G. LA PRUDENCIA: El código de buenas maneras de la Corte absolutista. VII.

El código de buenas maneras de la Corte absolutista. La prudencia.

La civilización del comportamiento. Urbanidad y buenas maneras en España desde la Baja Edad Media hasta

 

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A diferencia de textos precedentes como los que hasta ahora he utilizado, Gracián no se concentra en cuestiones prácticas -comportamiento en la mesa, necesidades fisiológicas, aseo...- que eran las que hasta este instante venían siendo prioritarias en esta investigación. Gracián prefiere dedicarse al modo de hablar, a la gestión de la propia emocionalidad, al manejo de la ajena o al trato pero de un modo más abstracto que el que hasta ahora venían empleando los manuales sobre buenas maneras. Gracián, a diferencia de Erasmo, no aborda las buenas maneras de forma directa sino que se ocupa de establecer un arquetipo de personalidad prudente que recubra cualquier manifestación de la vida humana. Dentro de esto quedan recogidas las buenas maneras. La "literatura cortesana" -a la que es extraordinariamente afín la obra de Gracián- proporciona reglas de alcance general más dirigidas al control global de la conducta y la emocionalidad que a aspectos prácticos e inmediatos del propio comportamiento. No obstante, esta circunstancia no impide que no pueda inferirse a partir de estas reglas de alcance general cómo debe ser el comportamiento concreto de una persona, por ejemplo, en la mesa, ante una visita o en presencia del propio monarca. Teniendo en cuenta esto, analizaré a continuación los que, a mi juicio, son los principios elementales del código de la prudencia.

Gracián admite desde el inicio la creciente complejidad que han ido adquiriendo las relaciones sociales y cómo, en consonancia con dicha complejidad, los hombres se ven obligados a manejar un inventario de procedimientos y cursos de acción con los que salir bien parados dentro de esa complejidad creciente. La etiqueta y el ceremonial de la Corte, por ejemplo, requieren de los cortesanos un mayor acervo de conocimientos que deben estar dispuestos a asimilar si lo que quieren es acrecentar o afianzar su prestigio (nota: Dice Gracián (1997:101; aforismo n° 1): "[...] y más es menester para tratar con un solo hombre en estos tiempos que con todo un pueblo en los passados").

El comportamiento del cortesano debe regirse con arreglo a tres principios básicos (nota: Para una interpretación convergente, cfr. Béjar (1993a:140)). El primero se refiere a la necesaria observación del carácter y conducta del prójimo ( principio de observación ). El segundo, a la capacidad para manipular al prójimo en -aras del propio interés- derivada de la observación de caracteres y conductas ( principio de manipulación ). El tercero y último, al imperativo del autodominio del comportamiento y la emocionalidad ( principio de autodominio ). Desglosaré a continuación cada uno de estos principios.

El principio de observación que define la prudencia advierte sobre la compleja personalidad de los hombres y lo mudable de sus afectos y querencias. Mudabilidad y complejidad convierten en imperativo conocer de los hombres tanto su superficie como su interior:

"Visto un león, vistos todos, y vista una oveja, todas; pero visto un hombre, no está visto sino uno, y aún ésse no bien conocido. Todos los tigres son crueles, las palomas sencillas y cada hombre de su naturaleza diferente [...] Gastan algunos mucho estudio en averiguar las propiedades de las yerbas, ¡cuánto más importaría conocer las de los hombres, con quienes se ha de vivir o morir!". (Gracián, 1990:225) (Nota: Esta cita la extraigo de su obra El Criticón -publicada sucesivamente en tres partes en 1651, 1653 y 1657- por ser aquélla de entre cuántas he manejado mejor resumía y sintetizaba la idea de la natural complejidad de los caracteres humanos. En este mismo sentido véase el aforismo n° 157 en Gracián (1997)).

La observación es imprescindible si lo que se quiere luego es manipular al prójimo atendiendo al propio interés. La manipulación no sería posible si antes no están claros los defectos y virtudes del otro para que con base a ello dicha manipulación pueda concretarse. Junto a defectos y virtudes, continúa presente la necesidad de observar el rango social de la persona a fin de ajustar el propio comportamiento de la mejor manera posible ante quien presenta una posición social superior. El código de la prudencia, inserto en un contexto estamental, no puede ignorar las exigencias derivadas del mismo, entre ellas, el respeto al orden adscriptivo establecido y en consecuencia, al que es superior en rango social:

"Todo vencimiento es odioso, y del dueño, o necio, o fatal. Siempre la superioridad fue aborrecida, ¡quánto más de la misma superioridad! [...] Enséñanos esta sutileza los Astros con dicha, que aunque hijos, y brillantes, nunca se atreven a los lucimientos del Sol". (Gracián, 1997:105; aforismo n° 7)

