirigente, alejando -física y ritualmente- a sus iguales. Asienta al poderoso en su grandeza, al restringir las evidencias de su vulnerabilidad. El distanciar a los iguales no es un fin en sí mismo, sino tan sólo el inevitable instrumento de salvaguardia de los poderosos.
Esta es la razón por la cual todos los protocolos se dirigen a evitar que el poderoso tenga que mostrarse en su espontaneidad. Todos los medios son válidos para mantener las distancias que le den seguridad de su grandeza. Así se establecen unos modos de relación interpersonal que nunca serían aceptados entre iguales: Hay que anunciar a personas que lo parapetan el asunto que se quiere tratar directamente con el poderoso; puede oir un planteamiento pero no tener que responder hasta recabar más información de otros asesores que le rodean; impone los momentos en que se pueden establecer los encuentros, etcétera. El control del tiempo de los otros y la búsqueda de un tiempo suplementario para manifestarse, constituyen medios para colocarlo en posición de prevalencia, de seguridad y notoriedad.
Por eso mismo la revolución, antes que cualquier otra cosa, es la ruptura y la burla de los protocolos establecidos: de toda la regulación formal de la sociedad. Lugares rituales, gestos protocolarios, uniformes, distancias físicas, cortesías verbales, son sistemáticamente vulnerados. La transgresión del protocolo es el vehículo adecuado para popularizar el proceso revolucionario. El cambio revolucionario es la supresión de todos los rasgos establecidos -el tuteo, la anulación de distancias con los abrazos, manifestantes cogidos de la mano etc-, hasta implantar su nuevo orden que, al tiempo, alcanzará el mismo contenido ritual, simbólico y artificial del que vino a suprimir.
Ahora bien, cualquier observador de la sociedad española puede constatar la creciente atención que al protocolo se le presta en la sociedad española. Un buen indicio es la proliferación de libros sobre las reglas del protocolo en lo más diversos ámbitos de la vida social. O la existencia de Cursos y Seminarios sobre el Protocolo. O la aparición de una Revista Internacional de Protocolo que estudia monográficamente este sector. O el propio Congreso que hoy nos reúne. ¿Qué razones esconden esta eclosión de aproximaciones al tema?. Me parece que respecto a la sociedad española es posible distinguir dos tipos de razones explicativas; unas que podemos denominar sociales y otras que podemos calificar de políticas. Examinémoslas brevemente.
B. LOS FACTORES SOCIALES DE LA RELEVANCIA DEL PROTOCOLO
1. LA DEMOCRATIZACIÓN
El primer elemento que ha impulsado la creciente atención al protocolo es la democratización. Por paradójico que parezca, en el seno de sociedades democráticas -y por tanto basadas en la igualdad entre los ciudadanos- es donde la necesidad e importancia del protocolo se acrecienta. Esto explica que el proceso democratizador de la sociedad española, haya acrecentado notablemente la atención que se presta a las cuestiones protocolarias.
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En sociedades no democráticas, no había problema; todo resultaba claro y previsible. Todo el mundo en ese contexto social sabe con precisión asumir sus distancias, representar su papel. La sociedad entera transmitía como enseñanza fundamental el aprendizaje del puesto -y las obligaciones o privilegios- que cada uno desempeña. Había tal evidencia de desigualdad que era posible vulnerar -por el de arriba- la desigualdad. Muchos de los comportamientos "plebeyos" de la aristocracia o de la monarquía en el pasado guardaban esta fundamentación: era tan evidente el reconocimiento de su superioridad de rango social, que ocasionalmente podían hacer gala de vulnerar esas normas, de distanciarse del comportamiento apropiado a su rango.
La historia nos ha legado numerosos ejemplos de comportamientos plebeyos, más o menos ocasionales, de la más alta aristocracia española. En ocasiones hacían gala del abandono de las maneras habituales en su rango de hablar, de vestir, de comportarse, los lugares donde ocasionalmente se acudía, o las compañías que se frecuentaban. No era necesario poner en práctica permanentemente los símbolos de su hegemonía, por la evidencia de su relevancia. Pero ese comportamiento "democrático" de los de arriba, no era una forma de acercarse a los de abajo, sino de evidenciar su distante superioridad abandonando aparentemente sus prerrogativas; aún sin ellas seguían siendo quienes eran. El transitorio abandono de los símbolos de su posición, no era aproximación sino muestra de la firmeza de la distancia, de la fortaleza y arraigo de su posición de privilegio.