Una vez que, mediante la observación, se detectan cuáles son los afectos y querencias de cada individuo se está en condiciones de poder manipularlo de acuerdo con los intereses del observador. Aparece aquí el segundo principio elemental del código de la prudencia; el principio de manipulación. Para poder manipular habrá sido necesario advertir cuál es la afección predominante de un individuo, la que inspira la mayor parte de sus actos, y una vez conocida, poder entonces manejar su voluntad en aras del propio provecho personal. A esta afección la denomina Gracián "el torcedor"; esto es, afección que detectada permitirá "torcer" la voluntad del individuo:

"Hallarle su torcedor a cada uno. Es el arte de mover voluntades; más consiste en destreza que en resolución: un saber por dónde se le ha de entrar a cada uno. No ai voluntad sin especial afición, y diferentes según la variedad de los gustos. Todos son idólatras: unos de la estimación, otros del interés y los más del deleite. La maña está en conocer estos ídolos para el motivar, conociéndole a cada uno su eficaz impulso; es como tener la llave del querer ageno [...] Hásele de prevenir el genio primero, tocarle el verbo después, cargar con la afición, que infaliblemente dará mate al albedrío". (Gracián, 1997:117; aforismo n° 26) (Nota: En este mismo sentido, véase aforismo n° 273).

Conocido el motivo fundamental que guía el comportamiento del prójimo, éste ve menguada su autonomía e independencia convirtiéndose en un individuo susceptible de ser manipulado. En este arte de "torcer voluntades ajenas" resultan herramientas imprescindibles la insinuación -insinuando conseguimos una primera impresión del ánimo y futuras acciones del otro (Gracián, 1997:123-124; aforismo n° 37)- la obtención de una opinión favorable por parte de los demás -de este modo será más sencillo ganar su afecto y tornarlo dependiente (Gracián, 1997:125; aforismo n° 40)-, la cautela -convenientemente disimulada no generará desconfianza en el otro (Gracián, 1997:127¬128; aforismo n° 45)- y la paciencia -que evita apresurarse y permite conocer el momento en el que ha de procederse a "torcer" la voluntad ajena (Gracián, 1997:132¬133; aforismo n° 55).

El principio de autodominio exige una rigurosa regulación de los propios afectos. Si éstos no son controlados, el individuo se torna vulnerable ante los demás, que a su vez podrían manipularle una vez conociesen la afección principal que guía sus actos. Únicamente autodominándose consigue la persona no exponer la motivación de su comportamiento, escapa a la manipulación del otro y consigue mantener su independencia y autonomía:

"Hombre inapassionable, prenda de la mayor alteza de ánimo. Su misma superioridad le redime de la sujeción a peregrinas impresiones. No ai mayor señorío que el de sí mismo, de sus afectos, que llega a ser triunfo del albedrío". (Gracián, 1997:105; aforismo n° 8).

Como puede observarse en esta cita, Gracián habla de este principio de autodominio como "señorío de sí mismo". Éste debe prevalecer tanto en circunstancias favorables como adversas ya que las pasiones, los afectos y los deseos no son más que los "portillos del ánimo" (Gracián, 1997:155; aforismo n° 98), esto es, vías de acceso para el conocimiento de la interioridad propia, conocimiento que pudiera desembocar en pérdida de autonomía y manipulación de la voluntad individual (Gracián, 1997:131; aforismo n°52; 187; aforismo n° 155). El principio de autodominio que fija Gracián comienza por la reflexión y conocimiento de uno mismo. Tal reflexión y conocimiento permiten al individuo saber de sus afecciones predominantes y disponer de los medios para controlarlas:

"[...] es lición de advertencia la reflexión sobre sí: un conocer su disposición actual y prevenirla, y aun decantarse al otro extremo para hallar, entre el natural y el arte, el fiel de la sindéresis". (Gracián, 1997:140; aforismo n°69) (Nota: En este mismo sentido, véase aforismo n° 225).

Reflexión y conocimiento de sí mismo se convierten en elementos imprescindibles dentro de la Corte, donde la competencia por oportunidades de prestigio genera una presión social que hace necesaria la autovigilancia de la conducta a riesgo de rezagarse en ese proceso de competencia. Vigilarse a sí mismo en un entorno de presión y competencia entronca con la deseabilidad de la auto-reserva, ese mostrar paulatino ante los demás de cualidades personales que al ser inicialmente desconocidas impedirán al prójimo un conocimiento exacto del ánimo individual y, en consecuencia, dificultarán sus intenciones de manipular la voluntad. La auto-reserva y el mostrarse progresivamente ante los demás son muestras de las diferentes facetas de personalidad que un hombre puede exhibir. Esa variedad impide, una vez más, que el prójimo pueda llegar a conocer su afección principal, el "torcedor de su ánimo y voluntad" (Gracián, 1997:145; aforismo n°77) (Nota: Aquí recomienda Gracián la adopción de una suerte de actitud proteica en un símil con el dios mitológico Proteo que, reticente a la hora de contestar preguntas, despistaba a sus interrogadores asumiendo diferentes formas corporales y animales. Cfr. Ovidio (1989:165-166)).