En la democracia, por el contrario, es cuando se presenta la necesidad de regular y explicitar la prelación en la vida social. Cuando las sociedades son igualitarias, se convierte en imprescindible reglamentar las distancias, regular la prelación en la vida social. Cuando los ciudadanos logran la igualdad de derechos y esa igualdad se incorpora profundamente en los hábitos y costumbres ciudadanas, entonces se plantea la necesidad de reglamentar las diferencias, que antes se asumían como destino. Sólo entonces se convierte en problema el reconocimiento de la relevancia social y su exteriorización pública. Una cuestión que el protocolo resuelve.
Esto es lo que a mi modo de ver ha hecho tan importante y relevante la regulación del protocolo en la actual democracia española. Por eso ha adquirido gran popularidad el conocimiento de las reglas de protocolo tanto en la vida política como social. Es más, esto es lo que hace tan atractivo actos con gran carga de contenido protocolario en sociedades muy igualitarias. Piénsese, por ejemplo, el enorme atractivo social que despiertan siempre acontecimientos cargados de rígidos protocolos de las Monarquías democráticas, en paises con democracias Republicanas, como Francia o Estados Unidos.
La democracia aparece así como un sistema que consolida y renueva el protocolo. El reconocimiento formal del desempeño de puestos de relevancia colectiva por procedimientos protocolarios, queda respaldado por la legitimidad democrática. Al resaltar la prelación de un miembro de la colectividad, es toda la colectividad la que se ofrece a sí misma la distinción y el reconocimiento. La democracia otorga respaldo colectivo al protocolo. De resaltar a la persona pasa a ser símbolo de la función, con claro contenido instrumental colectivo. Es el sentido de utilidad instrumental de las formas en la democracia que con tanta perspicacia supo captar -ya en 1835 en "La Democracia en América" (2º, cap. 38)- Alexis de Tocqueville, al escribir:
"Los hombres que viven los siglos democráticos no comprenden fácilmente la utilidad de las formas; sienten un instintivo desdén hacía ellas (...). Este inconveniente que los hombres de las democracias encuentran en las formas, es, sin embargo, lo que hace a estas últimas tan útiles para la libertad, residiendo su principal mérito en servir de barrera entre el fuerte y el débil, el gobernante y el gobernado, de retrasar a uno y dar al otro tiempo para reconocerse (...) En las aristocracias, se tenía la superstición de las formas; es preciso que [en la democracia] tengamos un culto razonado y reflexivo de ellas".
2. LA SOCIEDAD DE LA IMAGEN
No es este el lugar de documentar los múltiples efectos de los medios de comunicación social en el sistema político. Sobre todo la televisión ha transformado en gran parte la dinámica política y ha impulsado la personalización del poder, con una magnitud sin precedentes históricos. Se ha dicho que desde la Revolución Francesa no se ha producido ningún acontecimiento con la relevancia política que ha tenido la introducción de la televisión en la dinámica de las sociedades democráticas.
En la sociedad de la imagen cualquier acontecimiento acrecienta su eco al transmitirlos a toda la sociedad. En este contexto aumenta la relevancia del protocolo, por la importancia de las apariencias, la "visibilidad" de los actos, de las relaciones en público.
La sociedad de la imagen acrecienta la importancia del protocolo en las sociedades democráticas. La política es siempre representación y representación pública, frente a la opacidad propia de los regímenes no democráticos. La sociedad es todo público, el escenario donde se desenvuelve la actividad pública.
El poder en la sociedad moderna es, antes que cualquier otro símbolo, su manifestación externa, su representación. Como ha destacado Balandier ("El poder en escenas" Paidos 1994) el poder es la imagen suprema de la teatralidad y necesita para mantenerse símbolos, ceremonias y rituales.
Es más en las sociedades modernas, el adecuado conocimiento de esos componentes de representación del poder, se puede convertir en medio para ser definido por los otros como autoridad pública. No se trata de una mera hipótesis. Hay ejemplos verdaderamente elocuentes. En septiembre de 1995 saltó a la popularidad un jubilado francés cuya especialidad era colarse en los actos oficiales del más alto nivel político mundial, compartiendo fotografías oficiales, manjares y conversaciones con la elite política mundial, en los actos más protegidos y controlados por las policías y fuerzas de seguridad.
Su salvaconducto no era otro que la adecuada representación del papel en todos sus extremos. En las fotos oficiales de los actos conmemorativos del final de la Guerra Mundial, estaban presentes varias decenas de Jefes de Estado, primeros Ministros y dignatarios de todo el mundo. Pero en el lugar más relevante -inmediatamente detrás del Presidente de la República francesa Sr. Mitterrand, del entonces Jefe de Gobierno Sr. Balladur y del alcalde de París y Presidente electo de la República francesa Sr. Chirac- aparecía un sonriente ciudadano, con edad, apariencia externa y vestido semejante a las restantes personalidades políticas. La peculiaridad consistía en que era eso: un simple jubilado que: "una vez afeitado, se puso la camisa blanca, una corbata granate de dibujos geométricos, su traje azul marino con chaqueta cruzada y un pañuelo de seda rojo asomando por el bolsillo superior" ("Claude X siempre sale en la foto" Diario El Mundo 16 septiembre 1995). Se mezcló con los invitados que llegaban al Palacio del Eliseo en pequeños grupos, y dijo al azar: "Delegación armenia" al ujier encargado de la disposición de las mesas del almuerzo oficial al que asistió con toda normalidad.
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Mas allá de la singular e hilarante peripecia del jubilado francés -que ha repetido esa habilidad en otras ocasiones también con éxito-, acredita lo que tiene de representación el poder y lo que tiene de rasgo que los otros -el ciudadano común- otorgan a quienes desempeñan el poder. Y esa atribución de los otros se convierte en constitutiva de su relevancia y protagonismo. Por esta razón los forcejeos de los políticos para dominar el escenario son incesantes y con consecuencias. La lucha por "salir en la foto" es en realidad una de las más duras batallas que libran los políticos, contra sus adversarios, correligionarios y, quizá, también contra los propios fotógrafos. Cuando en 1994 dimitió la Directora del Museo Reina Sofía, María Corral, daba una ilustrativa razón mediática. Aseguró que la razón de su cese era que la Ministra Carmen Alborch no soportaba que ella saliera en las fotos junto a la Reina cuando visitaba el Museo (A. Anaut: "La cultura del estreno" Diario El País 7 octubre 1994).
Un sociólogo español, Emilio Lamo de Espinosa, con experiencia en el ejercicio del poder político, ha destacado que el espejismo del poder produce efectos tanto en el ciudadano, como en el poderoso. Y el protocolo constituye un instrumento excelente para afianzar en el ciudadano la creencia en que el poderoso tiene, en efecto, poder; y para que el poderoso termine por creerlo.
Una circularidad, a la que el protocolo otorga credibilidad:
"Nada otorga más poder que la creencia de la gente en que alguien tiene poder. Tanto que, a la postre, sospecho que ése es casi todo el poder y por eso sus rituales, exhibiciones y pompas son su parte esencial. No en vano todo poderoso sabe que necesita antecámaras, secretarias (mejor si pueden ser secretarios), coches, teléfonos celulares y toda la parafernalia. No porque, como suele creerse, así exhibe su poder, sino porque el poder es esa exhibición. Su forma es su fondo. Y así, entre los poderosos que creen y hacen creer que lo son y los ciudadanos fascinados por esa imagen, que refuerza la primera, el espejismo se alimenta a sí mismo" ("Los espejismos del poder" El País 18 agosto 1994).
Si el protocolo alimenta el proceso de consolidación social del poder, la televisión traslada los símbolos máximos de la relevancia protocoloria del poder a toda la sociedad. La experiencia directa de los símbolos del poder -que históricamente ha sido patrimonio de unos pocos situados en los aledaños del poder- queda con la televisión universalizada. Incluso rituales practicados por muy pocas personas -piénsese, por ejemplo, en las modalidades de saludo formal a un Rey-, queda gracias a las imágenes aprendido por toda la colectividad. La televisión se convierte así en un privilegiado instrumento de difusión de los protocolos sociales y de la socialización ciudadana en sus contenidos. Una experiencia, también, sin precedentes históricos.
3. PROTAGONISMO SOCIAL DE LA MUJER
Una tercera razón de la relevancia actual del protocolo en la sociedad española procede del creciente protagonismo público de la mujer. Se trata de una nueva realidad en el escenario público.
El protocolo tradicionalmente estaba basado en el protagonismo exclusivo de los varones, porque así ocurría en la sociedad. Los Reglamentos de Protocolo era habitual que desconocieran la posibilidad de ser desempeñadas esas posiciones por mujeres, porque la vida política ha estado monopolizada por varones. Carecían por tanto de previsiones respecto a uniformes, lugar a ocupar etc. cuando las mujeres fueran las ocupantes de los puestos. Pero esa situación pertenece al pasado.
Por eso la incorporación de la mujer supone también un reto para el protocolo. Se trata de una innovación que en un terreno tan afianzado en las tradiciones presentará sin duda sus dificultades. Más aún cuando al hecho de la presencia como protagonista de la mujer, se superponen relaciones internacionales y los contactos se establecen con países que, en ocasiones, -en su legislación o sus tradiciones- no permiten el acceso de la mujer a puestos públicos. En tales supuestos el protocolo puede ser la causa del conflicto y, a la vez, el instrumento para neutralizarlo.
¿Pero que ocurre cuando la situación se invierte, cuando es el varón el que ocupa el papel de acompañante, sin relevancia institucional?. También es una laguna habitual la regulación del acompañante, cuando este es el varón, y son las mujeres quienes desempeñan la representación institucional. Tampoco está desarrollada esta actividad -tal vez salvo en las Casa Reales, donde pronto ejerció tareas representativas desde antes que fueran reconocidos los derechos de la mujer-, hasta tiempos muy recientes. El varón debe aprender a desempeñar ese papel accesorio. Alcanzó notoriedad, en su momento, la discreción con que ocupaba el segundo plano el marido de Margaret Thatcher, cuando ejercía la Presidencia de Gobierno.
La novedad del papel del varón como acompañante de mujer que ocupa el puesto de relevancia, suscita todavía problemas en nuestro país. En ocasiones aparecen en la prensa protestas porque en Congresos Científicos, se organizan actos sociales para acompañantes -desfiles de modas etc- dando por hecho que los acompañantes son mujeres, y que los "científicos" solo podían ser varones.
El protagonismo de las mujeres y varones, plantea pues la necesidad de abordar esa realidad, desconocida hasta hace unas décadas en España. Pero la presencia de los dos sexos en puestos de responsabilidad pública, no deja de suscitar dificultades de reglamentación. Tradicionalmente, ha sido norma, por ejemplo, alternar hombres -que eran los únicos en ocupar posiciones de poder- y mujeres -que se suponía que estaban por ser esposas- en los banquetes protocolarios. Pero, ahora ocurre que si se sigue la norma tradicional de seguir un "orden regular de ordenación alternada de autoridades y consortes, pueden resultar juntos tres señores o tres señoras" (M. Domínguez en n° 2, Revista Internacional de Protocolo, 1995 pag. 16).
La presencia de la mujer en puestos de relevancia social obliga, pues, a renovar las reglamentaciones formales del protocolo y a introducir previsiones específicas para el papel del varón como consorte de la mujer. Algo inimaginable hace unas décadas. E incluso a renovar los actos previstos para la mujer que acompaña a un varón que tiene funciones relevantes. El proceso de emancipación de la mujer ha afectado también a la delimitación de esas funciones representativas de la mujer que acompaña a un dirigente.
Existen muchos ejemplos de las tensiones que suscita -dentro y fuera de las fronteras- esa remodelación del papel de la mujer en la configuración de su papel como acompañante. En los años de Gobierno de Felipe González, su esposa Carmen Romero evidenció el rechazo a las tradiciones protocolarias, rehusó acompañar a su marido en viajes oficiales y mantuvo una cierta rebeldía ante los compromisos oficiales (Entre otras muchas referencias periodisticas ver: M.A. García Juez: "Carmen Romero, a la sombra del bonsai" Suplemento Semanal, 29 enero 1995 pag. 71; también J.L. Gutierrez y A. de Miguel: "La ambición del Cesar" ed. Temas de Hoy, T ed. 1989 pag. 84).
Por el rango político del que se trata, estas posturas distanciadas del protocolo alcanzaron cierta notoriedad. Pero deben tomarse como ejemplos notorios de un problema más general y de fondo: la readaptación de los usos protocolarios a las especificidades de las mujeres independientes de finales del siglo XX. Como acompañante al igual que como protagonista, los usos del ritual han de adaptarse al cambio radical que significa la nueva posición social de la mujer.
C. LOS FACTORES POLÍTICOS DEL PROTOCOLO
1. LA APARICIÓN DEL ESTADO AUTONÓMICO
Otro elemento decisivo en el renovado interés en el protocolo que se constata en la sociedad española, proviene del desarrollo del Estado de las Autonomías. Jorge Semprun, en sus Memorias -"Federico Sánchez se despide de Ustedes" (ed. Tusquets 1993 pag. 52-55)- ya destacó que la importancia del protocolo proviene de las autonomías, además de por el franquismo y la monarquía.
La configuración del Estado Autonómico, ha influenciado extraordinariamente en la relevancia adquirida por el protocolo. La necesidad de ubicar esa nueva realidad en el contexto del estado con larga tradición centralista, se hace también con los instrumentos que proporciona el protocolo. Además surge la necesidad de regularizar su propia estructura interna. Las suspicacias que en ocasiones suscita la posición de unas u otras autoridades, dan lugar a numerosas tensiones, roces y reivindicaciones de predominancia frente a otras administraciones. El protocolo deja de tener un carácter instrumental y se convierte en pieza esencial para el reconocimiento del rango, de la identidad y hasta del respeto a una región.
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Tensiones protocolarias se materializan a menudo en forma de conflictos políticos. Se instrumentaliza así el protocolo, en ocasiones, para mostrar discrepancia, para simbolizar las distancias entre poderes, como argucia de la pequeña política cotidiana. Julio Feo, en su descripción de los años en la Moncloa, ha descrito numerosos conflictos con estos fundamentos. Algunos hechos, como el llevar una banderita catalana el coche del Presidente de la Generalitat en sus visitas oficiales a Madrid; o la ubicación del Consejero de Cultura de la Generalitat -al que impidió esperar para saludar la llegada de los Reyes en la inaguración de una exposición-, generó una verdadera tormenta. La razón fue que impidió que estuviera entre las autoridades que recibían a los Reyes a su llegada al acto: "Era evidente que, en términos de precedencias protocolarias, no se podía equiparar un consejero autonómico a un ministro del Gobierno de la nación y, menos aún en un acto de carácter estatal y en Madrid" (J. Feo: "Aquellos Años" 1993 pag. 276-278). El propio protagonista, narra las virulentas reacciones que se suscitaron.
En ocasiones, las tensiones -reales o simbólicas- se emplean como instrumento de victimismo de una región o un poder frente a otro. La postergación de un dirigente Autonómico, de un Alcalde, de cualquier dirigente político, se emplea ante la opinión pública como medio para mostrar la agresión recibida por esa ciudad, esa autonomía, etc. Las relaciones entre responsables de las distintas administraciones, cuando son de diferentes partidos, alimentan incesantemente estas pequeñas querellas, como vía de deslegitimación del adversario.
La sensibilidad de las Autonomías puede estar vinculada a que, como nuevos poderes en el escenario público, busquen su protagonismo en el escenario público vía protocolo, con mucha mayor rigidez que poderes más establecidos y socialmente reconocidos. Estos ya no necesitan afianzarse simbólicamente. Tal vez se trate del entusiasmo del neófito, o la inseguridad del novato. Pero el fenómeno aparece en otros nuevos países. Jorge Semprún, al describir sus experiencias como Ministro de Cultura, cuenta una situación semejante en otro país. En su visita a Bratislava, parte de la anterior Checoslovaquia, su joven ministro de Cultura no le mostraba otra preocupación que la del protocolo y la apariencia (Semprún op. cit. pag. 218).
2. LA DENSIDAD DE LAS RELACIONES INTERNACIONALES
Desde la segunda guerra mundial se ha alterado profundamente la sociedad internacional. La globalización y la intensificación de los vínculos de interdependencia entre los pueblos, ha incrementado las relaciones entre personas y el tráfico de mercancías.
El aumento en la densidad de las relaciones internacionales es un hecho que trasciende, como es obvio, a la situación española. Pero se trata de un fenómeno con efectos en nuestra sociedad. Entre otras razones porque son también factores políticos los que han posibilitado la normalización de la presencia internacional de España desde la transición política.
Además la gran densidad en las relaciones internacionales se ha visto impulsada por la multiplicación de países independientes, con protagonismo ya en el escenario internacional. Igualmente por la multiplicación de organizaciones internacionales y organizaciones no gubernamentales con protagonismo activo en el escenario de las relaciones internacionales.
Pues bien, la multiplicación de interlocutores ha venido acompañada del muy significativo aumento en la densidad de las actividades, viajes y encuentros. Los problemas, probablemente permanecen, pero los actores que viven de resolverlos, se mueven en encuentros y desencuentros continuos. Incluso el propio Papa se ha convertido en infatigable viajero a todo tipo de países, cualquiera que sea el continente donde se encuentre, sus regímenes políticos y religiones predominantes.
El aumento de la frecuencia de contactos entre personas, representantes, dignatarios que, por primera vez en la Historia se encuentran regularmente, acrecienta la necesidad de establecer las normas que regulan sus encuentros, el escenario de sus representaciones.
En el pasado existían menos protagonistas y se encontraban con menor frecuencia. Hoy sin embargo son más numerosos los protagonistas y sus encuentros -siempre en el escenario público- son cada vez más frecuentes. Reuniones, Congresos, Asambleas, Convenciones, generan una incesante trama de encuentros, representaciones, ceremonias de apertura y salida etc. Siempre con el público en directo y en los medios de comunicación. La necesidad de establecer normas para regular los encuentros, las prelaciones, el ceremonial, tienen en ocasiones unas dificultades verdaderamente insuperables.
La internacionalización, además, no afecta exclusivamente al ámbito de las relaciones políticas. Son todas las dimensiones de la vida colectiva las imbricadas internacionalmente, expandiendo la diplomacia fuera de las relaciones entre Estados. Ahora la esfera de la cultura, del deporte, de las finanzas, de las artes, de la Éécitíea o del comercio asientan sus vínculos con priódicos encuentros internacionales, sometidos al ritual protocolario.
Países con tensiones políticas pendientes, convierten la regulación protocolaria de sus encuentros -en cualquiera de sus países o en territorio neutral-, en ocasión para verificar la actitud de sus contrincantes en muchas ocasiones. Paises independientes desde la descolonización de los años sesenta, pueden hacer de sus exigencias en materia de relevancia, de presencia y ubicación, una cuestión de respeto y principio. Incluso antes de conseguir el reconocimiento como Estado, pueden plantearse problemas, precisamente, para lograr el reconocimiento por la vía indirecta de la equiparación de los protocolos. Quien fue Secretario General de la Presidencia del Gobierno con Felipe González, Julio Feo, ha dejado testimonio de una de esas reivindicaciones protocolarias por parte de Arafat, líder del pueblo palestino. En un viaje a oriente medio afirma que:
"Se planteó si el Presidente debía ver o no a Arafat. Arafat, como se considera jefe de Estado, es muy tiquismiquis con el protocolo: quién solicita la entrevista, donde se celebra, etc. Mi tesis era que el presidente sí debía de verlo, siempre que la entrevista la pidiera Arafat y se celebrase en la embajada española" (Julio Feo: "Aquellos Años" Ediciones B., Barcelona 1993 pag. 348).
(Nota: El presente texto recoge la versión escrita de la conferencia inagural del Primer Encuentro de Responsables de Protocolo y Relaciones Institucionales de Universidad, organizado en la Universidad de Granada en marzo de 1996. Agradezco muy sinceramente a Manuela Suárez Pinilla, directora de Relaciones Institucionales de la Universidad de Granada su amable invitación -e incitación- y amistad.)
- Implicaciones sociológicas del protocolo. Primera parte.
- Implicaciones sociológicas del protocolo. Segunda parte.